Resumen
Noche tercera
“Hoy ha sido un día triste, lluvioso, sin un rayo de luz, igual que lo será mi vejez” (p. 242), dice el narrador al comenzar el relato de la tercera noche. “Ayer fue nuestro tercer encuentro, nuestra tercera noche blanca” (Ibid.), agrega, y pasa a relatar los sucesos de la noche anterior.
En esta tercera noche, el narrador se encuentra una vez más en el muelle con Nástenka. Él se dirige allí con el corazón rebosante de alegría. Ella lo recibe feliz, también, y le dice que está muy contenta y que lo quiere mucho. Lo quiere, justamente, porque él no se ha enamorado de ella. La tristeza acongoja al hombre cuando Nástenka le dice esto último. Decide, por un momento, ocultarle sus sentimientos y hablarle de la carta para el inquilino. Le comenta que la ha entregado a los conocidos en cuya casa se aloja el hombre, tal cual acordaron, y que luego se fue a casa a dormir.
Acto seguido, se arrepiente, y decide revelarle sus verdaderos sentimientos a la muchacha. Sin embargo, Nástenka se comporta de forma evasiva. “¡Se dio cuenta, la muy tunanta!” (p.245), se dice a sí mismo y, algo irritado, le señala con malicia a la joven que ya es la hora señalada para que el prometido venga, según lo que solicitaba ella en la carta.
El tiempo pasa, el prometido no aparece. El narrador, arrepentido de haberle causado adrede un malestar a Nástenka, promete con tono convincente algo que, en realidad, no puede garantizar: que el joven “vendrá mañana” (p. 247). Se despiden. Esta vez no hay carta para llevarle al prometido. “¡Oh, Nástenka, Nástenka! ¡Si supieras qué solo me siento ahora!” (p. 248), dice para sí al separarse de ella.
Noche cuarta
“Dios mío, ¡cómo ha terminado todo esto! ¡Qué fin ha tenido!” (p. 248), se dice a sí mismo el narrador en la primera línea del relato. Al llegar al muelle, Nástenka lo espera. Quiere saber si él trae carta del prometido en respuesta a la suya. “¿Es que él no ha venido?”, pregunta él a su vez; “Allá él si ha decidido dejarme así” (Ibid.), responde Nástenka iracunda.
El narrador no sabe cómo manejar el enojo de Nástenka. Le ofrece ir de su parte a visitar al prometido y preguntarle por sus intenciones, pero ella se niega. Luego de calmarse un poco, Nástenka le dice: “Dígame, usted no actuaría así, ¿verdad?” (p. 250). El narrador no logra contener sus sentimientos hacia la joven y explota: “¡Me está usted martirizando! ¡Me está destrozando el corazón, me está matando! ¡No puedo callar! (...). Es una quimera, pero yo la amo, Nástenka” (Ibid.). Ella dice no sorprenderse, pero no imaginaba la magnitud de los sentimientos de su nuevo amigo. “Yo haría todo lo posible para que usted me quisiera: si usted misma dijo que ya casi me quería” (p. 252), agrega él.
Después de semejante confesión, el narrador pretende alejarse de ella lo antes posible, avergonzado. Pero ella lo detiene y le dice que lo quiere; quizá no tanto como podría, pero que su amor por el prometido pasará y crecerá su amor por él: “Le quiero porque usted es mejor que él, porque es más noble que él” (p. 253), insiste. Luego le propone vivir juntos; algún día, su amor será digno del amor que él siente por ella. Emocionado y excitado, el narrador dice no tener capital, pero ella le propone vivir como inquilino en la buhardilla de su casa.
Ambos caminan sonrientes, se sienten excitados con la idea, embriagados. Él le señala el cielo: “¡Mire el cielo, Nástenka, mírelo!” (p. 256). Pero ella se encuentra petrificada, ya que ha visto un caballero que avanza hacia ellos. Aunque siguen su camino, al cruzarse el hombre los interpela: “¡Nástenka! ¡Eres tú!” (p. 257). Ella profiere un grito y se lanza a sus brazos. Luego, se gira hacia el narrador, le da un ardiente y fuerte beso, y lo dejan: “Permanecí un largo rato mirándoles… finalmente los dos desaparecieron de mi vista” (Ibid.).
