Resumen
VI. Introducción a la muerte (Poemas de la soledad en Vermont)
“Muerte”
El poema inicia con una concatenación vertiginosa de versos en los que se presenta el deseo de mutación, de convertirse en lo que no es: “¡Qué esfuerzo del perro por ser golondrina! / ¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!” (p. 141). Así, el poeta expresa la búsqueda constante que es la vida y el desear continuo que solo se acalla con la llegada de la muerte. Al final del poema, el poeta se incluye entre los seres que se buscan y viven en constante mutación hasta desembocar en la muerte.
“Nocturno del hueco”
Como su título ya lo presagia, el poema enfrenta al lector con el vacío total que experimenta el poeta. El yo poético le pide a su amor muerto que le entregue su “guante de luna” (p. 143) y su otro “guante de hierba” (p. 143), dos símbolos de la muerte en la obra de Lorca.
Luego, el poeta se equipara a la figura del caballo (con la que se identifica en numerosos poemas), de quien solo ha quedado un hueco. Así, a través de la repetida imagen de este hueco que dejan los cuerpos al morir, el poeta identifica y presenta su propia muerte.
“Paisaje con dos tumbas y un perro asirio”
El yo poético se dirige a un amigo y le pide que se levante y escuche los aullidos del perro asirio. La muerte, personificada como “Las tres ninfas del cáncer” (p. 147) ha llegado y se ha instalado sobre toda la creación.
El poeta sigue hablándole a su amigo -aunque el poema revela que este se halla muerto, “lleno de agua de mar” (p. 147)- y le pide que se despierte el largo aullido del perro asirio.
“Ruina”
El poeta reúne una serie de imágenes sobre la presencia de la muerte que empaña todas las cosas vivas. Al igual que el poeta, el aire mismo se busca pero no logra encontrarse; mientras, las hierbas, símbolo de la muerte, avanzan sobre el mundo y lo devoran. En los últimos versos el poeta anuncia: “Tú solo y yo quedamos” (p. 150) y le pide a su interlocutor que prepare su esqueleto y que busque de prisa su “perfil sin sueño” (p. 150) ante la muerte inminente.
“Amantes asesinados por una perdiz”
Este poema comienza como un diálogo entre el poeta y una señora que menciona a dos amantes muertos y recupera lo que se dice sobre su muerte: que “los dos lo han querido” (p. 151). El poeta entonces expresa el amor que se profesaban los amantes y realiza largas enumeraciones de sus cuerpos fundidos en un contacto estrecho y pasional en el que también se hace presente toda la creación. Estos amantes, que son identificados como “un hombre y una mujer” (p. 153), “un hombre / y un pedacito de tierra” (p. 153) y “un niño y un junco” (p. 153) murieron tras encontrarse, a la orilla del bosque, “una perdiz que echaba un hilito de sangre por el pico” (p. 154).
“Luna y panorama de los insectos (Poema de amor)”
En este poema se expresa la historia de dos amantes que se ven amenazados de muerte. El poeta anuncia que “son mentira las formas” y el lector puede comprender que se trata de un amor homosexual, condenado por la sociedad burguesa. En el poema, no hay salvación posible para los amantes y la muerte ya se cierne sobre ellos. Los insectos aparecen entonces en el poema, cubren, trepan y se alimentan del rostro muerto del poeta.
VII. Vuelta a la ciudad
“Nueva York (Oficina y denuncia)”
El poeta realiza una denuncia del sistema capitalista y de la vida alienada de Nueva York. La queja es contra la situación de los hombres que viven bajo un sistema injusto y constituyen una sociedad cruel, calculadora y materialista. El poema presenta a la ciudad como una estructura artificial, construida sobre millones de cadáveres animales, que solo sirve para perpetuar la opresión de toda vida y la destrucción de la naturaleza.
El clamor de denuncia se hace cada vez más vigoroso, y el poeta escupe en las caras de todos los hombres que avalan la vida en Nueva York. Las calles se convierten en visiones del infierno que confunden la mirada del poeta y las tiendas de alimentos presentan visiones de la muerte.
Al final del poema, el yo poético vuelve a denunciar “la conjura / de estas desiertas oficinas” (p. 163) que representan a las instituciones capitalistas y se ofrece “a ser comido por las vacas” (p. 163) para expiar todo el daño que el ser humano hace a todas las otras especies animales.
