Resumen
El diálogo continúa la conversación final del Libro II. Adimanto y Glaucón siguen funcionando como interlocutores y Sócrates reinicia su ataque contra la poesía, los mitos y las ficciones como relatos inadecuados para la educación de los guardianes de la ciudad. Así, examina varias descripciones poéticas del coraje, definido como la superación del miedo a la muerte, valor muy preciado por la cultura griega. Esto le sirve para demostrar su punto y sostener la prohibición de la poesía. El filósofo afirma incluso su deseo de eliminar célebres y hermosos versos de los textos homéricos porque no sirven a los propósitos de la ciudad justa.
Sin embargo, Sócrates platea un tipo aceptable de literatura: aquella que trata únicamente de los temas virtuosos y que les ofrece a los guardianes enseñanzas sobre las cuatro virtudes cardinales, es decir, la sabiduría, el coraje, la moderación y la justicia. Ni los hombres ni los dioses deben ser representados comportándose de manera ambigua, moralmente incorrecta, caprichosa o dañina. Por otra parte, no solo establece prescripciones sobre los contenidos de la literatura, sino que también examina los estilos y modos de narrar de la poesía. Tras un breve malentendido, Sócrates y Adimanto llegan, a través de la deducción, a formular tres tipos fundametales de la narración: la simple, la imitación y la mezcla entre ambas. El filósofo piensa que la mejor opción para su ciudad será una mezcla irregular de narrativa simple con un mínimo de imitación, que puede aportar belleza y atractivo. La poética más cercana a este balance está presente, según su punto de vista, en algunos pasajes de los textos de Homero.
Luego leemos una discusión erudita sobre la música y su relación con las palabras, las melodías y los ritmos. Se evalúa cuáles son los modos más armoniosos y elevados de la música. Así, por ejemplo, Sócrates aprueba las armonías que estimulan la moderación y el coraje, y rechaza los ritmos complicados. Respalda un estilo musical simple en su forma y enriquecedor en cuanto a los valores, que guiará a los guardianes por el camino de la virtud y la justicia. Rápidamente, propone extender estos principios y criterios estéticos a todas las artes, no solo a la poesía y la música. Además, el narrador considera que la formación musical es fundamental para sumar la moderación, que necesariamente complementa y regula la educación física, para que los hombres no cometan excesos corporales.
A continuación, Sócrates plantea que los gobernantes de la ciudad deben ser aquellos guardianes que demuestren los mayores niveles de excelencia a lo largo de su formación. También deben amar de manera genuina la ciudad y tener un inquebrantable sentido de la responsabilidad. No serán gobernantes quienes aspiren al poder, sino quienes merezcan la responsabilidad. Así, la ciudad tiene tres clases sociales: los artesanos (la clase baja, trabajadora), los guardianes (son los guerreros) y los gobernantes (seleccionados entre los mejores guardianes). Estos últimos no gozan de riquezas, pero son los individuos más nobles y elevados y, por eso, los más aptos para conducir a la ciudad. Es por ello que Sócrates les permite, estratégicamente, recurrir a la mentira: "sólo los gobernantes de la ciudad pueden mentir a propósito de los enemigos o de los ciudadanos en beneficio de la ciudad" (389b-c, p. 267).
La mentira también forma parte de la formación de los guardianes. Estos deben pasar por una serie de pruebas físicas para evaluar sus aptitudes y su virilidad. Para confirmar que han superado el miedo a la muerte y que serán excelentes en el arte de la guerra, deben ser expuestos a situaciones que provoquen mucho miedo, donde haya muchos peligros y alboroto. Si logran pasar las pruebas de manera satisfactoria, seguirán recibiendo la educación destinada a los mejores. De lo contrario, serán apartados de la clase más elevada de la ciudad. Del mismo modo, serán expuestos a situaciones muy placenteras para observar si logran regularse y no caer en la tentación. Estas pruebas estarán diseñadas por los gobernantes de turno, y los jóvenes que sean evaluados no serán conscientes de la situación de examen: es necesario que ignoren la trampa para que muestren sus verdaderos talentos y cualidades.
