"... como todo el edificio, las gradas parecían espejos” (Segunda parte, cap. VI, p.322) (Símil)
La frase se presenta cuando Alberto abandona la oficina del coronel luego de ser extorsionado: el superior amenazó con expulsarlo y contarle a sus padres sobre las novelas eróticas que él escribió si no dejaba de insistir en su denuncia por el supuesto asesinato de Arana. Alberto se resigna entonces a callar su denuncia por miedo a las represalias, evidenciando con su comportamiento la única respuesta posible a un abuso de poder como el que acaba de padecer.
Al salir de la oficina y caminar por el establecimiento, el narrador en tercera persona focaliza en Alberto para describir la sensación del alumno en la institución: el símil resalta justamente un clima de control, de disciplina, donde todo lo que se haga puede ser utilizado luego para el propio perjuicio, y en el cual no parece posible existir sin sentirse constantemente observado, vigilado, incluso por el propio reflejo.
"Gamboa abrió despacio la puerta de la celda, pero entró de un salto, como un domador a la jaula de las fieras” (Segunda parte, cap. VII, p.332) (Símil)
Alberto es encerrado por accidente junto a su presunto enemigo, el Jaguar, a quien él acaba de denunciar como asesino. La conversación entre los jóvenes deja de ser pacífica en el momento en que el Jaguar se entera de que fue Alberto el autor de la denuncia. Cuando Gamboa llega a la Prevención y se entera de que los jóvenes se encuentran encerrados juntos, intenta mantener la calma al mismo tiempo que se apura a ingresar a la celda.
El símil utilizado por el narrador en ese instante condensa precisamente el clima de inminente riesgo de la situación, al mismo tiempo que sostiene la imaginería animal que tanta presencia tiene en la novela: los jóvenes enemigos, juntos bajo un mismo candado, son asociados directamente con animales voraces, con sus instintos más violentos a flor de piel, y cuyo hambre de odio pareciera animalizarlos hasta la deshumanización.
"... aguardaba, impaciente, que la boca del Jaguar se abriera y lanzara su nombre a la cuadra, como un desperdicio que se echa a los perros" (Segunda parte, cap. VIII, p.348) (Símil)
La sección señala al Jaguar como responsable de las consignaciones recibidas por los negocios ilícitos que se daban en la cuadra. Así, todos comienzan a acusarlo de "soplón" y, para sorpresa de Alberto, el Jaguar no revela la verdadera identidad de quien traicionó a sus compañeros denunciando las ilegalidades ante las autoridades de la institución. El narrador describe la imaginación de Alberto mediante un símil que compara la hipotética explicitación en boca del Jaguar del verdadero autor de la denuncia que perjudicó a toda la sección con el arrojar “un desperdicio” “a los perros”.
Mediante ese recurso comparativo, el narrador refleja la potencial violencia a la que sería sometido Alberto si el Jaguar lo acusara: todos los cadetes, ya insuflados de odio y remordimiento por haber sido consignados, descargarían su hambre de venganza en Alberto, luchando entre ellos por golpear a la víctima como perros que dependen de un solo pedazo de carne para saciar un hambre voraz.
“Pero, qué importaba el pasado, la mañana desplegaba ahora a su alrededor una realidad luminosa y protectora, los malos recuerdos eran de nieve, el amarillento calor los derretía” (Epílogo, p.371) (Metáfora)
En el episodio protagonizado por Alberto en el Epílogo se relata el reencuentro del joven con su lujoso y agradable barrio, con sus viejas y alegres amistades, con la cómoda realidad que antecedió a sus años en el Leoncio Prado. En la frase citada, el narrador, mediante una metáfora, equipara a los “malos recuerdos”, es decir, los hechos turbulentos que tuvieron lugar en los años que Alberto cursó en el Colegio Militar, con la nieve, haciendo así hincapié en el contraste en que se oponen dos períodos (con sus espacios y personajes) de la vida de Alberto muy disímiles.
Los días en el Leoncio Prado se asocian a la nieve mientras que la cómoda vida en Miraflores al calor “amarillento”, es decir, al pleno sol, en una expresión que replica el ciclo natural que opone el invierno al verano, estaciones generalmente asociadas, analógicamente, a la crudeza y hostilidad, en el primer caso, y a la plenitud y luminosidad, en el segundo. En la metáfora presentada por el narrador, el calor parece capaz de “derretir” los hostiles recuerdos del invierno, sobreponiéndose con su luz a un pasado oscuro.
"... se sentía un poco intimidado en el mundo de su infancia, después del oscuro paréntesis de tres años que lo había arrebatado a las cosas hermosas” (Epílogo, p.372) (Metáfora)
Focalizado en la interioridad de Alberto meses después de haber egresado del colegio, el narrador repone el proceso atravesado por el muchacho al volver a su barrio y a sus viejos amigos. Como en el ejemplo anterior, la metáfora vuelve a establecer el paralelo entre el período vivido en el Colegio Militar y una zona de oscuridad, pero el narrador innova, con esta expresión, en la idea de “paréntesis” y de arrebato: los recuerdos hostiles de Alberto en el Leoncio Prado no constituyen del todo un pasado que se quiere dejar atrás para intentar construir una nueva vida, sino que más bien ocupan, en su fuero interno, una suerte de mancha, de túnel, en medio de lo que era una línea vital más bien luminosa y resplandeciente, esas “cosas hermosas” de las que fue arrebatado por un tiempo y a las que ahora empieza a regresar.