Natalia levantó un poco el visillo.
En el primer capítulo de la novela, Natalia, una de las protagonistas y narradoras de la historia, levanta un visillo para mirar al exterior. Esta acción es significativa porque desde el inicio del texto se marca, de esta manera, el lugar asignado a las mujeres, el interior de los hogares, y una de las actividades que se postulan como predilectas del género femenino durante la época, espiar sin ser vistas.
La pureza es el adorno más fragante del alma de una joven y su blancura llega a los sentidos de todos los hombres.
Esta frase la pronuncia el cura tras escuchar la confesión de Julia y su intención es atenuar la sensación que tiene la joven de que su novio no aprecia lo que ella hace por él y, además y sobre todo, alejarla de las tentaciones carnales que está experimentando. El cura utiliza una metáfora para indicar que lo que la hace bella y atractiva ante los hombres es su pureza, es decir, su virginidad; debe mantenerse así hasta el matrimonio.
Elvira se levantó a echar las persianas y se acordó de que estaría por lo menos año y medio sin ir al cine. Para marzo del año que viene, no. Para el otro marzo. Eran plazos consabidos, marcados automáticamente con anticipación y exactitud, como si se tratase del vencimiento de una letra.
Elvira está agobiada por el cumplimiento de los mandatos sociales y por tener que cumplir con las apariencias para que la gente no hable de ella. Ella, que se percibe desprejuiciada, debe sucumbir ante las reglas que impone su madre. En este caso, se trata del luto por la muerte de su padre. Una de las actividades prohibidas durante el tiempo de luto es la asistencia a actividades sociales como el cine. Mientras todas sus amigas asisten a las funciones, ella se queda adentro, en una casa cerrada y oscura para evitar el "qué dirán".
Al parecer, toda la sociedad concuerda en qué cosas se pueden hacer y qué cosas están "mal vistas" en torno al tiempo de reclusión que impone el luto. Por ejemplo, una amiga de su madre, comenta: "«Yo las envidio, Lucía, a las que son como usted –decía la visita–. Yo, cuando se murió mi hijo, ya ve la desgracia tan grande que fue aquella, pues nada, ni un día perdí el apetito, fíjese, y cada vez me ponía más gorda. Que era una desesperación aquello. Parecía que no sufría una.»" (121).
Di algo, hombre. Cuéntame algo. A ver si te voy a contagiar mi spleen.
La palabra spleen es un término francés que populariza el poeta Charles Baudelaire (1821-1867) y que refiere a un estado de nostalgia, melancolía profunda o angustia existencial. Al pronunciarla, Elvira se nos presenta como una mujer culta, diferente a la mayor parte de las mujeres de la novela. En otros pasajes de la historia se mencionan de manera más explícita los intereses culturales y artísticos de la joven.
En este caso, le dice eso a Emilio para animarlo a hablar, que le cuente algo y la distraiga, ya que, antes de su llegada, se encontraba en un momento de contemplación que fue seguido por una profunda abulia. Ella quiere dejar de tener esa sensación que puede resumirse en otra de las frases que pronuncia en la misma charla: "No es vivir, vivir así" (124). Es decir, no es una vida digna la vida pausada del tiempo del luto en plena juventud.
Me preguntó que si no sentía yo ese encarcelamiento de la carne de que hablaba el poema, tan patente algunas veces, ese desdoblamiento entre cuerpo y alma. Yo le dije que no, que creía que el cuerpo y el alma, tan traídos y llevados, venían a ser una misma cosa. No sé si se lo dije con una voz un poco aburrida.
Elvira le lee un poema de Juan Ramón Jiménez a Pablo y luego le pregunta si él siente lo mismo que ella: el encarcelamiento de la carne y la distancia entre cuerpo y alma. Elvira es una mujer de una familia acomodada de la España franquista de la década del 50, por tanto, es entendible que sienta que su cuerpo está encarcelado y que no pueda ejercer lo que su alma dicte. Pablo, en cambio, es un hombre joven; para él no corren las mismas rígidas reglas sociales que socavan la vida de las mujeres. En consecuencia, está justificada su creencia sobre cuerpo y alma como "una misma cosa" (137): él sí puede hacer lo que desea.
El final de la frase, da cuenta de otro de los temas que trabaja Carmen Martín Gaite en esta novela y en otras de su autoría: la incomunicación entre hombres y mujeres. Pablo no se esfuerza en esconder su aburrimiento ante algo que le parece trivial y desestima de esta manera a su interlocutora.
Lo hago por tu bien, para enseñarte a quedar siempre en el lugar que te corresponde. Eres un crío tú.
Las mujeres de la novela pasan de estar bajo el ala del cuidado paterno a la del marido. El patriarcado es el sistema imperante: el hombre es el líder y el que ejerce el control. Esto se evidencia aquí con la frase que pronuncia Ángel dirigida a Gertru, su novia. Él siente que está en la posición del que puede dejar una enseñanza e infantiliza a su prometida. Además, prefigura el modo en el que va a comportarse cuando sea su marido y el rol que le toca a ella como esposa: hay un solo lugar que le corresponde, el del hogar, donde oficiará como esposa y madre.
