Resumen
III. Calles y sueños
“Danza de la muerte”
El poeta pide a los lectores que observen la llegada a Nueva York de un barco de África. En la siguiente estrofa se enumera todo aquello que queda atrás y que ya no se podrá recuperar. En la tercera estrofa, el poeta anuncia que ha llegado el momento “de las cosas secas” (p. 97), es decir, de la gran ciudad que aparece como un paisaje muerto y desolado. Allí se reúnen los animales muertos, en la soledad en la que danza el barco de África. Ante los recién llegados se despliegan imágenes que convierten a la ciudad en un escenario de muerte y degradación, “donde sonaban las voces de los que mueren bajo el guano” (p. 98). Cuando el mascarón del barco llega a Wall Street, es decir, al distrito comercial de la ciudad de Nueva York, la simbología del poeta se focaliza en la mercantilización de la vida humana. La danza del barco se encuentra entonces con “el cruel silencio de la moneda” (p. 98) y se funde con la cultura de la gran ciudad capitalista.
El poeta indica luego que el barco podrá bailar en Nueva York, entre “Columnas de sangre y / de números” (p. 99). En la estrofa siguiente, el poeta se encuentra en la terraza, “luchando con la luna” (p. 99), en una noche iluminada por la luz de la ciudad, y reflexiona sobre el baile de los negros llegados en el barco. El baile aparece en su universo simbólico como el rito africano por excelencia, y por eso exclama que los blancos, es decir, el Papa, el rey y el “millonario de dientes azules” (p. 100), no deben bailar.
Al final del poema se suceden una serie de imágenes de la futura destrucción de la ciudad, que termina consumida por la naturaleza, y el poeta vuelve a pedir al lector que contemple el mascarón que “escupe veneno de bosque / por la angustia imperfecta de Nueva York” (p. 101).
“Paisaje de la multitud que vomita (Anochecer de Coney Island)”
El poeta repara en una mujer gorda que avanza delante de él y que se convierte en el hilo conductor del poema. Esta mujer se presenta como “enemiga de la luna” (p. 102), corre por las calles dejando calaveras de palomas y llamando “al demonio del pan” (p. 102). El poeta entonces dice que son los muertos los que empujan en la garganta, es decir, que es el dolor de todo lo perdido y enterrado lo que desea expresarse a viva voz.
Hasta el poeta llegan entonces los rumores del vómito, y a esta idea le sucede una serie de imágenes de mujeres vacías, niños de cera, árboles fermentados y camareros que sirven sal a los hambrientos. Luego, el poeta se dirige a quien llama “hijo mío” (p. 103) y lo invita a vomitar, puesto que no hay remedio que pueda curar su mal.
El poema regresa sobre la mujer gorda y sobre un tambor que lleva con ella y que es agitado por el vómito, mientras que unas niñas, a su alrededor, le piden a la luna que las proteja. El poeta se concentra en su mirada, pero indica que esta ya no le pertenece, sino que tiembla, “desnuda por el alcohol” (p. 103) y busca expresar el malestar colectivo. Mientras, la mujer gorda sigue adelante y la gente a su alrededor se precipita hacia las farmacias para calmar sus males.
“Paisaje de la multitud que orina (Nocturno de Battery Place)”
El yo poético habla sobre las personas que se quedaron solas, soñando con la muerte y esperándola. Un niño agoniza en un velero japonés y ante su llanto se quiebran los corazones de quienes contemplan la situación. El poeta luego indica que no importa que el niño muera y que es igual de inútil escapar del dolor y de la soledad. No hay remedios que puedan aliviar el dolor y el sufrimiento de la existencia y la noche se presenta como la imágen de la muerte y de la destrucción. Incluso los campos fértiles, continúa el poeta, están sembrados de cadáveres.
Finalmente, el poeta se dirige a la gente, a las mujercillas y los soldados, y les dice que será preciso “viajar por los ojos de los idiotas” (p. 107) para poder acabar con la gente que orina, indiferente, alrededor del gemido del niño moribundo.
