Resumen
Ada temía a los ladrones. Durante una época, al salir de la casa, Del tenía la orden de controlar que no hubiera nadie de uno ni otro lado de la verja. Recién entonces Ada escondía la llave en un pequeño hueco secreto. A raíz de esto, Della piensa en los ladrones como seres siempre al acecho y con exacto conocimiento de sus pertenencias. Poco a poco, al crecer, la idea del ladrón se le vuelve menos sistemática.
La narradora admite que nunca tuvo una imagen precisa de Dios, su madre siempre fue reacia a mencionar el tema. La familia de su padre, en cambio, pertenece a la Iglesia unida de Jubilee, donde Del y Owen fueron bautizados al nacer. La Iglesia unida es la más moderna, grande y próspera de Jubilee. En su seno se encontraron ex metodistas, ex congregacionalistas, ex presbiterianos (lo que era la familia del padre de Della).
En la ciudad hay cuatro iglesias más, pero todas pequeñas, pobres y extremistas. La más extremista es la iglesia católica. Erguida sobre una colina, ofrece a los católicos servicios extraños y misteriosos. Los baptistas también son extremistas, pero de un modo distinto. Nadie de elevada posición social asiste allí. Los baptistas no pueden bailar, ir al cine o maquillarse. Pero, según Della, sus himnos son conmovedores y hasta alegres. De los presbiterianos quedan los restos, los que se negaron a abrazar la Iglesia unida. Casi todos son ancianos. La cuarta iglesia es la anglicana, y nadie habla sobre ella. Carece de dinero y de prestigio. En Jubilee, ser anglicano no está de moda como en otros lugares, no resulta interesante ni demuestra una convicción obstinada. Sin embargo, es la única iglesia con campana en la ciudad, lo cual Del encuentra como un detalle encantador.
Los padres de Della van poco a la iglesia. Cuando van, durante los rezos, su padre apoya su frente en sus manos, cierra los ojos. Su madre apenas inclina la cabeza, se queda erguida, escéptica, y mirando alrededor. No canta los himnos.
Fern Dogherty, la dueña de la casa que alquilan los Jordan, canta en el coro de la Iglesia unida. Del la acompaña, oye sentada en un banco. Lo hace, al principio, para molestar a su madre, aunque esta no se oponga abiertamente, y también para hacerse la interesante. Pero el segundo invierno que pasan en la ciudad, en el cual Del cumple doce años, los motivos cambian. Quiere “resolver” la cuestión religiosa, conseguir pruebas alentadoras de la existencia de Dios.
Todos los domingos, Del asiste a la iglesia con la esperanza de que Dios se manifieste. Pero en la iglesia nunca se plantea el tema de si Dios existe o no. Todo gira simplemente alrededor de lo que Él aprueba o no aprueba. Después de cada bendición, los feligreses se saludan satisfechos, como felicitándose. Del se siente inquieta. Decide no acudir a ningún creyente con su preocupación, por miedo a que este flaquee al defender sus creencias.
Decide cambiar de iglesia. Asiste a la anglicana. Allí el grupo se limita a unas doce personas. Una de ellas es la señora Sheriff, quien fascina a Del por su turbante y su voz. Toda la celebración, con las personas arrodilladas y elevando sus voces en respuesta al pastor, como en un coro, fascina a Del por su teatralidad, cuestión ausente en la iglesia unida. Además, la pobreza, la pequeñez y el abandono del espacio le hace sentir que, si la gente está allí, es porque lo que creen es cierto.
Del pide a Dios que se manifieste de una manera que ella reconoce vulgar: que la salve de una clase de costura en el colegio. Ella nunca logra tejer, coser ni hacer nada de lo que exige la materia “Ciencia del hogar”. Por lo que pide a Dios no tener que enhebrar la máquina de coser la clase siguiente.
En la clase, Del pasa un tiempo intentando cumplir con la tarea del enhebro, hasta que la maestra la exime, resignada, y deja a la niña dedicarse a otras tareas para las que sí tenga talento, como memorizar poemas. Al principio, Del siente que ocurrió un milagro. Pero poco a poco comienza a dudar: quizás, si no hubiera rezado, aquello habría sucedido de todos modos. Además, sería ridículo que Dios se ocupara de un pedido así. De cualquier modo, quiere comentarlo con alguien, y recurre a su hermano: le pregunta qué cree que sucede después de la muerte, a lo que Owen responde que no sabe. Entonces Del intenta convencerlo de la existencia de Dios, contándole lo sucedido en la clase de costura. El desinterés de Owen en el tema y la satisfacción que parece obtener en un mundo sin Dios colma los nervios de Del.
Un Viernes Santo, Del está a punto de salir de la casa cuando su madre la intercepta y le pregunta a dónde va. Del confiesa que irá a la iglesia anglicana. Su madre, decepcionada, le hace preguntas sobre la crucifixión, sobre la idea de pecado que promueve la religión, sobre el carácter extremadamente violento de un Dios que pide sangre como prueba de fe. Acaba sentenciando que Dios fue creado por el hombre y no al revés. Del no responde y pregunta si puede ir de todos modos. Su madre no la detiene.
