Metílos en paz, diciendo que yo quería aprender virtud resueltamente, y ir con mis buenos pensamientos adelante. Y así, que me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir no se podía hacer nada.
En esta cita, Pablos se aparta del mandato de sus padres, que le exigen seguir sus pasos (ser ladrón, como su padre, y dedicarse a la brujería, como su madre), y les pide que lo manden a la escuela. Allí, Pablos quiere aprender a leer y escribir porque entiende que esa es la única forma de llegar a ser alguien. Asimismo, su deseo es seguir el camino de la virtud y de los buenos pensamientos, contrariamente al destino delictivo y deshonroso que sus padres le proponen. En suma, la cita resume la aspiración de Pablos de ascender socialmente, rasgo común del pícaro del género picaresco, y que siempre termina frustrándose.
Pablos, abre el ojo, que asan carne. Mira por ti, que aquí no tienes otro padre ni madre.
El primer día de Pablos en Alcalá está cargado de episodios violentos: recibe escupitajos de sus compañeros de escuela, golpizas del hospedador y de Diego, y es humillado por los criados, que lo hacen revolcarse en el excremento de uno de ellos. A partir de esa serie de infortunios, Pablos aprende que está solo en la vida y que debe cuidar por sí mismo, pues, como le dice Diego, nadie cuidará de él. De alguna manera, el consejo de Diego anticipa el futuro que se avecina para Pablos, cargado de desgracias y de traiciones a las que deberá sobreponerse casi siempre en soledad.
"Haz como vieres", dice el refrán, y dice bien. De puro considerar en él, vine a resolverme de ser bellaco con los bellacos, y más, si pudiese, que todos. No sé si salí con ello, pero yo aseguro a v. m. que hice todas las diligencias posibles.
Producto de todas las vejaciones vividas en Alcalá, Pablos asume una nueva actitud, que se inspira justamente en el refrán aquí citado. El joven, como reacción a la violencia recibida, decide actuar de la misma manera en que han actuado con él. De ahí que se proponga actuar como un bellaco con los bellacos, e incluso se propone la empresa hiperbólica de convertirse en el más bellaco de todos.
Esta cita cobra relevancia a la luz de lo que seguirá contando Pablos en lo sucesivo. Poco tiene que ver ese deseo de convertirse en un villano con la idea original que lo sacó de su casa, orientada a los buenos pensamientos y la virtud. Es evidente, entonces, que en esta cita asistimos al momento en que Pablos manifiesta su voluntad de convertirse en un pícaro, lo cual será confirmado en los siguientes capítulos.
Iba yo entre mí pensando en las muchas dificultades que tenía para profesar honra y virtud, pues había menester tapar primero la poca de mis padres, y luego tener tanta, que me desconociesen por ella. Y parecíanme a mí tan bien estos pensamientos honrados, que yo me los agradecía a mí mismo. Decía a solas: "Más se me ha de agradecer a mí, que no he tenido de quien aprender virtud, ni a quien parecer en ella, que al que la hereda de sus abuelos".
Esta cita de Pablos corresponde al trayecto que hace de Alcalá rumbo a Segovia, de camino a cobrar la herencia de sus padres, a quienes la Inquisición condenó a muerte por sus delitos. Ante esa perspectiva, Pablos reflexiona en soledad sobre su virtud y su honra. Esta reflexión constituye un motivo habitual del género picaresco, en que el pícaro reconoce que él no posee ni herencia ni suerte que lo acompañe, con lo cual todo lo logrado es puro mérito suyo.
En esta cita, Pablos señala que es mucha dificultad para él seguir la senda de las virtudes, pues debe distanciarse de la mala fama construida por sus padres. Por eso ha destruido la carta de su tío en que anuncia las condenas a sus padres: quiere borrar ese pasado y seguir adelante construyendo una vida virtuosa. En la medida en que sus modelos a seguir son tan negativos, él no ha tenido de quién aprender la virtud. Es por eso que agradece tener tan buenos pensamientos, pues comprende que son mérito de él y de nadie más.
