Resumen
Capítulo V: “De mi huida, y los sucesos en ella hasta la corte”
En la nueva posada, Pablos alquila un asno con el fin de seguir viaje. Su objetivo es llegar a la Corte, donde nadie lo conoce, lo cual le da la posibilidad de valerse de sus habilidades para empezar una vida nueva. En ese sentido, evoca la carta que le escribió a su tío, en la que aseguraba querer negar la sangre en común que tenía con aquel.
En el viaje se encuentra con un hidalgo vestido de capa, espada y sombrero que le dice que está cansado de ir a pie, y Pablos imagina que el carro de ese caballero debe venir atrás. De pronto, al hombre se le rompe una agujeta que ciñe su ropa y se le caen las calzas, quedando desnudo. Pablos se ríe ante el espectáculo y le dice al hombre que espere a sus criados para que lo asistan, pero el hombre le pide que no se burle de él, pues no tiene ni carro ni criados. Entonces, el hidalgo le pide al joven que lo deje subir un rato a su asno, para descansar. Como el hombre sostiene sus calzas para tapar sus genitales, Pablos debe ayudarlo a subir y nota con espanto, al tocarlo, que en la parte de atrás va desnudo.
Entonces el hombre le dice a Pablos que su apariencia de hidalgo es una fachada para ocultar su absoluta pobreza. Cuenta que se llama Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y Jordán, que la hacienda de su padre se perdió y que, desde entonces, él se las ingenia para subsistir. Pablos se ríe de las ocurrencias del hombre, pero también se enternece y le pregunta a dónde se dirige, a lo que el hidalgo responde que va a la Corte, porque allí hay recursos para todos. De hecho, asegura que en la Corte él siempre ha conseguido dinero, comida y alojamiento, y Pablos le pide que le cuente más. El hidalgo le explica que la llave maestra para todo eso es la lisonja, y se dispone a contarle sus experiencias.
Capítulo VI: “En que prosigue el camino y lo prometido de su vida y costumbres”
El hidalgo presenta la Corte como un lugar en el que coexisten los extremos de todas las cosas (necios y sabios, pobres y ricos), y en donde hay un tipo de personas como él, que no tienen nada. Ese grupo de personas, dice, son las que se sustentan del aire y viven contentos. Pero llevan adelante para ello una serie de estrategias con las que se honran de una riqueza que no tienen, para aparentar.
Así, por ejemplo, estos hombres llenan sus casas de restos de comida para que, al recibir a un huésped, puedan fingir haber dado un gran banquete. También se encargan de visitar casas ajenas a la hora de la comida, para que el visitado deba invitarlos a comer, o bien consiguen sopa de los conventos, pero la toman a escondidas para que nadie se entere de esa caridad, haciéndoles creer a los frailes que la piden más por devoción que por necesidad. Asimismo, desarrollan numerosas estrategias para remendar sus ropas viejas y no dejar al descubierto la miseria. Por ejemplo, quitan retazos de tela a la parte de atrás de las prendas para emparchar los agujeros de adelante, y llevan la parte trasera desnuda, pues pueden cubrirla con la capa que llevan encima. A raíz de esa desnudez trasera, se abstienen de salir en días de viento, o de subir escaleras o montar a caballo, y procuran hacer reverencias poco inclinadas para no dejar al descubierto los agujeros. Todas sus prendas son recicladas de prendas anteriores, y por las noches deciden alejarse de las luces para no llamar la atención sobre las costuras.
Estos hombres, continúa el hidalgo, suelen andar a caballo una vez al mes por las calles públicas para hacerse ver por todos. Hacen un uso indiscriminado de la mentira, hablando de duques y condes que presentan como amigos o deudos, asegurándose primero de averiguar que estén ya muertos o muy lejos. Se enamoran solamente de mujeres que puedan facilitarles alguna comodidad: bodegoneras que les den comida, hospedadoras con posada, etc.
