Estrella distante

Estrella distante Resumen y Análisis : Capítulos 9-10

Resumen

Capítulo 9

“Ésta es mi última transmisión desde el planeta de los monstruos. No me sumergiré nunca más en el mar de mierda de la literatura. En adelante escribiré mis poemas con humildad y trabajaré para no morirme de hambre y no intentaré publicar” (p.138). Así comienza Arturo el noveno capítulo de la novela.

Entre las revistas que Romero le deja, Arturo encuentra dos que llaman su atención. Antes de adentrarse en por qué estas revistas le atraen, le parece pertinente hablar de la secta de los escritores bárbaros y Raoul Delorme, su fundador. Para los escritores bárbaros, el aprendizaje se daba en el encierro y la escritura. Según Delorme, había que fundirse con las obras maestras: “Esto se conseguía (...) defecando sobre las páginas de Stendhal, sonándose los mocos con las páginas de Víctor Hugo, masturbándose y desparramando el semen sobre las páginas de Gautier o Banville, vomitando sobre las páginas de Daudet, orinándose sobre las páginas de Lamartine, haciéndose cortes con hojas de afeitar y salpicando de sangre las páginas de Balzac o Maupassant” (p.139). Delorme llamaba a esto un proceso de humanización.

Junto a textos de esta secta hay textos de un tal Jules Defoe, un ensayo y un poema. Tiene, sin mucha explicación, la corazonada de que ese tal Defoe es Carlos Wieder. En el ensayo, el poeta habla de la revolución pendiente de la literatura, que no es otra cosa que su propia abolición, cuando la poesía la hagan los no-poetas y la lean los no-lectores. Del poema, según Arturo, había poco que decir.

Capítulo 10

Arturo no vuelve a ver a Romero hasta dos meses más tarde. Este último regresa a Barcelona diciendo que tiene localizado a Defoe, en esa misma ciudad. Irónicamente, “ha estado todo el tiempo aquí al lado, junto a nosotros” (p.144), dice Romero.

En el tren a Blanes, Romero le cuenta a Arturo sus planes para hacerse funebrero luego de completar esta misión. Arturo lo escucha poco. Siente nostalgia por el pasado, por Bibiano, por Marta Posadas. Por un momento piensa que detrás de Romero está Bibiano pagando por esta investigación. Se lo pregunta al detective, pero este lo niega. “Su amigo [Bibiano] no tendría dinero ni para que yo pudiera empezar” (p.148).

Toman un autobús a Lloret. Cruzan por delante de lo que en teoría es el edificio donde vive ahora Carlos Wieder, pero pasan de largo. Van hacia un café, y Romero le dice a Arturo que se quede allí a esperar. Wieder vendrá eventualmente por su café de cada día y allí Arturo podrá, o no, reconocerlo.

Efectivamente, luego de un rato, llega Wieder. “Por un instante (...) me vi a mí mismo casi pegado a él, mirando por encima de su hombro, horrendo hermano siamés, el libro que acababa de abrir” (p.152), dice Arturo. Wieder, como bien predijo Romero, no reconoce a Arturo.

Luego, Wieder se marcha, y vuelve Romero al café. Arturo le confirma la identidad del poeta aviador al detective. Van hasta el edificio de Wieder, y el detective le dice a Arturo que lo espere en un banco de la plaza. Arturo así lo hace, no sin antes pedirle a Romero que no lo mate.

Al rato, Romero vuelve. Juntos se van hasta Barcelona nuevamente. Allí, Romero le paga a Arturo lo acordado y se despiden.


Análisis

Antes de analizar el cierre de la trama de Estrella distante, podemos detenernos en otro de los pasajes que se sale de la línea narrativa principal. Cuando Arturo toma las revistas de vanguardia fascista en las que tiene que intentar encontrar rastros de Wieder, se detiene en la figura de un tal Raoul Delorme. Delorme había sido el fundador de una secta, los escritores bárbaros. Así como hay una línea de análisis que se mantiene a lo largo del texto en relación con el motivo del doble, hay una línea también que es sostenida por una unidad temática que es muy importante en toda la obra de Bolaño: la relación entre vida y obra. En el caso de Wieder ya hemos visto cómo este vínculo es llevado al extremo del horror y lo macabro. En el caso de Raoul Delorme, el foco está más bien puesto en lo escatológico y la unión fisiológica entre los poetas (o aspirantes a poetas) y los textos canónicos de la literatura.

Según Delorme, había que fundirse con las obras literarias. “Esto se conseguía (...) defecando sobre las páginas de Stendhal, sonándose los mocos con las páginas de Víctor Hugo, masturbándose y desparramando el semen sobre las páginas de Gautier o Banville, vomitando sobre las páginas de Daudet, orinándose sobre las páginas de Lamartine, haciéndose cortes con hojas de afeitar y salpicando de sangre las páginas de Balzac o Maupassant” (p.139). Debemos pensar, y esto le da sentido al relato de las prácticas de esta vanguardia, que toda dictadura se considera a sí misma una “vanguardia”. Todas ellas vienen a “abrir los ojos” al hombre común y se autoproclaman redentoras; a la vez, se tornan monstruosas en su radicalización. Como Marinetti en la Italia fascista, Wieder de alguna manera es el lugar de encuentro entre las vanguardias artísticas y las dictaduras políticas. Arte y política se unen, en este caso, en el terror.