Del no acaba de desalentarse por los argumentos de su madre, aunque sí se queda pensando en el hecho de que Cristo haya muerto por los pecados de todos. Ya en la iglesia, comienza a pensar en los sufrimientos de Cristo, y se pregunta qué tan terribles pueden haber sido si, al fin y al cabo, él sabía que resucitaría íntegro y eterno y se sentaría junto a Dios para juzgar a los vivos. Muchas personas se sacrificarían si estuvieran seguras de que alcanzarían tal meta, piensa. El pastor ofrece un breve sermón sobre las últimas palabras de Cristo en la cruz. “Oh, Dios, tú no aborreces nada de lo que has creado, y… no deseas la muerte del pecador sino que se convierta de su mala conducta y viva…” (p.163), parece haber dicho Jesús, y Del se pregunta qué sentido tendría que Dios aborreciera algo que ha creado él mismo, pues si iba a aborrecerlo para qué lo creó. Del siente desconcierto y cierta aversión hacia Cristo por el hecho de que constantemente se señalen sus perfecciones. Por otro lado, siente la necesidad de que alguien explique qué hubiera sucedido si Cristo, después de pronunciar sus últimas palabras, no hubiera resucitado. Pero nadie disipa sus dudas.
El verano siguiente, la familia vuelve a Flats Road. Benny les cuenta que, días antes, su perro Major mató una oveja. Los Potter, vecinos, prometieron dispararle si lo vuelven a ver persiguiendo a sus ovejas. Tío Benny asegura que el perro está condenado, que deberá perder la vida, puesto que no podrá abandonar esa nueva costumbre. Los niños se angustian, y el padre dice que quizás Major ya no persiga ovejas y que pueden dejarlo atado.
Sin embargo, esa noche Major consigue escapar y asesina a otra oveja. El padre anuncia a sus hijos que deberán deshacerse del perro. Del está, de algún modo, acostumbrada a que maten animales -los Jordan matan zorros y venden sus pieles-, pero Owen se paraliza.
A Del le impresiona imaginar que le pegarán un tiro a su perro y, un poco más tarde, decide ver cómo está su hermano. Entonces el niño le pregunta si rezando podrían evitar que maten a Major. Del dice que no puede rezar por algo así, que Dios no cambiará eso. Sin embargo, el niño se arrodilla y comienza a rezar. Del se desespera al verlo y le grita que se detenga, que rezar no funciona.
Análisis
El apartado se inicia con un movimiento alegórico. La narradora plantea, primero, el modo en que se fue modificando con el tiempo la figura de los ladrones en su mente, y después reflexiona acerca de la presencia de la figura de Dios en sus pensamientos. Así, se propone una suerte de paralelismo que permite leer las reflexiones acerca de lo primero en una clave de pensamiento religioso. Del dice que de niña, por el modo en que su madre la asustaba contagiándole su preocupación, sentía a los ladrones como a seres al constante acecho, plenamente conscientes de los movimientos de ella y de las ubicaciones de sus propiedades. “Más adelante, como es natural, empecé a cuestionar la existencia de los ladrones o al menos que actuaran de esa manera” (p.139), señala la narradora. Y continúa: “Me parecía mucho más probable que sus métodos fueran poco sistemáticos, sus conocimientos imprecisos, su codicia inconcreta y su relación con nosotros casi accidental” (p.139). Es posible traspolar esta reflexión en torno a la figura de los ladrones a un pensamiento sobre la figura de Dios, sobre todo porque la serie de cuestionamientos y búsquedas que la protagonista tendrá acerca de la divinidad más adelante parecen trazar un camino muy similar al establecido en este punto acerca de la idea del ladrón. En primera instancia, como podría pensarse el encuentro con Dios en un niño de una familia creyente, los ladrones aparecen como una figura que nunca se presentó realmente ante Del, pero de cuya existencia no es lícito dudar: la creencia que la madre sostiene sobre el asunto es suficiente para volverla incuestionable. En consecuencia, se sostienen los ritos alrededor de dicha figura, al menos hasta que la niña alcanza una edad en que puede reflexionar y pensar por su cuenta. En segunda instancia, los ejes en que se instalan las dudas de Del en relación a la figura de los ladrones son similares a aquellos en los que se sostendría un escepticismo acerca de la divinidad religiosa: quizás Dios no existe, o si existe es posible que no tenga la forma ni el modo de actuar que se cree, ni que se encuentre al acecho de cada acción de sus fieles, ni que tenga una relación individual con cada uno de ellos.
