Resumen
Della y Naomi se hacen amigas porque, además de asistir al mismo curso de colegio, viven cerca. Después de clase, y luego de hacer oídos sordos a los molestos comentarios y groserías propias de sus compañeros varones, se quedan mirando la cartelera de cine o se adentran en la biblioteca del ayuntamiento.
Del se siente feliz en la biblioteca. No así Naomi, ya que no tiene la costumbre de leer, como casi nadie en Jubilee. Para adentrarse en sus lecturas tranquila, Del suele conseguirle a su amiga libros más bien sádicos, con descripciones sangrientas, para que se entretenga. La madre de Naomi es enfermera y la niña suele repetir información cruenta que escuchó en su casa. A Del no le agrada la madre de Naomi, suele intimidarla con preguntas que la protagonista siente demasiado íntimas.
Llega la época del año en que el colegio es tomado por el evento de la opereta, espectáculo representado por alumnos escogidos y dirigidos por la señorita Farris y el señor Boyce, profesores de música. Como ambos son solteros, constantemente se desatan rumores acerca de un hipotético romance. Fern Dogherty, entre otras personas, aseguran que la señorita Farris, patinando con trajes hechos por ella misma y siempre levemente maquillada, intenta desesperadamente conquistar a algún hombre. Del cree que el brillo de sus ojos evidencia que busca algo, pero no un hombre.
En las semanas previas al estreno, la señorita Farris recorre todos los cursos haciendo cantar a los alumnos en una especie de casting. Por supuesto que las primeras seleccionadas son Marjory Coutts y Gwen Mundy, las mejores alumnas. Sorprendentemente para Del, Farris y Boyle también eligen a Frank Wales, su compañero de banco.
La opereta que se representará es El flautista de Hamelín. La señorita Farris no convoca ni a Del ni a Naomi. Las muchachas hacen como que no les interesa, y al volver a casa se ríen de todo lo relacionado a la opereta y actúan diálogos románticos simulando ser la señorita Farris y el señor Boyle.
Días después escogen a Naomi para un pequeño personaje. Del está desesperada por obtener algún rol. Una tarde camina hasta la casa de la señorita Farris, sin saber por qué, y luego regresa a su casa. Al día siguiente, para alivio de Del, le es otorgado un papel, a causa de que una de las muchachas elegidas resulta ser demasiado alta para su rol. Naomi se ríe cuando Del admite que su compañero en la opereta será Jerry Storey, el muchacho de ojos desorbitados por su condición de brillante experto en ciencias.
Los ensayos de la opereta se convierten en lo único importante del colegio. Se desarrollan después de clase o en horario escolar, en sala de profesores. Los alumnos ayudan a la señorita Farris a revolver el altillo de la escuela en busca de vestuario y utilería, hundiéndose entre telas, coronas, trajes brillantes, eligiendo lo que resulte más acorde a un pueblo de la Edad Media en Alemania. La señorita Farris se dirige con exigencia y gracia a sus alumnos, a quienes contagia su entusiasmo. Comienzan a ensayar en el ayuntamiento. En la proximidad del evento, todos se manejan con cierta desesperación. La señorita Farris siempre está cosiendo algún traje mientras dirige al elenco. Se vive un clima de fanática devoción, donde todos se sienten liberados de la rutina y se comportan como si lo que están haciendo fuera lo más importante de sus vidas. Del nota la estupenda naturalidad con la que Frank Wales interpreta su papel. Se siente atraída por él, por su actitud reservada, enigmática pero encantadora. El ambiente de entusiasmo que se respira en los ensayos es tal que hasta la hostilidad ritualizada entre los chicos y las chicas se disipa.
Una tarde, después del ensayo, Naomi pregunta a Del quién le gustaría que fuera su pareja en la opereta. Del responde que no le molestaría que fuera Frank Wales, a lo que Naomi agrega que no le molestaría que su pareja fuera Dale McLaughlin. Ambas terminan admitiendo que gustan de esos varones y que deben estar locas. A partir de entonces, hablan constantemente sobre ellos. Los llaman “AF”: Atracción Fatal, e inventan todo un sistema de códigos para referirse a ellos cuando están cerca.