“Cementerio judío”
Este poema se focaliza en la muerte que es el último producto del sistema capitalista. El poeta identifica el poderío económico y el interés materialista con el pueblo judío en general. A través de la muerte de los judíos y de la imagen del cementerio, el poeta presenta la muerte simbólica de la naturaleza humana: los hombres, deshumanizados, son tan solo un engranaje en la gran maquinaria capitalista. Finalmente, a esta representación de los judíos, el poeta opone otra parte de la población, herida y sufriente, a la que identifica como “los niños de cristo” (p. 164). Esta población intenta sobrevivir en medio de una sociedad materialista que los oprime y los consume.
“Crucifixión”
Este poema presenta el sacrificio de una vaca a manos de los fariseos como representación de la muerte de Cristo, quien predicaba una religión basada en el amor hacia todos los hombres. En este caso, la denuncia es contra los fariseos, es decir, los hombres que vierten indolentemente la sangre de la vaca.
VIII. Dos odas
“Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building)”
El poeta lanza un grito desesperado para denunciar la actitud nada solidaria e hipócrita del hombre que vive alienado por el materialismo propio de las grandes ciudades. En este poema, la crítica se vuelca hacia la Iglesia católica, representada en la idea de Roma (donde se encuentra el Vaticano). El sacerdote, “el hombre vestido de blanco” (p. 174) se ha vuelto un mercenario al servicio de intereses que poco tienen que ver con la religión, “ignora el misterio de la espiga” (p. 174) y “da la sangre del cordero al pico idiota del / faisán”; así, el poeta denuncia cómo la religión cristiana se encuentra alejada de los valores de fraternidad y amor al prójimo que dice predicar y solo se interesa por la acumulación de bienes materiales. La crítica es contundente cuando el poeta indica que “ya no hay quien reparta el pan y el vino” (p. 173), sino que solo quedan “un millón de herreros / forjando cadenas para los niños que han de venir” (p. 174).
“Oda a Walt Whitman”
El poema está dedicado a Walt Whitman, el gran poeta de Estados Unidos que en Hojas de hierba proclamó el amor universal y bisexual. Contrapuesto a la búsqueda de fraternidad de la que Whitman hizo su himno, el yo poético denuncia la corrupción del hombre moderno que ha traicionado los valores más puros y elementales.
En el poema, los habitantes de Nueva York vuelven a estar divididos en dos grupos: aquellos que no sueñan, que representan al hombre alienado por el materialismo y aquellos otros, todos reunidos bajo la figura mítica de Whitman, que son los hombres libres que no han sido corrompidos por la modernidad y son todavía capaces de vivir en libertad.
Esta división también es aplicada por el poeta a los homosexuales, a quienes identifica como maricas. Así, existen maricas asociados a la imagen de Whitman, que representan al homosexual genuino, desbordado por el deseo de un amor total y universal, y otros maricas corruptos, alienados sociales y “asesinos de palomas” (p. 181). Al final del poema, el yo poético manifiesta la posibilidad del amor que no tiene como fin la procreación, ya que, como la vida es pura agonía y sufrimiento, la elección de no traer hijos a este mundo debe ser respetada.
Con estas contraposiciones, la defensa de la autenticidad en el amor que representa la figura de Whitman se opone a la visión de Nueva York como la cuna de la corrupción y el desamor.
Análisis
En las partes seis, siete y ocho del poemario, la soledad y la muerte se entronizan en la ciudad y en la subjetividad del poeta. Replegado hacia su mundo interior, el yo poético comprende que la vida no es más que una búsqueda constante y frenética que lleva, irremediablemente, a la muerte. Esta idea de movimiento queda plasmada en la vorágine de mutaciones que presenta el poema “Muerte”: “¡Qué esfuerzo del perro por ser golondrina! / ¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja! / ¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo!” (p. 142). Todas estas mutaciones, entre las que el autor incluye la suya propia en los versos “¡qué serafín de llamas busco y soy!” (p. 142), conducen hacia un único final, “el arco de yeso” (p. 143), es decir, la muerte.
El poema siguiente, “Nocturno del hueco”, se desarrolla sobre estas mismas ideas; luego de comprobar que todas las mutaciones posibles derivan en una muerte estéril, estancada, “que no desemboca” (p. 136) -como se ha dicho en la sección anterior-, el poeta utiliza la imagen del hueco para representar la falta de sentidos y su profundo vacío existencial: “Ruedan los huecos puros, por mí, por ti, en el alba” (p. 144), y luego, “Mira formas concretas que buscan su vacío. / Perros equivocados y manzanas mordidas. / Mira el ansia, la angustia de un triste mundo fósil” (p.144). En estos versos, a diferencia de los primeros del poemario, la ciudad de Nueva York ya no está presente de forma concreta, sino que el poeta aborda la muerte como una potencia universal, deshumanizada, que atraviesa la esencia misma de todas las cosas. Desde esta perspectiva, el hueco al que tienden todas las formas es, en última instancia, la representación de la muerte inexorable y el vacío total que esta conlleva.
