Resumen
Este acto comienza en el jardín de los Prósorov de mediodía. Irina, Kulíguin y Túsenbach están despidiendo a Fedótik y Rode. Estos, en uniforme de campaña, agradecen los saludos amistosos: en menos de una hora se habrán ido junto a las tropas. Solióny saldrá al día siguiente, con la tropa que le corresponde. Fedótik habla de la paz y la calma que habrá al día siguiente en la ciudad. Y aburrimiento, añade Túsenbach. Rode abraza a los presentes, Fedótik le da una libretita de regalo a Irina y se van.
Irina se dirige a Chebutíkin para preguntarle por algo que la tiene preocupada: qué sucedió la noche anterior en el bulevar. Chebutíkin responde que nada importante, pero Kulíguin informa que Solióny y Túsenbach se encontraron en el bulevar, el primero se burló del segundo, y el segundo le respondió. Irina, estremecida, dice que todo le asusta ese día. También cuenta que ya tiene todo listo para casarse, al día siguiente, con Túsenbach. Dos días después ya estará en la fábrica de ladrillos y luego en el colegio, siendo maestra, empezando una vida nueva. Kulíguin comenta con alegría que cuando se vayan los militares todo volverá a ser como antes. Habla después de Masha, de cuán honrada es y cuánto la quiere.
Se oye que alguien toca en piano “La plegaria de la Virgen”. Irina dice estar contenta porque al día siguiente, a la noche, ya no tendrá que oír esa canción, ni tampoco encontrarse con Protopópov. Luego habla de Olga, quien aún no llega. Dice que le resulta difícil vivir sin ella ahora que vive en el Liceo, siendo directora, todo el día ocupada. Irina pasa aburrida todo el día, y piensa que si no puede ir a Moscú, porque no es su destino, que así sea. Desde que reflexionó y aceptó casarse con Túsenbach, dice, está más alegre. Sin embargo desde la noche anterior una preocupación la invade por completo.
Masha pregunta a Chebutíkin si amó a su madre, y este responde que sí. Luego ella pregunta si su madre lo amó a él. Chebutíkin no lo recuerda. Masha observa a su hermano Andréi y habla de cómo todas las esperanzas en torno a él se perdieron.
Andréi pregunta a Chebutíkin por su partida al día siguiente y si sabe qué sucedió la noche anterior en el bulevar. Chebutíkin le cuenta que Solióny se burlaba de Túsenbach, este enojado lo ofendió y entonces el primero lo retó a duelo. Se batirán ese mismo mediodía, en pocos minutos, en un bosquecito al otro lado del río. Será el tercer duelo de Solióny. Masha dice que deberían intervenir porque Túsenbach podría terminar muerto. Chebutíkin vuelve a su teoría de que ninguno de ellos existe, solo creen que lo hacen. Masha pide que le avisen cuando llegue Vershinin, luego mira al cielo y observa que ya están volando las aves migratorias.
Andréi comenta que la casa quedará vacía cuando se vayan los oficiales y su hermana se case. Chebutíkin le pregunta entonces por Natasha. Andréi responde que su mujer es buena, pero tiene una mezquindad que la distancia de lo humano. Dice que por momentos la encuentra tan vulgar que no entiende por qué la quiere o la quiso tanto alguna vez. Chebutíkin le aconseja que se ponga un sombrero, tome un bastón y se vaya caminando sin mirar atrás.
Solióny viene en busca de Chebutíkin, diciendo que ya es la hora. Ambos salen, y entran Túsenbach e Irina. Túsenbach ve pasar a Kulíguin y comenta que seguro es el único que se alegra de que los militares partan. Luego le dice a Irina que debe irse, pero volverá pronto. Ella pregunta qué sucedió la noche anterior en el bulevar. Túsenbach responde que en una hora estará de vuelta con ella, que al día siguiente trabajarán juntos, se harán ricos y sus sueños renacerán. Luego dice “pero hay algo, una sola cosa: ¡tú no me quieres!” (p.143). Irina responde que eso no está en sus manos. Que será su mujer, fiel y sumisa, pero amor no hay. Él se muestra inquieto. Después de una pausa, Túsenbach filosofa acerca de las pequeñeces que adquieren repentina importancia en la vida. Luego ve los árboles como por primera vez y piensa lo bella que debería ser la vida a su lado. Observa un árbol seco que se mueve con el viento y afirma que él mismo, de morirse, seguro también participará de la vida de algún modo. Le besa la mano a Irina, que le pide acompañarlo adonde vaya, pero él se inquieta, le ordena que no lo haga, busca una excusa y se retira rápidamente.