“Asesinato (Dos voces de madrugada en Riverside Drive)”
El poeta recupera dos voces que hablan sobre un asesinato. Una pregunta cómo fue que sucedió, y la otra le contesta que fue “una grieta en la mejilla” (p. 108). A esta imagen le suceden otras que ilustran la pérdida de la vida y, finalmente, una de las voces se lamenta “¡Ay, ay de mí!” (p. 108).
“Navidad en el Hudson”
El poeta presenta a un marinero recién degollado y al “río grande” (p.109), el Hudson. Cuatro marineros luchan contra el mundo, que se figura como un sitio inabarcable y sumido en la soledad. Toda la creación está sumida en la más profunda de las soledades, y el marinero degollado le canta un aleluya al agua en la que se va a perder su cuerpo.
El poeta indica que ha pasado toda la noche en los arrabales, ayudando a los marineros a juntar las velas, con las manos vacías frente a la desembocadura del río. La soledad vuelve a hacerse presente; al poeta no le importan los nacimientos que suceden en el mundo a cada minuto, solo está interesado en el “mundo solo” (p. 110). Al final del poema, el propio poeta se identifica con el marinero del inicio y dice que es él mismo quien está degollado frente a su gran río y siente el amor como un hiriente filo.
“Ciudad sin sueño (Nocturno del Brooklyn Bridge)”
El poeta indica que esa noche nadie duerme y que todas las criaturas nocturnas andan rondando. Las iguanas llegarán para morder a los “hombres que no sueñan” (p. 111), y las personas que deambulan con sus corazones rotos corren el riesgo de encontrarse con el “increíble cocodrilo” (p. 111).
En esa noche en que nadie duerme, un muerto en el cementerio se queja, y un niño recién enterrado llora hasta que llaman a los perros para hacerlo callar. En la siguiente estrofa, el poeta da un grito de alerta y anuncia que no hay ni olvido ni sueño, y que aquellos que sienten dolor lo sentirán siempre y que quienes le tienen miedo a la muerte ya la llevan en sus propios cuerpos. Un día, continúa el poeta, los animales ocuparán los lugares donde viven los hombres y luego revivirán las mariposas disecadas y manarán rosas de la lengua de los poetas.
Una nueva alerta abre la siguiente estrofa; el poeta se dirige a los muertos y un niño que llora y anuncia que debe llevarlos a “donde espera la dentadura del oso” (p. 113). En la estrofa final, el poeta vuelve a declarar que esa noche nadie duerme; luego agrega que si alguien lo intenta, hay que azotarlo, porque esa noche “no duerme nadie por el mundo” (p. 113).
“Panorama ciego de Nueva York”
En este poema, Lorca refleja mediante las imágenes de pájaros deformes, mutilados y muertos la pérdida de la naturaleza que se experimenta en la ciudad.
El poeta manifiesta el dolor que se experimenta en la ciudad, que es un dolor compartido por todas las personas. Luego, indica que los sabios no logran encontrar sentidos en el mundo, pero que donde ellos fallan triunfan “algunos niños idiotas” (p. 115), es decir, la inocencia y la pureza de un niño puede hallar el amor y comprender la existencia de una forma que está vedada para los adultos, ya corrompidos por la experiencia.
Los últimos versos del poema parecen expresar la esperanza que el poeta tiene de sobreponerse a la muerte y la degradación, pero dicha salvación solo puede encontrarse fuera de la ciudad, regresando a la tierra, es decir, a la naturaleza más elemental y menos mancillada por el hombre.
“Nacimiento de Cristo”
En este poema, una fecha que es símbolo de esperanza y renovación (el nacimiento de Dios encarnado en su hijo, para la religión cristiana), se presenta de forma oscura y desesperada, cargada de signos de muerte. En los versos finales, se revela que el escenario donde transcurren los hechos es Manhattan, y la posibilidad de un renacimiento se figura como imposible.
