El público griego del siglo V a.C. conoce bien la historia sobre el desafortunado matrimonio entre Jasón, el héroe del vellocino de oro, y Medea, princesa de Cólquida y hechicera extranjera (es decir, “bárbara”). Para los lectores y espectadores modernos, es necesario familiarizarse con esos mitos y leyendas para entender la obra de Eurípides, ya que está basada en esa mitología. Esta tragedia retoma los elementos principales de los relatos mitológicos sobre estos dos personajes y los profundiza con originalidad.
En la mitología antigua, Medea proviene de un pueblo de un extremo lejano del Mar Negro. Para los griegos de la época de Eurípides, este extremo era el límite más lejano del mundo conocido; allí termina su mapa. La princesa era una hechicera poderosa y pertenece a un linaje noble, de dioses y reyes. Jasón, un gran héroe griego y capitán de los Argonautas (llamados así porque viajan en un barco denominado "Argos"), viaja a la Cólquide en busca del vellocino de oro para superar un desafío. Eetes, rey de Cólquide y padre de Medea, es el guardián del vellocino de oro y es también un poderoso hechicero que se presenta como un oponente formidable para la misión de Jasón. Esta leyenda se desarrolla en los inicios de la cronología de los mitos griegos, es decir que es de tiempos muy lejanos en el pasado. La historia se escenifica tras el ascenso de Zeus, rey de los dioses, al Olimpo (es decir, a los cielos), pero se desarrolla cerca del inicio de su reino. Helios, el antiguo dios del Sol antes de la llegada de Apolo, es el abuelo de Medea. El viaje de Jasón con los argonautas es anterior a la Guerra de Troya, y representa el primer ataque naval de los griegos contra un pueblo del Este.
Las trampas que Eetes dispone para proteger el vellocino de oro son imposibles de sortear, pero Jasón supera los obstáculos con la ayuda de Medea. Es ella quien mata a la serpiente gigante que se enrosca alrededor del vellocino. Luego, para ganar tiempo durante su huída, Medea mata a su propio hermano y desparrama los pedazos del cadáver detrás del Argos mientras navegan hacia Grecia. Su padre, tomado por el duelo tras la muerte de su hijo y la traición de su hija, debe dejar de seguir al barco para recoger el cuerpo destrozado de su hijo y darle sepultura.
Medea y Jasón vuelven a Yolcos, reino donde él es heredero al trono. El padre de Jasón ha muerto y su tío, Pelias, ha tomado el trono, que no le pertenece por derecho. Medea, para ayudar a Jasón, convence a las hijas de Pelias de que conoce una fórmula para devolverle la juventud al anciano: les dice que debe morir primero, ser cortado en pedazos y luego la magia de Medea los volverán a unir y le devolverá la juventud. Las hijas de Pelias, las Pelíades, inconcientemente le hacen caso a Medea, que pronto les explica que no es cierto, que no puede devolverle la vida al viejo. En lugar de ganar el trono, Jasón, Medea y sus hijos se ven forzados al exilio. Finalmente, se asientan en Corintio, y con el correr del tiempo Jasón toma una nueva esposa, Glauce.
La acción de la obra de Eurípides comienza en ese punto, poco después de que Medea se entera de la traición cometida por su marido. Una Nodriza, criada de Medea, entra en escena y habla de las desgracias que debe enfrentar la familia de su ama. Narra muy rápidamente los eventos principales de la mitología sobre esta pareja. A ella se le suma el Pedagogo, maestro de los hijos del matrimonio. Ambos conversan sobre la traición de Jasón. La Nodriza teme por la seguridad de todos: conoce la violencia que reside en el corazón de Medea, que ya ha cometido actos crueles y terribles.
El Pedagogo lleva a los niños de vuelta a la casa. Entonces el Coro de mujeres corintias entra en escena, lleno de simpatía por Medea. Le pide a la Nodriza que traiga a la protagonista para que puedan darle consuelo. Ella, desdichada, llora con tanta intensidad que se la escucha desde afuera de la casa. La Nodriza se lamenta por toda la situación. Medea sale de la casa, sufriendo por la severidad con la que el destino trata a las mujeres. Entonces anuncia sus deseos de venganza. Le pide al Coro, en tanto que conjunto de mujeres, que la ayuden y guarden sus secretos. El Coro se lo promete a través de un juramento a los dioses.
Creonte, el rey de los Corintios y padre de la nueva esposa de Jasón, entra y le dice a Medea que debe exiliarse, pues ya no tolera su presencia dentro del reino. Ella y sus hijos deben marcharse de Corinto inmediatamente. Medea ruega piedad, y aunque Creonte no se muestra muy comprensivo, le otorga un día más para preparar la partida. Ella le dice que necesita ese lapso de tiempo para garantizar la seguridad de sus hijos. El viejo rey se marcha y Medea le confiesa al Coro que un día es todo lo que necesita para cobrar su venganza.
