Nueva York y la modernidad
Tal como el título de la obra deja en claro, existen dos temas principales que articulan todos los poemas: Nueva York como la ciudad moderna por excelencia y la identidad del poeta que la visita. Estos dos grandes temas se desarrollan a la par, y de ellos se desprenden todos los otros ejes temáticos que se abordan tanto en el análisis como en esta sección.
Al hablar de su proyecto, el propio Lorca solía decir que este poemario bien podría llamarse “Nueva York en un poeta” (Lorca, 2020), ya que los poemas presentan una visión de la gran ciudad desde la óptica subjetiva del poeta andaluz, y no una descripción concreta y objetiva de cómo es la ciudad. Así, lo que el lector se encuentra en las páginas de Poeta en Nueva York es exactamente eso, una reacción lírica, una visión particularísima de la ciudad que está atravesada por la propia crisis personal del poeta. Lorca presenta a la Nueva York de principios de los años 30 como una ciudad altamente industrializada, frenética, que no descansa nunca y que alberga una sociedad materialista, oprimida y alienada por el capitalismo económico. En sus propias palabras:
“Los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia. En una primera ojeada, el ritmo puede parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa de hombre y máquina juntos, se comprende aquella típica angustia vacía que hace perdonable, por evasión, hasta el crimen y el bandidaje” (Lorca, 2020).
Por eso, el principal objetivo del poeta, al mostrar la gran ciudad, es realizar una protesta social, denunciar la explotación de un sistema económico que mercantiliza la vida humana y exponer las miserias de los habitantes más débiles de la metrópoli, los afroamericanos y las clases bajas que el sistema devora despiadadamente.
A través de su experiencia de vida en la Gran Manzana, Lorca desarrolla una concepción negativa del progreso y de la industrialización propios de la vida moderna. En sus poemas, el individuo aparece enfermo, mutilado y vaciado de sentido en medio de una ciudad de proporciones desmedidas, de factura artificial, totalmente disociada de la naturaleza y de la armonía universal.
La crisis existencial
El segundo tema principal de la obra es la crisis existencial del poeta, crisis que lo empuja al viaje hacia Norteamérica y que halla en Nueva York un nuevo espacio para configurarse y expresarse.
La primera instancia en la que se gesta la reacción lírica del poeta ante la gran ciudad es una etapa de introspección. La experiencia íntima producto de su nueva vida en Nueva York se organiza mediante un complejo sistema de símbolos personales que luego se vuelca a los poemas y da como resultado una visión extremadamente personal de la ciudad, articulada sobre el proceso de construcción identitaria disparado por su crisis personal. Así, en la primera parte de la obra, el yo poético se replantea su actual situación en Nueva York, caracterizada por la soledad y el sufrimiento, y busca refugio en el mundo vital e inocente de su infancia, que ha perdido con el paso del tiempo. Su crisis personal, entonces, establece un contrapunto entre pérdida y búsqueda que se convierte en la principal tensión de todo el poemario.
La búsqueda personal pone de manifiesto el estado de reconfiguración identitaria que afecta a Lorca y que se explicita también a nivel estilístico: en Poeta en Nueva York, Lorca se aleja de un estilo asociado al folklore andaluz y explora una poesía vanguardista que se hace eco del surrealismo. Así, el lenguaje profundamente figurativo, cargado de símbolos personales y de emoción desvinculada del control lógico le permite explorar una realidad nueva, caótica y en constante mutación.
La crisis existencial del poeta se manifiesta entonces como angustia y búsqueda de un universo vital que compense su sufrimiento y se expresa mediante una tensión constante entre la vida y la muerte. El yo poético reconoce la presencia constante de la muerte sobre sí mismo y sobre toda la creación y siente que toda posibilidad de movimiento, de dinamismo, no es más que un avance de dirección única; la muerte es la única salida a la angustia y el sufrimiento que implica estar vivo, y a ella están dedicadas muchas partes del poemario.
Las representaciones de la angustia y de la muerte, para las que Nueva York es el escenario perfecto, desembocan en composiciones donde el yo lírico condensa su lucha identitaria, especialmente en relación con su homosexualidad y con la imposibilidad de concretar libremente sus deseos amorosos. Así, desde la crisis personal del poeta se desarrollan una serie de temas importantes para su obra, como la sexualidad, la deshumanización que produce la modernidad y la búsqueda del paraíso perdido.
La deshumanización
Un tema que atraviesa todo el poemario es la deshumanización que experimentan las personas en las ciudades modernas, siendo Nueva York la máxima expresión de este tipo de urbes. Lorca expresa una profunda angustia existencial y una frustración que hunden sus raíces en la imposibilidad de vivir libremente en medio de una sociedad que oprime al individuo mediante la dictadura del dinero y la rigidez de las conductas morales.
