Hacía una noche extraordinaria, como solo puede hacer, querido lector, cuando somos jóvenes. El cielo estaba tan estrellado y claro que, mirándolo, sin querer te preguntabas: ¿acaso bajo un cielo así puede vivir gente malhumorada y caprichosa?
“Noches blancas” comienza con esta apreciación del narrador respecto a la noche en la cual inicia su relato. Reflexiona que una noche de esas características, “extraordinaria”, sólo es posible cuando se es joven, como es su caso. Poco después sabremos que tiene 26 años.
En esta cita, el narrador menciona las estrellas, pero a la vez dice que se trata de una noche "clara". Esto sería un oxímoron, una caracterización contradictoria, si no fuera porque, como señala el título, el relato tiene lugar en unas noches muy particulares que se producen en algunas zonas del hemisferio norte. En ellas, la luz solar dura mucho más tiempo, y se combina con las estrellas, dando así la imagen de noches blancas.
Pero si desde el primer momento se dio cuenta usted de con quién trataba. Es cierto, soy tímido con las mujeres. No estoy menos turbado que usted hace un momento, cuando ese caballero le dio el susto... Ahora estoy algo avergonzado. Parece un sueño, y ni siquiera en un sueño podría presentárseme la idea de hablar con una mujer.
Luego de que el narrador salva a Nástenka del caballero que quiso atacarla, se produce la primera conversación entre ambos. A partir de este momento, todo el relato orbitará en torno al vínculo del narrador con Nástenka. En esta primera conversación, el muchacho se presenta a sí mismo como un hombre solitario, que siente timidez al momento de hablar con las mujeres. Compara luego aquel primer encuentro con Nástenka con un sueño. Soñar es algo muy propio de este personaje que ya está anticipado en el subtítulo del cuento: Un relato sentimental (de los recuerdos de un soñador). Como veremos más adelante, él mismo se describe de esa manera: “Soy un soñador; tengo tan poca vida privada” (p. 216).
Pero tenga en cuenta una cosa, venga con una condición. Sobre todo (sea amable y cumpla lo que le pida: está viendo que le hablo con franqueza): no se enamore de mí... Eso está prohibido, se lo aseguro. Estoy dispuesta a una amistad, y aquí tiene mi mano... Pero ¡no se enamore, se lo ruego!
Al final de la primera conversación que el narrador tiene con Nástenka, ambos quedan en reencontrarse a la noche siguiente. Es entonces que Nástenka le hace la única y más importante petición que le hará durante todo el relato: que no se enamore de ella. Este momento establece el inicio de tensión del protagonista hacia Nástenka, porque es notorio que él ya está enamorado incluso antes de que ella le establezca esta condición. De esta manera la relación entre ambos estará afectada por lo que él quiere, pero no puede confesar debido a esta promesa.
Así transcurrían las cosas cuando un día me crucé en la escalera con nuestro inquilino. La abuela me había mandado a hacer un recado. Él se detuvo, yo me sonrojé toda, y él también, pero se echó a reír, me saludó y preguntó por la salud de la abuela, y me dijo: "Y bien, ¿ha leído usted los libros?". Y yo le respondí: "Los he leído". "¿Y cuál le ha gustado más?". Y yo le dije: "Ivanhoe y Pushkin son los que más me han gustado". Con esto concluyó aquella vez la conversación.
En la sección titulada “La historia de Nástenka”, ella le cuenta al narrador su historia durante el trascurso de la segunda noche en que se encuentran. Le dice que vive con su abuela, una mujer que la tiene bajo severa vigilancia y que esta alquilaba una habitación a un hombre viejo para tener un dinero extra. Tras la muerte de inquilino, llega un hombre joven a ocupar su lugar. Él les regala libros a Nástenka y a su abuela y, como se ve en la cita, corteja a la primera. Este momento es de fundamental importancia debido a que introduce a un tercero en discordia entre el narrador y Nástenka, inesperado para el interlocutor de la muchacha que oculta sus sentimientos de amor hacia ella.
Él se marchaba al día siguiente y decidí resolverlo todo por la noche, cuando la abuela se fuera a dormir. Y así pasó. Hice un hatillo y metí todo dentro; todo cuanto tenía de vestidos y ropa, y con él en la mano, ni viva ni muerta, me dirigí al desván donde vivía nuestro inquilino (...). Él pareció comprenderlo todo al instante, y permanecía delante de mí, pálido y mirándome de un modo tan triste que faltaba poco para que me estallara el corazón.
Llegando al final de “La historia de Nástenka”, ella le cuenta al narrador cuando, enamorada, intentó huir con el inquilino que momentos antes había anunciado su partida. Ella preparó su valija y visitó al hombre en su habitación, el cual entendió los propósitos de Nástenka al instante.
