A partir de La casa de los espíritus, es posible hacer una lectura política del realismo mágico en tanto movimiento que nivela la desmesura y lo excéntrico con lo cotidiano y lo normal. Foucault indica que, en la historia de Occidente, la sociedad de Derecho que se visualizó en las revoluciones del siglo XVIII por alguna razón en el devenir histórico se transformó en una sociedad de la norma. Así, la normalización de la sociedad implicó la puesta en marcha de sistemas para aplicar y regular la norma: las prisiones modernas, el sistema de salud, los hospitales psiquiátricos y la escuela como institución educativa. Ese pensamiento se expandió con celeridad y potencia en las colonias de Europa.
En América Latina, la desmesura propia del realismo mágico puede leerse como un indicador de la tensión que existe entre la sociedad normalizada occidental y las cosmovisiones de pueblos originarios que aún están operando en los sistemas culturales del criollaje y el mestizaje -por contacto y por herencia- de las sociedades lationamericanas. En una idiosincrasia que no otorga el mismo valor a la norma que la europea, los elementos desproporcionados de la realidad (esto quiere decir, los elementos que no pueden ser medidos, explicados o justificados por la norma y que, por eso mismo, no son normales) se presentan como reales y efectivos. El realismo mágico, en ese sentido, corre de lugar la norma occidental-europea y deja entrar a su mundo de lo dado como posible conductas, hábitos y acciones que serían juzgadas como imposibles, irreales y, en definitiva, a-normales. Y esto implica una profunda subversión política de la sociedad y sus intenciones.
La tensión entre el mundo espiritual de Clara y la lógica de Esteban Trueba es un claro ejemplo de cómo estas dos visiones se contraponen a lo largo de toda la novela.