Un día, las chicas conversan sobre un rumor según el cual Dale McLaughlin había tenido relaciones sexuales con una muchacha detrás del edificio del colegio. Esa muchacha, Violet Toombs, había abandonado la ciudad. Naomi opina que fue su culpa deshonrarse de esa manera, y que siempre es culpa de la chica en esos casos. Del opina lo contrario: ¿cómo podría ser culpa de ella si él la sujetó a la fuerza? Según dice Naomi, su madre le explicó que la culpa siempre es de la muchacha porque los hombres no pueden refrenar sus impulsos. Luego, Naomi dice que Frank Wales no puede tener sexo porque aún no cambió la voz. Del no sabe qué quiere de Frank Wales. Tiene una fantasía recurrente en la cual él la acompaña en silencio hasta su casa, ambos caminan mirando sus sombras.
Llega la noche del evento. Todo sucede muy rápido. Las salas del concejo, ubicadas debajo del escenario, se revisten de sábanas que dividen espacios como camerinos. La señorita Farris no da abasto maquillando y vistiendo a los intérpretes. Todo es un alboroto ajetreado. Resulta imposible encontrar piezas fundamentales de vestuario o escenografía, algunas sábanas se caen, las chicas se visten y desvisten sin importar que los varones estén en la misma sala y viceversa.
A todos llama la atención la actitud de la señorita Farris, a quienes esperan ver aún más frenética que en el último ensayo. Pero se mueve de un modo nunca visto, como flotando, con extraña calma. Naomi sugiere que está alcoholizada.
Después de la caída del telón, todos cruzan corriendo, con el vestuario puesto, para tomarse una fotografía grupal. Dale McLaughlin recoge el velo que se cae de la cabeza de Del y se lo pone al revés, diciéndole que está guapísima. Aparece Frank Wales, quien se tomó una foto solo. Dale le dice a Frank que debe acompañar a Del a su casa. Frank no parece reconocerla, por lo que Dale le explica que se sienta a su lado. Del empieza a sudar, nerviosa. Frank responde que la acompañaría si no viviera tan lejos. Evidentemente, no sabe que ahora Del se mudó a la ciudad (antes era famosa por sus largas caminatas hasta Flats Road). Del no lo corrige. Sin embargo, más tarde se siente agradecida, repitiendo en su interior las palabras de Frank una y otra vez.
Naomi está de mal humor. Le dice a Del que lo que le contó sobre Dale era mentira, que no le gusta.
Una semana después, la opereta quedó en el olvido. Todo el colegio vuelve a su rutina convencional. Los profesores hablan de recuperar el tiempo perdido y todos tienen mucho que estudiar. Del no ve disipado su amor por Frank Wales, pero sus fantasías ya no tienen de qué nutrirse. Frank no continúa en el colegio como la mayoría, sino que se emplea en una tintorería, conduciendo una furgoneta para llevar los pedidos a las casas. A veces Del y sus compañeros se lo cruzan a la salida del colegio, pero Frank esboza un saludo breve y cortés, como un adulto trabajador. Durante un tiempo, Del asiste a la tintorería con la ilusión de verlo, pero siempre encuentra a una mujer del otro lado del mostrador.
Tres o cuatro años después de la opereta, la señorita Farris se ahoga en el río Wawanash. No se sabe si fue un suicidio o un asesinato, y muchas personas se excitan imaginando el posible crimen o accidente. Quienes creen que se trató de un suicidio no hablan del tema. Para entonces, el señor Boyle ya no vive en Jubilee, sino que se desempeña como organista en la iglesia de otra ciudad.
