La tradición y la modernidad
Tras la Guerra Civil y la imposición del gobierno dictatorial de Franco, España sufre un importante retroceso en cuestiones políticas, sociales y económicas del que le costará años recomponerse. La moral imperante es la nacional-católica, identidad ideológica del régimen, promulgada desde el poder como la única legítima y pregonada y popularizada a través de la propaganda oficial y de instituciones como la Falange Española y, especialmente, por su organismo para las mujeres, la Sección Femenina de Falange. En relación con la economía, durante el primer periodo franquista, se establece una política autárquica que tiende al ahorro y a la restricción, con la utilización, por ejemplo, de las cartillas de racionamiento.
La década del 50, que se corresponde con la última parte del primer periodo franquista, se caracteriza por ser una especie de bisagra, al estar a medio camino entre el estancamiento autárquico de los inicios y el desarrollismo que se presenta a partir de la segunda etapa del franquismo y que excede los límites de la novela, pero cuyas primeras crepitaciones se hacen visibles en algunas características de ciertos personajes. La modernidad trae consigo un desapego de las rígidas normas sociales y un encanto por lo material y los consumos culturales, como la moda y la música.
En la novela, estos temas no se abordan de manera explícita, pero los diferentes personajes, con sus actitudes y acciones, parecieran moverse entre estos dos polos. En este momento bisagra, las oposiciones entre tradición y modernidad son evidentes en una sociedad cerrada como la de una capital de provincia. Por un lado, hay personajes como Gertru, que ceden, e incluso se regocijan, en seguir los mandatos de la tradición. Ella cumple, al pie de la letra, con cada uno de los pasos para convertirse en una esposa modelo: estudia hasta que su futuro marido lo indica, pasa por el rito de ponerse de largo, organiza la reunión para el pedido de mano, escucha los consejos de su suegra y se prepara para un matrimonio próspero y para ser madre. Por otro lado, hay personajes que ponen en conflicto la norma, pero, que, finalmente, también ceden ante ella, como Elvira. Y, por último, hay una serie de personajes que no solo se ven atraídas por las fugas que propone la modernidad, sino que además rechazan y violan los mandatos: Julia, que finalmente se va a Madrid y escapa de la metafórica cárcel paterna para trabajar y estar con su novio; Natalia, que busca continuar sus estudios como universitaria.
Los personajes secundarios también se muestran de un lado u otro de esta dicotomía. Por un lado, están las guardianas de la tradición, como la tía Concha, el arquetipo de la solterona; la madre de Elvira y Teo, que guarda y hace guardar el luto obligatorio por la muerte de su marido. Por otro lado, se hallan los representantes de la modernidad, como Yoni, el adolescente rico que trae costumbres norteamericanas y música francesa; su hermana Teresa, que está separada de su marido y es lesbiana; la joven madrileña Marisol, que representaría para la época lo que, de acuerdo con lo que postula la autora en otros trabajos ensayísticos, "la chica topolino", que rompe con la formalidad y llama la atención con sus atuendos y actitudes desinhibidas.
El sometimiento de las mujeres
La mayor parte de los personajes de la novela son mujeres y construyen una voz colectiva o coral a través de las conversaciones que mantienen sobre temas aparentemente banales que, en realidad, esconden un hecho fundamental de la vida a partir de la posguerra en España: la doctrina patriarcal a la que son sometidas. La mujer española de mediados de siglo no está en condiciones de elegir libremente sobre su vida. Se halla destinada a una vida de sometimiento a la figura, primero, del padre y, luego, del marido. El lugar que tiene asignado es el del interior del hogar y las actividades permitidas tienen que ver con el cuidado de la familia y de la casa.
Si bien no se hace mención explícita a cuestiones de índole histórica en la novela, conocer el contexto explica el comportamiento de la sociedad que aparece representada. Durante el régimen franquista, la Sección Femenina de Falange, liderada por Pilar Primo de Rivera, hija del dictador Miguel Primo de Rivera y hermana de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española, impone un ferviente catolicismo y un retroceso de la mujer que queda relegada al hogar, lugar que, de acuerdo con sus preceptos, le corresponde. El régimen, de esta manera, dictamina cómo debe comportarse la mujer y utiliza a las instituciones para sus propósitos adoctrinadores: la familia, la iglesia y el Instituto de Enseñanza Media. Los derechos de las mujeres conseguidos hasta la culminación de la guerra civil sufren un retroceso en función de lo que se plantea como una recuperación de las familias. Para tal fin, las mujeres quedan a merced de la autoridad familiar masculina.