Contra esta opresión multiforme se rebela el poeta y eleva su desgarrado grito de denuncia: es el sistema capitalista, sostenido por múltiples instituciones, el causante de la deshumanización que aqueja al poeta. La mercantilización de todas las relaciones humanas, las instituciones religiosas que han corrompido sus valores fundamentales, la desigualdad social y la opresión de los más débiles constituyen un sistema totalmente alienante para el ser humano; sistema del que el poeta intenta escapar.
Lorca muestra en el corazón del capitalismo y en medio de ese “cieno de números y leyes” (p. 119) que toda esperanza es inútil y empatiza entonces, como poeta comprometido, con todos los seres oprimidos: los afroamericanos, que viven marginados; los obreros, que agotan sus cuerpos en la construcción de rascacielos para ricos; y los niños, que agonizan en las calles.
Un evento fundamental que demuestra a Lorca la profundidad de la deshumanización que se experimenta en la gran ciudad fue la caída de la bolsa en 1929, que desató la histeria generalizada y una ola de suicidios en Nueva York. Al respecto, Lorca afirma en su conferencia:
“... jamás, entre varios suicidas, gentes histéricas y grupos de desmayados, he sentido la impresión de muerte real, la muerte sin esperanza, la muerte que es podredumbre y nada más, como en aquel instante, porque era un espectáculo terrible pero sin grandeza” (Lorca, 2020).
Esta muerte sin grandeza y totalmente vaciada de sentido pone en evidencia la desconexión de la armonía universal que experimenta el individuo en la ciudad y demuestra hasta qué punto la modernidad deshumaniza.
La búsqueda del paraíso perdido
Una vez instalado en Nueva York, Lorca expresa su rechazo por el mundo moderno y civilizado de la gran ciudad, en el que el hombre ha perdido su conexión con el mundo natural. En este contexto, su búsqueda se vuelca hacia un paraíso perdido, una instancia de vida en la que el ser humano se encuentre integrado armoniosamente al resto de la creación. Este paraíso perdido se asocia a formas más puras e inocentes de existencia y a la naturaleza idílica, no mancillada por el progreso y la industrialización implacable de la modernidad.
Los poemas más esperanzadores de Poeta en Nueva York son aquellos en los que el poeta logra esta conexión con la naturaleza y se encuentran en la cuarta parte del libro, "Poemas del lago Eden Mills". Los poemas de esta sección fueron escritos a partir de la experiencia de Lorca viviendo en la cabaña de una familia de granjeros, hacia el final del verano de 1929, y su título es una clara alusión al paraíso según la religión cristiana (el Edén), un sitio en el que todas las criaturas se hallan en un estado de pureza e inocencia primigenia y no conocen ningún tipo de pesar o sufrimiento.
A su vez, el poeta asocia la noción del paraíso perdido a su infancia, un tiempo anterior al despertar sexual y al deseo carnal que tanto lo agobia en Nueva York. Ese tiempo tiene, para el poeta, la vitalidad de un mundo primitivo y simple, en el que el hombre se encuentra en contacto estrecho con la naturaleza; en ese mundo, sueña el poeta, el hombre se halla libre de toda imposición social y puede ser y amar tal como lo desea. En este sentido, los poemas dedicados a la búsqueda del paraíso perdido evidencian también el anhelo del poeta de poder expresarse libremente, especialmente en relación con su homosexualidad.
La muerte
La muerte es el tema que ocupa más partes del poemario, y también el que más símbolos articula en el universo figurativo del poeta. Los poemas reunidos en las partes 3, 5, 6, 7 y 8 presentan la temática de la muerte desde diversas perspectivas.
En primera instancia, la muerte habita en la ciudad y danza por sus calles como la última consecuencia del sistema capitalista que consume la vida de todos los seres.
En medio de las muchedumbres que colman las calles de Nueva York con un ritmo frenético, el individuo alienado es incapaz de hallarle sentido a su vida y se convierte en un hueco, un vacío existencial que ya es en sí mismo una de las formas de la muerte. De esta manera, el poeta expresa hasta qué punto la muerte se ha entronizado sobre la vida del ser humano en la modernidad. A su vez, queda claro que la agonía y la presencia constante de la muerte están asociadas a la vida en la ciudad, esto es, a la artificialidad de las vidas que se desarrollan dentro de sistemas opresores, totalmente desconectadas de la naturaleza y de sus expresiones vitales más puras.
Además de ser un fenómeno externo, comprobable en la gran ciudad, la muerte se entroniza también en la subjetividad del poeta, quien se repliega hacia su mundo interior y se entrega a una búsqueda desesperada de sentidos que deriva, irremediablemente, en la consciencia de la muerte. Así, la muerte es el último destino que aguarda a toda mutación y a todo dinamismo posible. En la ciudad, en la sociedad deshumanizada, la muerte pierde todo valor como fuerza cósmica equilibradora y se reduce al fin inexorable y sin sentido de una existencia mediocre.
Cabe destacar, finalmente, la gran cantidad de símbolos que Lorca utiliza para articular el tema de la muerte en sus poemas: El agua estancada, “que no desemboca” (p. 136) y que ahoga al individuo; la vaca que se sacrifica y es consumida por el humano; el hueco que representa el vacío de sentidos que la muerte instala en todas las cosas; y, finalmente, la luna, uno de los símbolos predilectos del poeta, que representa el ciclo vital y, por ende, su irremediable finalización.
