Resumen
El diálogo comienza con un recuento de algunos principios establecidos hasta el momento. Sócrates les recuerda a sus interlocutores algunos puntos en los que han estado de acuerdo. Por ejemplo, repasa la importancia de que las mujeres y los hijos sean comunes, y de que la educación y las responsabilidades en la guerra también sean iguales para todos, de manera tal que la ciudad esté organizada como corresponde. Enfatiza, a su vez, que esta polis debe ser gobernada por reyes que "resulten ser los mejores en la filosofía y para la guerra" (543a, p. 487).
La ciudad y el individuo justos han sido ilustrados de modo adecuado. Entonces, el discurso vuelve algunos pasos hacia atrás para recuperar un tema ya presentado brevemente: la naturaleza de los individuos corruptos y de las formas corruptas de gobierno. Sócrates decide comenzar por estas últimas y afirma que existen cuatro tipos de ciudades erradas. Las presenta de manera gradual, desde la menos defectiva (la timocracia) hasta la peor de todas (la tiranía). Analizarlas y observar sus equivocaciones permitirá entender si son más felices los hombres de la ciudad ideal o aquellos de las ciudades corrompidas.
Para Sócrates, la forma de gobierno ideal es la monarquía (un rey) o la aristocracia (varios reyes), en el sentido griego de "gobierno de los mejores", que coincide perfectamente con los postulados platónicos sobre el filósofo-rey. Por otra parte, es vital señalar que en esta teoría política, las multitudes que forman el pueblo, en cualquiera de los modelos de ciudad, son ignorantes, tienen poco poder y poco dinero. Por ese motivo, siempre están a merced de sus gobernantes.
La primera ciudad corrupta que describe Sócates es aquella organizada como timocracia, que es una forma desviada de la aristocracia. En esa ciudad se aman demasiado los honores, es decir, la fama y los reconocimientos. El hombre timocrático que refleja esta polis es ambicioso y conflictivo. La segunda forma corrupta es la oligarquía, una especie de timocracia empeorada donde reina aquel que más dinero y más propiedades posee. El hombre oligárquico es avaro y egoísta.
En una ciudad oligárquica se forma una clase media entre los ricos y los pobres, y así surge la democracia. La clase media genera una alianza con la clase baja, se organiza una revolución y se derroca a los gobernantes ricos. La democracia en esta teoría política es una forma de gobierno perversa y desordenada. El hombre democrático tiene una moral débil y se deja guiar por los apetitos y los placeres. Es por ello que elige a sus gobernantes mediante criterios equivocados, y su ciudad es corrupta.
Para Sócrates, cada una de estas formas de gobierno engendra la siguiente y cada una es peor –más corrupta e injusta– que la anterior. Así, de la democracia surge la peor de todas, la tiranía, debido a que en la primera reina un insaciable deseo de libertad sin límites. Es preciso señalar, además, que en el sistema democrático existe la propiedad privada y esto estimula la codicia de los hombres, que son trabajadores y ahorradores. Estos hombres gozan de una libertad total y tienen el objetivo de enriquecerse lo más posible, lo cual los lleva a hacerse tiranos. El tirano llega a matar hasta eliminar cualquier obstáculo en su avance hacia el poder. Una vez que asume el gobierno, esclaviza a la ciudad y a todos sus habitantes.
Análisis
La ciudad timocrática se forma cuando existen conflictos internos en una aristocracia. En ese sentido, es importante recordar que Sócrates ha elaborado un complejo sistema para evitar las disputas entre los ciudadanos de una misma polis, y ha establecido varios métodos rigurosos para garantizar su unidad. Todos los hombres de la ciudad perfectamente justa deben reconocerse como hermanos. Si estos métodos fallan, se engendra en la ciudad una forma de la corrupción.
La timocracia es presentada como el resultado de la mezcla de razas (los hombres de oro y plata se mezclan con los de bronce y hierro) y de un desequilibrio educativo (se prefiere la actividad física a la música). Estos factores provocan una degeneración en el ciudadano, que se deja tentar cada vez más por los bienes materiales y, sobre todo, por los honores y recompensas. La misma degeneración se profundiza en la oligarquía, donde la sed de riquezas y propiedades quiebra con el balance necesario para que una ciudad sea justa. Así, surge una división de clases entre ricos y pobres. Es importante señalar que Platón también defiende una diferencia de clases en su polis perfectamente justa, pero se trata de una división establecida por los méritos y aptitudes de cada hombre, no por el dinero, que, a diferencia del conocimiento, puede ser obtenido por vías corruptas e injustas.
