La vida del Buscón

La vida del Buscón Resumen y Análisis Libro tercero, Capítulos IX-X

Resumen

Capítulo IX: “En que me hago representante, poeta y galán de monjas”

De camino a Toledo, Pablos conoce a una compañía de farsantes, uno de los cuales fue su compañero de estudios en Alcalá. Gracias a este, Pablos puede continuar viaje con ellos rumbo a Toledo. En el viaje, Pablos se encapricha con una mujer del grupo, una bailarina, y su marido accede a que el joven flirtee con ella a cambio de dinero. Hablan mucho pero no llegan a concretar nada.

Al oír la representación de una comedia que Pablo recita de memoria, recuerdo de su infancia, los actores lo invitan a unirse a ellos. Atraído por la vida del actor, y también por la bailarina, Pablos firma con el director de la compañía teatral un contrato por dos años. Al comienzo, representa como actor algunas comedias en corrales de comedia, teatros levantados en el centro de una manzana de casas. Cuando a la gente no le gusta o no entiende una obra, les arroja comida a los actores.

De a poco, Pablos empieza a escribir comedias y versos. Le va tan bien que llega a forjarse un renombre y se hace llamar “Alonso”. Enseguida se anima a escribir poesías, que resultan tan buenas que las cobra por encargo: los enamorados le piden versos para elogiar a sus amantes, los ciegos le piden versos para recitar.

Con estas destrezas, Pablos se hace rico y consigue una casa. Pero, desgraciadamente, el director de la compañía es procesado por unas deudas y encarcelado, con lo cual la compañía se desmembra. Sus compañeros lo invitan a seguir viaje, pero él prefiere aprovechar el dinero y la comodidad, y se queda en Toledo.

A continuación, abandonado su oficio de actor, Pablos se convierte en galán de monjas. Durante su labor como poeta, una monja se había enamorado de él, pero no soportaba su trabajo de farsante. Ahora, Pablos le escribe una carta y le asegura que abandonó la profesión de actor por ella. Ella se alegra de la noticia y lo invita a la iglesia, donde quizás podrán engañar a la abadesa de algún modo.

Pablos se pone el vestido de galán que usaba en sus comedias y se dirige a la iglesia, donde a través de la red busca ver a su monja. Intenta hacerse amigo de la abadesa, del cura y del sacristán para facilitar su llegada a ella. Pero Pablos solo puede verla a la distancia, a través de la red. Frustrado de pasar tantas horas en la iglesia sin poder acercarse a ella ni tocarla, Pablos comprende que estar enamorado de una monja es como amar a un pájaro enjaulado. Entonces, decide dejar a la monja y partir rumbo a Sevilla.

Capítulo X: “De lo que me sucedió en Sevilla hasta embarcarme a Indias”

Pablos llega a Sevilla prósperamente gracias a sus habilidades como fullero, esto es, jugador profesional tramposo. Describe las distintas trampas que aplica en los juegos de cartas para ganar gran caudal de dinero durante el viaje. En ese punto se interrumpe, pues no quiere llenar su relato de trampas y vicios. Sin embargo, aprovecha para dirigirse al lector pícaro que pueda leer su libro, y le advierte sobre algunas trampas habituales, para que las reconozca y actúe con cautela.

Con esos artilugios, Pablos llega a Sevilla con dinero y se instala en el Mesón del Moro, donde se encuentra con un condiscípulo de Alcalá, un cuchillero a sueldo llamado Mata, al que apodan Matorral. Este lo invita a comer junto a unos amigos y le enseña cómo comportarse con ellos, usando la capa caída, y haciendo ciertos gestos y cambios fonéticos en su habla. Los cuatro amigos de Mata son hombres de barba y mirada fuerte, y van armados con dagas y espadas.

Pablos, Mata y los cuatro hombres cenan y beben copiosamente hasta quedar borrachos. Conversan sobre guerra y puñaladas, sobre rufianes famosos. Se lamentan especialmente por uno de ellos, Alonso Álvarez, que fue capturado por un corchete. Entonces, Mata y sus amigos se preparan para ir a cazar corchetes. Pablos, que está muy borracho, los sigue, sin advertir el riesgo que corre. Al llegar a la ronda de oficiales, los hombres sacan sus espadas, Pablos los copia, y, entre todos, matan a dos corchetes. El alguacil y sus hombres huyen.

Pablos y sus camaradas se amparan en una iglesia, donde duermen hasta quitarse la borrachera. Sobrio, Pablos se espanta de que la justicia haya perdido dos corchetes a manos de unos borrachos. Pronto, se les acercan unas prostitutas, a las que Pablos llama 'ninfas'. Se aficiona especialmente con una de ellas, la Grajales, y decide juntarse con ella hasta morir. Aprende la lengua de los delincuentes y pronto se convierte en uno de ellos. La justicia los busca, pero ellos la despistan disfrazándose.

Sin embargo, cansado de ser perseguido, Pablos le propone a la Grajales mudarse a las Indias, para averiguar si, cambiando de mundo, puede mejorar su suerte. No obstante, Pablos anticipa que su suerte solo empeoró allí, y promete contar su vida en las Indias en la segunda parte de su relato.

Análisis

Los dos últimos capítulos de la novela transcurren en dos ciudades distintas de España: el noveno, en Toledo, y el décimo, en Sevilla. En cada una de esas ciudades, Pablos tendrá la oportunidad de llevar adelante una vida nueva, diferente de las previas. Sin embargo, todas ellas terminarán de manera desgraciada también.