Yo que vi la bellaquería del demandador, escandalicéme mucho, y propuse de guardarme de semejantes hombres. Con estas vilezas e infamias que veía yo, ya me crecía por puntos el deseo de verme entre gente principal y caballeros.
Al llegar a Segovia para cobrar la herencia de sus padres, Pablos pasa una noche con su tío, Alonso Ramplón, y tres amigos suyos. Los cuatro hombres demuestran ser unos atorrantes corruptos, que se emborrachan grotescamente y se jactan de los sobornos que han pagado o de cómo han usado sus funciones públicas para aprovecharse de la gente. Como se exhibe en esta cita, Pablos se escandaliza con tanta villanía y se avergüenza enormemente de compartir con esas personas. Ese disgusto le actualiza y reafirma su deseo inicial: verse rodeado de gente principal y de caballeros. Imbuido de ese espíritu, Pablos huye de casa de su tío y prende su camino rumbo a la Corte, donde espera poder hacerse una vida a la altura de sus expectativas.
Irónicamente, en los próximos capítulos, Pablos se desviará notablemente de esa senda virtuosa. Para acercarse a gentes principales y caballeros, no recurrirá a estrategias moralmente aceptables, sino a las más viles estrategias de engaños y delitos. Así, por ejemplo, acabará en la cárcel, sobornando a todos los funcionarios que allí encuentra para que lo dejen libre. Con ello, la novela parece sugerir que no hay alternativa para el pícaro, que ya está determinado por el contexto en el que nace.
No pregunte por mí, ni me nombre, porque me importa negar la sangre que tenemos.
Esta frase corresponde a un fragmento de la carta que Pablos deja a su tío Alonso Ramplón antes de huir de su casa rumbo a la Corte. Se trata de una declaración bastante cruel, que da cuenta del hastío que genera el verdugo en Pablos. Efectivamente, él se avergüenza tanto de su tío como de sus padres. Por eso, en la carta afirma que quiere "negar la sangre" que comparte con ellos, es decir, negar su ascendencia y seguir adelante, buscando una vida mejor. Por eso se dirige a la Corte, donde nadie conoce su mala reputación y es capaz de empezar una vida nueva.
Sin embargo, el objetivo de Pablos será frustrado en numerosas ocasiones, y no podrá ascender socialmente ni desligarse de su naturaleza villana. En ese sentido, la novela parece adscribir a una idea determinista, según la cual el pícaro está condenado a lo que su sangre le impone, y no podrá nunca desligarse de ese destino al que su origen lo condena.
Era de ver cómo, en creyendo que tenía dinero, me decían que todo me estaba bien. Celebraban mis palabras; no había tal donaire como el mío. Yo que las vi tan cebadas, declaréle mi voluntad a la muchacha, y ella me oyó contentísima, diciéndome mil lisonjas.
En esta cita, Pablos cobra dimensión de la herramienta poderosísima que es el dinero. Si en la cárcel fue un medio imprescindible para conseguir un trato privilegiado y, en última instancia, para comprar su libertad y la de sus amigos, ahora, en la posada de Berenguela, el dinero funciona como una llave para ganarse la confianza y la atracción de la muchacha. Pablos, que quiere cortejar a la muchacha para casarse con ella y garantizar así su sustento, le hace creer a ella y a su madre que él es un hombre poderoso y adinerado.
A pesar de su aspecto desgarbado y pobre (que es su verdadera condición), las mujeres se dejan convencer por la identidad que Pablos construye. Al verlas tan encantadas con su aparente riqueza, Pablos se aprovecha y manifiesta su voluntad de unirse a Berenguela. Confirma así que el dinero es capaz de convencer a cualquiera, y que con él se puede conseguir cualquier propósito.
Entonces las viejas, tía y madre, dijeron que cómo era posible que a un caballero tan principal se pareciese un pícaro tan bajo como aquel.
