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La justicia

La justicia es el tema central de toda la obra. Desde el comienzo, el diálogo se dedica a comprenderla, y Sócrates pretende llegar a su verdadera definición, a la idea en sí, pura y absoluta de lo justo. Para ello, evalúa varias definiciones provisorias de justicia, considera sus ventajas, la compara y contrasta con la injusticia, examina qué relación tiene con la felicidad de los hombres y se pregunta qué parte del individuo (o de su alma, más precisamente) está determinada a dirigirse por el camino justo. Además, elabora una teoría política compleja mediante la construcción de una ciudad ideal, perfectamente justa. Tal como afirma Salvador Mas, la República es un texto muy heterogéneo, ya que trata diversas cuestiones, pero el tema de la justicia "proporciona un hilo conductor" (2020: 5). Las reflexiones sobre la poesía, la educación, las mujeres, los gobernantes, las ciencias en general y la filosofía en particular son atravesadas por el tema de la justicia en esta obra.

El dinero

El dinero y su distribución es otro gran tema de este diálogo. Ya en las primeras páginas del Libro I Sócrates resalta la diferencia entre tener y no tener dinero cuando afirma que Céfalo goza de una vejez cómoda y feliz porque posee riquezas. El hombre, por su parte, cree que tener bienes materiales le ha permitido vivir sin deudas y de manera honesta, motivo por el cual puede morirse tranquilo. Si bien a lo largo de la obra comprenderemos que el protagonista no está totalmente de acuerdo con esa noción, sí la presenta como una afirmación válida.

Por otro lado, cómo repartir y hacer circular el dinero en la ciudad perfectamente justa es una de las primeras problemáticas que encara el filósofo. Así, determina que los comerciantes y aquellos que ejercen oficios bajos podrán mercadear a cambio de dinero, pero que los guardianes no deben poseer riquezas en absoluto, para evitar que se corrompan. Esta restricción se refleja también en el hecho de que la ciudad ideal no acumulará riquezas. Si gana una guerra y tiene acceso al oro de los enemigos, no se lo quedará, sino que se lo entregará a ciudades cercanas para que sean sus aliadas.

Las funciones de la poesía

Uno de los aspectos más resaltados, analizados y comentados de la República y del pensamiento platónico en su conjunto es su prohibición de la poesía. Sócrates afirma que es preciso expulsar a los poetas de la ciudad ideal. Este planteo, que en principio resulta sorprendente, se debe a que, en su marco conceptual, los poetas -y los artistas en general- trabajan con las apariencias, con falsedades, con mentiras, es decir, con lo contrario a lo justo, lo bueno, lo verdadero. De hecho, Sócrates retoma fragmentos de textos literarios, sobre todo de la Ilíada y la Odisea, para demostrar cómo postulan imágenes negativas de los dioses. Las divinidades para Platón solo pueden producir y proyectar cosas buenas y, por lo tanto, los poetas mienten.

La poesía, entonces, es peligrosa por varios motivos. En primer lugar, porque trabaja con las apariencias; en segundo lugar, porque afirma falsedades sobre los dioses y los héroes; en tercer lugar, porque trata muchas de las cuestiones que más le interesan a Platón (la justicia, el bien, la virtud, la belleza), pero desde un ángulo equivocado. En suma, la poesía es particularmente peligrosa para los niños y jóvenes porque los confunde e inspira en ellos sentimientos bajos como la cobardía, la mezquindad y la pereza.

La educación

La educación es un asunto tratado con mucho detenimiento y mencionado en casi todos los libros que componen la República. Esto se debe a que para Sócrates es la base sobre la cual se puede construir y sostener la ciudad perfectamente justa. El planteo del protagonista coincide con el pensamiento del autor de la obra; cabe recordar que Platón es el fundador de la Academia, institución educativa que funciona como modelo para las universidades contemporáneas. La educación es necesaria porque estimula y perfecciona a los individuos naturalmente más virtuosos y aptos, tanto en el plano físico como en el intelectual y espiritual.