Luego entra Jasón y se dirige a Medea con condescendencia y arrogancia. La reta por haber hablado de más y le dice que ella misma es culpable por este exilio, porque ha insultado a las autoridades del reino. Discuten con amargura; Medea acusa a Jasón de cobarde, le recuerda todo lo que ella ha hecho por él y lo condena por su falta de lealtad. Jasón racionaliza todas sus acciones mediante una serie muy ordenada de argumentos. Aunque parece haberse convencido de que tiene razón, tanto para Medea como para el público se muestra arrogante y cobarde. Le ofrece dinero a Medea para ayudarla a exiliarse y dice estar preocupado por el bienestar de los hijos. Ella reconoce la falsedad de sus palabras, le dice que nunca se ha preocupado realmente por los niños y rechaza el dinero con orgullo. Jasón se retira.
Egeo, rey de Atenas y antiguo amigo de Medea, entra en escena. No resulta claro cuánto tiempo pasa entre la discusión anterior y la llegada de este amigo. Egeo no tiene hijos (para un rey griego esto representa una desgracia tremenda) y se ha dirigido a un oráculo para consultar su destino. Medea le cuenta sus problemas y le pide refugiarse en Atenas. Le ofrece ayuda para poder concebir un hijo, ya que tiene amplios conocimientos sobre drogas y medicinas; es una poderosa hechicera. Egeo acepta con entusiasmo. Aunque no puede ayudarla a escapar para no tener problemas con los corintios, le dice que si logra llegar a Atenas por sus propios medios, él la protegerá. Ella le pide que preste juramento por todos los dioses, y él acepta.
Tras haberse garantizado esa seguridad, Medea le cuenta al Coro sus planes de venganza. Matará a la nueva esposa de Jasón y a Creonte enviándoles obsequios envenenados. Para completar su venganza, matará a sus propios hijos con el objetivo de herir a Jasón y protegerlos, además, de las represalias que puedan sufrir en manos de los aliados y amigos de Creonte. El Coro se horroriza al conocer este plan y le suplica a Medea que reflexione al respecto, pero ella insiste en que la venganza debe ser total, completa, aunque le cause el más profundo dolor a ella misma. Es necesario comentar, en este punto, que hay varias versiones mitológicas sobre la muerte de estos niños, pero los especialistas creen que esta versión, la del filicidio (asesinato de los hijos) es un agregado original de Eurípides; no está en los mitos. En otras versiones son, precisamente, los amigos de Creonte quienes los asesinan.
Luego, Medea decide conversar con Jasón y simula haber recapacitado. Se muestra dócil y dice que ha cambiado de opinión. Le da la razón al marido y adopta un tono conciliatorio, pero falso. Entonces le ruega que haga algo para que los niños se queden en Corinto y estén seguros. Además, les pide a los niños que lleven obsequios muy valiosos a la nueva esposa de su padre; ella ha untado un poderoso veneno sobre esos regalos: se trata de un peplo y una corona que la princesa colocará sobre su cuerpo y morirá. Jasón cae en la trampa y está encantado con este cambio de actitud.
Rápidamente, el Pedagogo vuelve a entrar en escena junto a los niños y le dice a Medea que le han entregado los regalos a la princesa. Ella espera con ansiedad hasta que llegan noticias del palacio. Les habla con amor y dulzura a sus hijos, en una escena tan conmovedora como perturbadora, ya que, por un lado, son palabras genuinas, pero, por el otro, ella las aprovecha para tomar fuerza y poder matarlos. Si bien tiene dudas por un momento, las supera y decide retomar la acción. Se obliga a ser valiente y no ve posibilidades de matizar sus planes, ni de ceder. La venganza debe ser total.
Entonces llega un Mensajero que trae noticias del palacio. El peplo y la corona envenenados han surtido efecto: la princesa de Corinto está muerta. Creonte, al ver el cadáver de su hija, se ha abalanzado sobre él y ha abrazado su cuerpo. Así, el veneno también ha logrado aniquilarlo. Ambas muertes son brutales y terroríficas: tanto la hija como el padre mueren de una manera extremadamente dolorosa y sus cuerpos son apenas reconocibles tras fallecer. El Mensajero narra la escena detenidamente porque la ha visto con sus propios ojos.
Medea, ahora, se prepara para matar a sus hijos. Se precipita hacia el interior de la casa dando alaridos. Desde adentro se escuchan los gritos de los niños que suplican ayuda; saben que su madre los va a matar con una espada. El Coro considera intervenir para salvarlos, pero no lo hace.
Al enterarse de las muertes de su nueva esposa y su suegro, Jasón vuelve a aparecer, esta vez acompañado de soldados. Teme por la seguridad de sus hijos, porque sabe que los amigos de Creonte buscarán venganza. Llega para protegerlos, pero el Coro le informa con lamentos que sus niños están muertos, pues Medea los ha matado. Jasón les ordena a los soldados que tiren abajo las puertas para poder vengarse de su esposa por las atrocidades que ha cometido.
En ese momento, Medea aparece elevada sobre el palacio, dentro de un carro guiado por dragones alados. Lleva los cadáveres de sus hijos con ella. Se burla de Jasón sin piedad; discuten con odio y fiereza. Medea anticipa que Jasón morirá de un modo muy humillante. Él le ruega que le entregue los cadáveres para darles sepultura, pero ella se niega y le dice que los llevará al templo de Hera, en Atenas. Discuten por última vez y se echan la culpa mutuamente por lo sucedido. No hay nada que Jasón pueda hacer. Medea, asistida por el carro, escapa volando hacia Atenas. El Coro da cierre a la obra con una reflexión sobre la terrible imprevisibilidad del destino.