La lluvia de escupitajos que recibe Pablos
En la novela, son numerosas las descripciones escatológicas de las vejaciones que sufre Pablos a manos de distintos personajes. Acudimos a una de esas imágenes repugnantes en la escena en que Pablos, recién llegado a Alcalá, es recibido violentamente por sus compañeros de colegio. Sin que él se lo espere, y por ser nuevo y tener mal aspecto y mal olor, todos comienzan a escupirlo y a reírse de él: “... fue tal la batería y lluvia que cayó sobre mí, que no pude acabar la razón. Yo estaba cubierto el rostro con la capa, y tan blanco, que todos tiraban a mí; y era de ver cómo tomaban la puntería. Estaba ya nevado de pies a cabeza…” (51).
Pablos termina cubierto por una capa espesa y blanca de saliva y gargajos ajenos. En su relato, él describe el resultado final de ese ataque con una metáfora que termina por dar cuerpo a la imagen visual: la copiosidad de esa capa de escupitajos da la impresión de que hubiera caído nieve sobre él.
Pablos cubierto del excremento de un compañero
Otra de las imágenes escatológicas que construye Pablos corresponde al momento en que relata la humillación sufrida frente a don Diego y orquestada por sus pares, los otros criados que se alojan en su habitación de Alcalá. Luego de que ellos le tiendan una broma en la que fingen ser azotados, uno defeca en la cama de Pablos y él, sin darse cuenta, se revuelca durante su sueño. Al día siguiente, se despierta lleno de excremento de su compañero: "y como, entre sueños, me revolcase, cuando desperté halléme sucio hasta las trencas... (...) Y al alzar las sábanas, fue tanta la risa de todos, viendo los recientes no ya palominos sino palomos grandes, que se hundía el aposento" (54). Para representar su aspecto desagradable, Pablos hace un juego de palabras en el que señala que los palominos (como se llama a las manchas de excremento) son tan grandes que ya se han convertido en palomas grandes. La expresión se vale de un tono jocoso, pero el efecto de la imagen es desagradable.
La golpiza que Diego y los dos caballeros dan a Pablos
Pablos narra diversas situaciones violentas de la que es víctima a lo largo de su vida. Entre ellas, se destaca la fuerte golpiza que recibe de parte de Diego y los dos caballeros, pues, además de su gravedad, supone la caída más precipitada para el protagonista, quien es violentado por la única persona a la que consideraba un amigo. La escena de esa golpiza está compuesta por varias imágenes visuales que dan cuenta del estado penoso en que queda el joven: "(...) levantáronme, y viendo mi cara con una zanja de un palmo, y sin capa ni saber lo que era, asiéronme para llevarme a curar. (...) Acostáronme, y quedé aquella noche confuso, viendo mi cara de dos pedazos, y tan lisiadas las piernas de los palos, que no me podía tener en ellas ni las sentía..." (165).
Según reconstruye Pablos, producto de los golpes, su rostro queda atravesado por una herida grande, a la que compara con una zanja, pues parece partirle el rostro en dos partes. Asimismo, sus piernas quedan tan lastimadas que no solo pierde la posibilidad de estarse en pie, sino que directamente pierde la movilidad de ellas. Como resultado, los hombres que lo rescatan deben levantarlo en brazos, pues él no puede hacerlo por sus medios. En su totalidad, se trata de una descripción lamentable de las consecuencias de las picardías de Pablos y de la violencia impune que imparten los más poderosos.
La monja tapada por la red del locutorio
El vínculo que establece Pablos con la monja de clausura es a distancia y virtual: no solo nunca llega a consumarse, sino que jamás logran reunirse directamente. Para representar esa distancia insalvable, Quevedo utiliza una fórmula ingeniosa con la que construye la imagen inalcanzable de la monja vista a través de la red del locutorio del convento: “era una torrecilla llena de rendijas toda, y una pared con deshilados (...). Estaban todos los agujeros poblados de brújulas; allí se veía una pepitoria, una mano y acullá un pie; en otra parte había cosas de sábado: cabezas y lenguas, aunque faltaban sesos” (181). Describe en ella una imagen a retazos, compuesta de los pedazos sin continuidad que Pablos logra ver del cuerpo de la monja, ya que se encuentra tapada por esa red. La imagen fragmentaria expresa la impotencia de Pablos, al ser incapaz de acceder directamente a la monja y verla sin mediación. La incompletitud de esa imagen es cifra de la imposibilidad de su vínculo con ella, que nunca llegará a concretarse materialmente.