Como se menciona en el resumen, Arturo atiende sobre todo a dos revistas de todas las que Romero le trae para investigar. En una de ellas encuentra un poema, que no merece según él reflexión alguna. En la otra revista, en aquella en la que se habla de Delorme, hay una especie de ensayo, firmado, como el poema, por un tal Dafoe: a pesar de que el narrador dice tener una fuerte corazonada de que ese es Carlos Wieder, no nos dice exactamente por qué, en qué fundamenta dicha corazonada. Si todas las revistas literarias que Romero trae son fascistas o filonazis, resulta cuanto menos extraño que el narrador se aferre específicamente a ese texto. En cierta medida, es un modo de darle la razón a Abel Romero cuando decía que para encontrar a un poeta hacía falta otro poeta, cosa que jamás explica en su totalidad. La poesía tiene en Estrella distante, entonces, un aura de irreductibilidad, una parte incognoscible; no podemos comprender cómo lo hizo, pero el narrador sabe que encontró a Wieder entre todas esas revistas, y esto se confirma cuando Abel Romero tiene éxito en la búsqueda gracias a este dato.

Al volver, luego de algunas semanas, Romero le dice a Arturo que encontró a Dafoe, casualmente en las afueras de Barcelona. Aquí llegamos al clímax de la novela: el joven escritor va a sentarse en un bar, solo, por indicación de Romero, a esperar a que llegue Dafoe a tomar su café de cada día. Arturo en ese momento sabrá si se trata de Carlos Wieder o no; dice cree que puede reconocerlo. Llegado este punto, no es el dinero lo que parece atraer y atrapar al narrador, sino la pesquisa en sí misma, a pesar del temor. El comienzo de este capítulo da cuenta del miedo de Arturo: “Ésta es mi última transmisión desde el planeta de los monstruos. No me sumergiré nunca más en el mar de mierda de la literatura. En adelante escribiré mis poemas con humildad y trabajaré para no morirme de hambre y no intentaré publicar” (p.138). Además de preparar el terreno para lo que se viene, en este fragmento cabe resaltar que a pesar de que no hay en todo el texto una definición de poesía, queda claro que el oficio de escribir corre por un carril y la poesía por otro. Arturo se propone escribir sus poemas con humildad, pero no sumergirse más en el mar de mierda de la literatura. “Trabajar” es hacer un poco lo que hizo Diego Soto: escribir a pedido, traducir a pedido, sin comprometer en principio la propia vida. (Decimos "en principio" porque, como vimos, Diego Soto muere fruto de su indestructible sentido de la justicia).

Dafoe es entonces Carlos Wieder. Arturo lo reconoce apenas entra el poeta aviador al bar. Si en un principio podemos pensar en Carlos Wieder como la contraparte siniestra de un poeta como Arturo, Stein o Soto, en este encuentro esa distancia entre ambos paradigmas se acorta. Mientras los dos están sentados cada uno en su mesa del bar, se quiebra esta diferenciación poco a poco, y el motivo del doble llega a su expresión máxima. Es decir, alcanza su sentido más siniestro, que tiene que ver con la cercanía de lo que parecía diferente: “Miraba el mar y fumaba y de vez en cuando le echaba una mirada al libro. Igual que yo, descubrí con alarma, y apagué el cigarrillo e intenté fundirme entre las páginas de mi libro” (152). La presencia de Wieder como su doble causa en Arturo angustia y terror. En este momento, la perturbadora cercanía entre Wieder, que “es un hombre y no un dios” (p.33), y Arturo, provoca absoluta tensión: “Por un instante (...) me vi a mí mismo casi pegado a él, mirando por encima de su hombro, horrendo hermano siamés, el libro que acababa de abrir” (p.152).

Wieder, ahora mayor, tomando café en las afueras de Barcelona, no parece un poeta, así como no parece nada de lo que supuestamente fue. Lo mismo, de alguna manera, sucede con los poetas chilenos de aquellas generaciones que enmudecieron ante el horror. En Estrella distante observamos que los “verdaderos poetas” –Stein, Soto, las hermanas Garmendia, probablemente el narrador o Bibiano– enmudecen. Enmudecen, desaparecen, parten a un exilio sin futuro o mueren. Wieder, en cambio, es el único que persiste en todos esos años en su proyecto “vanguardista” hasta el patetismo, hasta desvanecerse entre las páginas de revistas fascistas europeas de poca monta. Lo que queda, finalmente, es un doble siniestro de la poesía, una resaca de ese horror.

La novela se cierra sin que sepamos exactamente qué ocurre con Carlos Wieder. Tal vez Romero, que usará el dinero fruto de ese trabajo para volver a Chile y poner su agencia de pompas fúnebres, lo asesina. Pero no lo sabemos con certeza. Solo sabemos que “este asunto ha sido particularmente espantoso” (p.157). Estrella distante nos recuerda que el horror, como Wieder, cuyo nombre vimos que significaba “una y otra vez”, puede volver.

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