La mañana
“Mis noches terminaron por la mañana” (p. 257), comienza esta última sección. El narrador recibe, al despertar, una carta de Nástenka: “¡Si pudiera amarles a los dos a la vez! ¡Oh, si usted fuera él!” (p. 258), dice ella de puño y letra. El narrador lee las explicaciones de Nástenka, pero no tiene consuelo y llora con las manos sobre la cara.
Matriona irrumpe en su habitación: “He quitado todas las telarañas del techo. Ahora incluso puede usted casarse e invitar a la gente, antes de que se ensucie de nuevo” (p. 259), le dice. El narrador se imagina a sí mismo, de allí a quince años, envejecido, junto a Matriona aún. Sin embargo, decide no recordar la ofensa y le desea lo mejor a Nástenka, toda la felicidad y el resplandor del cielo. Finalmente, se dice a sí mismo: “¡Dios mío! ¡Un minuto entero de felicidad! ¿Acaso es poco para toda una vida humana?” (Ibid.).
Análisis
En esta última parte, el tema del amor no correspondido se profundiza en la historia. Nástenka, luego de la confesión de su amigo y desilusionada por la ausencia del inquilino, se fuerza a intentar amar al narrador, a ser digna del amor que él le profesa. Sin embargo, esto no puede concretarse. Ante la aparición del prometido en el muelle, Nástenka desaparece en un segundo de su vida.
El amor, en este caso emparentado al deseo, se presenta entonces como una fuerza ingobernable, que arrastra a los personajes a lugares a los que, quizá a conciencia, no irían; los lleva a cometer actos humillantes y a exponer sus costados más vulnerables. Se evidencia al final que el amor no es algo que Nástenka pueda quitar de un lugar y poner en otro. Ella de algún modo lo sabe, aunque le dice al narrador para convencerlo de estar juntos: “Yo le quiero a él, pero eso pasará, debe pasar, no puede no pasar. Ya se está pasando, lo siento… Tal vez termine hoy mismo” (p. 253). Luego de irse repentinamente con el prometido, dejando al narrador solo en el muelle, le escribe una carta: “Dije que le iba a querer, y le quiero ahora, y aún más que eso. ¡Oh, Dios mío! ¡Si pudiera amarles a los dos a la vez! ¡Oh, si usted fuera él!” (p. 258).
La influencia de Pushkin, padre de las letras rusas, pionero en el uso de la lengua vernácula en la literatura y principal exponente del movimiento romántico en la tierra de Dostoyevski, se ve en los motivos literarios del cuento. El amor no correspondido es uno de ellos. Una de las características primordiales del Romanticismo, tradición cultural occidental que comienza a fines del siglo XVII, es la transmisión directa de sentimientos por parte del protagonista. En este sentido, el Romanticismo nace en un gesto vanguardista ante los valores de la Ilustración, movimiento dominante en la época que priorizaba la razón por sobre la pasión.
Muchas veces, lo sentimental suele compararse o edificarse sobre metáforas vinculadas a la naturaleza: “Hoy ha sido un día triste, lluvioso, sin un rayo de luz, igual que lo será mi vejez” (p. 242), dice el narrador al comenzar el relato de la tercera noche. También: “Mis noches terminaron por la mañana” (p. 257). Cabe mencionar que hay un juego de palabras en esta última frase: por un lado, resulta evidente por la trama amatoria del relato que se refiere a la historia con Nástenka. Por otra, son las noches blancas las que terminan, ese fenómeno climático propio de algunas zonas del hemisferio norte, que da pie a los paseos nocturnos a plena luz en el solsticio de verano.
Triste y rechazado por Nástenka, proyecta su futuro, con el clima, nuevamente, completando la imagen:
Tal vez un rayo de sol que asomaba detrás de una nube se ocultara detrás de otra, preñada de lluvia, oscureciendo nuevamente todo ante mis ojos. Probablemente, me figuraría pasar fugaz y tristemente toda la perspectiva de mi futuro, viéndome en aquel momento quince años después, como un hombre envejecido en aquella misma habitación, igual de solitario y junto a la misma Matriona que no había ganado en luces durante esos años (p. 259).
