Las descripciones físicas
Las descripciones físicas de los personajes son muy importantes, puesto que a través de elllas la narradora presenta rasgos fundamentales de la personalidad. En este sentido, los rasgos físicos y los psicológicos están interrelacionados y constituyen la principal riqueza en la semblanza de los personajes. En el capítulo 1, la presentación de Rosa, la bella, es impactante y marca el tono narrativo de toda la novela:
Su extraña belleza tenía una cualidad perturbadora de la cual ni ella escapaba, parecía fabricada de un material diferente al de la raza humana. Nívea supo que no era de este mundo aun antes que naciera, porque la vio en sueños, por eso no le sorprendió que la comadrona diera un grito al verla. Al nacer, Rosa era blanca, lisa, sin arrugas, como una muñeca de loza, con el cabello verde y los ojos amarillos, la criatura más hermosa que había nacido en la tierra desde los tiempos del pecado original, como dijo la comadrona santiguándose. Desde el primer baño, la Nana le lavó el pelo con infusión de manzanilla, lo cual tuvo la virtud de mitigar el color, dándole una tonalidad de bronce viejo, y la ponía desnuda al sol, para fortalecer su piel, que era translúcida en las zonas más delicadas del vientre y de las axilas, donde se adivinaban las venas y la textura secreta de los músculos. Aquellos trucos de gitana, sin embargo, no fueron suficiente y muy pronto se corrió la voz de que les había nacido un ángel. Nívea esperó que las ingratas etapas del crecimiento otorgarían a su hija algunas imperfecciones, pero nada de eso ocurrió, por el contrario, a los dieciocho años Rosa no había engordado y no le habían salido granos, sino que se había acentuado su gracia marítima. El tono de su piel, con suaves reflejos azulados, y el de su cabello, la lentitud de sus movimientos y su carácter silencioso, evocaban a un habitante del agua. Tenía algo de pez y si hubiera tenido una cola escamada habría sido claramente una sirena, pero sus dos piernas la colocaban en un límite impreciso entre la criatura humana y el ser mitológico. A pesar de todo, la joven había hecho una vida casi normal, tenía un novio y algún día se casaría, con lo cual la responsabilidad de su hermosura pasaría a otras manos. (p. 14)
En la descripción de Rosa se vuelcan elementos visuales que hablan al lector de lo desmesurado y conecta a los personajes con un trasfondo mágico, propio de lo real maravilloso. Así, los efectos visuales son fundamentales para la construcción de la estética en La casa de los espíritus.
Las fiestas
Las fiestas de la alta sociedad son eventos que se repiten a lo largo del libro, desde el festejo de Severo del Valle por su candidatura a una de las provincias del sur, el compromiso entre Clara y Esteban Trueba, hasta el matrimonio por conveniencia de Blanca y Jean de Satgny. Las fiestas funcionan siempre como un evento social en el que el anfitrión puede mostrar su poder económico a los invitados mediante el despilfarro de lujo en los banquetes, los vestidos y el decorado de las casas.
En la descripción visual de la fiesta de compromiso entre Clara y Esteban, a las imágenes del lujo y la opulencia se le contrastan algunas apreciaciones irónicas sobre la pretensión de austeridad de las familias de la alta burguesía:
A fin de año, cerca de Navidad, anunciaron oficialmente su noviazgo por el periódico y se colocaron las argollas en presencia de sus parientes y amigos íntimos, más de cien personas en total, en un banquete pantagruélico, donde desfilaron las bandejas con pavos rellenos, los cerdos acaramelados, los congrios de agua fría, las langostas gratinadas, las ostras vivas, las tortas de naranja y limón de las Carmelitas, de almendra y nuez de las Dominicas, de chocolate y huevomol de las Clarisas, y cajas de champán traídas de Francia a través del cónsul, que hacía contrabando con sus privilegios diplomáticos, pero todo servido y presentado con gran sencillez por las antiguas empleadas de la casa, con sus delantales negros de todos los días, para darle al festín la apariencia de una modesta reunión familiar, porque toda extravagancia era una prueba de chabacanería y condenada como un pecado de vanidad mundana y un signo de mal gusto, debido al ancestro austero y algo lúgubre de aquella sociedad descendiente de los más esforzados emigrantes castellanos y vascos. (p. 102)
A la boda de Blanca y Jean de Satigny corresponden descripciones visuales análogas, pero en ellas el lujo se tiñe del grotesco paródico y no es más que una serie de excesos que tratan de ocultar lo ridículo y forzado de esa unión:
El matrimonio que Blanca no deseaba se celebró en la catedral, con bendición del obispo y un traje de reina hecho por el mejor costurero del país, quien hizo milagros para disimular el vientre prominente de la novia con chorreras de flores y pliegues grecorromanos. La boda culminó con una fiesta espectacular, con quinientos invitados en traje de gala, que invadieron la gran casa de la esquina, animada por una orquesta de músicos mercenarios, con un escándalo de reses sazonadas con yerbas finas, mariscos frescos, caviar del Báltico, salmón de Noruega, aves trufadas, un torrente de licores exóticos, un chorro inacabable de champán, un despilfarro de dulces, suspiros, mil hojas, eclaires, empolvados, grandes copas de cristal con frutas glaseadas, fresas de Argentina, cocos del Brasil, papayas de Chile, piñas de Cuba y otras delicias imposibles de recordar, sobre una larguísima mesa que daba vueltas por el jardín y terminaba en una torta descomunal de tres pisos, fabricada por un artífice italiano originario de Nápoles, amigo de Jean de Satigny, que convirtió los humildes materiales: huevos, harina y azúcar, en una réplica de la Acrópolis coronada por una nube de merengue, donde reposaban dos amantes mitológicos, Venus y Adonis, hechos con pasta de almendra teñida para imitar el tono rosado de la carne, el rubio de los cabellos, el azul cobalto de los ojos, acompañados por un Cupido regordete, también comestible, que fue partida con un cuchillo de plata por el novio orgulloso y la novia desolada. (p. 229)
La casa de la esquina
La casa del matrimonio Trueba da nombre a la novela y es extremadamente importante a lo largo de la narración. Desde su construcción, las imágenes visuales abundan para describirla:
Esteban Trueba se puso al mando de una cuadrilla de albañiles, carpinteros y plomeros, para construir la casa más sólida, amplia y asoleada que se pudiera concebir, destinada a durar mil años y a albergar varias generaciones de una familia numerosa de Truebas legítimos. Encargó los planos a un arquitecto francés e hizo traer parte de los materiales del extranjero para que su casa fuera la única con vitrales alemanes, con zócalos tallados en Austria, con grifería de bronce inglesa, con mármoles italianos en los pisos y cerraduras pedidas por catálogo a los Estados Unidos, que llegaron con las instrucciones cambiadas y sin llaves. (p. 104).