En la escena vemos cómo el inquilino se pone pálido y la mira con tristeza. Le dice que también él comparte el deseo de huir juntos, pero que no posee los medios económicos para hacerlo. El inquilino le promete volver en un año a buscarla, pero cuando el año se cumple no aparece.
Si hacemos una relectura de esta escena, el hecho de que el inquilino palideciera cuando Nástenka le propone huir juntos permite pensar que su promesa de regresar a buscarla puede haber sido una mentira dicha a las apuradas para salir del paso.
Estuve sentado allí, en nuestro banco. Ya me había dirigido a su callejuela, pero me sentí incómodo y me di la vuelta sin mirar sus ventanas y a dos pasos de su casa. Regresé a casa tan triste como no lo estaba desde hacía tiempo. ¡Qué tiempo más malo, húmedo y aburrido!
En la sección titulada “Noche tercera” el narrador nos cuenta lo entristecido que se siente tras vagar por las calles. Se ha comprometido a ayudar a Nástenka a reencontrarse con el inquilino, pero no es lo que desea. Culpa al clima, desapacible y húmedo, de su tristeza, pero en verdad se encuentra así por no poder confesar su amor a Nástenka. El clima de esta noche refuerza el sentimiento de abandono y soledad del narrador, que se debate consigo mismo qué hacer con Nástenka. Como se verá en el análisis, el vínculo entre el clima, el entorno y los personajes es estrecho y marcado en el cuento.
—Es una quimera, pero yo la amo, Nástenka. ¡Eso es! Bueno, ya lo sabe usted todo —dije gesticulando con la mano—. Ahora usted misma juzgará si puede hablar conmigo como hasta este momento, y si finalmente escuchará lo que le vaya a decir...
—Bueno, ¿y qué? —interrumpió Nástenka—. ¿Qué hay de nuevo en eso? Ya sabía desde hacía tiempo que usted me amaba…
Finalmente, en la “Noche cuarta”, el narrador se decide a confesarle su amor a Nástenka. Luego de varios intentos inútiles de lograr contactar al inquilino, el hombre se rinde y abre su corazón frente a ella. Le dice que su amor “es una quimera”, lo que significa que se parece más a un sueño o una ilusión, y que ve improbable que le sea correspondido. Nástenka, consternada, le contesta que siempre supo que la amaba, y le propone intentar vivir juntos. En esta cita se ve un giro inesperado en los eventos del relato y, por un momento, el narrador se ve alcanzado por primera vez en toda su vida por una felicidad real.
—Nástenka —dije yo a media voz—. ¿Quién es, Nástenka?
—¡Es él! —respondió ella susurrando, apretándose contra mí, aún más estremecida... Yo apenas podía sostenerme en pie.
—¡Nástenka! ¡Nástenka! ¡Eres tú! —se oyó una voz detrás de nosotros, y en aquel instante el joven caballero avanzó unos pasos más hacia nosotros.
Tras confesarle su amor y ser aceptado, el narrador y Nástenka hacen planes. Mientras caminan como “embriagados” (p. 256) se produce el desenlace trágico de la historia: un caballero aparece junto a ellos y Nástenka reconoce en él a su anterior inquilino y prometido. El hombre reconoce a Nástenka y ella se lanza a sus brazos. Este giro dramático inesperado carga de preguntas al lector y constituye el clímax del relato.
Nos encontraremos, usted vendrá a vernos, no nos dejará, y será eternamente un amigo mío, un hermano... Y cuando me vea, ¿me tenderá usted su mano? ¿Verdad que sí? Usted me la tenderá, me perdonará, ¿no es cierto? ¿Me ama como antes?
En “La mañana”, última sección de este cuento, el narrador recibe una carta. En ella, entre amarga y trágica, Nástenka le pide que la perdone y que continúen siendo amigos. Lo invita a su boda y le pregunta si la ama “como antes”, como decía el narrador que la quería previamente a confesarle su amor. Con esta carta, al protagonista no le queda más remedio que aceptar la definitiva distancia que lo separa de Nástenka. A partir de aquí su mirada sobre lo que lo rodea, la casa, Matriona y su vida en general, cambia.
¡Dios mío! ¡Un minuto entero de felicidad! ¿Acaso es poco para toda una vida humana...?
Estas son las últimas palabras del narrador y también las que dan fin al relato. El protagonista se queda solo, nuevamente, encerrado en su habitación con Matriona como única compañía. De esta manera, en una especie de giro circular, vuelve a donde estaba al inicio de la historia, salvo por una diferencia: vivió un minuto entero de felicidad, lo que, en sus palabras, alcanzaría para vivir en paz lo que resta de su vida.