En la novela, hay algunas mujeres que son conscientes de estar en una situación desigual y, por tanto, tratan de escapar de la norma; otras, en cambio, no presentan ningún o casi ningún reparo en continuar con el modelo establecido. Así se demuestra en la abrumadora cantidad de conversaciones que mantienen las jóvenes sobre la necesidad de encontrar un marido próspero, tener hijos, mantener la casa, etc.
Las que intentan romper los mandatos sociales son percibidas por el resto como distintas o "chicas raras", que es la calificación que Martín Gaite asigna en uno de sus estudios ensayísticos a las chicas que salen de la norma y buscan romper con lo establecido. En la novela, este rol lo interpreta Natalia y, en cierta medida también, Elvira, Julia y Rosa.
El matrimonio
El matrimonio está presentado en la novela como una institución opresiva para las mujeres y, además, como el destino natural y esperado para ellas; y, con él, la maternidad. El peligro de no casarse es quedarse soltera y, por ende, convertirse en la estereotipada "solterona". Para casarse, las mujeres deben pasar por diferentes etapas: la de ponerse de largo, la del noviazgo, la del pedido de mano y, finalmente, la de la unión conyugal. Es, además, esperable, que las muchachas se casen con hombres económicamente sustentables. Esta educación para el casamiento es la que Natalia le reprocha a su padre: "la tía Concha nos quiere convertir en unas estúpidas, que sólo nos educa para tener un novio rico, y que seamos lo más retrasadas posible en todo, que no sepamos nada ni nos alegremos con nada, encerradas como el buen paño que se vende en el arca y esas cosas que dice ella a cada momento" (229).
El matrimonio permite que una mujer pase del cobijo paterno al del marido. Esto se evidencia, por ejemplo, en el personaje de Gertru. Su novio, antes incluso de casarse, le anticipa que él es el que manda en la relación y que el lugar de ella es el de la sumisión y el hogar. Cuando ella intenta continuar sus estudios, él no solo se niega sino que, además, para cambiar de tema, trae a colación la nueva cocina que hará en la casa que la pareja compartirá una vez casados.
Por último, se puede estar bien casada o mal casada. Ejemplo de esto es la infelicidad que manifiesta Josefina, la hermana de Gertru, que se ha casado "a disgusto de la familia" (233) con una persona de baja condición social.
La religión católica
La religión católica es la que impone las bases morales del comportamiento válido de los personajes de la novela y se extiende como un velo sobre todos. Es parte del escenario de la ciudad y forma parte importante de la vida cotidiana de sus habitantes. Esto se infiere desde el principio de la novela y, sobre todo, a partir de la mirada externa que propone el personaje de Pablo Klein. Los viajeros del tren notan que están llegando cuando avistan el principal edificio del lugar, la imponente Catedral, que se ve, dada su magnitud, desde la la entrada a la ciudad. Al descender del tren y tomar el autobús, Pablo observa por la ventanilla: una procesión de mujeres portan velas, cantan al Redentor y son seguidas por un grupo de monaguillos. Cuando asiste por primera vez a la casa de Teo y Elvira, nota que la del Correo es una estrecha "calle de iglesias y conventos" (52). Desde el balcón de Elvira se puede ver la tapia del jardín de las Clarisas. Una noche, Julia y Natalia salen a caminar y terminan, sin querer, metidas en el Barrio chino, sitio al que siempre le aconsejan a las chicas de buena familia que no acudan. Ante los nervios de Natalia, vuelven a la parte permitida de la ciudad y Natalia, la narradora, dice: "Salimos a lo conocido. En la iglesia de Santo Tomás estaban tocando para el rosario, y se veían bultos de
señoras en la puerta" (224).
