En su célebre texto El narrador, el escritor Walter Benjamin mencionaba a los soldados que volvían enmudecidos del campo de batalla en la Primera Guerra Mundial. Desde ese momento, y sobre todo luego de la Segunda Guerra Mundial, grandes intelectuales discuten la posibilidad o no de narrar el horror. Si hay experiencias que no pueden ser narradas debido a sus efectos sobre el hombre, o si es que el hombre no encuentra fácilmente, pero puede hacerlo, los medios para canalizar en el discurso esas experiencias traumáticas.
Sabemos que Roberto Bolaño busca una aproximación en Estrella distante a lo que él considera el mal absoluto. Toma como telón de fondo lo que cree que representa la encarnación total del mal, la Segunda Guerra Mundial y las deformaciones posteriores del nazismo. Este recurso de tomar a la Segunda Guerra le sirve para encarar la realidad chilena de los años 70. Ahora bien, aunque se propone emprender un relato sobre los años del Golpe de Estado, no necesariamente es porque considere que todo horror es plausible de ser fácilmente narrado. No caben dudas de que la experiencia del horror provoca una crisis de comunicabilidad que repercute en la organización de los textos: se alteran las posibilidades de intercambiar y transmitir lo vivido a otros. Pensemos, en este caso, en lo que le pasa a Tatiana von Beck Iraola al entrar en la habitación donde están colgadas las fotografías de Carlos Wieder en la novela: se suceden el vómito, la mirada desvanecida, la salida abrupta y, para siempre, la aversión por el grupo de gente que estaba presente ese día. Para abordar el horror hay que buscar, entonces, maneras particulares. En este caso, mostrar el efecto de las fotografías en lugar de describirlas con lujo de detalle es una.
En primer lugar, parece como si luego de la Segunda Guerra Mundial los lenguajes de la narración en este siglo y el anterior estuvieran agotados. Cada vez son más escasos, sobre todo al abordar experiencias perturbadoras en el tejido social, los relatos lineales y realistas de estas experiencias. Ha ganado terreno en la literatura de los últimos cincuenta años el barroco, las deformaciones del género policial y el policial negro, del fantástico, del maravilloso. Nos vemos como lectores ante infinidad de novelas muy difíciles de clasificar en los géneros narrativos tradicionales, pero que buscan muchas de ellas aproximarse a este mal absoluto que tanto atraía a Bolaño. En todo caso, tanto en Estrella distante como en otros textos, la matriz del género policial (en su vertiente clásica y en su vertiente negra) siempre fue muy productiva. Bolaño toma también en esta novela elementos del wargame, del cine, de la hagiografía. Además, las voces narradoras no siempre son lineales: no hay una tercera persona omnisciente que detente el control de lo que se relata; ni siquiera la primera persona, Arturo, es un narrador estable. Si los lenguajes y recursos tradicionales parecen agotados para abordar el horror, es lícito tomar elementos de dónde sea para poder componer un discurso al respecto. En este sentido, Bolaño es un escritor sin escrúpulos a la hora de recurrir a herramientas marginales de la literatura y de otros ámbitos si estos le sirven a sus propósitos. En otras palabras, el silencio para Bolaño no es una opción. De allí esta experiencia particular de lectura que es Estrella distante.
En esta novela, entonces, la historia de Chile en los años de la dictadura no aparece en forma de crónica de hechos concatenados, no es una narración historiográfica de acontecimientos fácticos. Se trata, como en un wargame, de un juego con la realidad histórica para acentuar la elaboración imaginaria de esta historia. La irreverencia, la falta de respeto por los hechos de la realidad concreta e, inclusive, por la verosimilitud misma del relato, tiene un sentido. Para Bolaño la historia no es lineal y causal, mucho menos el mal. Ya se lo dice Abel Romero a Arturo Belano en Los detectives salvajes: “el meollo de la cuestión es saber si el mal (o el delito, o el crimen, o como quiera usted llamarle) es casual o causal. Si es causal, podemos luchar contra él, es difícil de derrotar pero hay una posibilidad (...). Si es casual, por el contrario, estamos jodidos” (Bolaño, 2019, p.152). En Estrella distante evidentemente el mal es, como dice el personaje de Greenwood, azaroso y, por ende, “estamos jodidos”.
Más que referir, desde la certeza, un mapa político nacional, Estrella distante ofrece fragmentos de un país desarticulado, con ciudadanos mutilados, literal y figuradamente, en un período histórico que se le escurre a las palabras. O, al revés, son las palabras las que por momentos se escurren. Las palabras faltan (e inevitablemente volvemos a pensar en el mutismo de los soldados de Walter Benjamin) particularmente en la escena en la cual el narrador no puede o no quiere reproducir qué es lo que las fotos de Carlos Wieder muestran. Decimos no puede o no quiere porque Bolaño tenía evidentemente una aversión por aquellos textos que fomentaban el morbo. En Estrella distante no hay una galería del terror, sino una apreciación moral sobre este horror. Las fotografías, entonces, no se describen tanto por la imagen visual representada en la palabra, sino por las reacciones de las personas que las ven. El vómito y partida abrupta de Tatiana von Beck Iraola y la indignación del dueño de casa son dos de las reacciones que interpelan a la imaginación del lector y lo empujan a la indignación a él también, a pesar de no saber exactamente qué es lo que está viendo. La narración en Estrella distante no compone armónicamente el paisaje social, sino que acentúa su desarticulación y descomposición. Bolaño logra condensar, en la figura de Carlos Wieder, poeta y responsable de crímenes, torturas y desapariciones efectuados durante los primeros años de la dictadura en Chile, la fuerza de la maldad absoluta en un marco social que la promueve y que está, a su vez, dominado por el autoritarismo.