Análisis
Uno de los dos conceptos que dan título a este apartado es el de “cambios” y, efectivamente, en las páginas incluidas en él, se inauguran no pocas experiencias en la vida de la protagonista de la novela. En su último año de educación primaria, Della experimenta por primera vez la amistad, el amor -aunque sea en una idea infantil de enamoramiento y atracción- y el arte, así como también circunstancias sociales como la divisoria y binaria rispidez entre mujeres y varones o la diferenciada distribución de destinos entre quienes, siendo iguales hasta determinada edad, deben asumir planes de vida diferentes, como continuar los estudios o abandonarlos para insertarse en el mercado laboral.
Este apartado también presenta las vivencias de la protagonista en un período breve, gobernado casi en su totalidad por la relevancia de un evento singular: la opereta anual que realizan los alumnos del último año de primaria en la escuela. Más allá de la conmoción producida por dicho evento en quienes participan de él, esta situación particular narrada en el apartado tiene lugar en un marco que es en sí mismo significativo, y es el universo experiencial de la preadolescencia en todo su esplendor.
Del pasa casi todos sus días con Naomi, compañera de curso y vecina, y comparte con ella experiencias, pensamientos y emociones. En este período de la amistad, parecen ser más las cosas que las chicas comparten que (como sucederá más adelante) aquellas que las diferencian, pero sí es posible identificar algunos rasgos de la singularidad de Della que se muestran opuestos en Naomi. Uno de ellos es el placer que Della siente por la literatura (su amiga no desarrolla ningún interés, ni siquiera pasando tardes en la biblioteca junto a la protagonista). Otra cuestión en la que las chicas están lejos de coincidir aparece en una conversación sobre la presunta violación o abuso de un compañero de colegio a una muchacha que, una vez sucedido tal evento, abandonó el pueblo. “Siempre es culpa de la chica” (p.198) dice Naomi apenas Della se posiciona en defensa de la involucrada al señalar que encuentra difícil culpar a la muchacha cuando fue el varón quien la forzó. “Mi madre dice que es culpa de la chica” (p.199), insiste Naomi, ahora evidenciando la fuente de su criterio. El argumento que enarbola luego deja en evidencia una ideología machista, donde lo cultural aparece confundido con lo anatómico de modo que la culpa siempre caiga, sea cual sea el hecho violento perpetrado por el hombre, en la mujer: “La chica es la responsable porque nuestros órganos sexuales están dentro y los suyos fuera, y nosotras podemos controlar nuestro deseo mejor que ellos” (p.199). El discurso sorprende a Della, educada en el pensamiento opuesto al defendido por Naomi. La protagonista queda algo atónita y el tema no vuelve a tocarse, pero su sensación de extrañeza en relación al discurso de su amiga queda impreso en la narración: “-Un chico no puede refrenarse -me instruyó, con un tono premonitorio aunque extrañamente permisivo, que admitía la anarquía, la misteriosa brutalidad extendida en ese mundo adyacente” (p.199). Lo que sorprende a Della no es solamente que Naomi crea que las mujeres que son violadas son culpables del evento sufrido, sino también que a su amiga le parezca aceptable vivir en un mundo gobernado por esa lógica.
Mediante el intercambio entre las muchachas, entonces, la novela pone en escena el choque cultural al que se enfrenta una protagonista criada por una madre feminista y progresista al salir a un mundo donde prima la lógica contraria. Como sea, está claro que la postura tan fervorosamente misógina de Naomi no es fruto de su propia reflexión, sino una clara introyección prácticamente pasiva del sentido común profesado por su madre y por la mayoría social en la época. Como antes se dijo, el pensamiento de Ada Jordan, con el cual se crió Della, es minoritario en el pueblo.