Así como el paisaje de la ciudad queda enmarcado por los edificios y lugares destinados al culto, las acciones cotidianas de los habitantes también se relacionan con ello. De la crianza de las hermanas Ruiz Guilarte, desde el fallecimiento temprano de su madre, se hace cargo la creyente tía Concha, quien se encomienda a Jesús ante cualquier evento desafortunado o tiene salidas con las amigas que consisten en juntarse a rezar el rosario. Julia, ante la tentación de la carne, se confiesa en la iglesia, tratando de encontrar una respuesta y alivio en las palabras del cura. Alicia, ante los problemas en su casa, reza y llora de rodillas en la Iglesia del Sancti Spiritus.
La educación
Uno de los pilares desde donde se sostiene la ideología del régimen franquista es a través de su sistema educativo, dado que las instituciones dedicadas a la enseñanza pretenden adoctrinar a su alumnado y eliminar los vestigios de la educación dictada durante la Segunda República, el régimen democrático previo que, entre otras medidas, impulsa la educación pública, la no obligatoriedad de la asignatura religiosa y la coeducación, es decir, la educación equitativa para ambos géneros.
La educación durante el franquismo instaura una ideología nacional-católica, separa a los estudiantes por género y coloca frente a las clases a profesores afines al régimen. En la novela, a Pablo le asignan la vacante en el Instituto femenino, "porque los alumnos estaban separados por sexos y tenían distintos horarios y profesorado" (96). La entrevista con el director la mantiene en una sala coronada por el retrato de Franco en la pared. Consigue el puesto por la confianza que guarda el nuevo director en las decisiones del finado director Rafael Domínguez: "Le presenté algunos certificados que llevaba acreditando que había enseñado en otros pensionados extranjeros y apenas les echó una ojeada rápida. «No hace falta —dijo— ya sé yo que don Rafael sabía escoger a sus profesores»" (96).
Al principio, Pablo no se comporta como un profesor tradicional y aplica una pedagogía moderna: da sus clases al aire libre, no coloca notas a sus alumnas ni contabiliza las ausencias. Luego, frustrado ante el fracaso de sus intenciones y antes de abandonar el curso sin siquiera terminarlo, se amolda al régimen institucional:
Me aburrí de los paseos con las niñas y empecé a pasar lista y a poner faltas de asistencia, porque don Salvador me dijo que no estaban preparadas para tener disciplina de otra manera, que me rogaba que lo hiciera así. Por lo visto mis métodos extrañaban demasiado a todos. También me señaló un libro de texto que debía seguir en adelante. (244)
No se espera que las mujeres estudien una carrera superior luego de terminado el bachillerato, dado que el lugar asignado a la mujer es el del hogar. Esto se halla tan naturalizado que ni siquiera se les presenta como opción. Por ejemplo, en Natalia, la posibilidad de seguir una carrera se le presenta como posibilidad luego de que Pablo se lo mencione. Ángel no le permite a Gertru terminar el bachillerato, dado que no lo considera necesario para la vida que le espera: "Para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni geometría; conque sepas ser una mujer de tu casa, basta y sobra" (171).
Otra de las cuestiones relacionadas con la educación es que hay una división tajante entre clases y su acceso a los estudios. Las jóvenes que asisten a los Institutos de Enseñanza Media son de clase baja. Para las estudiantes de mayor poder adquisitivo están reservados los colegios privados religiosos. Por eso llama la atención que Natalia, hija de un hombre adinerado, asista al Instituto: "Por lo visto, las chicas de familias conocidas lo corriente, cuando hacían el bachillerato, era que lo hicieran en colegios de monjas, donde enseñaban más religión y buenas maneras, y no había tanta mezcla" (210). Incluso, en el interior del edificio que alberga el Instituto se perciben las carencias del lugar:
... la parte que ocupaba ahora el Instituto no era más que un ala muy reducida de los dos grandes pabellones que estaban a continuación, propiedad todo de los jesuítas [...] luego la Orden había necesitado más espacio y se iban adueñando cada año de lo que habían cedido al Instituto, como si lo reconquistaran. (208)
Esta última palabra cobra aquí un doble sentido: reconquistan un espacio real y uno ideológico con la imposición de la ideología nacional-católica.
