Las uvas de la ira

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La ruta 66

Las primeras páginas del capítulo XII son una extensa y detallada descripción de la ruta 66. Asimismo, esta ruta es la que toman los Joad para emigrar a California, por lo que, a nivel imagen, está presente en varios capítulos de la novela. La ruta 66 es el camino de la esperanza de un futuro mejor, aunque también representa, como el propio narrador expresa, una vía de escape.

La 66, el largo sendero de asfalto que atraviesa el país, ondulando suavemente sobre el mapa, de Mississippi a Bakersfield, por las tierras rojas y las tierras grises, serpenteando montaña arriba hasta cruzar las cumbres, siguiendo luego por el deslumbrante y terrible desierto hasta atravesarlo, alcanzar la nueva cordillera y llegar a los ricos valles de California. La 66 es la ruta de la gente en fuga, refugiados del polvo y de la tierra que merma, del rugir de los tractores y la disminución de sus propiedades, de la lenta invasión del desierto hacia el norte, de las espirales de viento que aúllan avanzando desde Texas, de las inundaciones que no traen riqueza a la tierra y le roban la poca que pueda tener (193-194).

En este extracto de la descripción de la ruta 66, cargado de imágenes tanto visuales como sonoras, Steinbeck nos ilustra la importancia de esta carretera para los estadounidenses. La 66, además de atravesar prácticamente todo el país, fue un símbolo de esperanza en la década de 1930, en la que muchos trabajadores migraron a California en busca de oportunidades de trabajo.

Por otro lado, cabe señalar que, en la literatura de Steinbeck, las descripciones suelen ser minuciosas, por momentos, incluso, hasta la exageración; una exageración, por supuesto, consciente, estética. Es lo que ocurre con la descripción de la ruta 66, cuando el autor decide nombrar prácticamente todas las ciudades por las que pasa. Y lo hace a través del recurso literario llamado paralelismo, repitiendo la estructura "La 66":

La 66 sale de Oklahoma City; El Reno y Clinton, hacia el oeste siguiendo la 66. Hydro, Elk City y Texola; allí acaba Oklahoma. La 66 atraviesa el Panhandle de Tejas. Shamrock y McLean, Conway y Amarillo. Wildorado y Vega y Boise, y termina Tejas. Tucumcari y Santa Rosa, por las montañas de Nuevo Méjico hasta Albuquerque, a donde llega la carretera después de pasar por Santa Fe. Luego siguen las gargantas del Río Grande hasta Los Lunas y más hacia el oeste por la 66 hasta Gallup y la frontera de Nuevo Méjico (194).

Cabe señalar que la descripción continúa varias líneas más, pero aquí ya puede apreciarse el recurso. Steinbeck crea una imagen pormenorizada de la ruta 66; el hecho de describir cada ciudad por la que pasa es una forma de llevarnos a través de ella, de recorrerla, al igual que lo hicieron los Joad y tantas otras familias de trabajadores migrantes.

La lluvia

Hacia el final de la novela, se desatan fuertes lluvias que, lejos de traer alivio por el extenso período de sequía, complican aún más la vida de los trabajadores migrantes. Steinbeck lo refleja a través de una serie de imágenes bastante elocuentes. Al comienzo del capítulo XXIX, primero describe cómo comenzaron esas lluvias:

Sobre las altas montañas de la costa y por los valles marcharon las nubes grises desde el océano. El viento soplaba furioso y en silencio, alto en el aire, y hacía susurrar a los arbustos y rugía en los bosques. Las nubes venían a intervalos, en rachas, en pliegues, como peñas grises; y se apilaron todas juntas y colgaron bajas por el oeste. Y después el viento desapareció y dejó las nubes profundas y sólidas. La lluvia empezó con aguaceros racheados, pausas y chaparrones; y luego, poco a poco, se acomodó a un único ritmo, gotas pequeñas y regulares, lluvia a través de la cual se veía gris, lluvia que transformaba la luz del mediodía en la del anochecer (582-583).

Como se puede apreciar, en esta descripción del nacimiento de las lluvias abundan las imágenes visuales, aunque también encontramos alguna auditiva. Por otro lado, Steinbeck también nos ilustra en imágenes las consecuencias de estas lluvias en la vida de los trabajadores migrantes:

Cuando empezaron las primeras lluvias los emigrantes se acurrucaron en sus tiendas diciendo: parará pronto, y preguntando: ¿cuánto tiempo va a seguir? Y cuando los charcos se formaron, los hombres salieron a la lluvia con palas y construyeron pequeños diques alrededor de las tiendas. La lluvia golpeó la lona hasta que penetró y mandó arroyuelos abajo. Y entonces los diques se deshicieron y la lluvia entró dentro, y los arroyuelos mojaron las camas y las mantas. La gente se sentaba con la ropa húmeda. Colocaron cajas y pusieron tablas encima de ellas. Entonces se sentaron en las cajas día y noche (583).

Es esta imagen, la de los trabajadores sentados en cajas todo el día, sin poder ni siquiera encontrar un rato de descanso en sus camas mojadas, la que ilustra de manera contundente cómo la lluvia, que debía traer alivio a los migrantes, acabó volviéndose una tragedia para muchos de ellos.

