República

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El paisaje en el relato del anillo de Giges.

Las imágenes sensoriales no abundan en esta obra. Sin embargo, algunas son aprovechadas en los segmentos más literarios del texto. Por ejemplo, el relato acerca del anillo mágico de Giges comienza con una descripción del paisaje donde se encuentra el protagonista, y es posible identificar imágenes visuales que remiten a formas, colores, profundidades y el aspecto de ciertos metales:

Era un pastor al servicio de quien entonces gobernaba Lidia, y una vez hubo un gran temporal y un terremoto, se abrió la tierra y se hizo una grieta en el lugar donde apacentaba el ganado. Él la vio y se maravilló, bajó y, entre otras cosas maravillosas que cuentan los relatos, vio un caballo de bronce, hueco, provisto de ventanas, por las cuales se asomó y vio que había dentro un cadáver, a primera vista de tamaño mayor que el de un hombre; lo despojó únicamente de un anillo de oro que tenía en su mano y salió (359d-e, pp. 222-223).

Es significativo señalar que todo el relato hace foco en lo visual y la capacidad o incapacidad para ver. Tanto por las maravillas que percibe el protagonista como por el poder de invisibilidad que le otorga el anillo mágico, este sentido es privilegiado en la breve narración.

El interior de la caverna

La descripción física del espacio de la caverna, en las primeras líneas de la alegoría, se vale de una serie de imágenes visuales. La mayoría de ellas están relacionadas con la luz y el modo en que proyecta las imágenes que se presentan como visibles para los hombres. Estas contrastan con las imágenes de la oscuridad subterránea que caracteriza a esta cueva:

Supón que los hombres están como en una morada subterránea a modo de caverna, que tiene abierta a la luz una entrada larga que ocupa toda la anchura de la caverna, y en ella se encuentran desde niños con las piernas y el cuello encadenados, de manera que permanecen inmóviles y miran únicamente hacia delante e, impedidos por sus cadenas, no pueden girar la cabeza. Detrás de ellos brilla la luz de un fuego desde arriba y lejos de ellos, y entre el fuego y los encadenados, hay en lo alto un camino, a lo largo del cual supón que hay construido un murete semejante a los parapetos que los titiriteros colocan delante del público, por encima de los cuales muestran sus marionetas (514a-b, p. 455).

De este modo, las imágenes introducen la luminosidad como elemento fundamental de la alegoría. Como se ha mencionado, al explicarla, Sócrates recurre al sol como símbolo del Bien y establece un paralelismo entre la capacidad de ver y la capacidad de conocer.

Las tres cabezas del alma

Al plantear con detenimiento las formas y funciones de las tres partes del alma humana, Sócrates le pide a Glaucón que visualice una imagen a partir de sus descripciones. Para la parte concupiscible aporta las siguientes instrucciones: "Pues bien, modela una única figura de un animal variopinto y de muchas cabezas, que tenga alrededor cabezas de animales mansos y salvajes y sea capaz de transformar y hacer nacer de sí misma todo eso" (588c, p. 573). Para la parte valerosa y la racional, continúa: "Bien; modela ahora una figura de león y otra de hombre, pero de modo que lo primero que has modelado sea mucho más grande, y lo segundo en tamaño" (588d, p. 573). Gracias a estas descripciones con poderosas imágenes visuales, tanto el interlocutor como los lectores figuramos esa forma tripartita.

El cuerpo de Glauco

Hacia el final de la República, Sócrates determina que todo lo que han dicho sobre el alma se ve obstruido por la presencia del cuerpo. Cree que es necesario despejarla para poder verla en su estado más puro y para argumentar esta noción recurre a una comparación descriptiva, cargada de imágenes visuales:

... la hemos contemplado en un estado semejante a aquel en el que contemplaban al marino Glauco quienes lo veían y ya no podían apreciar con facilidad su antigua naturaleza porque los primitivos miembros de su cuerpo unos estaban quebrados del todo y otros molidos y completamente desfigurados por las olas, y en cambio se les habían adherido otras cosas, conchas, algas y piedras, de manera que se asemejaba más a cualquier animal que a como era por naturaleza..." (611c-d, p. 604).

El personaje Glauco es tomado de una tragedia de Esquilo. Se trata de un perscador boecio que, tras comer una hierba maravillosa, se arroja al mar y se convierte en un dios marino dotado de poderes proféticos.

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