Resumen
Anfisa anuncia la presencia de un coronel desconocido y le pide a Irina que sea amable con él. Entra entonces Vershinin y, entre alegre y asombrado por el paso del tiempo, saluda a las hijas de Prósorov, a quienes conoció cuando eran niñas. Túsenbach dice que Vershinin es de Moscú, lo cual llama la atención de las jovencitas. Irina y Olga explican que piensan mudarse pronto a Moscú y que creen que ya en otoño estarán de vuelta en su ciudad natal. Masha recuerda de pronto que de niñas llamaban a Vershinin “el mayor enamorado” (p.85). Vershinin dice que en esa época era joven y estaba enamorado, y que en el presente todo es distinto. Luego hablan de las ubicaciones de sus casas en Moscú y de la difunta madre de las Prósorov. Masha se asombra de sentir que está olvidando el rostro de su madre. Asegura que ellos mismos serán olvidados de la misma manera. Vershinin asiente, diciendo que el destino de todos es el olvido y que con el tiempo todo lo que hoy parece serio dejará de tener importancia. Y que no hay modo de saber qué es lo que en el futuro considerarán valioso y qué mezquino o ridículo.
Se oye a Andréi tocando el violín. Sus hermanas hablan de él: es un sabio y será profesor en Moscú. Luego hablan de la muchacha de la que aparentemente su hermano está enamorado: a Masha le parece que hay algo que está mal en ella, quizás el modo en que se viste. Luego aparece Andréi y las hermanas juegan con él, llamándolo “violinista enamorado”, en alusión al “mayor enamorado” Vershinin. Andréi pronto habla de sus estudios: gracias a su padre, él y sus hermanas saben muchos idiomas. Masha dice con resignación que conocer tantos idiomas, en la ciudad en que viven, es un lujo innecesario, un conocimiento superfluo. Vershinin no está de acuerdo: para él no puede existir ciudad, por más inerte que sea, en la que resulte innecesaria una persona culta. Asegura que probablemente las pocas personas cultas en ese lugar no podrán triunfar sobre la masa tosca que las rodea y serán ahogadas por ella, pero que en el futuro la mayoría será como ellas. En doscientos o trescientos años, afirma con fe Vershinin, la vida será hermosa. El hombre precisa una vida así, soñar con ella. Túsenbach dice que para participar de una vida en la tierra maravillosa hay que preparse, trabajar. Vershinin asiente y luego admira la casa en que viven las muchachas, su cantidad de flores. Dice envidiarlas: toda la vida la pasó en pequeños departamentos, esas flores son lo que le hicieron siempre falta a su vida. Vershinin luego imagina cómo sería poder empezar la vida de nuevo, como si lo vivido hasta el momento solo fuese un borrador. Siente que de tener esa oportunidad ningún hombre se repetiría. Si él empezara su vida de vuelta, no se casaría.
Entra Kulíguin, marido de Masha, quien felicita a Irina por su santo y le regala un libro escrito por él mismo sobre los cincuenta años de historia del colegio en que él da clase. Luego se presenta ante los demás como maestro de la escuela local y Consejero Municipal. Irina advierte que él le regaló el mismo libro ya para Pascua. Entonces Kulíguin ríe sorprendido y le regala el libro al coronel. Vershinin agradece y empieza a despedirse. Las muchachas lo detienen, rogándole que se quede a almorzar. Vershinin luego pide perdón a Irina por no haberla felicitado por el día de su santo, no sabía que su visita estaba cayendo en esa festividad.
Kulíguin habla a todos alegremente, profiriendo frases sobre el domingo, el descanso y la forma de la vida. Luego, recuerda a Masha que esa noche cenarán con el director de su colegio, en un encuentro de pedagogos con sus familias. Masha responde inmediatamente que no irá, pero ante la sorpresa de su marido dice, molesta, que lo pensará más tarde.
Olga anuncia que la comida está servida. Masha ruega a Chebutikin que no beba alcohol y este responde que hace dos años que ya no se embriaga. Luego la muchacha se lamenta por tener que ir a la aburrida cena con el director y se queja de su vida “condenada, insoportable” (p.93). Todos van hacia el salón. Solióny camina cantando “pío, pío, pío” (p.93) ignorando los pedidos de silencio de los demás.