Otra situación característica de la preadolescencia que tiene lugar en este apartado es el despertar del sentimiento amoroso. Así como en una conversación sobre temas serios se evidencia cierta inocencia en los personajes de las niñas, algo similar se trasluce en las fantasías amorosas de Della en relación al muchacho que le gusta. “En realidad no sabía qué quería de Frank Wales” (p.199), dice Della cuando Naomi insinúa que el chico no puede tener relaciones sexuales. Y es que el sexo no es parte de su fantasía:
Me imaginaba que me acompañaba andando a casa después de una representación de la opereta (...) Caminábamos los dos en el silencio absoluto de las calles de Jubilee, bajo las farolas, viendo cómo nuestras sombras se arremolinaban y hundían en la nieve, y allí, en la bonita, oscura y deshabitada ciudad, Frank me rodeaba, con un canto real e inaudito pero sosegado y dulce, o, en las versiones más realistas del sueño, simplemente con la insólita música de su presencia. (p.199)
La inocencia en la fantasía amorosa será significativa más adelante en la novela, en contraste con un universo donde lo que prima lejos está de ser inocente. Aquí, asistimos a leves cambios en la protagonista, en pleno pasaje de la infancia a la adolescencia. El amor aparece como algo nuevo, la atracción también, pero estas emociones se tiñen de un imaginario infantil, donde el romance se agota en la compañía de otro, sin necesidad de contacto físico.
En cuanto a la opereta dirigida por la señorita Farris, se trata de la primera experiencia artística de Della, y probablemente la única en la vida de la mayoría de los niños del curso. El evento es de carácter extraordinario y transformador: “Del mismo modo que durante la guerra no podías imaginar en qué pensaba la gente, qué preocupaciones tenía o de qué trataban las noticias antes de la guerra, era imposible recordar cómo era el colegio antes de la tensión, la interrupción y la emoción de la opereta” (p.190). La dimensión de espectacularidad de la opereta contrasta fuertemente con la monotonía de la vida pueblerina. La jerarquía de importancias de la vida cotidiana se desarticula por completo y, de golpe, nada parece haber sido importante, nada que no se relacione con algún aspecto de la opereta. La experiencia artística, manifestada en ensayos, búsquedas de vestuario y escenografía, relativiza lo que antes se conocía como realidad, la pone en perspectiva. En una ocasión, Della sale del ayuntamiento donde se ensaya para comprar, por pedido de Farris, una porción de hilo que falta para un traje: “-No tardes- me dijo, como si me mandara a buscar un medicamento de vital importancia o a llevar un mensaje que salvaría un ejército” (p.194). Apenas afuera, la protagonista observa desde otra perspectiva a la ciudad que tanto conoce:
... allí estaba Jubilee recién cubierta de nieve, con sus calles silenciosas y blancas como la lana; el escenario del ayuntamiento que dejaba a mis espaldas parecía brillar como una hoguera a la luz de tan fanática devoción. La devoción a la invención de lo irreal, de lo que no era puramente necesario pero sí más importante, una vez se le daba crédito, que todo lo que teníamos. (p.194)
La narración propone así una suerte de reflexión acerca de la vida y el arte, en tanto la labor artística vendría a modificar la vivencia de lo cotidiano. Los elementos que configuraban el día a día se ponen en perspectiva a través del arte; aquello que resultaba común, conocido, ahora es percibido a través de un proceso de extrañamiento, de distanciamiento. La protagonista puede observar el mundo en el que estaba inmersa desde una distancia nueva, desconocida hasta el momento. La experiencia artística transfigura también los vínculos hasta entonces incuestionables: "El ambiente que se respiraba esos días en el ayuntamiento no solo me puso a mí en ese estado. La hostilidad ritualizada entre los chicos y las chicas se estaba resquebrajando por cientos de lugares. No podía mantenerse, y si se mantenía, era en broma, con confusas corrientes subterráneas de cordialidad" (p.197)
El arte aparece como una vía poderosa de transformación, capaz de socavar los pilares aparentemente más indestructibles de la sociedad, como la división binaria de las personas por los roles que se le asignan a su género. Durante la opereta, los chicos dejan de torturar a las chicas, las chicas dejan de tener vergüenza frente a sus compañeros, hasta el punto de poder vestirse y desvestirse frente a ellos, sin que nadie llame la atención al respecto ni traslade automáticamente la situación a una serie de chistes sexuales. Lo que la comunión en el arte parece permitir, en una sociedad dividida, es algo más cercano a la paz y a la igualdad.