En el capítulo noveno, Pablos lleva adelante una vida muy distinta a la que ha vivido hasta ahora. Se une a una compañía teatral de farsantes, y trabaja como actor y luego como escritor de comedias. Paradójicamente, él ha sido un actor durante su vida, al fingir identidades diversas con el objetivo de ganar dinero y comida. Ahora, esa habilidad es reconocida y remunerada de manera oficial, y es muy exitoso en ella. Asimismo, Pablos se convierte en un poeta. De todo ello, llega a forjarse un renombre rápidamente, lo cual parece un guiño irónico de Quevedo, que parodia la rápida consagración como autor de poemas de un pícaro atorrante como Pablos. De ese renombre, el protagonista consigue comprarse una casa y forjarse una fortuna.

Sin embargo, la compañía se disuelve y Pablos se las rebusca para conseguir otra forma de vida, esta vez valiéndose del dinero que ha ganado: se convierte en galán de monjas, o como señala él burlonamente, “en amante de red, como cofia” (178), pues su cortejo a la monja será solo a través de la red del locutorio, que los separa. En la sociedad de los siglos XVI y XVII, el galán de monjas era una figura conocida. Se llamaba así a los caballeros y otra gente principal que frecuentaban los locutorios de los conventos para conversar con las monjas de clausura. Además de charlar, se intercambiaban pequeños objetos simbólicos, y la práctica se convertía así en un cortejo, aunque siempre en un plano platónico, que casi nunca se concretaba físicamente.

Pablos se lleva una decepción porque, a pesar de hacerse amigos de todos los funcionarios del convento, y de sus reiteradas visitas, nunca logra superar ese nivel platónico. De hecho, todo lo que ve aparece mediado por la red que lo separa de su monja. Por eso, la imagen que describe en su relato es fragmentaria, compuesta de pedazos sin continuidad, pues se trata de los retazos que él logra ver a través de los agujeros de la red: “... era una torrecilla llena de rendijas toda, y una pared con deshilados (...), todos los agujeros poblados de brújulas; allí se veía una pepitoria, una mano y acullá un pie; en otra parte había cosas de sábado: cabezas y lenguas…” (181). Concluye finalmente que sus esfuerzos son inútiles y que el encuentro será imposible: “... y todo esto, al cabo, es para ver una mujer por red y vidrieras, como hueso de santo; es como enamorarse de un tordo en jaula, si habla; y si calla, de un retrato…” (181). Mediante un símil, Pablos reconoce que galantear con una monja de clausura es como enamorarse de un pájaro enjaulado, si habla; si ni siquiera habla, es como enamorarse de un retrato, por su quietud y su distancia de lo real material.

El último capítulo se abre con una referencia metatextual muy singular en la novela, en la que Pablos alude por primera vez al libro que está escribiendo y se dirige al lector de ese libro. Viene de describir sus habilidades como “fullero”, esto es, sus trampas (o “flores”, 183) como jugador tramposo. De pronto se interrumpe porque no quiere llenar su relato de vicios, y lo hace recurriendo a un juego de palabras que resulta chistoso: como llama “flores” a las trampas, dice que no quiere referir tantas flores porque “me tuvieran más por ramillete que por hombre” (183). Entonces se dirige directamente a los lectores de su libro. Así, su interlocutor ya no es aludido como “Vuestra Merced”, un hombre elevado que leería las memorias de Pablos; ahora su interlocutor, el lector de este libro, también puede ser un pícaro, pues sugiere: “Y por si fueres pícaro, lector, advierte que…” (184). En cualquier caso, Pablos justifica el relato de sus travesuras y delitos, argumentando que busca con ellos advertir al lector sobre los posibles peligros con los que puede cruzarse: “No quiero darte luz de más cosas; estas bastan para saber que has de vivir con cautela…” (184).

En el último capítulo, Pablos se junta con un grupo de cuchilleros y se convierte en uno de ellos. Borracho, se deja llevar por el grupo y participa de una cacería de corchetes, es decir, de funcionarios de la justicia, que termina en el asesinato de dos hombres. Así, los delitos de Pablos alcanzan el punto más alto de la novela: ha ayudado a matar a dos personas. A pesar del drama de la situación, todavía persiste el humor: “me espantaba yo de ver que hubiese perdido la justicia dos corchetes, y huido el alguacil de un racimo de uvas, que entonces lo éramos nosotros” (187). Pablo hace un chiste, comparándose a él mismo y a sus amigos con racimos de uvas, por la cantidad de vino que han bebido.

Finalmente, Pablos se enamora de una prostituta, a la que irónicamente llama “ninfa”, y, cansado de ser perseguido por la justicia, toma una decisión rotunda: “pasarme a Indias con ella, a ver si, mudando mundo y tierra, mejoraría mi suerte” (187). Pablos recupera otra vez el motivo del viaje y de la búsqueda, procedimiento habitual del buscón: emprender un viaje, mudar de ambiente y escenario, rumbo a un lugar nuevo y desconocido, donde el pícaro busca una vida más próspera y una mejor suerte. Luego de tantas mudanzas, que siempre acabaron en picardía y persecución, Pablos recurre a un movimiento más drástico, extremo (de ahí que sea un mudar de “mundo y tierra”, 187), que consiste en abandonar Europa rumbo a las Indias.

No obstante, Pablos anticipa que esa búsqueda será fallida también, pues no encontrará en las Indias una mejor suerte, sino una peor. La novela se cierra anunciando al lector que esas aventuras serán narradas en una segunda parte de su relato, que Quevedo nunca llegó a escribir.