Ferapónt persigue a Andréi con unos papeles de la oficina. El muchacho entonces se pregunta en voz alta qué pasó con su vida, con su pasado brillante y prometedor. Habla después de la mediocre vida que llevan todos los habitantes de esa ciudad de provincias. Andréi siente que el presente le da náuseas pero con pensar en el futuro todo se despeja, y dominado por la ternura busca abrazar a sus hermanas, pero irrumpen los gritos de Natasha por la ventana, pidiendo silencio. Andréi toma los papeles que le ofrecía Ferápont y promete revisarlos y firmarlos.
Anfisa le cuenta a Irina lo feliz que se siente ahora que vive en un departamento de la escuela, gratis, gracias a Olga. Aparece Vershinin para despedirse y pregunta por Masha, así que Irina y Anfisa salen a buscarla. Olga pregunta a Vershinin si lo volverán a ver, y este dice que probablemente no. Olga habla de que en la ciudad no quedará al día siguiente ni un militar, todo será solo un recuerdo y ahora que ella es directora, nunca irá a Moscú. Vershinin ríe y dice que la vida es dura, que a ellos les parece sin esperanzas, pero que no está lejos el día en que será clara, fácil.
Llega Masha y ambos se besan prolongadamente, hasta que Olga pide que se detengan. Masha entonces se larga a llorar con desesperación, mientras Vershinin le pide que le escriba y luego se va. Entra Kulíguin, con aire confuso, diciendo que no está mal que Masha llore, él no hará reproche, la quiere y pronto empezarán la vida de nuevo, como antes. Ella intenta retener los sollozos y no puede impedir decir en voz alta la canción que evocaba al comienzo de la obra “Cerca del mar hay un roble verde… Una cadena de oro rodea su tronco…” (p.148). Masha se desespera intentando entender esas palabras, esclarecer sus ideas.
Se les une Irina, que quiere pasar un último día junto a sus hermanas. Entra luego Natasha dando indicaciones a una criada: “El señor Protopópov cuidará a Sófochka, y a Bobik que lo pasee Andréi” (p.149). Luego se queja del trabajo que dan los niños. Al ver a Irina le dice que la extrañará, le pide que se quede más tiempo, pero luego le anuncia que mudará el escritorio de Andréi a su cuarto. Después se distrae hablando de sus hijos, le dice a Olga que su cinturón no hace juego con su ropa y se va.
Se oye fuera la marcha militar que acompaña a la partida de las tropas. Masha y Kulíguin empiezan a despedirse de los demás para volver a su casa. Olga también, hasta que llega Chebutíkin y anuncia que, en el duelo, Túsenbach acabó muerto. Luego sale y las tres hermanas quedan solas, juntas, de pie. Irina llora.
Masha comenta que todos se alejan y ellas quedan solas rehaciendo sus vidas. Irina pone su cabeza en el hombro de Olga y sentencia: llegará el día en que todos comprenderán para qué se sufre. Mientras tanto hay que vivir y trabajar. Olga abraza a sus hermanas y dice que el tiempo pasará y ellas serán olvidadas, pero sus sufrimientos se transformarán en alegrías para aquellos que vivirán en el futuro, cuando la paz y la dicha reinen en la tierra. Ahora ellas deben vivir: “La música suena tan alegre, tan alentadora que parece que un poquito más y sabremos por qué vivimos, por qué sufrimos…! ¡Si supiéramos, si solamente supiéramos!” (p.151). La música se empieza a oír cada vez más lejos, Kuliguín contento trae la capa y el sombrero, Andréi empuja el cochecito en que está sentado Bobik. Chebutíkin canturrea suavemente y Olga implora una última vez: “¡Si supiéramos, si supiéramos!” (p.151).
Análisis
Por primera y única vez en la pieza, algo significativo para la trama tiene lugar en el espacio de entreacto. Durante un tiempo se conserva un halo de misterio e indefinición acerca de los sucedido, hasta que un testigo presencial termina revelándolo: una discusión entre Solióny y Túsenbach acabó en una citación a un duelo, y este se batirá durante el día en que tiene lugar la acción del cuarto acto. Esta circunstancia remite al final del segundo acto, donde las palabras de amenaza de Solióny (acerca de que, tratándose de Irina, mataría a cualquier rival feliz) parecen ahora adquirir una función de presagio.