Finalmente, el hidalgo señala su ropa y explica los detalles que ha empeñado para completar su apariencia de caballero. Con ese tipo de engaños, dice el hombre, es que se puede vivir en la Corte en prosperidad y con dinero.
Pablos queda fascinado con las extrañas maneras de vivir del hidalgo. Pronto llegan a Rozas, a donde deciden pasar la noche. Pablos invita al hombre a comer, pues no tiene nada de dinero, y aprovecha para declararle su deseo de tomar sus consejos e ir a la Corte también. El hidalgo se pone muy contento y le ofrece su favor para introducirlo allí con los demás miembros de su grupo. Pablos accede, aunque se abstiene de declararle al hidalgo todo el dinero que lleva; solo le confiesa una parte de él, el cual basta para ganarse la amistad del hombre.
Por la mañana, Pablos y el hidalgo retoman su viaje rumbo a Madrid.
Análisis
El objetivo de Pablos en estos capítulos es llegar a la Corte. La razón que lo lleva allí tiene que ver, nuevamente, con su objetivo de buscarse un destino grandioso, junto a gente importante y honrada. Además, la posibilidad de llegar a un lugar donde nadie lo conoce significa para él un alivio, porque puede empezar de cero, usando sus habilidades para ganarse el favor de la gente: “Consideraba yo que iba a la Corte, adonde nadie me conocía -que era la cosa que más me consolaba-, y que había de valerme por mi habilidad allí” (107). Esa idea de empezar de nuevo Pablo la representa mediante una metáfora en la que la idea de dejar la vieja vida se asimila a la acción de colgar los hábitos, y empezar de nuevo sacando a relucir nuevas prendas: “Propuse de colgar los hábitos en llegando, y de sacar vestidos nuevos cortos al uso” (107). Parte de esa estrategia de Pablos implica, asimismo, desligarse de su pasado y sus familiares indignos, lo cual ha confesado en la carta de despedida a su tío: “No pregunte por mí, ni me nombre, porque me importa negar la sangre que tenemos” (107).
En el camino a Madrid, se encuentra con un hidalgo que, precisamente, está al corriente de la vida en la Corte, y le enseñará cómo comportarse en ella. El aspecto físico del hidalgo es pura apariencia, construida voluntariamente con el fin de ocultar su realidad miserable y ganarse el favor de las personas, para obtener comida y sustento. Pablos se deja convencer por esa primera impresión; hasta intuye que, por tratarse de un caballero, el hidalgo debe viajar acompañado de un carro y de criados, pero pronto se da cuenta de que no es así. De hecho, enseguida el hombre deja caer sus calzas y se queda desnudo, lo cual quiebra esa primera expectativa de grandeza. A la vez, la caída de su ropa es símbolo de la caída de la ilusión que Pablos se hizo sobre esa persona. Como el hombre debe sujetarse la ropa para taparse, Pablos lo ayuda a subirse a su asno y, al tocarle el cuerpo, descubre con horror que va desnudo en la parte de atrás. La expresión de Pablo ante ese descubrimiento resulta muy cómica: “y espantóme lo que descubrí en el tocamiento: por la parte de atrás, que cubría la capa, traía las cuchilladas con entretela de nalga pura” (109).
Ante su sorpresa, el hidalgo le enseña a Pablos que las apariencias pueden engañar: “no es oro todo lo que reluce; debióle parecer a v. m. en viendo el cuello abierto y mi presencia, que era un conde de Irlos. Como estas hojaldres cubren en el mundo lo que v. m. ha tentado” (109). Esta lección puede resultar valiosa, en la medida en que apunta a abandonar los prejuicios, pero también tiene un revés pícaro: el hidalgo hace uso de esas apariencias para engañar a la gente y conseguir dinero, comida y alojamiento, a pesar de su falta de recursos económicos. En efecto, el hombre se dirige a la Corte porque asegura que allí siempre hay recursos para todos: “la patria común, a donde caben todos, y adonde hay mesas francas para estómagos aventureros” (110).
