Resumen
El narrador se dirige al lector para contarle su historia: “Hacía una noche extraordinaria, como solo puede hacer, querido lector, cuando somos jóvenes” (p. 206). Es un hombre solitario que vive hace ocho años en la ciudad de San Petersburgo, con la única compañía de su empleada doméstica de edad avanzada y poco comunicativa, Matriona. No ha hecho, en todo este tiempo en la ciudad, un solo amigo.
Este día, el narrador sale de casa y, como hace usualmente, camina por las calles de la ciudad. La encuentra vacía, todos han salido hacia el campo:
Bien caminando por la avenida Nevski o por el jardín, bien paseando por el muelle, no hallaba ni a una sola de las personas con las que solía encontrarme en esos lugares a la misma hora durante todo el año (p. 209).
Con esas personas no interactúa jamás en sus paseos. Sin embargo, dice conocerlas muy bien.
Este agudo observador tiene una gran sensibilidad poética y raptos de melancolía. Dice más adelante:
Parecía que todo se había levantado y había emprendido el camino, que se trasladaba en caravanas enteras a las casas de campo; parecía que todo San Petersburgo amenazaba con convertirse en un desierto, de modo que al final me sentía avergonzado, incómodo y triste (p. 210).
Pasa tres días sumido en la melancolía, hasta que, perdido en una de sus caminatas, sale a las afueras de San Petersburgo: “Cuando quise darme cuenta estaba en las puertas de la ciudad (...), caminé por los campos y praderas sembrados, sin reparar en el cansancio, más bien sintiendo con todo mi cuerpo que me quitaba un peso del alma” (p. 210).
Más adelante, “impresionado y extasiado” (p. 210), vuelve a la ciudad. Allí sucede lo inesperado: se encuentra en el muelle a una mujer que lo sorprende y atrae. Decide, tímidamente, acercarse. Sin embargo, en cuanto la joven nota la presencia del desconocido, opta por alejarse rápidamente del lugar en que estaba. En este breve lapso, un borracho que deambula por las calles intenta atacarla. El protagonista sale en defensa de la joven. Ambos conversan y, progresivamente, surge una mutua simpatía. Al acompañar a la mujer a su casa, el protagonista le cuenta lo solo que se siente. Ante la inminente despedida, y dado el entusiasmo abrupto que la joven despierta en el protagonista, acuerdan volver a encontrarse. Se citan para conversar al siguiente día. Ella pone una condición para trabar amistad con él: le pide que, por favor, no se enamore. Él jura cumplir con este favor.
Análisis
Para quienes no vivimos en las zonas del hemisferio norte en las que, en el solsticio de verano, se da el fenómeno de las “noches blancas”, resulta difícil imaginar que cada uno de los relatos nocturnos de este narrador se dé a plena luz. Las noches blancas son un fenómeno natural muy particular que se produce durante el solsticio de verano en áreas de latitud alta. San Petersburgo, ciudad en la que está ambientado el relato, se encuentra en una de estas zonas. Durante esta época del año, amanece más temprano y las puestas de sol son extremadamente tardías. En estos días, la oscuridad nunca es completa y las noches se ven, a pesar de la presencia de las estrellas, blancas. En “Noches blancas”, como bien sugiere el título, la luz es una presencia central.
Dostoyevski escribe, en el año 1847, su Crónica de San Petersburgo, una crónica extensa que, se sabe, ha sido el origen del relato que aquí nos interesa. La Crónica tiene como objeto la llegada de la primavera en la ciudad, la partida de sus habitantes hacia las casas de campo de los citadinos de mayor poder adquisitivo y a los habitantes de la ciudad en sí. “Es junio, hace calor, la ciudad está vacía, todos están en las dachas y viven de las impresiones, se deleitan con la naturaleza” (2010: p. 61), dice Dostoyevski en la crónica. Seguido, comienza a reflexionar sobre la primavera y la compara con una joven a la que todo el mundo mira con compasión hasta que, de repente, la muchacha se vuelve guapísima, maravillosa. En “Noches blancas”, nuestro narrador sale a caminar, como siempre lo hace, algo contrariado, porque San Petersburgo está vacía. Un poco melancólico también, traspasa los límites de la ciudad y sale a la naturaleza. Reflexiona en ese momento:
Hay algo inexplicablemente conmovedor en nuestra naturaleza petersburguesa cuando, al comenzar la primavera, de pronto muestra toda su potencia, todas las fuerzas que le deparó el cielo; se reviste toda, se engalana, se llena de abigarradas flores… Involuntariamente, me evoca a una muchacha enfermiza y marchita, a la que unas veces se mira con lástima, otras, con cariño y compadecimiento, otras simplemente uno no se percata de ella; y que de pronto, inesperadamente, se convierte en extraordinariamente bella (p. 207).