La identidad y la sexualidad
Lorca encuentra en la realidad apabullante de Nueva York un escenario para la exploración de su identidad, tanto en el plano literario como en el sexual. En medio de la crisis personal que articula su poemario y tras huir de un fracaso amoroso con el escultor Emilio Alardén, Lorca comienza a aceptar su homosexualidad y a plasmarla en sus poemas como una dimensión constitutiva de su identidad.
Aceptar la propia homosexualidad implica, para el poeta, liberarse de un lastre que lo oprimía abrumadoramente y hallar un nuevo impulso vital para su poesía. Así, muchos poemas incluyen versos en los que el poeta se refiere a este proceso de reconocimiento de su sexualidad. En “Poema doble del lago Eden”, el poeta dice:
Quiero llorar porque me da la gana/ como lloran los niños del último banco/ porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja/ pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado. Quiero llorar diciendo mi nombre/ rosa, niño y abeto a la orilla de este lago/ para decir mi verdad de hombre de sangre/ matando en mí la burla y la sugestión del vocablo. (pp. 124-125)
El poeta no se piensa como hombre y se identifica como un pulso herido y ve las cosas del otro lado, es decir, que experimenta una sensibilidad y un deseo por fuera de lo esperado y lo heteronormado. A su vez, como muchos críticos han señalado, la referencia al abeto en el universo simbólico del poeta es una alusión a su homosexualidad. Esta idea queda reforzada por la presencia de la rosa, y luego se hace evidente cuando el poeta expresa su deseo de decir la verdad y matar la burla del vocablo. Ese vocablo que justamente no se pronuncia es, precisamente, la homosexualidad.
Las referencias a la homosexualidad como parte de la identidad del poeta están presentes en muchos otros poemas, como por ejemplo en “Tu infancia en Mentón”, en el que el poeta reclama la libertad de amar sin ser condenado por la sociedad: “No me tapen la boca los que buscan / espigas de Saturno por la nieve / o castran animales por un cielo” (p. 77).
Sin embargo, es en “Oda a Walt Whitman” donde el poeta aborda directamente el tema de la homosexualidad. Lorca propone la figura de Walt Whitman como modelo del hombre y el poeta libre, que logra escapar a la alienación de la modernidad y le canta al amor sexual en todas sus expresiones. En medio de una sociedad caracterizada por la falta de relaciones afectivas y el predominio de las relaciones mercantiles, Lorca utiliza a Whitman para elogiar la expresión homosexual como una forma genuina del amor.
Por eso, el poeta aclara que no levanta su voz de denuncia contra “el niño que escribe/ nombre de niña en su almohada/ ni contra el muchacho que se viste de novia/ en la oscuridad del ropero” (pp. 180-181), sino contra los “maricas de las ciudades, / de carne tumefacta y pensamiento inmundo. / Madres de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño / del Amor que reparte coronas de alegría” (p. 181). Así, queda claro que Lorca incluye en su canto de denuncia a las relaciones promiscuas y carentes de lazos afectivos de los homosexuales de Nueva York, al mismo tiempo que se reconoce como homosexual y pide a la sociedad la libertad de poder expresar su amor tal como lo desee, reivindicando la homosexualidad como una forma genuina del amor.
La infancia
En Poeta en Nueva York, Lorca anhela un tiempo de plenitud que ha perdido para siempre, un tiempo de emociones puras y magnificadas, previo a la conciencia de la muerte y a la angustia que aliena al ser humano en la gran ciudad. Ese tiempo de plenitud correspondiente a la primera infancia es a donde el poeta se refugia cuando la soledad de la ciudad lo abruma.
En la primera parte del poemario, “Tu infancia en Mentón” demuestra cómo el poeta recupera su niñez como un lugar seguro en el que refugiarse de los azotes de la vida adulta. Ante el panorama alienante de Nueva York, Lorca intenta evocar su infancia como un lugar seguro en el que puede ser en total libertad, sin la mirada condenatoria de la sociedad regida por una estricta moral.
La idea de la infancia está asociada a la de la pureza, la inocencia y la ignorancia y, en este sentido, el poeta suele utilizar al niño como un símbolo de dichos valores en toda su obra. A menudo, el poeta también recurre a la imagen del niño idiota como una forma de reforzar la idea de una existencia que no está corrompida por la experiencia del mundo adulto, regido por la lógica y las convenciones sociales.
En la quinta parte del poemario, Lorca dedica el poema “El niño Stanton” al hijo de los granjeros con quienes pasó unas semanas al final del verano. En este niño el poeta halla la pureza y la inocencia que tanto anhela para su propia vida. Así, la infancia se convierte en un espacio de resistencia para el poeta, un refugio desde el que intenta hacerle frente a la agonía que se instala en su vida adulta.