En otro momento, cuando Gertru le comente las ganas que tiene de seguir estudiando, Ángel responderá en el mismo tono y con el mismo significado: "Está dicho. Para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni geometría; conque sepas ser una mujer de tu casa, basta y sobra" (171).
Se veían del brazo de un chico maduro, pero juvenil, respetable, pero deportista, yendo a los estrenos de teatros y a los conciertos del Palacio de la Música, con abrigo de astracán legítimo; sombrerito pequeño. Teniendo un círculo; seguras y rodeadas de consideración. Masaje en los pechos después de cada nuevo hijo. Dietas para adelgazar sin dejar de comer. Y el marido con Citröen.
Mientras toman el té en la casa de Elvira, sus amigas charlan entre sí. Elvira está comprometida con un notario, pero sus amigas aún no lo saben. Los intereses de Elvira no son los mismos de las demás, sin embargo, irónicamente, es ella la primera en conseguir al preciado futuro notario. En esta frase, se evidencian las ilusiones que tienen las jóvenes en edad de contraer matrimonio: se imaginan con un hombre con buena apariencia, que pueda costearles salidas y lujos.
Le pregunté que por qué no hacía ella diario y dijo que no me enfadara, pero que le parecía cosa de gente desocupada, que ella cuando no estudia le tiene que ayudar a la madrastra a hacer la cena y a ponerle bigudís a las señoras. Otro día le hablé del color que se le pone al río por las tardes, que si no le parecía algo maravilloso, a la puesta del sol, y me contestó que nunca se había fijado.
Ante la ausencia de Gertru en el Instituto, Natalia busca establecer una nueva amistad. La encuentra en Alicia Sampelayo. Natalia no parece notar las diferencias entre las dos, pero Alicia es muy consciente de ellas. Alicia es de una familia trabajadora, de clase social baja y conoce las limitaciones que la sociedad del momento tiene reservadas para las muchachas como ella. Alicia no tiene tiempo para dedicar a la escritura del diario íntimo, porque cuando no está estudiando debe trabajar. En cambio, Natalia, una joven burguesa, puede dedicar su tiempo libre a la escritura de su intimidad o la contemplación reflexiva del río.
Empezaron con el tema de las criadas y poco a poco se fueron acercando las de todos los grupos, como si trajeran leña a una hoguera común, como si todo lo anterior hubiera sido un preámbulo. Cada cual decía, lo primero, el nombre de su propia criada, metiéndolo en una frase banal todavía, pero ya se regodeaban de antemano, igual que si empezaran a repartir las cartas para jugar a un juego excitante en el que siempre se va a ganar. La voz se les volvía altiva y sentenciosa. Las criadas se lavaban con sus jabones, se ponían sus combinaciones de seda natural. Las criadas...
En este caso, el narrador hace referencia al tema de conversación que llevan adelante las mujeres casadas que están en la fiesta de pedido de mano de Gertru. Es, al parecer, un tema que despierta gran convocatoria, dado que cada vez son más las mujeres que participan en la charla: las criadas de sus hogares. Este tema les interesa porque les permite dar cuenta de cierto estatus social.
Además, el narrador, realiza dos analogías. Por un lado, compara la forma en la que se acercan a charlar sobre el tema con una hoguera que va creciendo a medida que son más las participantes. Esto repercute en la creación de una imagen estereotipada de las mujeres como brujas legendarias que están alrededor del fuego. Por otro lado, compara la forma en la que se regodean ante lo que van a contar con la participación en un juego de cartas en el que son las triunfadoras. El narrador reitera la palabra "criadas", da cuenta de las actividades que estas realizan y termina con puntos suspensivos, dando cuenta de que todas cuentan cosas similares e igual de banales.
Sonaban los hierros del tren sobre las vías cruzadas. Con la niebla, no se distinguía la Catedral.
Esta es la frase con la que el narrador Pablo Klein cierra el texto y es significativa, sobre todo, cuando se la compara con lo que él mismo sostiene cuando llega a la ciudad: "Casi me iba a dormir del todo, cuando oí decir a alguien en el pasillo que ya se veía la Catedral, y salí" (27). Es decir que Pablo llega y se va de la ciudad en tren y, además, es la Catedral lo primero que se ve, pero lo que se desdibuja hacia el cierre.
Pablo llega a una ciudad opresiva, cargada de mandatos y normas relacionadas con el nacional-catolicismo de la era franquista. En ese ambiente, hay personajes que se sienten agobiados. Cuando Pablo se va y la Catedral queda indistinguible entre la niebla, se alegoriza sobre cómo, fuera de esa capital de provincia, quizás el influjo represivo de la religión no sea tan fuerte. Julia, además, es la que viaja ahora en el mismo vagón que él: se va a trabajar y a vivir con su novio, rompiendo así los preceptos paternos y los eclesiásticos.