Resumen
IX. Huida de Nueva York (Dos valses hacia la civilización)
“Pequeño Vals vienés”
Tanto este poema como el siguiente utilizan estribillos para emular el ritmo de un vals y hacen referencia a la muerte del amor que perseguía el yo poético. Aunque el poema presenta una connotación negativa -se trata de un vals “de muerte y de coñac” (p. 185)-, su tono está cargado de júbilo, ya que el poeta puede abandonar finalmente la ciudad de Nueva York y dirigirse a destinos más prometedores.
“Vals en las ramas”
Al igual que el poema anterior, esta composición comienza con una enumeración jubilosa de situaciones surrealistas, como “por la luna nadaba un pez” (p. 187) o “La monja / cantaba dentro de la toronja” (p. 187), que luego da lugar a una visión más pesimista de la vida, cuando irrumpe el llanto del ruiseñor. A pesar de la agonía y la tristeza que se desprenden de algunos versos, sobre el poema prevalece la alegría de la huida de Nueva York.
X. El poeta llega a La Habana
“Son de negros en Cuba”
Este es el único poema de la última sección y con él concluye Poeta en Nueva York. El yo poético demuestra todo su júbilo ante su inminente partida hacia Cuba y todo el poema recrea con la repetición del verso “iré a Santiago” (p. 191) un ritmo musical caribeño. Algunas imágenes del dolor y el sufrimiento todavía pueden observarse en algunas alusiones, como viajar en “un coche de agua negra” (p. 192) o en el “Calor blanco, fruta muerta” (p. 192) de uno de los versos finales. Sin embargo, el yo poético le canta a una tierra que aparece como el paraíso perdido que tanto ha añorado, en el que el orden natural de las cosas no ha sido destruido por la ciudad.
Análisis
Las dos últimas partes del poemario, "Huida de Nueva York" y "El poeta llega a La Habana", ponen fin al viaje de Lorca y recogen su deseo de escapar de la alienación de la ciudad y su esperanza de hallar parte de su paraíso perdido en Cuba.
"Huida de Nueva York" presenta dos poemas que giran todavía en torno a los temas de la muerte y la pérdida del amor. En “Pequeño vals vienés”, el poeta vuelve sobre las imágenes de animales mutilados para expresar la presencia de la muerte que lo acecha, aun frente a la perspectiva positiva de abandonar la ciudad: “En Viena hay diez muchachas, / un hombro donde solloza la muerte / y un bosque de palomas disecadas” (p. 186). Las palomas, símbolos de la pureza y la inocencia, componen un bosque de carcasas resecas como un paisaje que emula el interior del poeta. A continuación, el poeta declara: “En Viena hay cuatro espejos / donde juegan tu boca y los ecos. / Hay una muerte para piano / que pinta de azul a los muchachos. / Hay mendigos por los tejados. / Hay frescas guirnaldas de llanto” (p. 186). Los versos de esta estrofa hacen referencia, en primer lugar, a la ausencia del amor del poeta (de quien solo quedan los ecos) y luego, a la muerte que se ha entronizado sobre el mundo. Así, el júbilo propio del vals queda empañado por el paisaje desolador del alma del artista, quien pone sus esperanzas en la huida de la gran ciudad, pero cuyo llanto aún se encuentra fresco.
“Vals en las ramas” presenta una enumeración rítmica de elementos propios del universo simbólico de Lorca, como la luna, la niña y el ruiseñor. Este último, que aparece llorando “sus heridas” (p. 187) es un símbolo de la muerte del amor y representa al canto herido y desconsolado del poeta. La ciudad es la que recuerda al poeta la presencia de la muerte y la imposibilidad del amor genuino, y es por eso que en estos últimos poemas estos temas aparecen por última vez, ahora en composiciones más amenas que anuncian una posibilidad de fuga y de renovación.
La última parte del libro está compuesta por un solo poema, “Son de negros en Cuba”, en el que el poeta se adelanta con sus versos al viaje que está pronto de emprender y vuelca al papel sus esperanzas de encontrar una tierra donde los hombres no estén alienados por la modernidad y donde sea posible recuperar la unión vital con la naturaleza. Este poema también presenta un ritmo musical por medio de la repetición intercalada del verso “Iré a Santiago” (p. 191); a pesar de llegar “en un coche de agua negra” (p. 191), que representa el dolor que todavía lo conmueve, el poeta comienza a escuchar los sones de una tierra libre de normas y de prejuicios en la que los hombres todavía mantienen un estrecho contacto con la naturaleza, una tierra que, en ese sentido, se parece mucho a su querida Andalucía. Tal como el poeta lo describió en la conferencia sobre su poemario:
Pero el barco se aleja y comienzan a llegar, palma y canela, los perfumes de la América con raíces, la América de Dios, la América española.
¿Pero qué es esto? ¿Otra vez España? ¿Otra vez la Andalucía mundial?
Es el amarillo de Cádiz con un grado más, el rosa de Sevilla tirando a carmín y el verde de Granada con una leve fosforescencia de pez.
La Habana surge entre cañaverales y ruido de maracas, cornetas chinas y marimbas. Y en el puerto, ¿quién sale a recibirme? Sale la morena Trinidad de mi niñez, aquella que se paseaba por el muelle de La Habana, por el muelle de La Habana paseaba una mañana.
Y salen los negros con sus ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz, negritos sin drama que ponen los ojos en blanco y dicen: «Nosotros somos latinos».
Con las tres grandes líneas horizontales, línea de cañaveral, línea de terrazas y línea de palmeras, mil negras con las mejillas teñidas de naranja, como si tuvieran cincuenta grados de fiebre, bailan este son que yo compuse y que llega como una brisa de la isla. (Lorca, 2020)
No es casualidad que este poema sea el último del libro. El “Son de negros en Cuba”, con toda su alegría y su ritmo, se opone drásticamente aquel otro baile de negros que el poeta describe en la tercera parte de su obra, “Danza de la muerte”. En Cuba los negros ya no son los marginados sociales que la ciudad consume para alimentar su maquinaria despiadada, sino que representan al hombre puro y libre, al primitivo inocente que no ha sido corrompido por la modernidad, y hacia ellos se vuelve el poeta en busca de la plenitud que tanto anhela. Finalmente, fuera de la ciudad, el yo poético manifiesta sus esperanzas de recuperar su paraíso perdido y de volver a entablar una comunión genuina con su entorno. Con la posibilidad de ganarle al dolor y de sobreponerse a la presencia constante de la muerte, concluye el viaje del poeta.