Pablos describe aquí la reacción de las mujeres al escuchar que Diego ha confundido al caballero principal que corteja a Ana con un criado que tuvo en Segovia, de quien evoca las más viles trampas y mentiras. En ese punto, la novela construye una ironía dramática, pues el lector sabe más que lo que saben las mujeres, y es capaz de reconocer la humillación que significa para Pablos que todos se burlen de su verdadera naturaleza. Asimismo, el lector conoce aquí cuál es la verdadera mirada que Diego tiene sobre su criado, pues hasta ahora solo conocíamos la versión de Pablos, que se vanagloriaba de ser un gran amigo de don Diego.
Asimismo, la cita expone la contradicción entre la apariencia y la realidad, tema recurrente en la novela. Pablos ha sabido desarrollar durante su vida un cultivo de las apariencias, a los fines de forjarse una falsa identidad de rico y ganarse así el favor de las personas. Sin embargo, Diego reconoce en él su verdadera naturaleza: la del pícaro que no puede escapar de su destino vil.
Comencé a dar gritos y a pedir confesión; y como no sabía lo que era -aunque sospechaba por las palabras que acaso era el huésped de quien me había salido con la traza de la Inquisición, o el carcelero burlado, o mis compañeros huidos…; al fin, yo esperaba de tantas partes la cuchillada, que no sabía a quién echársela; pero nunca sospeché en don Diego ni en lo que era- daba voces...
El fragmento aquí citado corresponde al momento en que Pablos recibe la golpiza de parte de los dos caballeros, ejecutando la orden de don Diego. Esta golpiza funciona en la novela como un castigo a toda su picardía, una retribución simbólica por todos los embustes que llevó a cabo en vida, y en venganza a todas las personas a las que traicionó. Efectivamente, Pablos recibe la paliza a sabiendas de que ese momento podía llegar; por eso dice que esperaba de muchas partes esa cuchillada y repasa mentalmente todas las personas que estarían dispuestas a prodigarle tal castigo. En este punto, a pesar de su vileza, Pablos es consciente de todo el daño que causó, y no le sorprende que se le haya vuelto en contra tanta bellaquería.
Sin embargo, Pablos no se imagina en ese momento que su atacante puede ser Diego, a quien considera un amigo. La saña con la que Diego se venga del engaño de Pablos a su familia da cuenta de su falta de cariño hacia aquel. La imagen resultante de esa golpiza -el joven tirado en el suelo, con la cara partida por un surco y las piernas lisiadas- representa el sometimiento de Pablos a Diego y la confirmación de la imposibilidad de un ascenso social real para el primero.
Halléme en menos de un mes con más de doscientos reales horros. Y últimamente me declaró, con intento que nos fuésemos juntos, el mayor secreto y la más alta industria que cupo en mendigo, y la hicimos entrambos. Y era que hurtábamos niños, cada día, entre los dos, cuatro o cinco; pregonábanlos, y salíamos nosotros a preguntar las señas, y decíamos: "Por cierto, señor, que le topé a tal hora, y que si no llego, que le mata un carro; en casa está". Dábannos el hallazgo, y veníamos a enriquecer de manera que me hallé yo con cincuenta escudos...
Esta cita representa el punto más alto en la picardía y vileza de Pablos. Luego de ser humillado y golpeado por Diego, perdiendo así su oportunidad más clara de ascenso social mediante un casamiento con Ana, Pablos se entrega a mendigar y conoce a un mendigo que le enseña los trucos más maliciosos que Pablos cuenta en su relato. Ya no se trata de puras mentiras ni de robos. Ahora, el delito asciende en gravedad y, junto a Valcázar, el joven aprende a explotar a niños pobres para que consigan dinero por él, y luego accede a secuestrar a varios niños por día para cobrarse luego la recompensa por devolverlos. En este sentido, este punto representa la caída más baja de Pablos y su mayor distanciamiento del objetivo original de perseguir la virtud y la honra.