Las casas de Eugene y de Ifeoma
Las casas en La flor púrpura son elementos que dan mucha información sobre los personajes que la habitan. Desde la perspectiva de Kambili, los contrastes que detecta entre su lujosa casa en Enugu y la casa de tía Ifeoma en Nsukka la sorprenden y la tensionan: Kambili comienza a comprender que su forma de vivir no tiene nada que ver con la de sus primos, y que hay una realidad mucho más compleja por fuera de la seguridad de su casa y su familia. Estas reflexiones que realiza la narradora van acompañadas de una nutrida cantidad de imágenes visuales que ayudan al lector a representarse con claridad los contrastes.
En las descripciones que Kambili hace del interior de su casa siempre se cuela algún elemento negativo, como puede observarse en este pasaje:
Nuestro comedor era espacioso y estaba unido a un salón más amplio, pero aun así el ambiente resultaba asfixiante. Las paredes pintadas de olor hueso en las que lucían las fotografías enmarcadas del abuelo se me venían encima y hasta la mesa de cristal parecía abalanzarse sobre mí. (p. 23)
Al describir la habitación del padre, la ambivalencia de sentimientos vuelve a hacerse presente:
La decoración de color crema de la habitación de padre cambiaba cada año, pero el tono variaba poco. La alfombra mullida que se hundía bajo los pies al pisarla era de color crema liso; las cortinas tenían una discreta floritura de color marrón en las orillas; los sillones de piel de color crema estaban muy juntos, dispuestos para que dos personas pudieran mantener una conversación de carácter íntimo. Aquella combinación de tonos aumentaba visualmente la habitación; resultaba inabarcable, uno no podía escapar de allí aunque quisiera porque no había a dónde escapar. De pequeña, al pensar en el paraíso me imaginaba la habitación de padre, la suavidad, la cremosidad, la eternidad... (pp. 54-55)
En Abba, Kambili describe la mansión de su padre, que se le figura como un ambiente desolado y falto de vida:
Los amplios pasillos hacían que nuestra casa pareciera un hotel, así como el olor impersonal de las estancias cerradas la mayor parte del año, de los baños, las cocinas sin usar y las habitaciones deshabitadas. (p. 71)
Ante estas imágenes, contrastan las impresiones que le generan a Kambili la casa de su abuelo:
Todo el terreno ocupaba apenas la cuarta parte de nuestro patio trasero de Enugu. (...) La casa que se erguía en el centro del terreno era pequeña, compacta como un dado. Era difícil imaginar que padre y tía Ifeoma se hubieran criado allí. Se parecía a una de aquellas casas que solía dibujar en el parvulario: cuadrada, con la puerta rectangular en el centro y dos ventanas cuadradas a cada lado. (pp. 75-76)
Cuando visita la casa de tía Ifeoma, los contrastes también son llamativos:
Lo primero que me llamó la atención fue el techo. Era muy bajo; tuve la sensación de poder alcanzarlo si estiraba el brazo. Se parecía muy poco a nuestra casa, en la que los techos altos daban espaciosidad y quietud a las estancias. Procedente de la cocina, el olor acre del humo del queroseno se mezclaba con el aroma del curry y la nuez moscada. (p.122)
Las habitaciones también difieren mucho en comparación a las de su casa en Enugu:
Envases de cartón y sacos de arroz se apilaban en la pared junto a la puerta. Había una bandeja con botes enormes de leche en polvo y cacao en polvo Bournvita cerca de un escritorio que tenía encima un flexo, frascos de medicamentos y libros. En otro rincón se amontonaban maletas. Tía Ifeoma me condujo a otra habitación en la que había dos camas contra la pared. Estaban dispuestas juntas, de manera que pudieran albergar a más de dos personas. También habían conseguido meter dos armarios, un espejo, un escritorio y una silla. (p. 123)
La naturaleza y el clima
A lo largo de toda la novela, Kambili describe minuciosamente los cambios de clima, especialmente las tormentas, y la naturaleza que rodea a su casa en Enugu y luego en Nsukka.
