Resumen
Egeo, rey de Atenas y antiguo amigo de Medea, entra en escena. Se encuentra de regreso en su reino tras una visita al oráculo de Apolo. No ha podido tener hijos y le suplica al dios que lo ayude, pero el oráculo solo lo desconcierta. Está en Cortinto para visitar a un viejo amigo, un hombre sabio con el que puede conversar sobre la respuesta del oráculo. Medea le cuenta sobre los infortunios que ha debido enfrentar; Egeo se muestra sorprendido por las actitudes de Jasón y se comporta como un amigo amable y comprensivo para la protagonista. Medea le ruega que la ayude y le promete que puede ayudarlo a concebir hijos con sus saberes médicos, ya que es conocedora de drogas, remedios y pociones poderosas. Egeo, consciente de que debe exiliarse por orden del poderoso rey de Corinto, le dice que no puede ayudarla a escapar, pero que, si llega hasta Atenas por sus propios medios, allí encontrará un refugio seguro y hospitalidad. Medea le hace prometer que no la entregará a los enemigos, pase lo que pase. Su amigo se lo promete por todos los dioses. Se despiden, Medea le desea buena suerte y el rey se retira amablemente.
Medea está llena de felicidad. Se ha asegurado un refugio seguro en las tierras gobernadas por Egeo y está en condiciones de ejecutar todos sus planes. Anuncia que llamará a Jasón y conversará con él en un tono conciliatorio para engañarlo. Le dirá que ha cambiado de opinión y le rogará que haga algo para que los niños puedan permanecer en Cortinto. Además, enviará obsequios envenenados para la nueva esposa en las manos de los hijos. Estos regalos serán un vestido (llamado peplo) y una corona (o diadema) dorada, objetos muy valiosos y antiguos, y estarán untados con venenos especiales preparados por Medea. Cuando la princesa se los coloque morirá, y cualquiera que toque el cadáver también será envenenado. En este punto, la protagonista le confiesa al Coro que, cuando hayan muerto Glauce y Creonte, se dispondrá a matar a sus propios hijos, porque es el único modo de completar la venganza perfecta contra Jasón y, además, porque de lo contrario no podrán escapar de los castigos de los amigos de Creonte.
El Coro le ruega que recapacite, que no ejecute ese plan tan monstruoso. Medea les responde que no hay lugar para matices: debe completar esta venganza perfecta. Matará a los niños para herir al marido. Entonces el coro recita otra oda (“Los descendientes de Erecteo han sido prósperos desde una época antigua e hijos de los dioses felices, nacidos de una tierra sagrada y nunca arrasada…” [824-831, p. 73]). Cantan sobre los ríos sagrados de Atenas y se preguntan si las divinidades atenienses bendecirán a Medea, y si los ciudadanos atenienses le darán refugio después de que cometa un acto tan abominable. También cantan sobre el horror del acto en sí mismo y sobre la frialdad necesaria para poder ejecutarlo.
Luego, Jasón entra en escena con algunos sirvientes. Medea lo adula y se disculpa por el enojo que ha manifestado con anterioridad. Lo felicita por su buen raciocinio y por su nuevo matrimonio. Llama a los niños para que saluden a su padre. Cuando se le acercan, Medea habla consigo misma sobre un mal presentimiento. Imagina que los niños tienen una larga vida y alargan sus brazos para abrazar la muerte al igual que ahora lo hacen para abrazar a su padre. Comienza a llorar. El Coro, también, se llena de lágrimas.
Por su parte, Jasón cae en la trampa y cree en el fingido cambio de opinión de Medea, pero no logra comprender sus lágrimas. Ella le pide que intente establecer un arreglo para que los niños puedan quedarse en Corinto y él promete que lo intentará. Entonces Medea le pide a un sirviente que vaya a buscar el peplo y la corona para Glauce. Los niños se los entregarán con sus propias manos. En un primer momento, Jasón rechaza el ofrecimiento: le parece demasiado extravagante, y se trata de objetos muy valiosos para una princesa que lo tiene todo, pero Medea insiste afirmando que la belleza, la delicadeza y el brillo dorado de estos objetos puede decir más que mil palabras para ella. El hombre se retira junto a sus sirvientes. Lo siguen los niños y el Pedagogo.
Análisis
En esta sección de la obra, dedicada a las planificaciones de Medea para ejecutar su venganza y ordenar su exilio obligado, la protagonista se muestra como una maestra de la manipulación. Además demuestra una vez más su inteligencia, su astucia para la conversación y su excelente dominio de las hechicerías, los remedios y los venenos. La manipulación se deja ver en sus intercambios con Egeo y con Jasón, ya que ella logra simular debilidad y aprovechar las fragilidades y necesidades tanto de sus amigos como de sus enemigos. Ya ha demostrado este talento al convencer a Creonte de que le permita permanecer en Corinto 24 horas más.