El sistema educativo propuesto en la obra se complejiza de manera gradual. En los primeros libros se afirma la importancia de que los niños aprendan tanto música como actividad física. Más adelante se especifica que la educación de los guardianes, es decir, la clase social destinada a gobernar, debe estar compuesta por diversas ciencias (cálculo, geometría, astronomía) desde la infancia. Aquellos que demuestren excelencia pasarán a dedicarse de lleno al estudio de la dialéctica, la disciplina más elevada de todas, porque permite acceder al conocimiento verdadero.

La naturaleza de las mujeres

La naturaleza y las funciones de las mujeres es otro tema destacado de esta obra, ya que se postulan ideas innovadoras dentro del pensamiento griego clásico. A partir de la comparación entre machos y hembras de ciertas especies animales, Sócrates afirma que, en esencia, las mujeres y los varones son iguales. Por lo tanto, deben recibir la misma educación y cumplir las mismas tareas, incluso las relacionadas con el arte de la guerra. Sin embargo, el filósofo también sostiene que los varones siempre son más fuertes y mejores en la ejecución de cualquier tarea. Las mujeres son un poco más débiles, por lo que pueden realizar los mismos trabajos, pero en un nivel menor de exigencia.

La única división estricta de funciones es la relacionada con la procreación, ya que las mujeres son quienes pueden embarazarse y parir. En ese sentido -y de manera contradictoria desde el punto de vista contemporáneo-, a pesar de ser iguales, las mujeres tienen menos poder de decisión que los varones: los guardianes pueden decidir con quiénes tener sexo -y mientras más compañeras sexuales tengan, mejor-, pero ellas no parecen tener la posibilidad de consentir o no. A su vez, al analizar la procreación y los lazos comunitarios, Sócrates habla de la "adquisición de las mujeres", como si estas fueran objetos que los guardianes deben compartir entre sí para no ser competitivos.

Cuerpo vs. alma

La división entre el cuerpo y el alma es constitutiva de los individuos de acuerdo con este tratado filosófico. El primero es mortal y, por lo tanto, está más cerca del reino de las apariencias. El individuo debe ser moderado para regular sus pasiones y no excederse en los placeres corporales como la comida, la bebida y el sexo. También debe regular su ira y el uso de la fuerza.

Por su parte, el alma, como se explica al final de la República, es inmortal. Cuando el cuerpo muere, esta se dirige al más allá y, dependiendo de cuáles hayan sido los comportamientos de la persona en vida, es condenada o agraciada por los dioses. En este último caso, se produce una reencarnación en otra forma humana o animal.

El alma de acuerdo con Sócrates está dividida en tres partes. La parte concupiscible es aquella concentrada en los apetitos del cuerpo. Su virtud es la templanza para evitar los excesos ya mencionados. La parte valerosa se concentra en el vigor. Su virtud es la valentía para superar el miedo a la muerte y practicar con excelencia el arte de la guerra. La parte racional, finalmente, tiene dos funciones: busca la verdad, el conocimiento, y gobierna al alma en su conjunto para que funcione de manera armónica.

Verdad vs. apariencias

Los principios de la Teoría de las Ideas formulada por Platón tienen una presencia importante en esta obra en relación con una de sus temáticas más relevantes: la diferencia entre la verdad (las ideas) y las apariencias. Se plantea la existencia de dos planos de la realidad: uno donde existen las ideas puras, abstractas, totales, verdaderas, perfectas y completas, que pueden conocerse mediante la razón, y otro donde hay manifestaciones concretas de esas ideas, que percibimos a través de los sentidos. Estas últimas son solo apariencias, falsedades. Los filósofos, que aman el verdadero conocimiento, dedican su vida a alcanzar las ideas. En esta teoría, así como en buena parte del pensamiento griego clásico, lo verdadero forma una unidad con lo bello, lo justo y lo bueno, y está directamente conectado con los dioses.

Uno de los pasajes más célebres de la República, la alegoría de la caverna, sirve para explicar este tema. Cuando estamos prisioneros dentro de la cueva creemos que aquello que vemos es la verdad, pero en realidad se trata de meras apariencias. Es necesario ascender hacia la luz, hacia lo más noble y elevado, para conocer las ideas abstractas que son lo verdadero, y esa es la tarea de los filósofos. Los hombres comunes, por su parte, no acceden directamente al conocimiento; solo pueden ser ignorantes (no saber) o tener opiniones (saber de manera relativa).

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