Acto seguido, conversa en sus ensoñaciones con Nástenka, la perdona y dice: “¡Recordar yo mi ofensa, Nástenka! ¿Ensombrecer con una oscura nube tu felicidad clara y serena?” (p. 259). Las nubes, la lluvia, la niebla, la oscuridad traen sombras y angustia a su corazón. La luz diurna, las flores que ella llevará en su cabeza en el casamiento, las flores que inundan San Petersburgo en primavera son su contracara.
Todas estas son imágenes bastante transparentes y claras: lo negativo es lúgubre y oscuro, como las tormentas, lo positivo y alegre es diáfano y florecido. Sin embargo, Dostoyevski agrega algunas imágenes de mayor complejidad en el texto. Una de ellas, muy llamativa y simbólica, es la de las telas de araña. Parte de la naturaleza, parte del abandono de la casa, las telas de araña simbolizan el velo que separa al protagonista de la realidad. En principio, no parecen más que el elemento propio de la suciedad, el desorden y la desidia en que vive el narrador. Una vez le pide a Matriona, la empleada doméstica, que las quite, pero ella lo mira como si estuviera diciendo algo ridículo y no lo hace.
En esta última parte del texto, cuando él llora en casa después de ser rechazado y abandonado en el muelle por Nástenka, luego de leer su carta, descubre que Matriona ha quitado por primera vez en mucho tiempo las telarañas. Ella le dice: “Pues que he quitado todas las telarañas del techo. Ahora incluso puede casarse e invitar a la gente, antes de que se ensucie de nuevo”(p. 259). El velo que separaba al narrador del mundo real cae luego del rechazo. Por primera vez ha entablado un vínculo, aunque breve, con otra persona y, lo que es más, una mujer. Su malestar es por una situación concreta, al igual que su bienestar anterior, esta vez, no refería al mundo de las ensoñaciones, sino al de carne y hueso en el que se enamoró de Nástenka. Esto se resume en la sentencia final, que da más valor a esos minutos de felicidad a pesar del sufrimiento posterior que a una vida en reclusión perpetua.
“¿Acaso fue creado para existir solo un instante en compañía de tu corazón...?” (p. 206), dice el epígrafe del relato, tomado del poema de Turguénev titulado “La flor”. El epígrafe de un texto tiene como objetivo subrayar el concepto artístico que el autor le impregna, la idea general del texto. Por un lado, al anteceder al texto, anticipa la percepción del lector. Por el otro, todo epígrafe revela su verdadero y completo significado al final de la lectura, ya que el contenido total de la obra se refleja o dialoga con él. El cuento "Noches blancas" es un ejemplo claro de esta definición. El narrador exclama al final: “¡Dios mío! ¡Un minuto entero de felicidad! ¿Acaso es poco para toda una vida humana?” (p. 259). Desde este punto de vista, la voz del epígrafe se transforma, entonces, en una voz externa pero cómplice de este pensamiento. Una voz que se pregunta, en este contexto del relato, si el narrador fue acaso creado para existir durante ese breve tiempo en compañía del corazón de Nástenka.
A pesar de que el narrador dice haber cambiado a partir de conocer a Nástenka, resulta evidente para el lector que el relato tiene una lógica circular. Vuelve el hombre a casa, solo, conversa con Matriona e imagina su vida de ahí a quince años, igual. Su soledad tiene algo de irreductible, de eso no caben dudas, a pesar de que Matriona haya quitado las telas de araña y a pesar de que el recuerdo de Nástenka endulce su memoria. El amor idealizado no puede sino formar parte de la soledad de un soñador, en lugar de revertirla o, cuanto menos, ayudar a sobrellevarla. Como las estaciones, el relato parece ser cíclico, volver al mismo punto de donde partió. Sobre todo, si agregamos que en un principio el hombre se sentía bien predispuesto para el encuentro con la muchacha, y atribuía esta predisposición a las noches blancas del solsticio de verano y a la vitalidad de la naturaleza en la estación. Estas noches blancas parecen haber sido tan solo un episodio de luz en una soledad oscura, casi imperturbable. Todo verano da lugar al otoño y, luego, a un nuevo invierno.