En la segunda parte del poema, la muerte se instala sobre el poeta: “Yo. / Con el hueco blanquísimo de un caballo, / crines de ceniza. Plaza pura y doblada” (p. 145). Aquí, el caballo que simboliza la virilidad queda asociado al hueco y, a la vez, al yo poético. De la virilidad solo queda ese hueco blanquísimo, ese esqueleto vaciado que evidencia la desaparición de toda energía vital. Ese hueco del caballo es el hueco también del poeta, vaciado de sus instintos y sus pasiones amorosas, la imagen última de la soledad y de la muerte.
“Paisaje con dos tumbas y un perro asirio” y “Ruina” son dos poemas en los que perdura la presencia de la muerte. En el primero de ellos, el poeta se dirige a su amigo muerto, a quien le pide que se levante para escuchar los aullidos estremecedores del perro asirio. Toda la creación se revela como un paisaje inhóspito y fragmentado donde el poeta debe seguir buscándose infructuosamente, condenado a fracasar y sumirse en la muerte que lo circunda y que avanza sobre él: “El caballo tenía un ojo en el cuello / y la luna estaba en un cielo tan frío / que tuvo que desgarrar su monte de Venus / y ahogar en sangre y ceniza los cementerios antiguos” (p. 147).
A continuación, el poema “Ruina” regresa sobre los símbolos de la luna y el caballo, y los articula en un paisaje igualmente inhóspito y desolado: “Pronto se vio que la luna / era una calavera de caballo / y el aire una manzana oscura” (p. 149). Toda la creación se personifica en este poema y participa de una contienda universal: “Las nubes en manada / se quedaron dormidas contemplando / el duelo de las rocas con el alba” (p. 150). Así, la crisis que experimenta el poeta se vuelca sobre la totalidad de la naturaleza, que se convierte en un campo de batalla contra la muerte que todo lo consume y lo destruye. Los versos finales presentan la desesperada búsqueda del poeta en un mundo que sucumbe: “Prepara tu esqueleto. / Hay que buscar de prisa, amor, de prisa, nuestro perfil sin sueño” (p. 150). Lo único que queda como posibilidad es seguir buscando, aunque sea dentro de una realidad que coarta todas las posibilidades.
“Amantes asesinados por una perdiz” no forma parte del manuscrito al que se deben las dos primeras ediciones de Poeta en Nueva York, pero la edición realizada por Losada lo incluye, puesto que el propio Lorca la había destacado como una composición perteneciente a su poemario neoyorkino. Este poema presenta una narración breve cuya estructura es manifiestamente diferente al resto de poemas. El poeta dialoga con una señora sobre la muerte de dos amantes que se presentan con cierta ambigüedad: "Eran un hombre y una mujer, / o sea, / un hombre / y un pedacito de tierra, / un elefante / y un niño, / un niño y un junco. / Eran dos mancebos desmayados / y una pierna de níquel. / ¡Eran los barqueros! / Sí” (p. 153).
La pareja, que descrita de esta forma bien puede interpretarse también como un amor homosexual, mueren debido al amor que se profesan, que desafía todas las estructuras sociales que los condenan. En el poema, el amor carnal se representa por medio de una serie de imágenes de cuerpos fragmentados que se mezclan y se superponen: “Mano derecha, /con mano izquierda. / Mano izquierda, / con mano derecha. / Pie derecho, / con pie derecho. / Pie izquierdo, / con nube. / Cabello, /con planta de pie, / Planta de pie, / con mejilla izquierda” (p. 152). Luego, de la cópula fragmentada participa también la naturaleza: “Espalda, con tierra, / tierra, con anís. / Luna, con hombro dormido” (p. 153). Al final del poema, la imagen de una perdiz agonizante, es decir, de la pérdida de la pureza y la conexión con el mundo natural, es lo que le quita la vida a los amantes. En esta perdiz agonizante de muerte los críticos han interpretado la herida que la sociedad causa a la pureza de los amantes al no dejarlos expresar su amor libremente.
