Resumen
Capítulo 4
Este capítulo está narrado por Pablo Klein. Al tercer día de su estancia en la ciudad, el joven profesor todavía no sabe si quedarse o irse: muerto el director del establecimiento, no tiene pretexto su estadía allí. Sin embargo, se da cuenta de que el verdadero sentido de su viaje está relacionado, desde el comienzo, con volver a la ciudad en la que vivió de niño. Durante esos días, recorre la ciudad e intercala la mirada de turista con la del que recuerda.
Ese día, decide visitar a la familia de Rafael Domínguez. La casa está llena de gente ofreciendo su pésame. Elvira, la hija de Rafael, lo recibe y lo reconoce: lo ha visto en una fotografía de su padre tomada en Suiza, en un congreso, un año atrás. Ella lamenta no haber asistido a ese viaje y se muestra turbada por la situación que está atravesando.
Ante el estado de la joven, se acerca Teo, su hermano, quien lleva a Pablo hacia un grupo de hombres. Allí, el profesor, quien no deja de pensar en Elvira, le cuenta que ha viajado para dar clases de alemán en el Instituto. Teo le comenta que el señor Salvador Mata será el nuevo director y se compromete a hablar con él para que le dé la vacante. Tras un rato, Pablo se despide y sale de allí con un muchacho llamado Emilio del Yerro, amigo de Teo, quien le ofrece su amistad y charla animosamente. Emilio halaga a Elvira y le promete presentarle a sus amigos, sobre todo a Yoni, que tiene un estudio en el ático del Gran Hotel.
Capítulo 5
Gertru, vestida con un traje de glasé y tacos, invita a Natalia a merendar a su casa tras asistir, junto al padre de Gertru, a la plaza de toros. La chica quiere llevar a su amiga al Casino para que conozca a Ángel, su novio. Al llegar, el muchacho las escolta hasta la mesa, al lado de la pista de baile. Allí los espera Manolo Torre, quien alaba la belleza de Gertru y le asigna nueve puntos. Natalia parece estar algo incómoda ante el avasallante Manolo. Él la invita a bailar, pero ella se niega y aprovecha para irse del lugar alegando dolor de cabeza.
Toñuca y Marisol también se encuentran allí. Desde la pista observan a Manolo: Marisol se muestra interesada en él y Toñuca le cuenta que es el muchacho que le gusta a Goyita. Cuando Manolo se levanta de la mesa, se dirige hacia Marisol y, a pesar de la advertencia de Toñuca, esta acepta y una vez afuera se seducen mutuamente.
Cuando Tali llega a su casa, Julia la ve desde el mirador y deciden salir a dar una vuelta juntas. Llegan hasta la Catedral y Tali le propone ascender a la torre, a la que Julia nunca ha subido. No llegan hasta la cima: Julia se detiene en el trayecto y se pone a llorar. Le confiesa a su hermana que está angustiada porque quiere ir a Madrid a visitar a su novio, pero su padre no se lo permite; por tanto, está peleada con ambos, ya que ninguno entiende razones. Tali le dice que si ella está decidida a casarse con Miguel, debe hacer lo que él le pide y le promete que cuando pasen las ferias la ayudará a convencer al padre.
Capítulo 6
Vuelve a narrar Pablo Klein y cuenta que se hospeda en la modesta Pensión América. Una noche decide cenar allí y en el comedor conoce a una mujer de uñas rojas y afiladas que lo invita a su mesa. Se trata de Rosa, la animadora del Casino, quien también vive allí.
A medida que el lugar se va llenando de gente, Pablo se incomoda, porque todos dirigen sus miradas hacia ellos. Rosa lo invita a su cuarto a mirar fotos de su pueblo, pero no puede terminar de mostrárselas porque, como está borracha, comienza a sentirse mal. Él la recuesta; ella le agradece y le pide que salga sin hacer ruido para que nadie lo vea salir del cuarto.
Capítulo 7
Julia acude al confesionario del Padre Luis. Está muy angustiada por los malos pensamientos y las tentaciones que la aquejan, sobre todo en sueños, y por la sensación lujuriosa que le queda tras ello. Sueña, por ejemplo, que se baña junto a su novio, como ya lo hizo algún otro verano en Santander. Cuenta también que incluso le escribe cartas sugerentes a Miguel. El cura le dice que Dios ya la ha perdonado antes, que también lo hará ahora y le recuerda que ella es fuerte. Ella promete romper la carta: así lo hace cuando sale de la iglesia.