En la sala quedan solos Irina y Túsenbach. La muchacha habla de Masha: está de mal humor, se casó a los dieciocho años cuando creía que Kuliguín era el hombre más inteligente. Y ahora todo es distinto, dice, Kuliguín es el hombre más bueno pero no el más inteligente. Luego, Irina dice que no le agrada Soliony. Túsenbach acuerda en que es una persona extraña: cuando están solos es agradable, pero en sociedad es grosero y ofensivo. Túsenbach intenta detener a Irina para que se quede con él en la sala. Le dice que ella tiene veinte y él treinta, y le pregunta melancólicamente cuántos años les quedan por delante, una “larga fila de días, llenos de amor por usted” (p.94). Irina le ruega que no le hable de amor. Él insiste: ella le parece hermosa, la vida le parece hermosa y está ávido por vivirla. La muchacha responde que la vida de ella y sus hermanas no ha sido hermosa aún. Está por llorar, pero se libra de sus lágrimas diciendo que es justamente por eso que debe trabajar; ella está convencida de que es por no conocer el esfuerzo que se tiene una vida triste.
Entra Natasha, que se sorprende al ver que todos ya están sentados en la mesa y que, por lo tanto, ella ha llegado tarde. Aprecia su propia apariencia en el espejo y luego felicita a Irina. Se siente algo confusa entre los invitados. Olga le remarca que el cinturón verde que lleva puesto no está bien, y Natasha responde que es color mate.
Una vez que ya están todos en la mesa, Kuliguín le desea a Irina que consiga un buen novio. Chebutíkin se lo desea a Natasha también, pero el otro bromea con que Natasha ya tiene uno. Olga invita a los presentes a volver para la cena.
Llegan Fedótik y Rode trayendo una canasta de flores y felicitan con alegría a Irina. Masha vuelve a recitar la frase que cantaba más temprano, y se pregunta para sí misma por qué lo hace, a qué pertenecen esas palabras. Kulíguin comenta que son trece personas en la mesa, señal de que entre los presentes hay enamorados. Todos ríen y Natasha se ruboriza, se levanta y sale corriendo, seguida por Andréi.
A solas, Natasha confiesa estar muy avergonzada por haber salido así de la mesa, lo cual es un gesto horrible, pero sentía que todos se burlaban de ella. Andréi intenta tranquilizarla, diciéndole que se trata de toda gente buena. Natasha dice no estar acostumbrada a estar en sociedad. Andréi se conmueve pensando en lo encantador de la juventud. Le dice a la muchacha que tiene el alma llena de amor, de felicidad, que está enamorado de ella y que quiere que sea su esposa. Se besan.
Análisis
El universo femenino, íntimo y familiar presentado en la primera escena de la obra se ve rápidamente interrumpido por un grupo de personajes que ofrecen un claro contraste: son varones adultos, algunos aún más avanzados en edad que otros, cuyo punto en común es la profesión militar. La presencia de estos personajes en la casa de los Prósorov se sabe momentánea, no viven en esa ciudad sino que llegaron allí junto a sus tropas y partirán hacia otro destino cuando llegue el momento. Esto último también funciona como contrapunto a la sensación de estaticidad y permanencia que perturba a las muchachas.
Una de las particularidades que ofrece la visita de Vershinin es la presencia de una perspectiva distinta sobre la vida en la ciudad de provincias en comparación con la vida en Moscú. Vershinin reside en aquella ciudad con la que las hermanas sueñan día a día, y sin embargo en el discurso de este personaje la percepción de Moscú como la promesa de una vida maravillosa y plena aparece relativizada: “¡Cuántas flores tienen aquí! (Mirando alrededor) ¡Y qué casa tan hermosa! Las envidio. Lo que es yo, toda mi vida la he pasado en departamentitos, con dos sillas, un sofá y estufas que siempre echan humo. Son precisamente flores como éstas las que han hecho falta en mi vida...“ (p.91). La percepción que Vershinin tiene sobre la vida de provincias en relación a la vida en la ciudad capital propone una noción completamente inversa a la que sostienen las hermanas Prósorov. De algún modo, lo que se sugiere es que los espacios no son en sí mismos, sino que adquieren las virtudes o defectos que la subjetividad de quien percibe les atribuye. Ya en este acto puede observarse esa misma dinámica en relación a otras cuestiones, como, por ejemplo, el trabajo: Olga trabaja duramente y sólo siente cansancio, envejecimiento y malestar, mientras que personajes que nunca trabajaron, como Irina y Túsenbach, enarbolan al trabajo como aquello que da sentido a la existencia. Esta dinámica se trasluce a lo largo de toda la obra como un profundo desajuste entre lo que se desea y lo que se tiene, entre la ilusión y la realidad.