El siguiente poema, “Luna y panorama de los insectos (Poema de amor)”, tal como lo indica en su título, también recoge una historia de amor. Al igual que en el poema anterior, el lenguaje figurado del poeta parece hacer referencia a una relación homosexual; esto se revela con mayor claridad en los siguientes versos: “Son mentira las formas. Sólo existe / el círculo de bocas del oxígeno” (p. 156). En todos estos poemas, el amor homosexual es un símbolo de la transgresión dentro de una sociedad normada cuya estructura garantiza la opresión de cada individuo; esta transgresión es un reclamo de libertad para amar y para ser sin restricciones, es decir, es la rebeldía contra el vacío existencial que la ciudad inyecta en los hombres. La relación entre los amantes se ve amenazada por la presencia constante de los insectos que “¡Ya cantan! ¡gritan! ¡gimen! / ¡cubren! ¡trepan! ¡espantan!” (p. 157) y son una representación de la muerte que avanza inexorable y que terminará por descomponer sus cuerpos. La luna también es otro símbolo de la muerte que persigue a los amantes; en la estrofa final, estos dos elementos se conjugan y parecen eliminar toda esperanza de amor y felicidad: “Los insectos. / Los insectos solos / crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados, / y la luna / con un guante de humo sentada en la puerta de sus derribos. / ¡¡La luna!!” (p. 158). La declaración final del poeta es desgarradora y la composición ilustra su crisis y sus conflictos: en una sociedad que no acepta nada que se escape de la norma, la muerte viene a poner fin a toda posibilidad de felicidad y de realización amorosa.
En la séptima parte del poemario, "Vuelta a la ciudad", el poeta retoma su encarnizada denuncia a la vida citadina. El yo poético se rebela contra una sociedad materialista que se basa en la explotación del prójimo y cuyos individuos han perdido todos los lazos de vinculación afectiva hacia los otros. “Nueva York (Oficina y denuncia)” presenta la artificialidad de la ciudad que mercantiliza todas las relaciones humanas, que tiene “debajo de las sumas, un río de sangre tierna” (p. 162). El yo poético se estremece ante la maquinaria insaciable de consumo que es la gran ciudad, pero indica que él está allí no para disfrutar, sino para asomarse a la desolación y denunciarla:
Pero yo no he venido a ver el cielo. / He venido para ver la turbia sangre, / la sangre que lleva las máquinas a las cataratas / y el espíritu a la lengua de la cobra. / Todos los días se matan en New York / cuatro millones de patos, / cinco millones de cerdos / dos mil palomas para el gusto de los agonizantes / un millón de vacas, / un millón de corderos / y dos millones de gallos / que dejan los cielos hechos añicos. (pp. 161-162)
En este contundente pasaje, los agonizantes son los individuos que viven alienados por el sistema y se benefician de él sin cuestionarlo, convirtiéndose así en piezas de la gran maquinaria capitalista cuya base es la aniquilación de la vida. Contra ellos se eleva la voz del poeta: “Yo denuncio a toda la gente (...) que levanta sus montes de cementos / donde laten los corazones / de los animalitos que se olvidan (...) os escupo en la cara (...) no es el infierno, es la calle. / No es la muerte. Es la tienda de frutas” (pp. 162-163).
El grito de denuncia llega a su máxima expresión en estos pasajes, cuando el poeta compara las calles de la ciudad con el infierno y la tienda de frutas, es decir, el aparato de producción y consumo capitalista, queda asociado directamente con la muerte. Y el yo poético continúa contra el capitalismo: “Yo denuncio la conjura / de estas desiertas oficinas / que no radian las agonías, / que borran los programas de la selva, / y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas / cuando sus gritos llenen el valle / donde el Hudson se emborracha con aceite” (p. 163).
Al final del poema, a la denuncia social se suma el grito desgarrado de la propia crisis del poeta, quien expresa su dolor íntimo y su identificación con las criaturas débiles -como las vacas- que la estructura social destruye implacablemente.
El poema siguiente, “Cementerio judío” profundiza sobre la muerte como resultado inexorable del sistema. Sin embargo, en lugar de dedicar sus versos a la mitad sufriente de la población, el yo poético se concentra ahora sobre la mitad que se beneficia del sistema, mitad que el poeta generaliza en la imagen del judío. El poema hace foco en el entierro de un judío y despliega un contrapunto entre esta figura y las representaciones de “los niños de Cristo” (p. 164). En el universo simbólico del poeta, Cristo es la víctima sacrificial por excelencia y representa los valores humanos que la sociedad ha perdido y que el poeta desea recuperar. “Crucifixión”, el poema siguiente, sigue trabajando en torno a este contrapunto: Los fariseos son quienes explotan a la vaca que “tiene las tetas llenas de leche” (p. 168), es decir, quienes se alimentan con crueldad de los más débiles. La vaca, por su parte y al igual que Cristo, es el símbolo del sacrificio del más débil para alimentar al más fuerte, símbolo con el que el propio poeta se identifica.