Aunque Irina ignora el duelo que tomará como protagonista a su futuro marido, un trasfondo de inminente peligro enturbia los pensamientos de la muchacha. En uno de sus primeros diálogos en el cuarto acto, Irina da cuenta de sus nuevas expectativas, a la vez que su notable sensibilidad le advierte de la repentina existencia de nuevos obstáculos que sin embargo, por el momento, desconoce:
Entonces me decidí: si realmente no puedo ir a Moscú, que así sea. No es mi destino. ¿Qué le puedo hacer? Todo está en manos de Dios, es verdad. El barón Nikolái Lvóvich pidió mi mano. Reflexioné y me decidí. Es muy buena persona: asombrosamente buena… Y de pronto sentí como si me hubieran crecido alas, me puse alegre, perdí mi pesadez y me volvieron las ansias de trabajar, trabajar… Pero algo ocurrió ayer y no sé qué misterio se cierne sobre mí.
(p.138)
Luego de la devastación que se apoderaba de Irina en el tercer acto, la muchacha parece haber logrado aceptar sus circunstancias y reconfigurar sus sueños, amoldándose a la realidad que se le presenta. La menor de los Prósorov reflexiona: quizás no pueda ir a Moscú, pero aceptando la propuesta matrimonial de Túsenbach puede apoyarse en ese nuevo vínculo para reconstruir, con menos urgencia, sus anhelos ligados al trabajo. El modo en que la muchacha describe sus sentimientos, comparándolos con el nacer de las alas, recupera una imaginería que ya estaba presente en el primer acto: la depresión emocional suele aparecer en la obra ligada al estancamiento y la imposibilidad de movimiento, mientras que el sentimiento de esperanza se presenta asociada a los pájaros y su capacidad de vuelo. Porque en una obra cuyos protagonistas tienen como principal anhelo el viajar a un destino que consideran promisorio de felicidad, las emociones más intensas se presentan, justamente, por medio de imágenes relativas al movimiento. Chebutíkin dice al escuchar el discurso de Irina: “Ángel mío…, queridito, mi preciosa… ¡Qué lejos se ha ido! Ya no la podré alcanzar. He quedado atrás, como un pájaro migratorio que de viejo no puede seguir volando. ¡Vuelen, amores míos, vuelen con Dios!” (p.137). Al igual que en otras obras del autor, el estancamiento aparece asociado en algunos personajes a su condición campesina o provinciana (a la que están sometidos, por ejemplo, los jóvenes hermanos Prósorov), mientras que en otros esa imposibilidad de movimiento se da como consecuencia de la vejez. Chebutíkin se compara a sí mismo como un pájaro migratorio (el oficio militar lo trasladó de un lugar a otro durante toda su vida) que llegado a viejo observa cómo sus alas ya no podrán hacerlo volar como antes.
La desilusión que gobernaba a varios de los personajes durante los actos anteriores no solo no cesa, sino que se intensifica en este último acto en tanto los anhelos se confirman frustrados. Masha debe despedirse de Vershinin, el hombre al que ama, y volver a su vida insatisfactoria junto a su marido. En uno de los últimos parlamentos significativos del personaje, la muchacha explicita los sentimientos que, sospecha, la asolarán hasta su muerte. Acto seguido, comenta el destino también frustrado de su hermano:
Cuando se consigue la felicidad de a ratos, por pedacitos, y después se la pierde, como yo ahora, entonces, poco a poco, una se vuelve muy mala. (Indica su pecho.) ¿Ve? Aquí me hierve. (Mirando a su hermano Andréi que pasea el cochecito.) Ahí está Andréi, nuestro hermano… Todas las esperanzas están ya perdidas. Miles de personas izan una enorme campana, con tremendos esfuerzos y gastos, y de pronto, la campana cae y se rompe. De pronto, sin ton ni son. Igual que Andréi.