Por último, y en relación con la desigualdad económica, si algunas chicas, como Natalia, se pueden permitir pensar en continuar estudios superiores a pesar de las trabas impuestas por la sociedad, hay otras que no pueden aspirar ni siquiera a pensarlo. Esto lo da a entender Alicia Sampelayo cuando Natalia le pregunta si va a seguir estudios posteriores: "No voy a hacer carrera [...] Bastante si termino el bachillerato. Es muy caro hacer carrera y se tarda mucho. Tú sí harás, con lo lista que eres" (189). Alicia debe comenzar a trabajar apenas terminada la escuela: no hay otras posibilidades para una joven de clase obrera.
La incomunicación
En la sociedad patriarcal en la que se desarrollan las acciones de la novela, una constante es la incomunicación. Y esto, por lo general, es un problema que atraviesan las mujeres, quienes no encuentran un interlocutor legítimo ante los problemas que las aquejan.
Al principio, esto puede verse en las confesiones del diario de Natalia. Ella escribe para sí misma, porque no hay nadie con quien pueda conversar sobre su rechazo a crecer para cumplir con los mandatos sociales de casarse y tener hijos. No entiende a su amiga Gertru, que está feliz por ponerse de largo: ella prefiere seguir jugando como en su infancia. Tampoco tiene de qué hablarle a quien antes fue su amiga cercana, porque no comparte su visión de mundo.
Esta ausencia de interlocutor también se puede notar en Gertru. Ella se va a casar y, por tanto, cumplir con los mandatos impuestos, pero no logra comunicarse con su novio, dado que él no la entiende ni trata de hacerlo. Gertru reclama: "Ángel, vamos a hablar. No hablo nunca contigo" (237); pero él la desestima: "Pero de qué vamos a hablar, tonta" (237). Lo mismo le sucede a Julia cuando quiere confesarle sus preocupaciones a su novio y él expresa su aburrimiento en reiteradas oportunidades. Incluso, el cura que la confiesa se muestra aburrido y le habla con prisa para dejarla ir pronto y casi sin terminar de oírla.
Elvira también sufre la incomunicación con los dos hombres con los que triangula un contacto amoroso: Emilio no parecer terminar de comprender la sensación de encierro y abulia que ella está pasando; Pablo se muestra desinteresado frente a su emoción.
La huida
Los personajes que no naturalizan los mandatos sociales e intentan rebelarse ante ellos encuentran la huida como única salvación para continuar su vida y buscar una posible felicidad. En esa capital de provincia no hay posibilidad de supervivencia si no se siguen las normas, por lo tanto, irse es la única salida. Al finalizar la novela, el tren parte llevándose en el mismo vagón a Pablo y a Julia.
Tras un largo periodo de sufrimiento en el que debe luchar contra las imposiciones sociales y los permisos paternos, Julia decide abandonar la ciudad para encontrarse con su novio en Madrid. Su padre todavía no lo sabe, pero ella no va a volver: "El novio le ha encontrado allí un trabajo, pero mi padre no sabe nada todavía, se cree que vuelve después de las Navidades. Se lo tendré que decir yo cuando sea" (254-255), le confiesa Natalia a su profesor cuando lo encuentra en la estación.
Pablo, que ha llegado para trabajar y recordar su infancia, se encarga, durante su estadía en la ciudad, de cambiar la perspectiva de algunos personajes y plantearles que existen otras posibilidades fuera de las que establecen los mandatos sociales. Cuando se da cuenta de que su tarea como profesor allí ya no tiene sentido, porque no puede más que hacer lo que el director ordena, y que su futuro con Elvira no es posible porque a ella le pesan más las apariencias que lo que realmente desea, decide irse de allí: "Todavía no sabía bien a dónde iría, pero sabía que no iba a volver" (254).
Antes de la partida de estos dos personajes, Natalia menciona la posibilidad de que ella también se vaya y Pablo le aconseja que su hermana, que estará en Madrid, haga las averiguaciones necesarias sobre los programas de la carrera que Tali quiere seguir.