Al llegar al portal de su casa, encuentra a Miguel parado allí, que ha llegado para darle una sorpresa con su visita. Él no la deja entrar: quiere aprovechar la tarde y llevarla hacia el río. Ella insiste en pasar por el cine, para avisarles a Goyita y a Isabel que no asistirá a la función, y le dice que, mientras ella hace eso, él puede aprovechar para ir a la barbería. Él se molesta ante las recriminaciones por su aspecto general y se niega. Cuando llegan al cine, no muestra ni un ápice de simpatía con las muchachas y las critica al irse.
En el camino hacia el río, la pareja continúa discutiendo: Miguel le dice que ha llamado por teléfono a su casa y que no ha saludado a su padre. Julia le recrimina su egoísmo, dado que esa conducta no la ayudará a conseguir el permiso de su padre para ir a Madrid a verlo. Él, enojado, le dice que ella tiene veintisiete años, dando a entender que es algo mayor para contar con tantos permisos paternos. Finalmente, deciden dejar de discutir y se besan, a pesar de los reparos de la joven.
Análisis
La mirada extrañada del narrador Pablo se vuelve a poner en evidencia en el cuarto capítulo, pero, además, se nos revela que no es la primera vez que está en esa ciudad, sino que su presencia allí constituye un regreso y que, tal vez, volver a estar allí es el verdadero objetivo del viaje. La mirada, entonces, intercala la percepción del que se encanta cual turista ante lo desconocido y la del que reconoce, con cierta nostalgia, el lugar donde ha sabido ser feliz. Aquí se incorpora, a través del recuerdo y del reconocimiento, la infancia como paraíso perdido, cargada de imágenes tanto visuales, relacionadas con la superposición de los recuerdos y los cambios percibidos en el paisaje, como táctiles y sensoriales: "Me parecía sentir entonces la mano de mi padre agarrando la mía, y me quedaba parado casi sin respiro, tan inesperada y viva era la sensación" (50).
En la escena costumbrista que se representa en la casa de la familia Domínguez, el funeral del padre, Pablo conoce a Elvira, quien lo impacta desde un primer momento. Y también conoce a Emilio. Él le habla maravillado sobre ella. Las expresiones que utiliza para referirse a ella y la estima que Emilio siente por Elvira contrastan con la forma misógina en la que en el capítulo siguiente se expresan Ángel Jiménez y Manolo Torre. Al conocer a la novia de su amigo, Manolo le asigna un puntaje, como si fuera un objeto: "Pues un nueve bien largo. Palabra" (66). Además, actúa de manera grosera e insistente con Natalia, quien se incomoda con su comportamiento y decide irse del Casino.
Quien sí se queda allí es Marisol, la moderna madrileña, que ha tenido la oportunidad de irse del salón de té, lugar reservado para las mujeres en el Casino, y seduce y se deja seducir por Manolo: "Manolo la cogió del brazo; vió que se dejaba" (71). Este comportamiento típico de lo que Martín Gaite denomina en sus ensayos como "chica topolino" de Marisol es causa del posterior alejamiento de Goyita, que está interesada sentimentalmente en Manolo.
El narrador objetivo en tercera persona que relata el encuentro entre Manolo y Marisol en el balcón del Casino se desliza, como una cámara, hacia la calle para mostrar la partida de Natalia, que camina sola hacia su casa. Al llegar al portal y ver a Julia en el balcón, Natalia le propone salir a caminar, por lo que la narración se desplaza, otra vez, por las calles de la ciudad, hasta la Catedral. Esta es la forma lineal en la que se suceden las escenas de la novela.
La Catedral se presenta, en el centro de la ciudad, como un ojo vigilante y disciplinador: un recuerdo constante de la religión. Las muchachas suben su torre, desde la que se puede ver toda la ciudad y que es alegórica del poder sobre el que se extiende la ideología propuesta por el régimen franquista. De hecho, es llamativo que en la cima de la torre, un reloj marque la hora y sea el recuerdo para las muchachas de que es momento de volver a casa: "Encima de sus cabezas chirrió la maquinaria del reloj, que era grande como la luna, anunciando que iban a ser las nueve y media en la ciudad" (74).