(p.139)
Como único hijo varón, en el contexto histórico en que se ubica la obra, en Andréi se depositaron las mayores expectativas profesionales de la familia: en el primer acto se hablaba de él como una joven promesa, que con certeza se convertiría en un futuro cercano en un flamante profesor de la Universidad de Moscú. Con el devenir de los actos, las esperanzas puestas en Andréi se fueron desvaneciendo: quedó atrapado en un matrimonio sin amor y en un puesto administrativo muy por debajo de su preparación y capacidad. Masha se expresa sobre la situación de Andréi por medio de una imagen comparativa: la desilusión que provoca en la familia el fracaso del muchacho equivale al de miles de personas que luego de esforzarse, plenos de esperanza, en izar una gran campana (que resonaría de belleza para siempre), la ven caer de golpe al suelo y acabar siendo indistinguible de otros objetos hechos trizas.
Esta sensación de nimiedad recién mencionada puede verse explayada por el mismo Andréi poco después. El joven se expresa sobre su propia frustración en un monólogo que constituye el último parlamento del personaje:
Oh, ¿dónde estás, adónde se ha ido mi pasado, cuando yo era joven, alegre, inteligente, cuando soñaba y pensaba con gracia, cuando mi presente y mi futuro parecían brillantes? ¿Por qué será que en cuanto empezamos a vivir nos ponemos pesados, grises, sin interés, indolentes, apáticos, inútiles, desdichados?... Nuestra ciudad tiene doscientos años, hay en ella cien mil habitantes, pero ni uno que no sea idéntico a los otros; ni un solo sabio, ni un solo pintor, sea en el pasado o en el presente; ni una personalidad que se haya destacado un poco de los demás, que haya provocado envidia o un ferviente deseo de imitarlo… No hacen más que comer, dormir y después morir… Nacen otros y también comen, beben, duermen, y para no embrutecerse totalmente de hastío se entretienen con maledicencias, con vodka, con el juego, con pleitos. Las mujeres engañan a sus maridos, éstos mienten, simulando no ver ni oír nada; y todo este ambiente mezquino y vulgar aplasta a los hijos, apaga en ellos cualquier chispa divina que hayan tenido y los vuelve miserables, semimuertos y tan parecidos los unos a los otros, como sus padres.
(p.144)
Si hay algo que perturba por igual a la mayoría de los personajes de la obra es la sensación de vacío en relación a la existencia. Tanto los Prósorov como Túsenbach, Vershinin, entre otros, se encuentran invadidos por la necesidad de encontrarle un sentido a la vida, ya sea a la propia como a la de la humanidad toda. Varias de las maneras que encuentran, aunque brevemente, para saldar ese vacío, suelen apoyarse en las esperanzas o anhelos vinculadas a metas a conseguir en el futuro. Sin embargo, al no alcanzar los objetivos autoimpuestos, al no lograr la felicidad que esperaban vislumbrar, los personajes de esta pieza sufren una caída violenta que no los enfrenta sino a la más honda desesperanza. Andréi no vive en su presente nada de lo que esperaba vivir, y esa experiencia le hace perder todas las fuerzas para sostener una fe en el futuro. En consecuencia, su mirada se dirige nostálgicamente hacia el pasado: esa juventud en la que se reúnen la alegría, la inteligencia y los sueños ahora perdidos. El pesimismo que enturbia su propia vida pasa a gobernar entonces su perspectiva acerca de los demás. El joven observa entre los habitantes de su ciudad un patrón común: no importa si en la juventud soñaron con la eminencia, porque al parecer la vida provinciana y el envejecimiento cubrieron de polvo a todos por igual, volviéndolos idénticamente grises.
Luego de este momento de pesimismo, el muchacho de todos modos alcanza un breve lapso de esperanza: se enternece pensando en sus hermanas, y el futuro recobra ante él un brillo perdido. Sin embargo, un grito de Natasha pidiendo orden y silencio vuelve a echar la realidad sobre los hombros de Andréi, quien se dispone entonces a leer los papeles de oficina: este momento bien puede leerse como un símbolo del modo en que la mediocre rutina diaria vulgariza la vida, obligando a la resignación y aniquilando los sueños.