Un aspecto sumamente interesante de esta teoría política es su caracterización de la democracia, totalmente innovadora. Tanto desde las concepciones más contemporáneas de democracia como un sistema donde los pueblos eligen a sus gobernantes y, por lo tanto, los ciudadanos cuentan con cierto poder político, como desde el pensamiento político griego de la época de Platón, sus postulados resultan originales, inesperados y curiosos. En ese sentido, leemos cómo este tratado, leído y discutido en el plano teórico durante siglos, se escribe para intervenir directamente en la política de su tiempo. En otras palabras, si bien los planteos son abstractos y la discusión es de tinte intelectual, Platón en vida se encuentra completamente desilusionado con respecto a la política ateniense, que, tras las Guerras del Peloponeso, pasa por una etapa de tiranía y otra de democracia, los peores sistemas de acuerdo con la República. Cabe recordar, a su vez, que el filósofo pertenece a una familia de élite, descendiente de los primeros gobernantes de Atenas, y, por eso, está destinado al liderazgo político.
Para Sócrates, los gobernantes de un sistema democrático detentan una integridad física, intelectual y moral defectuosa y representan un muy mal ejemplo para su pueblo. La democracia, en teoría, defiende la libertad, la diversidad y la individualidad, pero en la práctica genera una distorsionada igualdad entre individuos que, por sus aptitudes, no son iguales. Como sabemos, a lo largo de toda la República, se sostiene lo contrario: hay una minoría de hombres y mujeres que son física, intelectual y espiritualmente superiores y es preciso que reciban una educación rigurosa para ser los gobernantes de la ciudad. Los hombres democráticos renuncian a ser guiados de manera moderada por la parte racional del alma y se dejan llevar por los apetitos.
Así, la libertad ilimitada de la democracia es vista como algo extremadamente negativo. En el pensamiento platónico, la libertad individual no es un bien en sí mismo, sino más bien todo lo contrario. El bien general no se preocupa por las preferencias, elecciones o comodidades de cada hombre, ni de una clase social, sino que depende enteramente del funcionamiento perfecto y ajustado de un sistema donde todos los ciudadanos funcionan como una unidad.
Eso permite comprender mejor cómo la libertad democrática engendra la tiranía, afirmación que de otro modo resulta casi increíble. Los gobernantes democráticos son incompetentes, y no son ni ricos ni pobres, por lo cual no defienden un interés en particular. Contrariamente, se la pasan estableciendo alianzas con diferentes sectores y valorando distintas ventajas: los ricos pueden aportar riquezas, mientras que los pobres son la mayoría y aportan su apoyo. Además, como se ha mencionado, el pueblo es ignorante y suele elegir a sus gobernantes de manera errada, dejándose engañar por el carisma o por promesas falsas.
Sócrates afirma que los líderes elegidos por el pueblo en un sistema democrático inevitablemente usarán su poder de manera individual, apoyándose en la libertad sin límites garantizada por esa forma de gobierno, para obtener cada vez más poder y más riquezas. Así nace el hombre tirano, que abusa completamente de su posición de poder. El gobernante de una tiranía provoca guerras solo para tener un motivo por el cual liderar la ciudad, cobra impuestos absurdos, se rodea de hombres armados, le falta el respeto a sus propios padres y les roba a los ancianos de la ciudad. La figura del tirano, el hombre más despreciable que puede haber de acuerdo con Sócrates, refuerza la idea de que la libertad ilimitada provoca, paradójicamente, una esclavitud generalizada: el gobernante tirano es esclavo de su sed de poder y riquezas, está completamente distanciado del bien, y esclaviza a su ciudad para satisfacer sus apetitos caprichosos. No tiene ningún filtro moral, ninguna concepción de lo bueno, lo justo, lo bello y lo verdadero, no obedece ninguna ley ni ningún acuerdo de convivencia mínimo. De este modo, se argumenta de manera poderosa y eficaz la necesidad de conocer y consensuar qué es la justicia; nada bueno puede surgir de una ciudad donde todo está permitido.