Sin embargo, el lujo europeo que tanto desea Esteban Trueba queda opacado rápidamente por el crecimiento monstruoso de la casa a medida que se llena de espíritus y de amigos esotéricos de Clara:
[Esteban Trueba] No podía saber que aquella mansión solemne, cúbica, compacta y oronda, colocada como un sombrero en su verde y geométrico contorno, acabaría llenándose de protuberancias y adherencias, de múltiples escaleras torcidas que conducían a lugares vagos, de torreones, de ventanucos que no se abrían, de puertas suspendidas en el vacío, de corredores torcidos y ojos de buey que comunicaban los cuartos para hablarse a la hora de la siesta, de acuerdo a la inspiración de Clara, que cada vez que necesitara instalar un nuevo huésped, mandaría fabricar otra habitación en cualquier parte y si los espíritus le indicaban que había un tesoro oculto o un cadáver insepulto en las fundaciones, echaría abajo un muro, hasta dejar la mansión convertida en un laberinto encantado imposible de limpiar, que desafiaba numerosas leyes urbanísticas y municipales. (p. 105)
La casa como laberinto representa, desde lo visual, lo intrincado de las relaciones interpersonales que se establecen allí: la casa va a albergar, al mismo tiempo y en sus grandes salas, a grupos conservadores y miembros del partido socialista, a científicos y escépticos al mismo tiempo que a un séquito de espiritistas. La complejidad y los contrastes ideológicos quedan, así, representados en el laberinto de habitaciones y la mezcla de materiales en que se transforma esa mansión.
La decadencia de la casa
Tras la muerte de Clara, la casa se sume en la decadencia. En este caso, nuevamente la narradora realiza una descripción muy visual del deterioro, que se contrapone a las descripciones iniciales del lujo de La casa de la esquina:
En el transcurso de los años siguientes la casa se convirtió en una ruina. Nadie volvió a ocuparse del jardín, para regarlo o para limpiarlo, hasta que pareció tragado por el olvido, los pájaros y la mala yerba. Aquel parque geométrico que mandó plantar Trueba, siguiendo los diseños de los jardines de los palacios franceses, y la zona encantada donde reinaba Clara en el desorden y la abundancia, la lujuria de las flores y el caos de los filodendros, se fueron secando, pudriendo, enmalezando. Las estatuas ciegas y las fuentes cantarinas se taparon de hojas secas, excremento de pájaro y musgo. Las pérgolas, rotas y sucias, sirvieron de refugio a los bichos y de basurero a los vecinos. El parque se convirtió en un tupido matorral de pueblo abandonado, donde apenas se podía andar sin abrirse paso a machetazos. (...) Los temblores de tierra, los portazos y el bastón de Esteban Trueba abrieron grietas en las murallas y astillaron las puertas, se soltaron las persianas de los goznes y nadie tomó la iniciativa de repararlas. Empezaron a gotear las llaves, a filtrarse las cañerías, a romperse las tejas, a aparecer manchas verdosas de humedad en los muros. Sólo el cuarto tapizado de seda azul de Clara permaneció intacto. En su interior quedaron los muebles de madera rubia, dos vestidos de algodón blanco, la jaula vacía del canario, la cesta con tejidos inconclusos, sus barajas mágicas, la mesa de tres patas y las rumas de cuadernos donde anotó la vida durante cincuenta años y que mucho tiempo después, en la soledad de la casa vacía y el silencio de los muertos y los desaparecidos, yo ordené y leí con recogimiento para reconstruir esta historia. (pp. 311-312)
Las imágenes de la decadencia son fundamentales para construir la estética de una transición en la historia de las generaciones de la familia Trueba: con Clara muere el esplendor de la familia, y el impacto visual de la ruina es una de las formas de representarlo.