“La aurora”
El poeta describe el amanecer en Nueva York como un evento desesperanzador, que revela repentinamente todas las miserias de la ciudad. El amanecer, un símbolo universal del renacimiento y la esperanza, se visualiza de forma totalmente negativa. Nadie recibe la aurora porque en la ciudad “no hay mañana ni esperanza posible” (p. 119). El poeta denuncia al capitalismo como la principal estructura que aliena al hombre en Nueva York: el dinero devora a los niños y sepulta a los ciudadanos bajo cadenas y esfuerzos que no rinden ningún fruto.
Análisis
La tercera parte de Poeta en Nueva York está dedicada tanto a la crisis social que el poeta experimenta en la gran ciudad como a su propia crisis personal. Así lo anuncian los versos de Vicente Aleixandre que Lorca elige para su epígrafe: “Un pájaro de papel en el pecho / dice que el tiempo de los besos no ha llegado” (p. 95). Dichos versos anuncian el desamor al que se enfrenta el poeta en una ciudad artificial que ha perdido todo vínculo con la naturaleza y su armonía universal.
Los poemas están dedicados a las multitudes que colman las calles de Nueva York y que hacen evidente la profunda soledad a la que está arrojado cada individuo. El hombre, desterrado del paraíso, no puede unirse en comunión con sus semejantes y queda a merced de un sistema que lo explota y lo esclaviza. Ese tiempo de los besos al que Lorca hace referencia en el epígrafe contrasta con el mundo artificial, mecanizado y frío de la gran ciudad.
Los poemas de esta parte presentan imágenes de una ciudad caótica en la que habita la muerte, que danza en sus calles, como lo indica el título del primer poema. En este primer poema de la tercera parte, “Danza de la muerte”, el poeta pide al lector que observe el mascarón de un barco que llega de África a Nueva York y que avanza por el desolado paisaje de la ciudad mientras anuncia la llegada de un nuevo orden, donde a la naturaleza le será restituido su papel primordial en la vida de los hombres.
El mascarón es un símbolo ambivalente que, según los críticos, representa tanto los instintos primigenios del hombre como la muerte que se cierne sobre la ciudad. Escrito en 1929, meses después del crack bursátil que tuvo como consecuencia la llamada Gran Depresión de los años 30, el poema preconiza el posible final del orden capitalista y abunda en escenas de la ciudad moderna como un espacio que destruye el orden natural de la vida, un espacio que “Acabó con los más leves tallitos del canto” (p. 98), es decir, que destruyó toda expresión humana pura y verdadera.
En la conferencia de presentación de su poemario, Lorca describe las consecuencias inmediatas del crack bursátil en Nueva York, y hace referencia a la aparición de la muerte en su aspecto más crudo y abrumador:
Yo tuve la suerte de ver por mis ojos, el último crack en que se perdieron varios billones de dólares, un verdadero tumulto de dinero muerto que se precipitaba al mar, y jamás, entre varios suicidas, gentes histéricas y grupos desmayados, he sentido la impresión de la muerte real, la muerte sin esperanza, la muerte que es podredumbre y nada más, como en aquel instante, porque era un espectáculo terrible pero sin grandeza. Y yo que soy de un país donde, como dice el gran padre Unamuno, «sube por la noche la tierra al cielo», sentía como un ansia divina de bombardear todo aquel desfiladero de sombra por donde las ambulancias se llevaban a los suicidas con las manos llenas de anillos. (Lorca, 2020)
A la crisis que atraviesa todo el sistema capitalista se suma la crisis personal del poeta, quien “estaba en la terraza luchando con la luna” (p. 99). Tal como lo analiza María Clementa Millán en su estudio de Poeta en Nueva York:
“Una vez más, el autor ha agrupado en una sola composición varias de las perspectivas contenidas en la obra, uniendo su situación personal a su visión de la gran ciudad. Al mismo tiempo, insisten en uno de sus temas fundamentales, la lucha del mundo natural contra el mecánico, presente en las dos composiciones dedicadas a los negros y de gran repercusión en todo el poemario” (Millán, 1988 en Lorca, 2013: 24).