El personaje de Natasha no ofrece grandes cambios respecto de los últimos actos: continúa mostrándose ensimismada e indiferente al dolor y la angustia de quienes la rodean. En una de sus últimas apariciones, Natasha se acerca a Irina con motivo de despedida: “Irina, ¿te vas mañana? ¡Qué lástima! ¿Por qué no te quedas una semana más? (...) Me he acostumbrado tanto a tu compañía… ¿Crees que me será fácil separarme de ti? Voy a mudar a Antdréi con su violín a tu cuarto -¡que serruche allí!-. Y en su habitación pondré a Sófochka. ¡Es una criatura maravillosa, divina! ¡Qué encanto! Hoy me miró con sus ojazos y dijo: ¡Mamá!” (p.149). El supuesto cariño de Natasha por Irina, así como su también supuesta tristeza por el hecho de que la muchacha abandone la casa, no demoran ni un segundo en evidenciarse falaces. En un giro irónico, Natasha inmediatamente comunica qué utilidad dará a la habitación que Irina dejará vacía, señal de que, en verdad, la esposa de Andréi no encuentra tristeza en la partida de la muchacha, sino que, por el contrario, halla conveniente la situación. Su ensimismamiento se confirma en tanto, aunque se acerca para despedir a Irina, se distrae elogiando a su propia hija.
Una de las escenas más dramáticas de este acto es la que toma como protagonistas a Irina y Túsenbach. El hombre se siente esperanzado y agradecido porque la vida le haya permitido casarse con una joven hermosa e inteligente como Irina. Sin embargo, Túsenbach posee también una sensibilidad y sinceridad que le permiten percibir que por más que Irina haya aceptado casarse con él, el sentimiento amoroso no es mutuo. Túsenbach no duda en poner en palabras una preocupación que la joven efectivamente confirma: “¡Eso no está en mis manos! Seré tu mujer, fiel y sumisa, pero… amor no hay. ¿Qué he de hacerle? He soñado tanto con el amor, sueño hace mucho tiempo ya, día y noche, pero mi alma es como un valioso piano cerrado cuya llave se ha perdido” (p.143). Las palabras de Irina vuelven a poner en escena una temática constante en la obra que puede resumirse como una disociación entre el amor y el matrimonio. La joven no aceptó casarse porque estuviera enamorada de Túsenbach, sino porque el matrimonio con un hombre bueno le brindaría un cierto apoyo emocional y, quizás, hasta económico. La decisión de comprometerse no nació de un sentimiento de amor esperanzado, sino más bien de la resignación: Irina siente que ya pasó demasiado tiempo soñando con enamorarse, y que le ha llegado la hora de renunciar a ese sueño. Tal como la muchacha señala al final de su parlamento, cierta frustración por haber resignado sus mayores esperanzas es en parte lo que le impide desarrollar un amor por su futuro marido. Irina compara su alma (el espacio abstracto que reuniría en ella las emociones, sentimientos, capacidad de amar), con un valioso piano que se ha cerrado para siempre. De algún modo, la imagen evoca la sensación de una potencialidad y belleza (que un piano podría brindar de estar abierto) que alguna vez existieron, pero que se han perdido irremediablemente.
Luego de la sentencia de Irina tiene lugar una pausa en la escena. Túsenbach acaba por distinguirse en este último acto por su aguda sensibilidad: él ama verdaderamente a la muchacha y no se contenta con que ella vaya a comportarse como una esposa; a él le preocupa y le duele hondamente que la joven no tenga (ni considere desarrollar) sentimientos de amor por él. Sabe, también, que no puede exigir amor, pero no puede evitar la desazón. Irina se da cuenta de la mirada inquieta de su futuro esposo. Este informa: “No he dormido en toda la noche. No hay nada en mi vida que me asuste, únicamente esa llave perdida me atormenta el alma, no me deja dormir…” (p.143). Túsenbach retoma la metáfora del piano de la joven para expresar que justamente eso que ella cree no poder darle (amor, la posibilidad de abrir su alma y unirla así a la de él) es lo que enturbia por completo sus pensamientos. Inmediatamente se produce entre ambos un diálogo donde hay más silencio que palabras:
TUSENBACH: Dime algo… (Pausa) Dime algo…
IRINA: ¿Qué? ¿Qué decirte? ¿Qué?
TÚSENBACH: Algo.
IRINA: ¡Vamos, vamos!