Encontramos, de este modo, no solo que las reflexiones que Dostoyevski hacía en su crónica son del tenor de las que el narrador de “Noches blancas” se hace, sino que, más aún, párrafos enteros del cuento vinculados a reflexiones propias de la crónica son reescritos de forma textual. Por la agudeza de su mirada, por las apelaciones al lector o comentarios del tipo “pido disculpas por la trivialidad de la frase, pero hoy no estaba yo para expresarme con estilo pulido” (p. 208), es que se nos hace que el narrador de “Noches blancas” es un escritor, al menos un cronista o alguien que lleva un diario, y que se ocupa de intentar volcar su sensibilidad poética en las páginas.
Este hombre, solitario, se siente aprisionado en la ciudad. La vida en San Petersburgo, y la vida en la ciudad en general. Como evidencia la crónica que cimienta este relato en tanto escenario, es uno de los temas fundamentales de la literatura de Dostoyevski, que se iría desarrollando más y más con los años. Pensemos que “Noches blancas” es uno de sus relatos más tempranos, en el que recién se prefiguran algunos de los temas, motivos y recursos que el autor desplegará a lo largo de más de treinta años de escritura.
La vida en la ciudad resulta complicada para hombres como el narrador, quien lleva ocho años en San Petersburgo y aún no ha hecho ningún amigo. En esta soledad y aislamiento se aferra a su capacidad de observación y asimilación del entorno. Dice sentir que, por más que un anciano "de Fontanka" que se cruza en sus paseos no lo tenga como un buen conocido, lamentaría mucho su ausencia en las caminatas. La ciudad es para este narrador un escenario en el cual deambular, pero poco se deja afectar por los otros. Por momentos, nos parece una prefiguración del flanêur de Baudelaire más propio de los años subsiguientes, esa reconocida figura de la cultura moderna occidental que se caracterizaba por su deambular urbano. Es un trovador, un outsider que todo lo mira, sobre todo reflexiona, pero con nada interactúa.
Pareciera ser que, a pesar de que la profunda melancolía del hombre provenga de su soledad y su aislamiento, también hay algo intrínseco de la ciudad y de la vida dentro de sus límites que condiciona el carácter y las emociones del narrador. Al salir de la ciudad, le sobreviene la alegría y se sorprende: “Es como si de pronto me encontrara en Italia… tanta fue la impresión que causó la naturaleza a un caballero enclenque como yo, que estaba a punto de ahogarse entre las paredes de la ciudad” (p. 210), dice. Estaba “tan alegre como no lo había estado hasta entonces” (Ibid.). Esta es la predisposición que tiene al encontrarse, minutos después, con la muchacha.
El encuentro tiene muchos elementos propios del Romanticismo, el movimiento cultural que se origina a finales del siglo XVIII en Alemania y en Reino Unido, como una reacción contra los valores ilustrados y racionalistas. El narrador, con el corazón encogido, se fascina con la presencia de la joven, pero no se anima a hablarle. Sin embargo, se obliga a sí mismo a hacerlo. Decide que nunca le ha sucedido algo así y que la situación amerita que se acerque a ella:
Me di la vuelta, retrocedí un paso hacia ella y al instante habría querido decirle: «¡Señorita!», de no ser porque esa exclamación había sido miles de veces empleada en todas las novelas rusas de alta sociedad. Eso fue lo único que me detuvo” (pp. 211-212).
Podemos ver que lo detiene no tanto una reacción de la joven o algo propio del momento presente, como la conciencia obsesiva de que la escena es de contenido literario, que representa un género en particular y que estéticamente no lo convence. El narrador, no olvidemos, se dirige en todo momento a un público lector: “Hacía una noche extraordinaria, como solo puede hacer, querido lector, cuando somos jóvenes” (p. 206).
La obsesión de este hombre da cuenta de uno de los temas centrales de “Noches blancas”, que es el amor idealizado. Esta fantasía, como vemos, está fuertemente atravesada por la literatura. Al despedirse hasta la noche siguiente, ella le dirá: “Hasta mañana. Que de momento sea un secreto [mi historia]. Será mejor para usted; aunque lejanamente se parezca a una novela” (p. 217).
En este caso, agregaremos que estamos ante un amor idealizado que no es correspondido. Una frase de la joven en esta primera noche puede ser tomada como un presagio de lo que vendrá en este sentido: “Tenga en cuenta una cosa, venga con una condición. Sobre todo (...): no se enamore de mí... Eso está prohibido, se lo aseguro. Estoy dispuesta a una amistad, y aquí tiene mi mano... Pero ¡no se enamore, se lo ruego!” (p. 216). El narrador, que presupone un lector astuto, sabe que su receptor sabrá interpretar esta advertencia como un vaticinio de lo que vendrá más adelante.