La octava parte del poemario, "Dos odas", contiene el último grito de protesta del poeta en Nueva York. En “Grito hacia Roma”, el yo poético denuncia nuevamente la hipocresía de una sociedad en la que cada individuo se preocupa solo por sus ganancias y su bienestar, sin preocuparse por su prójimo. Sin embargo, la institución que el poeta denuncia ahora es la Iglesia católica (representada en Roma, donde tiene sede el Vaticano). A ojos del poeta, la institución católica ha traicionado sus principios fundamentales, se ha olvidado de que el amor al prójimo es la base de su religión y se ha preocupado por acumular fortunas y ejercer su influencia como una herramienta de control y de opresión. El Papa y todo el sacerdocio se encuentran totalmente aislados de las necesidades de los hombres que sufren, tal como se expresa en los siguientes versos: “Pero el hombre vestido de blanco / ignora el misterio de la espiga, / ignora el gemido de la parturienta, / ignora que Cristo puede dar agua todavía, / ignora que la moneda quema el beso de prodigio / y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán” (p. 174).
En este panorama desolador, no quedan ya gestos auténticos de amor fraternal y lo único que queda para las generaciones venideras es un mundo de esclavitud y de muerte: “Porque ya no hay quien reparta el pan y el vino (...) no hay más que un millón de herreros / forjando cadenas para los niños que han de venir. / No hay más que un millón de carpinteros que hacen ataúdes sin cruz” (pp. 173-174).
En el último poema de esta sección, el yo poético observa a Walt Whitman, el gran poeta conocido como el padre de la poesía de Norteamérica, quien en su obra Hojas de hierba construyó un ideal de individuo basado en el amor fraternal. El gran hombre de Norteamérica de Whitman es un sujeto sencillo, primitivo y de apetitos simples que se halla en contacto estrecho con la naturaleza y profesa su amor hacia todos los hombres. Frente a la corrupción del hombre moderno, el poeta exclama: “Nueva York de cieno, / Nueva York de alambre y de muerte. / ¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla? / Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?” (p. 178). Esta voz perfecta es, para el poeta, la de Walt Whitman, que representa a la humanidad libre, capaz de vibrar al son de la creación y de restaurar, mediante el amor al prójimo, la armonía universal que la especie humana ha perdido. Todo el poema recrea el estilo de las composiciones de Whitman -sus largas enumeraciones sobre escenas de la vida norteamericana, abundantes en referencias geográficas y en semblanzas de vida- al mismo tiempo que introduce las preocupaciones y el afán de denuncia propios de Lorca. El poema entonces rescata la dimensión bisexual del amor fraternal de Whitman y utiliza su figura para establecer una diferencia entre los homosexuales genuinos, cuyo amor es cercenado por la sociedad, y aquellos otros que, corrompidos por la ciudad, se entregan a los placeres más bajos y olvidan toda forma genuina de amor. Sobre los primeros, canta el poeta:
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman, / contra el niño que escribe / nombre de niña en su almohada, / ni contra el muchacho que se viste de novia / en la oscuridad del ropero, / ni contra los solitarios de los casinos / que beben con asco el agua de la prostitución, / ni contra los hombres de mirada verde / que aman al hombre y queman sus labios en silencio. (pp. 180-181)
Por otra parte, contra los homosexuales corrompidos por la ciudad, el poeta alza su grito de denuncia: “Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades, / de carne tumefacta y pensamiento inmundo. / Madres de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño / del Amor que reparte coronas de alegría. / Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos / gotas de sucia muerte con amargo veneno” (p. 181).
Así, queda claro que el poeta se asocia a Walt Whitman, se identifica con él y expresa por este medio su propia homosexualidad, que no es otra cosa que la manifestación más auténtica de la libertad y el amor. En contrapartida, aquellos maricas corruptos de las ciudades nada saben de amor y se entregan a una promiscuidad que al poeta le parece deshumanizadora.
En los versos finales, el poeta expresa su deseo de regresar al orden natural de las cosas y de emanciparse de las ataduras sociales. Para que la solidaridad y el amor fraternal pueda instalarse nuevamente entre los hombres, es necesario romper con las ataduras de la modernidad y abrazar el sueño de libertad que Whitman elogia en su obra.