Por el rapto casi hipnótico que toma a los niños durante el período de ensayos y estreno de la opereta, es imposible no asociar la situación narrada en el apartado con el argumento de la opereta misma, El flautista de Hamelín. La opereta está basada en un cuento de los hermanos Grimm, que a su vez recopila una leyenda popular alemana. La ciudad de Hamelín, en el siglo XIII, se infecta de ratas. Un flautista arregla con las autoridades para encargarse del asunto, y con su flauta hipnotiza a las ratas, que siguen al músico hasta el río, donde se ahogan. Al volver, las autoridades se niegan a pagarle. En venganza, el flautista hipnotiza con su música a todos los niños del pueblo, que lo siguen con entusiasmo y estos nunca vuelven a ser vistos por sus padres.
En La vida de las mujeres, la narradora aclara que el final oscuro fue suprimido para la opereta escolar: la representación acaba con la alegría hipnótica de los niños, y se ahorra el sórdido momento posterior. Como sea, es difícil no asociar la figura del flautista a la de la señorita Farris, capaz de producir en los niños un entusiasmo hipnótico similar al del músico de la leyenda: "Liberados de la rutina de nuestras vidas gracias a la opereta”, dice en un momento la narradora, de pronto “el aula donde el señor McKenna mantenía ocupados con concursos de ortografía y cálculos mentales a los no elegidos” se le aparece en la mente “como un lugar triste y lúgubre que habíamos dejado atrás, de pronto todos éramos aliados de la señorita Farris" (pp.194-195)
La señorita Farris es un faro artístico que ilumina el camino a seguir, y aquello que queda atrás, en la oscuridad, es recordado como una especie de cueva a la cual no se desea volver jamás. Los niños abandonan clases, sus casas, y muchas otras cuestiones para poder asistir a los ensayos, así como en Hamelín los niños seguían con alegría el camino dictado por el flautista.
Ahora bien, en cuanto la función termina, la realidad parece volver a irrumpir en la vida de los individuos con toda la fuerza de una ilusión que cae de golpe. Naomi deja en evidencia los celos que la socavan luego de que el muchacho que le gustaba bromea y ríe junto a Della: “¿Sabes lo que te dicho de Dale MacLaughlin? Era todo mentira. No era más que un truco para sonsacarte tu secreto. Ja, ja” (p.205). El telón cae, la competencia y el cinismo retornan, el dolor asoma a los ojos de Naomi, y aquellas aulas que durante la opereta eran recordadas como lugares lúgubres y aburridos dejados atrás vuelven a ser el escenario único en las vidas de los, hasta hace instantes, artistas de ópera. El rapto del arte fue solo eso, un rapto, para una mayoría acostumbrada a una vida donde lo artístico puede ocupar solo el lugar de la excepción. A solo una semana de terminada, cualquier rastro de la opereta parece completamente fuera de lugar, como “un árbol de Navidad apoyado en el porsche en enero” (p.206).
Es quizás algo de la fuerza de la desilusión lo que, como una hipnosis, condujo a la señorita Farris al río. La imagen que compone la escena de su ahogamiento es llamativa: la señorita Farris salió dejando su casa abierta, las luces prendidas. Efectivamente, da la sensación de haber sido conducida por un rapto hipnótico, irrefrenable, quizás hasta entusiasta, como el camino marcado por una música hasta el río. Así, un giro distinto se da a la relación entre el argumento de El flautista de Hamelín y lo narrado en este apartado: el final sórdido se suprimió de la opereta, los niños volvieron sanos y salvos a sus casas, pero la señorita Farris se ahoga en el río, quizás como el flautista de Hamelín hubiese hecho de encontrarse en la angustia de una vida que ofrece constante desilusión, donde la monotonía cotidiana y pueblerina vence, la mayoría de las veces, al entusiasmo del arte.