(Pausa)
(p.143)
En esta escena, el espectador cuenta con una información que Irina no posee con certeza: Túsenbach está a punto de enfrentarse en un duelo a Solióny, un contrincante experimentado y tres veces vencedor que no dudará en matarlo si tiene la oportunidad. Lo que Túsenbach parece estar buscando en Irina es quizás entonces algo que le presente razones para proteger su vida, algo por lo cual cobre sentido evitar un enfrentamiento del que probablemente, ya sospecha, no saldrá vivo. No sabe exactamente qué palabras en la muchacha podrían brindarle un deseo vital superador, pero es posible intuir que se trataría de “algo” que le permita vislumbrar una luz de esperanza, de amor, de felicidad futura. La joven, que aún ignora lo que espera realmente a su prometido, no puede darle lo que él precisa. Un nuevo silencio se hace carne entonces en el infructuoso diálogo y da pie, luego, a un monólogo final del personaje:
Es curioso notar qué bagatelas, qué futesas adquieren en la vida repentina importancia sin saberse cómo ni por qué. Uno sigue riéndose de ellas, las considera menudencias, y sin embargo se deja llevar por ellas y no puede detenerse. ¡Ah, no hablemos de eso! Me siento alegre. Como si viera estos cedros, estos abedules y estos arces por primera vez. Y todo parece observarme con interés, como esperando algo. ¡Qué hermosos son estos árboles! Y en realidad, qué hermosa debiera ser la vida al lado de ellos. (Gritos: “Ji-ja”) Debo irme, ya es hora… Ese árbol está seco, pero sigue meciéndose en el viento junto a los demás. Me parece que yo también, si muero, seguiré participando en la vida de algún modo. Adiós, querida… (Le besa la mano.) Tus papeles, aquellos que me diste, están sobre mi mesa, bajo el almanaque.
(p.143)
Teniendo en cuenta la metáfora de la llave que se había hecho presente con definitiva importancia en el diálogo, es posible que las “bagatelas” a las que refiere Túsenbach se identifiquen con dicho objeto: la llave alude a un elemento aparentemente insignificante, pequeño, que sin embargo puede convertirse en una obsesión para un personaje en determinada circunstancia, que entonces “se deja llevar por ellas y no puede detenerse”. A partir de ese momento, sin embargo, el discurso de Túsenbach cambia de rumbo: el personaje decide dejar atrás las preocupaciones y hacer referencia a la alegría y la belleza del mundo, en un giro que se lee sutil pero, al mismo tiempo, claramente como una despedida. Túsenbach observa a los árboles como “por primera vez”, expresión que evoca a la percepción más propia de quien se sabe cercano a su muerte. La belleza del paisaje conmueve de un modo melancólico al personaje, que siente que la vida debería ser hermosa a la vista de esos árboles: el verbo evidencia un anhelo que claramente contrasta con una realidad muy por debajo de lo deseado. Esta última desilusión empuja el final del discurso a una imaginería de los árboles que evoca como protagonista a la muerte: Túsenbach espera seguir participando del plano de la vida aunque muera, al igual que el árbol seco que continúa, sin embargo, meciéndose. Las últimas palabras del personaje hacia Irina configuran un claro indicio de que Túsenbach conoce su destino: da unas últimas indicaciones y se despide para siempre. Momentos después, Chebutíkin traerá la noticia de su muerte.
La muerte de Túsenbach coincide con otra pérdida significativa: la partida de las tropas que se llevarán a varios de los personajes que acompañaron la vida de las hermanas Prósorov durante el tiempo en que se desenvolvió la trama. Dice Olga: “Mañana ya no quedará ni un solo militar en la ciudad, todo no será más que un recuerdo, y para nosotros comenzará una nueva vida, sin duda. (Pausa.) Aquí todo es tan distinto a nuestro modo de ser. Yo no quería ser directora; sin embargo, lo soy. Eso quiere decir que no iremos a Moscú…” (p.147). La partida de los militares contrasta con el estancamiento de las hermanas y vuelve a ese hundimiento más intenso: quienes pueden, vuelan, migran como las aves, mientras que a Irina, Olga y Masha les es negada la posibilidad de movimiento. “La ciudad quedará vacía. Como cubierta por una funda” (p.140), dice Andréi y en el símil utilizado se vislumbra esa sensación de confinamiento, de inmovilidad a la que se condena todo lo que persista en esa ciudad de provincias: como si se cubriera con una funda, ya nadie podrá salir y todo lo cubierto quedará atrapado en el interior.