Uno de los pocos personajes que encuentra un interlocutor válido es Julia. Su conversación falla con los hombres, pero no con su hermana, que parece ser la única capaz de escucharla, comprenderla y aconsejarla, dado que las dos, por diferentes objetivos pero ambos relacionados con romper la ley paterna, se distancian del estereotipo de la joven española tradicional. En cambio, con los hombres con los que Julia intenta mantener un diálogo, falla.
En la Catedral, a Julia la acomete un ataque de llanto debido a una pelea previa con el padre: "Pero yo no le quiero pedir perdón, yo no le tengo que pedir perdón de nada. Me quiero ir a Madrid, me tengo que ir. Si vuelvo a hablar con él es para decirle otra vez lo mismo. Se enfada y no quiere entender" (73). Julia se refiere a que quiere irse a Madrid para ver a su novio. Su padre no se lo permite y no entiende sus razones. Ella siente que volver a hablar con él es en vano porque no la entiende, pero tampoco quiere hacerlo, es decir, es autoritario en su decisión. Su hermana mayor y su tía están de acuerdo con el padre, como guardianas de la tradición y las convenciones sociales.
En el capítulo seis, Julia visita al padre Luis en la iglesia y le confiesa, con detalles, las tentaciones carnales que está atravesando y que la carcomen. El padre le otorga el perdón rápidamente y le aconseja no asistir tanto al cine, "el mal consejero, ese dulce veneno que os mata a todas" (83); incluso se apura cuando ella insiste en seguir: "Julia quería hablar más, pero don Luis tenía voz de prisa. Ahora las mentirillas, el cotilleo, las malas contestaciones a la tía. Dos Luis escondió un bostezo" (84). Tras la penitencia y la absolución de este cura que no comprende las razones reales de la desesperación carnal de Julia, hay otro interlocutor ilegítimo. Y, además, otro perpetrador de las normas sociales. Primero, Julia se enfrenta a la autoridad paterna, el jefe de su hogar; luego, a la autoridad eclesiástica, el jefe de la moral cristiana. El cura no hace más que cumplir con su trabajo, demostrando en su actitud de desgano y desinterés que el único objetivo de esas normas impuestas son su cumplimiento. Es un problema de forma y no de contenido: no está interesado en lo que le pasa a su feligresa sino en que siga el camino impuesto.
El tercer hombre con el que se enfrenta Julia es con Miguel, su novio. Miguel hace su aparición sorpresiva para tensionar nuevamente el límite que separa tradición de modernidad. El guionista madrileño, con su apariencia de James Mason, un actor británico de moda y su poco esmero en el cuidado de las apariencias, se hace presente con una campera de cuero y sin afeitar y rompe las convenciones sociales al no buscar la aceptación de su suegro. Él es un hombre decidido y determinado. Lo demuestra cuando le recuerda y recrimina a Julia por aquello que la mantiene tan angustiada: "Tienes veintisiete años, Julia. Tienes que comprender que no te vas a pasar la vida atada a los permisos para cosas que son importantes para nosotros" (89). Ella, que se encuentra en una posición angustiosa porque se debate entre seguir sus deseos o seguir los mandatos sociales, frente a su novio intenta disculpar a su familia. Esto no hace más que lograr que la conversación entre ellos se debilite: "Este tema de conversación me aburre. Me amargas la tarde por tonterías, como siempre. Para hablar de tu familia no te he venido a ver, me sobra con todas tus cartas" (90). Ella insiste y pregunta si van a casarse, quiere poner una fecha y cumplir la convención para tranquilizarse y tranquilizar así a su familia: "Hombre, contéstame por lo menos" (91). Él no tiene oídos para la tradición y su economía tampoco le permite lo que la familia de ella pretende, por lo que su plan es otro: "Es un asunto que me aburre. Me aburres con continuas cantinelas. Ya te he dicho que si se puede nos casamos en primavera. Si no, se espera y en paz. Cuando se pueda. Si tú vienes a Madrid, no hay problema, porque estaremos juntos y yo trabajaré más contigo. Nos podremos casar antes. Pero tú nunca me ayudas" (92). Julia es una joven de clase acomodada de una capital de provincias; Miguel, un muchacho que trabaja para vivir y que espera que su novia también lo haga para aportar a la vida en común. No es lo que la familia de Julia espera para ella.