Sobre la variedad de plantas de su jardín, Kambili expresa:
El jardín de casa era lo bastante grande como para albergar a un centenar de invitados bailando atilogu, lo bastante espacioso como para permitir a cada uno ejecutar las volteretas en el aire y caer sobre los hombros del bailarín precedente. El muro coronado de cable eléctrico en espiral era tan alto que no alcanzaba a ver los coches que pasaban por la calle. Se acercaba la estación de lluvias y los frangipanis plantados cerca del muro ya invadían el jardín con el olor empalagoso de sus flores. Una hilera de buganvillas de color violeta, cortadas sin complicaciones en línea tan recta como un mostrador, separaba los árboles de tronco retorcido de la entrada. Más cerca de la casa, radiantes arbustos de hibisco se extendían y llegaban a tocarse como si quisieran intercambiarse los pétalos. De los de color púrpura habían empezado a brotar capullos aletargados, pero la mayoría de los que estaban en flor eran rojos. (p. 25)
Un ejemplo de las imágenes que Kambili dedica al clima pueden observarse al iniciar la tercera parte de la novela:
El viento huracanado traía una lluvia violenta que arrancó de cuajo varios de los frangipanis del jardín. Yacían en el césped, con las flores rosas y blancas chafadas contra el suelo y las raíces llenas de tierra agitándose en el aire. La antena parabólica colocada encima del garage se rompió y se cayó, y quedó en medio del camino, como si se tratara de la nave espacial de unos extraterrestres que hubieran venido a visitarnos. (p. 255)
Más adelante, cuando ha pasado la tormenta y Kambili y Jaja visitan Nsukka, las descripciones del clima vuelven a relacionarse con el estado de ánimo de los personajes:
La brisa que siguió a la lluvia era tan fresca que me obligó a ponerme un jersey; incluso tía Ifeoma llevaba una blusa de manga larga a pesar de que acostumbraba a rondar por la casa vestida solo con una túnica. (p. 268)
Las imágenes de los cambios de clima se suceden a lo largo de toda la novela y dan información sobre la tensión que viven Kambili y Jaja en la relación con su padre.
La presencia militar en Nigeria y su violencia
Los hechos que convulsionan a la familia Achike tienen como trasfondo uno de los golpes militares que sacuden a Nigeria. Kambili se percata del incremento de la presencia militar en las calles, y las imágenes de la violencia cometida por el gobierno militar se suceden a las de la violencia cometida por Eugene Achike.
En un comienzo, la presencia militar se hace evidente en las carreteras:
... en el control de carretera cerca del mercado vimos a los soldados caminando arriba y abajo mientras ponían a tono sus largos rifles. De vez en cuando, ordenaban detenerse a algún vehículo y lo registraban. Una vez vi un hombre de rodillas en el asfalto junto a su Peugeot 504 con las manos en alto. (p. 42)
Luego, cuando Kambili y Jaja visitan el mercado junto a su madre, observan cómo los militares atacan y reprimen a algunas vendedoras:
Al pasar, observé que otra mujer le escupía a un soldado y este levantaba un látigo. Era muy largo y se curvó en el aire antes de impactar en el hombro de ella. Otro soldado estaba tirando al suelo bandejas de fruta y aplastando papayas con las botas mientras reía. (p. 57)
La violencia militar llega a su punto máximo cuando Ade Coker es asesinado por medio de una carta bomba:
Ade Coker estaba desayunando junto con su familia cuando le llegó un paquete por mensajero. Su hija, vestida con el uniforme de la escuela primaria, estaba sentado al otro lado de la mesa, frente a él. El bebé se encontraba cerca, en la sillita alta, y su esposa le daba de comer Cerelac. Ade Coker saltó por los aires al abrir el paquete. (p. 208)
La violencia física ejercida sobre la familia
Eugene es un padre tiránico que somete a su familia por medio de la violencia física. A lo largo de la novela, las imágenes visuales relacionadas al ejercicio de la violencia se suceden con recurrencia. Después de golpear a la madre, por ejemplo, Kambili observa la escena:
Nos detuvimos en el rellano y vimos a padre bajar con madre al hombro, colgando como uno de aquellos sacos confeccionados con yute rellenos del arroz que los obreros de su fábrica compraban a granel en la frontera con Benín. (p. 47)
Más adelante, Kambili recuerda otros episodios en los que el padre la golpea:
Una vez que Kevin explicó que había tardado unos minutos más de la cuenta, padre me propinó una sonora bofetada en ambas mejillas al mismo tiempo y sus manazas me dejaron dos marcas simétricas y un zumbido en los oídos durante días. (p. 64)
En otra ocasión:
Poco a poco, se quitó el cinturón. Era muy fuerte, hecho de capas de piel marrón, y tenía una hebilla sobria también cubierta de piel marrón. Primero fue a parar al hombro de Jaja. Luego, madre alzó las manos mientras caía sobre su antebrazo, cubierto por la manga vaporosa y llena de lentejuelas de la blusa con la que se había vestido para ir a la iglesia. A mí me cayó en la aespalda, justo en el momento en que soltaba el bol. (p. 111)
Las situaciones de violencia se continúan durante toda la novela. Más adelante, se suceden las imágenes visuales de las torturas y las golpizas que Eugene propina a sus hijos. Dos ejemplos de ello son el momento en que vierte aguar hirviendo sobre sus pies y las patadas que le da a Kambili hasta casi matarla.