Con Egeo, un interlocutor amigable y aliado, usa sus talentos como negociadora (le pide un favor y le ofrece otro a cambio) y se aprovecha de la amabilidad y el buen corazón del rey hacia ella para obligarlo a formular un juramento. Con ese juramento (pero sin mencionar los asesinatos que planea cometer), Medea se asegura un refugio seguro en Atenas después de matar a Glauce, a Creonte y a sus propios hijos. Contra Jasón, su principal enemigo, hace uso de su vanidad, su orgullo sin méritos y sus ansias de dominación. Todas estas características enceguecen al marido, que cae en la trampa y cree que ella realmente ha cambiado de opinión. Medea se muestra como una mujer sumisa y lo adula; el marido se siente encantado y satisfecho con esa actitud. El hecho de que Jasón caiga en el engaño demuestra definitivamente su arrogancia y su falta de astucia; al igual que en su argumentación demasiado ensayada, parece tener más deseos de sumergirse en sus propias fantasías que de vivir la realidad que lo rodea. No puede ver que Medea está fingiendo porque lo que realmente quiere es una esposa sumisa.
La manipulación es más compleja que la mentira. Es preciso señalar que durante toda su conversación con Egeo, Medea dice la verdad, pero omite detalles cruciales (sobre todo, que planea matar a la familia real de Corinto y a sus propios hijos). En este caso, la manipulación es el uso adecuado de una verdad parcial para conseguir un máximo de ventajas para sí misma. Por el contrario, como se ha mencionado, a Jasón le miente lisa y llanamente. En ambas situaciones, la manipulación depende tanto de su talento para actuar y su buen desempeño retórico como de su gran habilidad para detectar qué estrategia es más conveniente con cada uno. Es decir que en las diferentes conversaciones, Medea exhibe su astucia y sus habilidades.
Esos talentos se relacionan directamente con las capacidades de las hechiceras. Ya su padre ha sido reconocido como hechicero, y ella usa estas capacidades para ayudar a Jasón desde el momento en que se conocen. Medea tiene los conocimientos necesarios para preparar venenos mortales así como pócimas para la fertilidad y medicamentos. Estos talentos son valiosos y le otorgan poder para efectuar su venganza. De todas maneras, se relacionan directamente con su extranjería, con sus orígenes bárbaros, y si bien pueden sentir cierta fascinación, los griegos no le atribuyen respetabilidad a este tipo de poderes. Por el contrario, a Medea se le prohíbe el ingreso a las cúpulas del poder. Sus manipulaciones son vistas como actos de una mujer desesperada, ajena a las estructuras del poder y los lazos de parentesco sanos. En una situación difícil, la protagonista aprovecha su astucia con dos objetivos: por un lado, la ejecución de una venganza brutal y obstinada y, por el otro, su propia supervivencia. Es una mujer que desborda poder pero vive en una cultura que le niega su derecho a ejercerlo. Por lo tanto, decide destruirlo todo, aunque esa decisión conlleve consecuencias fatales para sí misma y para sus seres más queridos.
De hecho, el exotismo y la otredad están en el corazón de la mitología sobre Jasón y Medea, ya que se relacionan directamente con las aventuras que estos transitan. Jasón conoce a Medea porque tiene la misión de recuperar el vellocino de oro, resguardado por el padre de Medea en la tierra más lejana conocida por los griegos. Como todas las hazañas de los héroes griegos, debe llevarse a cabo en tierras lejanas y aterradoras. Es posible que la extranjería (es decir la otredad, el exotismo) de Medea resultara atractiva para Jasón cuando se conocen, porque, para un héroe, conquistar lo extranjero es el mayor triunfo posible. Su matrimonio puede pensarse como el intento de Jasón de llevarse un poco de la aventura a su casa. La obra de Eurípides se encarga de repetir en varias ocasiones que Medea es singular, única, diferente a las otras mujeres. La propia protagonista afirma que ha “sido llevada como botín desde una tierra bárbara” (255-256). Es posible, entonces, interpretar este matrimonio como el intento de Jasón de subordinar lo extranjero bajo las reglas y los territorios griegos, simbolizados por el hombre y la mujer. Es un intento de combinar la lucha y el peligro de la aventura con el regreso al hogar y la estabilidad. Estos intentos abren camino hacia el caos en esta obra.
La escena en la que Medea habla consigo misma y llora al ver cómo sus hijos abrazan al padre es muy compleja y ambivalente. En cierta medida, la humaniza y demuestra que siente amor genuino por los niños, que no le da igual matarlos. Siente remordimiento y es consciente de las consecuencias de sus acciones. De todos modos, el efecto de la secuencia es más perturbador que conmovedor: el hecho de que siga determinada a cometer el filicidio hace que crezca su imagen monstruosa. Aunque comprende la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal, decide seguir el camino dictado por la ira.