Noches blancas

Noches blancas Imágenes

La ciudad vacía (Imagen visual)

Al comienzo del relato, el narrador, un solitario hombre que hace días que es atormentado por la melancolía, nos describe cómo todos los ciudadanos abandonan la ciudad:

De pronto me dio la impresión de que al solitario que era yo todos le habían abandonado y le daban la espalda (...) todos me abandonaban cuando los habitantes de San Petersburgo se levantaban para marcharse a sus casas de campo (pp. 206-207).

Él narrador es un hombre que conoce “todo San Petersburgo” (p.208), pese a que no interactúe con nadie. Es por esto que sus descripciones de la ciudad ahora vacía son numerosas:

Bien caminando por la avenida Nevski o por el jardín, bien paseando por el muelle, no hallaba ni a una sola de las personas con las que solía encontrarme en esos lugares a la misma hora durante todo el año (p. 207).

Aunque también están, en su recuerdo, las imágenes de sus paseos por la ciudad antes de ser abandonada, en donde veía “a los curiosos transeúntes, a la niña que se rió, y a los muzhiks que se pasan la tarde en sus barcas que invaden la Fontanka" (p. 224).

La imagen más reiterativa es, por cierto, la de cómo los ciudadanos abandonan San Petersburgo, y lo que aquello provoca en la ciudad:

Parecía que todo se había levantado y había emprendido el camino, que se trasladaba en caravanas enteras a las casas de campo; parecía que todo San Petersburgo amenazaba con convertirse en un desierto, de modo que al final me sentía avergonzado, incómodo y triste (p. 210).

La luz del cielo (Imagen visual)

Desde un primer momento, el título de “Noches blancas” alude a un fenómeno lumínico propio de algunas zonas del hemisferio norte. Todo el relato está ambientado en San Petersburgo durante el solsticio de verano, época en donde ocurre dicho fenómeno. Durante este, las puestas de sol se producen de manera tardía y los amaneceres más temprano, por lo que la oscuridad no termina de ser completa nunca. Así, la ciudad se ve envuelta en una luminosidad enrarecida que muchas veces da el contexto para los acontecimientos.

En el relato, el alba brilla "con su rayo de color rosa iluminando al amanecer la sombría habitación con una luz incierta y fantástica" (p. 226) y la noche tiene un “cielo tan azul” (p. 256) que nunca se vuelve negro. La ausencia de luz por momentos es lo que llama la atención. Así, por otra parte, el narrador dice que mira con “indiferencia el crepúsculo vespertino que se apaga lentamente en el frío cielo petersburgués” (p. 227). Lo que se va, en estas noches, es el sol. La presencia oblicua de la luz se mantiene, su resolana, e ilumina por unos días el cielo nocturno.

La luz, su presencia y ausencia, y cómo los personajes la ven, cambia de un momento al otro. En la “Noche tercera” se nos dice que “ha sido un día triste, lluvioso, sin un rayo de luz” (p. 242). El vínculo entre la presencia y ausencia de luz y la vida de la ciudad es muy estrecha: el narrador incluso llega a decirle a Nástenka que en San Petersburgo existen

unos rincones bastante curiosos. En esos lugares parece que no asoma el mismo sol que para el resto de los petersburgueses, sino otro, nuevo, como si se encargara a propósito para esos rincones, luciendo con una luz diferente, muy particular (p. 220).

La casa del protagonista (Imagen visual)

El narrador y protagonista es un hombre solitario y no muy adinerado que se pasa largas horas encerrado en su casa. Su única compañía es Matriona, una mujer mayor que se encarga de las tareas de limpieza. El lugar en donde vive el narrador lo disgusta y, al comienzo del relato, parece ser el motivo de su tristeza:

¿Por qué me encontraba tan a disgusto en él? Y, sin comprenderlo, observaba sus paredes verdosas, llenas de hollín, el techo cubierto de telas de araña que, con grandes esfuerzos, quitaba Matriona. Miraba los muebles, observaba cada silla pensando si la tristeza pudiera deberse a eso (pues con que hubiera solo una silla mal colocada, como lo estuvo ayer, yo ya no era el mismo), me asomaba a la ventana, y todo era en vano (p. 208).

Su propia habitación es un espacio en donde las paredes y los suelos aparecen “descoloridos” (p. 259) y en donde el narrador se pregunta por qué le parece “tan envejecida” (Ibid.) como Matriona.

Asimismo, la casa es descrita, unas páginas más adelante, como una “acogedora madriguera” (p. 224) a la que regresar. Pero en el momento en el que la “habitación se queda a oscuras” (p. 225) al narrador lo invade nuevamente la tristeza:

El silencio reina en la pequeña habitación. La soledad y la pereza acarician la fantasía. Esta se enciende con suavidad, y se pone ligeramente en ebullición como el agua en la tetera de la vieja Matriona, que prosigue tranquilamente con sus quehaceres en la cocina, preparando el café (p.225).

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