Esta tensión entre el mundo natural y el mecánico se plasma en la danza de la muerte: “El ímpetu primitivo baila con el ímpetu mecánico, / ignorantes en su frenesí de la luz original. / Porque si la rueda olvida su fórmula / ya puede cantar desnuda con las manadas de caballos” (pp. 98-99). Sin embargo, en las estrofas siguientes el poeta hace una aclaración: no son los muertos los que bailan en esta danza de la muerte, sino todos aquellos marginales y desterrados del orden capitalista que esperan la destrucción de la ciudad. Por eso, el poeta pide: “¡Que no baile el Papa! (...) ni el rey; / ni el millonario de dientes azules, (...) ¡Sólo este mascarón!” (p. 100).
Al final del poema, tras preconizar la destrucción de la ciudad y del capitalismo -“Que ya la Bolsa será una pirámide de musgo” (p. 101)-, el yo poético pide al lector que vuelva a observar el mascarón/símbolo, que “escupe veneno de bosque por la angustia imperfecta de Nueva York” (p. 101).
En otro pasaje de la ya mencionada conferencia, Lorca deja en claro qué impresiones le produce Wall Street, el distrito financiero de Manhattan que se convierte en el poemario en un símbolo del capitalismo:
“Lo impresionante por frío y por cruel es Wall Street. Llega el oro en ríos de todas las partes de la tierra y la muerte llega con él. En ningún sitio del mundo se siente como allí la ausencia total del espíritu: manadas de hombres que no pueden pasar del tres y manadas de hombres que no pueden pasar del seis, desprecio de la ciencia pura y valor demoníaco del presente. Y lo terrible es que toda la multitud que lo llena cree que el mundo será siempre igual, y que su deber consiste en mover aquella gran máquina día y noche y siempre. Resultado perfecto de una moral protestante, que yo, como español típico, a Dios gracias, me crispaba los nervios” (Lorca, 2020).
La profunda soledad y desconexión que siente el poeta en medio de multitudes es una constante en toda esta parte de Poeta en Nueva York, y a ella están dedicados los siguientes poemas: “Paisaje de la multitud que vomita (anochecer de Coney Island)”, “Paisaje de la multitud que orina (Nocturno de Battery Place)”, “Asesinato”, “Navidad en el Hudson” y “Ciudad sin sueño (Nocturno del Brooklyn Bridge)”. Estos poemas tienen como eje de sentido que los unifica la presencia constante de la muerte y la soledad que sufre cada individuo en medio de las multitudes.
El primero de ellos, “Paisaje de la multitud que vomita”, presenta a una mujer gorda “enemiga de la luna” (p. 103) que guía a la muchedumbre de la ciudad. Tal como señalan los críticos, dicha mujer representa al capitalismo y el consumo desmedido que lo devora todo hasta producir la náusea y el vómito. Ante el avance de la mujer, la vida se marchita. El poeta se siente perdido “entre la multitud que vomita” (p.103), totalmente desamparado y sin nada que lo defienda de la destrucción.
El poema recupera una escena de la vida neoyorkina que generó un impacto muy grande en el poeta: el fin de una jornada de feria en Coney Island. Tal como lo expresó en la conferencia sobre su poemario:
Coney Island es una gran feria a la cual los domingos de verano acuden más de un millón de criaturas. Beben, gritan, comen, se revuelcan y dejan el mar lleno de periódicos y las calles abarrotadas de latas, de cigarros apagados, de mordiscos, de zapatos sin tacón. Vuelve la muchedumbre de la feria cantando y vomita en grupos de cien personas apoyadas sobre las barandillas de los embarcaderos, y orina en grupos de mil en los rincones, sobre los barcos abandonados y sobre los monumentos de Garibaldi o el soldado desconocido. Nadie puede darse idea de la soledad que siente allí un español y más todavía si este es hombre del sur. Porque, si te caes, serás atropellado, y, si resbalas al agua, arrojarán sobre ti los papeles de las meriendas. (Lorca, 2020)
Los poemas siguientes regresan sobre la soledad y la muerte en una Nueva York donde no se cultiva ningún valor esencialmente humano. En “Paisaje de la multitud que orina” el poeta repite con variaciones el verso inaugural: “Se quedaron solos” (p. 105) y articula imágenes de una humanidad que, abrumada por la soledad, se entrega a la muerte. Es tal la alienación que se sufre en la ciudad que nadie se preocupa por el prójimo; así, las muchedumbres se convierten en una maquinaria deshumanizada, capaz de aplastar a los individuos sin experimentar la mínima conmoción. El poeta denuncia que la ciudad está llena de “gentes que pueden / orinar alrededor de un gemido” (p. 105), es decir, de una humanidad totalmente alienada.