Sin embargo, y como se había evidenciado a lo largo de la pieza, aquellos personajes que sí pueden migrar no necesariamente encuentran en ese movimiento la felicidad. En esta obra, los personajes anhelan aquello que la realidad no les ofrece, y generalmente no se contentan con lo que les es dado. Así lo había explicado Vershinin, actos atrás, cuando decía que la felicidad no existe, solo se desea. El monólogo final de este personaje vuelve a dejar en claro esta perspectiva:
¿Qué otra cosa puedo decirle como despedida? ¿Para qué filosofar? (Ríe.) La vida es dura. A muchos de nosotros nos parece sin esperanzas, como un callejón sin salida, pero hay que admitir que se está volviendo más clara, más fácil, y es evidente que no está lejos el día en que será totalmente clara. (Mira su reloj.) Ya es la hora, ya es la hora de que me vaya. Antes la humanidad estaba enteramente ocupada por las guerras, llenando sus vidas con campañas, invasiones y victorias. Ahora eso pasó, dejando un enorme vacío detrás de sí. Y no tenemos con qué llenarlo; la humanidad busca afanosamente y, por supuesto, algún día lo encontrará. ¡Ah, pero ojalá sea pronto! (Pausa.) Si solamente se pudiera agregar el amor al trabajo, a la instrucción y la instrucción al amor al trabajo… (Mira su reloj.) ¡Debo irme!
(p.147)
Vershinin ya se había pronunciado acerca de la felicidad, alegando que la verdadera dicha reinará sobre la humanidad en el futuro, cuando él y sus allegados ya estén muertos. Su discurso final recupera esta idea: ellos ven con desesperanza su propia vida, la encuentran vacía, pero en el futuro la humanidad hallará la manera de darle sentido a la existencia. La esperanza debe sostenerse, entonces y solo el plazo debe ajustarse: Vershinin no renuncia a la felicidad, solo no espera encontrarla antes de morir. Según su visión, el punto de mira de nuestro anhelo debe poder colocarse, y mantenerse, por fuera de nuestra propia existencia individual, trascendiéndonos.
La belleza del monólogo consiste tanto en las palabras como en la gracia de la acción del personaje que las pronuncia. Porque mientras evoca un futuro lejano, un punto incognoscible de la historia que nos trascenderá, Vershinin revisa constantemente la hora: el tiempo de su propia existencia presente no deja de correr, las agujas avanzan inconmovibles, indiferentes a cuán lejos haya llegado el pensamiento abstracto de quien porta el reloj.
La escena final tiene peso simbólico: las tres hermanas están solas, juntas, intentando darse fuerzas las unas a las otras para continuar con sus vidas ahora que todos partieron y ellas quedarán allí. “Llegará el día en que todos comprenderán por qué sucede esto, para qué son estos sufrimientos, no habrá más misterios; pero mientras hay que vivir… ¡trabajar, solamente trabajar!” (p.151), dice Irina. Finalmente las ideas de Vershinin parecen impregnadas en las hermanas, que ahora sostienen su esperanza en un futuro del cual ellas no formarán parte. Lo que se espera resuelto en el futuro lejano tiene que ver con el sentido del sufrimiento, o más ampliamente, con el sentido de la existencia: la esperanza no consiste en la anulación del sufrimiento, sino que en un momento todos comprenderán el por qué de sus padeceres, la causa, el objetivo. Dice Olga, en un monólogo final que cierra la obra:
¡La música es tan alegre que anima, da ganas de vivir! ¡Oh, Dios mío! Pasará el tiempo y nosotras nos iremos para siempre, seremos olvidadas, olvidarán nuestras voces, nuestras caras y cuántas éramos, pero nuestros sufrimientos se transformarán en alegría para aquellos que vivirán después de nosotras: reinará la paz y la dicha en esta tierra, y entonces recordarán con bondad y bendecirán a los que hemos vivido hoy. ¡Hermanas queridas, nuestras vidas no han terminado aún! ¡Vivamos! ¡La música suena tan alegre, tan alentadora que parece que un poquito más y sabremos por qué vivimos, por qué sufrimos...! ¡Si supiéramos, si solamente supiéramos!
(p.151)
La música se va alejando, junto con las tropas y las aves migratorias. En la fuerza de sus melodías, antes que se extingan del todo, a Olga le parece por poco posible encontrar alguna respuesta, algo que justifique tanto sufrimiento. Las palabras que cierran la obra evocan el tema del sentido de la vida, atravesado por la perspectiva particular de las protagonistas: lo que se expresa es una esperanza de saber, asolada por una incertidumbre constante y desesperada. El sentido de la vida es algo que no se puede más que suponer, sobre lo cual es posible esbozar teorías, dibujar anhelos, pero que sin embargo no ofrece jamás nada que se sostenga con la fuerza tranquilizadora de la certeza.