La ciudad y los perros

La ciudad y los perros Imágenes

El Colegio Militar Leoncio Prado

Numerosas veces, la narración recurre a imágenes, en su mayoría visuales, para describir el colegio en que sucede la mayor parte de la trama:

...se yerguen tres bloques de cemento: quinto año, luego cuarto; al final, tercero, las cuadras de los perros. Más allá languidece el estadio, la cancha de fútbol sumergida bajo la hierva brava, la pista de atletismo cubierta de baches y huecos, las tribunas de madera averiadas por la humedad. Al otro lado del estadio, después de una construcción ruinosa -el galpón de los soldados- hay un muro grisáceo donde acaba el mundo del Colegio Militar Leoncio Prado y comienzan los grandes descampados de La Perla. (Primera parte, Cap. I, p.23)

Como en varias ocasiones la acción ocurre en la oscuridad de la noche, las imágenes utilizadas para describir el espacio dejan de ser visuales para volverse táctiles, olfativas: "casi ningún rincón del colegio se libraba del viento, que, en las noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la hediondez acumulada durante el día y destruir su atmósfera tibia" (p.13).

El barrio de Miraflores

La narración presenta varias escenas que tienen que ver con el pasado de Alberto, sus vivencias en el barrio en que vivía hasta que entró como interno al Colegio. Usualmente, las imágenes con las que se describen esos espacios funcionan como contraste en relación con la oscuridad propia del Colegio: "El salón daba a un jardín lleno de flores, amplio, multicolor. La ventana estaba abierta de par en par y hasta ellos llegaba un olor a hierba húmeda" (Primera parte, Cap. VII, p.158).

Estas imágenes aparecen nuevamente en el Epílogo, cuando Alberto retorna a su barrio de origen y camina entre “fachadas de ventanales amplios, que absorbían y despedían el sol como esponjas multicolores” (p.359) y “se sentía contento, animoso, caminando entre esas mansiones de frondosos jardines, bañado por el resplandor de las aceras; el espectáculo de las enredaderas de sombras y de luces que escalaban los troncos de los árboles o se cimbreaban las ramas, lo divertía" (p.370).

La madrugada

Muchas de las acciones que suceden en el Colegio se dan a la madrugada, y numerosas imágenes tienden a representar ese momento del día que tan afín resulta a la disciplina de la vida militar: "El teniente Gamboa abrió los ojos: a la ventana de su cuarto solo asomaba la claridad incierta de los faroles lejanos de la pista de desfile; el cielo estaba negro. Unos segundos después sonó el despertador (…) Comenzaba a aclarar; a lo lejos, tras el resplandor amarillento de los faroles, crecía una luz azul, todavía débil" (Primera parte, cap. VIII, p.170).

Lima

Lima condensa la mayoría de las imágenes de la novela, sobre todo en los episodios en que los personajes salen del colegio y pasean por la ciudad. Es el caso, por ejemplo, del temeroso Arana, para quien la ciudad se erige plena de peligros, ruidos turbulentos e imágenes contrarias a la paz:

Bajaba hasta la avenida Brasil y se detenía en la esquina. No cruzaba la ancha pista lustrosa, su madre se lo había prohibido. Contemplaba los automóviles que se perdían a lo lejos, en dirección al centro, y evocaba la plaza Bolognesi, al final de la avenida, tal como la veía cuando sus padres lo llevaban a pasear: bulliciosa, un hervidero de coches y tranvías, una muchedumbre en las veredas, las capotas de los automóviles semejantes a espejos que absorbían los letreros luminosos, rayas y letras de colores vivísimos e incomprensibles. Lima le daba miedo, era muy grande, uno podía perderse y no encontrar nunca su casa, la gente que iba por la calle era desconocida (p.168).

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