El automóvil de los Joad

La familia Joad se traslada hacia California en un Hudson super-seis, un automóvil grande (de hecho, tan grande que en la novela se lo nombra siempre como camión), fabricado por Hudson Motor Car Company of Detroit en 1916. En varios pasajes de la novela, Steinbeck propone imágenes de este vehículo: "Era un Hudson super seis, cuyo techo había sido cortado en dos con un cortafrío" (135); en esta primera línea se nos presenta el modelo y la particularidad del techo. Ahora bien, dos capítulos más tarde, en el X, aparece una nueva descripción del Hudson, esta vez un poco más extensa y significativa:

La casa estaba muerta, al igual que los campos; pero el camión era algo activo, el principio viviente. El viejo Hudson, con la pantalla del radiador combada y rayada, con grasa en los glóbulos de polvo de los extremos gastados de toda parte móvil, con los tapacubos sustituidos por tapas de polvo rojo... éste era el nuevo hogar, el centro de vida de la familia; mitad coche y mitad camión, de lados altos, desgarbado (171).

Aquí ya nos podemos hacer una idea mucho más cabal (y visual) respecto de cómo es el vehículo en el que se trasladan los Joad. Asimismo, Steinbeck se encarga de instalar en nosotros la imagen de un "vehículo-casa", es decir, pone de relieve la importancia del Hudson para la familia Joad, al mismo tiempo que remarca la pérdida de la granja.

Por último, para terminar de ilustrar el Hudson, tenemos la justificación que da Al Joad respecto de por qué aconsejó comprar ese automóvil y no otro:

Le eché un buen vistazo antes de que lo compráramos. Hice caso omiso del vendedor diciendo que menuda ganga era. Metí el dedo en el diferencial y vi que no había serrín. Abrí la caja de cambios y tampoco tenía serrín. Comprobé el embrague e hice girar las ruedas para ver cómo estaban de dibujo. Miré debajo del chasis y vi que el chasis no tenía golpes. Nunca ha sido arreglado. Vi que la batería estaba agrietada y le hice poner una nueva al fulano. Los neumáticos están mal, pero son de una buena medida. Fácil de encontrar. Corre como un novillo, pero no se traga el aceite. La razón por la que aconsejé comprarlo es que es un coche muy popular. Los almacenes de chatarra están llenos de Hudsons super-seis y las piezas de recambio se pueden comprar baratas (172).

En este extracto, Al nos plantea diferentes imágenes de partes muy específicas del Hudson a través de las cuales accedemos al estado de la mecánica del automóvil de una manera más precisa. En relación con esto, cabe señalar que este tipo de detalles contribuyen con cierto dramatismo que presenta la historia, ya que deja en claro que los Joad, además de tener que lidiar con los muchos contratiempos que les plantea el viaje, existe el riesgo de que el Hudson los deje en medio de la ruta 66 en cualquier momento.

El polvo

A lo largo de toda la novela, el polvo es omnipresente; invade, prácticamente, todos los paisajes por los que pasan los Joad. Contextualizada en la década del Dust Bowl, Las uvas de la ira refleja las consecuencias de este desastre climático, con sus extensos períodos de sequía y sus tormentas de polvo. Ahora bien, fiel a su estilo, Steinbeck propone una progresión del fenómeno, es decir, lo narra desde sus orígenes:

En los barrancos abiertos por las aguas, la tierra se deshizo en secos riachuelos de polvo. Las ardillas de tierra y las hormigas león iniciaron pequeñas avalanchas. Y mientras el fiero sol atacaba día tras día, las hojas del maíz joven fueron perdiendo rigidez y tiesura (...). Entonces llegó junio y el sol brilló aún más cruelmente (...). La maleza se agostó y se encogió, volviendo hacia sus raíces. El aire era tenue y el cielo más pálido; y la tierra palideció día a día. En las carreteras por donde se movían los troncos de animales, donde las ruedas batían la tierra y los cascos de los caballos la removían, la costra se rompió y se transformó en polvo. Cualquier
cosa que se moviera levantaba polvo en el aire; un hombre caminando levantaba una fina capa que le llegaba a la cintura, un carro hacía subir el polvo a la altura de las cercas y un automóvil dejaba una nube hirviendo detrás de él. El polvo tardaba mucho en volver a asentarse (51-52).

El polvo está en todas partes, todo el tiempo, y, en ese sentido, los personajes ya lo asumen como parte de la realidad que los rodea. Así lo podemos apreciar en esta escena: "Joad cogió la botella y por cortesía no limpió el cuello con la manga antes de beber. Se puso en cuclillas y asentó la botella contra la chaqueta enrollada. Sus dedos encontraron una ramita con la que dibujar sus ideas en el polvo. Y pintó ángulos y circulitos" (72).

Por último, solo a modo de anécdota, cabe señalar que la palabra "polvo" es la que más se repite en la novela, creando, en la mayoría de sus apariciones, imágenes visuales que le dan cuerpo al fenómeno del Dust Bowl.

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