Interesado en su experiencia, Pablos le pide al hombre que le cuente cómo se las ingenia para subsistir allí, y el hombre asegura: “es la lisonja llave maestra que abre a todas voluntades en tales pueblos” (110). Con esta metáfora, el hidalgo representa a la lisonja (la alabanza exagerada y falsa para conseguir favores) como una llave maestra capaz de abrir cualquier puerta, es decir, conseguir que todas las voluntades se dispongan a su favor.
El hidalgo hace una descripción de la Corte como un pequeño universo, donde conviven todo los extremos: “en la Corte hay siempre el más necio y el más sabio, más rico y más pobre, y los extremos de todas las cosas”, y agrega que eso da lugar a que existan “unos géneros de gente como yo, que no se les conoce raíz ni mueble” (111). En este punto, señala que él forma parte de un grupo de personas que se llaman entre sí con diferentes nombres: “güeros, chanflones, chirles, traspillados y caninos” (111), que significa vacíos, falsos, despreciables, desvanecidos y hambrientos, respectivamente. Es decir, son un conjunto de pícaros y atorrantes, que irónicamente se reconocen a sí mismos como tales.
El hidalgo comienza a describir las numerosas estrategias que él y sus colegas desarrollan para subsistir en la Corte. Por lo exageradas de esas estrategias y la minuciosidad con que las ejecutan, el relato del hidalgo resulta de gran comicidad. Primero se encargan de forjar una personalidad falsa, que los asimile a caballeros: llenan su casa de restos de comida, para que parezca que han dado un gran convite; salen a andar a caballo una vez al mes para ser vistos por los vecinos; hablan de condes y duques, asegurándose primero de que estos estén ya muertos o tan lejos que sean imposibles de rastrear, para aparentar estar emparentados con figuras de alto rango. La naturaleza con que el hidalgo describe esta estrategia, da cuenta de su falta total de escrúpulos: “¿Qué diré del mentir? Jamás se halla verdad en nuestra boca: encajamos duques y condes en las conversaciones…” (113).
También, continúa, se las ingenian para conseguir comida gratis, por ejemplo, yendo a visitar a las personas a sus casas justo en el horario de la comida, poniendo a los huéspedes en la obligación de invitarlos a quedarse. Además, se encargan religiosamente de remendar sus ropas viejas, para que no se note que están andrajosas (“y como en otras partes hay hora señalada para oración, la tenemos nosotros para remendarnos”, 113). A veces las ropas están tan rotas que tienen que tomar medidas extremas, como recortar pedazos de tela de la parte trasera para emparchar adelante. Es por eso que el hidalgo va desnudo por detrás. Y es motivo suficiente para que estos hombres deban adaptar su conducta, con precisión casi científica, lo cual acentúa el efecto cómico: “Estudiamos posturas contra la luz” (113), para evitar que la luz evidencie los parches y costuras, o “guardámonos de días de aire, y de subir por escaleras claras o a caballo” (114), para no dejar al descubierto su desnudez.
El hidalgo le asegura a Pablos que estos artilugios son suficientes para que la vida en la Corte sea posible para hombres pobres como él: “y con esto vive en la Corte (...) y el que se sabe bandear es rey, con poco que tenga” (115). Es decir, quien sepa mentir y engañar es como un rey en ese lugar, pues puede gozar de abundancia. Pablos se muestra muy interesado por esto y le confiesa al hidalgo que su objetivo es hacerse un lugar en la Corte. El hidalgo se alegra de servir de modelo para él y le ofrece su ayuda para hacerse un lugar entre esos hombres en la Corte. Pablos acepta pero, significativamente, le miente también al hidalgo, ocultándole la cantidad verdadera de dinero con la que cuenta. Así, Pablos se busca un lugar entre los atorrantes mediante una estrategia de engaño fiel al estilo de aquellos. Con esta promesa, se cierra el segundo libro de la novela.