Sin embargo, la reunión que se da en estas escenas entre dos universos en principio contrapuestos (el de las hermanas y el de los militares), presenta también puntos de contacto, entre algunos de esos hombres y algunas de las hermanas, que colaboran con la construcción de vínculos particulares. Ya en las primeras escenas se veía cómo Irina compartía con Túsenbach una perspectiva similar acerca del trabajo como eje del sentido de la existencia, y ahora es Vershinin quien comparte una sensibilidad común con Masha, más ligada al sentimiento fatal de ver los propios sueños frustrados y una cierta resignación en lo que refiere a encontrar felicidad en la vida:
A menudo pienso: ¿y si se empezara la vida de nuevo, pero conscientemente, como si la que ya se ha vivido fuera una especie de borrador y la otra en limpio? Entonces, creo, cada uno de nosotros trataría de no repetirse, o por lo menos crearía para sí un ambiente de vida distinto; arreglaría una casa como esta, con flores y mucha luz… Tengo mujer y dos hijitas; además, mi mujer es una señora de poca salud; etc., etc.; pero si empezara la vida de nuevo, yo no me casaría… ¡No, no!
(p.91)
Lo que empuja a Vershinin a imaginar constantemente futuros lejanos o hipotetizar acerca de la posibilidad de recomenzar la propia vida es un grave sentimiento de desesperanza en relación con su vida real. La desesperanza se fortalece además en cuanto se revisa un pasado más o menos feliz, una juventud que prometía una vida maravillosa: “Cuando me decían ‘el mayor enamorado’ era joven aún y estaba enamorado. Ahora es distinto” (p.85-86), dice Vershinin como quien describe una fatalidad, en una suerte de sentencia que se repite en boca de Irina cuando habla de Masha: “Se casó a los 18 años, cuando le parecía que Kulíguin era el hombre más inteligente. Ahora es distinto. Es el más bueno, pero no el más inteligente” (p.94). En ambos casos lo “distinto” funciona prácticamente como un eufemismo de “peor” o “irreparable”: algo cambió y lo hizo para mal, algo transformó la esperanza en desilusión e instaló para siempre la melancolía en el centro sensible de los personajes. En el caso de Vershinin y de Masha esa desilusión tiene que ver mayoritariamente con el matrimonio. A lo largo de toda la obra el amor y el matrimonio se presentan como asuntos excluyentes, en tanto el primero parecería extinguido en el segundo: los personajes amaron hasta que se casaron, y este paso no será visto, en el resto de sus vidas, sino como un error incomprensible e irreversible a la vez. Otros personajes de la obra se enfrentan al mismo destino, y uno de ellos es Andréi. En estas escenas aparece el comienzo de esa historia que también terminará revelándose equivocada; las muchachas bromean sobre el noviazgo de Andréi con Natasha y llaman a su hermano “el violinista enamorado”, en una asociación con que acabará develándose más acertada que azarosa: al igual que “el mayor enamorado” Vershinin, el amor se extinguirá en el vínculo de Andréi más temprano que tarde. El acto termina justamente con el muchacho que, poseído por un rapto de esperanza y enamoramiento, propone matrimonio a Natasha. Las escenas del acto siguiente bastarán para evidenciar la broma de las muchachas como una suerte de profecía, en tanto la historia de amor de Andréi no tardará en ofrecer un paralelismo con la de Vershinin.