Por otro lado, en los poemas “Panorama ciego de Nueva York”, “Nacimiento de Cristo” y “La aurora”, el poeta logra encontrar por momentos esperanzas de un nuevo amanecer, aunque luego vuelve a hundirse en la desesperación y el pesimismo. Queda claro que la agonía y la presencia constante de la muerte están asociadas a la vida en la ciudad, esto es, a la artificialidad de las vidas que se desarrollan dentro de sistemas opresores, totalmente desconectadas de la naturaleza y de sus expresiones vitales más puras. Esto es lo que puede observarse, por ejemplo, en el siguiente pasaje:
No es un pájaro el que expresa la turbia fiebre de la laguna, / ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento, / ni el metálico rumor de suicidio que nos anima cada madrugada: / es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo, / es un pequeño espacio vivo al loco unisón de la luz, / es una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan / el griterío chino que bulle por el / desembarcadero de la sangre. (pp. 115-116)
En estos versos, el pájaro aparece como un símbolo de la naturaleza, de lo dinámico y vital que se expresa en esa animalidad libre del ave; y no es la naturaleza, dice el poeta, la causante de fiebres y de suicidios, sino la ciudad, una cápsula de aire, un espacio delimitado y comprimido donde el ser humano olvida sus pasiones y pierde conexión con todo lo que crece y florece.
Sin embargo, al reflexionar sobre el dolor que atraviesa toda la existencia y se instala en todos los seres humanos como antesala de la muerte, el yo poético expresa: “... algunos niños han encontrado por las cocinas / pequeñas golondrinas con muletas / que sabían pronunciar la palabra amor” (p. 115).
Los animales mutilados son un elemento recurrente en todo el poemario: Lorca utiliza las imágenes de animales pequeños, deformes, mutilados y muertos para representar la atrofia y la destrucción del mundo natural frente a la gran ciudad de Nueva York. Los niños idiotas, por su parte, representan la libertad original del ser humano (que se expresa en la infancia y que se pierde progresivamente), la pureza y la capacidad de ver el mundo de una forma diferente a la del adulto alienado por las normas y las estructuras sociales. Así, estos niños que encuentran a las golondrinas y recuperan el amor, son una promesa de reconexión con el mundo natural, una muestra de que el ser humano todavía puede escaparse de la opresión de la ciudad y hallar sentimientos genuinos, puros, que lo ayuden a vivir.
Sin embargo, en los próximos poemas, este atisbo de esperanza se pierde en la bruma de la ciudad. El poeta, abatido, declara: “La aurora llega y nadie la recibe en su boca / porque allí no hay mañana ni esperanza posible” (p. 119). El nuevo día no trae ninguna esperanza, ninguna posibilidad de restituir a la vida humana la armonía universal que ha perdido. Al final de esta sección de poemas, Lorca anuncia: “No habrá paraíso ni amores deshojados: / saben que van al cieno de números y leyes, / a los juegos sin arte, a sudores sin fruto” (p. 119). El panorama es desolador, el paraíso se ha perdido y el hombre está condenado a vivir desterrado, vagando en la geografía estéril de la ciudad.