Del es una muchacha curiosa, y en este apartado siente una necesidad de saber sobre una temática religiosa que hasta el momento, en su familia, no es más que una cuestión formal: su madre es atea y asiste a la iglesia solo a regañadientes; Del y su hermano fueron bautizados casi por costumbre, en tanto la familia paterna es creyente, aunque nunca se habla del tema. La protagonista de la novela decide entonces buscar por su cuenta algún tipo de verdad en la esencia divina. Sin embargo, para su decepción, en la iglesia nunca se habla acerca de la existencia de Dios, sino que todos parecen dar por sentado este precepto e interesarse solamente por lo que la divinidad aprueba o no en el comportamiento de los humanos. Esta inquietud y esta observación de la protagonista configura, de alguna manera, una suerte de crítica a la dinámica religiosa, asentada en una serie de ritos cuyo sentido es muchas veces ignorado por quienes participan en ellos de forma casi automática.
La voz de la narradora parece recordarnos su condición infantil en la escena de la clase de costura. Del es, como dijimos, una muchacha con amplia curiosidad e inteligencia, que ahora deposita su interés en la cuestión religiosa. Sin embargo, no deja de ser una niña, y el “pedido” que hace a Dios para que este se manifieste y pruebe su existencia delata su edad. La muchacha pide ser eximida de una clase de costura, y cuando la maestra efectivamente la libera de esa tarea, la protagonista se sume en una serie de dudas indescifrables: lo que pidió para comprobar la existencia de Dios no funciona como prueba, de hecho, nada lo hará, puesto que es incomprobable y contrafáctico pensar qué hubiera sucedido de ausentarse el rezo, ¿el milagro podría haber sucedido de todos modos? ¿la existencia de Dios es entonces incomprobable?
La protagonista parece desilusionarse cada vez más en su búsqueda de Dios, pero al mismo tiempo no deja de inquietarse ante la existencia de personas que pueden vivir, como su hermano Owen, sin preguntarse por ningún carácter espiritual del mundo y de sus vidas -“Su profunda falta de interés, la satisfacción que parecía obtener de un mundo sin Dios, era lo que yo no podía soportar” (p.157)-. Esta postura ambivalente es, como se ha visto en otras situaciones, una característica siempre presente en la protagonista, una muchacha que no busca encajar dentro de preceptos o pensamientos prefigurados, sino encontrar su lugar en el mundo de una forma subjetiva, sensible, conseguida a través de la propia percepción y razonamiento. Así, en relación a lo religioso, Del en principio no se inclina por adherir sin más al escepticismo ateo de su madre ni tampoco por sumarse irreflexivamente a la masa que asiste con constancia a la iglesia sin preguntarse por qué. En la búsqueda de Dios, Della no repara en medios ni teme a ninguno: experimenta lo que sucede también fuera de los límites de la iglesia en la que fue bautizada, probando los ritos de quienes ejercen su cristianismo de otros modos.
La secuencia del perro Major, con la que culmina el apartado, funciona simbólicamente. La cuestión religiosa no se adentra en la secuencia del perro simplemente al final, cuando Owen procura rezar por él, sino desde el inicio, puesto que varios elementos del conflicto coinciden con cuestiones de la temática cristiana. Lo que se dirime alrededor del problema de Major es el tema de la salvación: aquí, Major ocupa el lugar del pecador; lo que está en discusión es si el pecador puede salvarse, redimirse, o no tiene más opción que el castigo. En este sentido, vuelve a funcionar un sistema analógico al interior del apartado, similar al que se establecía al inicio, con las figuras de los ladrones y de Dios. A lo largo de “La edad de la fe” (título que juega en una doble alusión: a la edad de la protagonista, por un lado, y a la Edad Media, por el otro, período histórico al que muchas veces se nombra de esa manera por la proliferación de religiosidad que se registra en la época) se desataron al interior de la protagonista varias reflexiones en torno al problema del pecado. “Oh, Dios, tú no aborreces nada de lo que has creado, y… no deseas la muerte del pecador sino que se convierta de su mala conducta y viva…” (p.163), oye decir al pastor, y en su mente se pregunta qué sentido tiene esa afirmación, desarmando lógicamente las implicancias de este vínculo entre Dios y el presunto pecador, tal como se exhibe en el resumen. De alguna manera, el episodio con el perro Major viene a ratificar, en la vida concreta, las dudas que Della viene desarrollando en torno a la visión cristiana sobre el pecado. En cuanto Major asesina a la primera oveja, los adultos procuran darle una “oportunidad”, esperando que no vuelva a hacerlo. En tanto Major escapa y asesina una nueva oveja, Della ve que nada impedirá que Major sea sacrificado. Dios, según dice Jesús en la cruz, no desea “la muerte del pecador”, sino que “se convierta de su mala conducta y viva” (p.163). Sin embargo, Dios no salvó a Jesús de su sacrificio, y tampoco, se da cuenta la protagonista, salvará a Major. “Rezar para detener un acto de ejecución era inútil sencillamente porque a Dios no le interesaban esos reparos; no eran los Suyos” (p.171), concluye la narradora, cerrando así el apartado de "La edad de la fe".