Para finalizar el Libro III, se presenta una famosa alegoría: la historia fenicia que funciona como un mito sobre la formación de la ciudad. Los ciudadanos son hijos de una misma madre, que es la tierra en la que viven, y, por lo tanto, son hermanos entre sí. Son criados por esta ciudad-madre y la aman profundamente. Por otra parte, los hijos de la ciudad, como es natural, tienen características diversas, y no necesariamente son iguales entre sí. Estas características son simbolizadas en el relato por un conjunto de metales; el oro es el más valioso, luego hay hombres hechos de plata y los últimos están conformados por el bronce y el hierro, que son los menos valiosos. Los ciudadanos de oro son los mejores y más amados por la ciudad. Los otros se agrupan en algo semejante a las clases sociales según su metal. Al finalizar la narración, Sócrates se pregunta si no funciona como uno de los mitos más importantes de la ciudad: es un relato que los gobernantes pueden contarle al pueblo para explicar su división de clases y su estructura jerárquica, aunque no está basado en verdades. Todos dudan sobre las posibilidades de concretar este modo de organización política en las ciudades griegas de su presente, pero comentan con esperanzas que, sin dudas, será posible para las generaciones futuras.
Análisis
En su crítica de la poesía, los mitos y la ficción, Sócrates esboza un nuevo modo de entender las artes y la literatura, al menos en términos de su relación con la organización política de una ciudad. La hermosura, el placer y el entretenimiento en sí mismos no son permitidos porque no sirven a los propósitos de la ciudad perfectamente justa. En este sentido, se da continuidad y profundidad a la prohibición defendida ya en el Libro II y se especifican más detalles al respecto, lo cual evidencia cuán relevante es el tema en esta obra. Por ejemplo, el filósofo determina la importancia de controlar a los artistas y poetas contemporáneos para evitar que repitan los errores y falsedades del pasado.
Si bien en este libro la educación de los guardianes parece excesivamente rígida, es necesario recordar que entre ellos se encuentran los hombres más importantes de la ciudad, los ciudadanos más preciados y responsables. Por lo tanto, no pueden tener que ver con ningún tipo de corrupción, y a eso se debe la censura de los versos homéricos que relativizan el tema del coraje. Es necesario que los guardianes sean guiados exclusivamente por el camino de la virtud para poder elegir a los más excelentes como gobernantes de la ciudad. El planteo es convincente cuando sugiere que los niños y jóvenes no tienen herramientas suficientes para analizar de manera crítica esas poesías y confunden el bien y el mal. En el sistema socrático, por el contrario, "durante su juventud su alma debe haberse mantenido al margen de todo conocimiento y relación con caracteres malvados, si, por ser ella misma excelente, va a juzgar de manera sana acerca de lo que es justo" (409a, p. 301).
Sin embargo, el argumento es un tanto limitado, ya que toma algunos versos de manera aislada, sin contextualizarlos demasiado. En ese sentido, lo cierto es que la Ilíada y la Odisea en su conjunto servirían perfectamente para enseñar comportamientos virtuosos a los guardianes. Esto se debe no solo a que dejan enseñanzas morales, sino también a que dramatizan las inevitables tensiones entre el bien y el mal en la vida humana. Ocurre que Sócrates prescribe un modelo de poética y artes que solo presenta una versión unilateral y estática del comportamiento moral, en vez de aquellas formas artísticas que ofrecen panoramas más complejos.
Por otra parte, curiosamente, los poetas son prohibidos porque hacen un uso estético de historias ficcionales (que Sócrates llama "mentiras"), pero el propio filósofo permite que los gobernantes mientan. Esto se debe a que únicamente los gobernantes tienen la sabiduría suficiente y necesaria para distinguir correctamente el bien y el mal y pueden hacer un uso táctico de las mentiras, siempre y cuando sea en beneficio de la ciudad. Como parte de la misma relación compleja con la mentira, observamos que el sistema educativo y el proceso de selección de los mejores guardianes también se basa en el engaño organizado por los gobernantes.
En ese sentido, es importante observar cómo los guerreros más aptos dependen tanto de sus talentos corporales como –y sobre todo– de sus aptitudes intelectuales y espirituales. Es necesario que sean moderados para no caer en la tentación de las situaciones placenteras. También es preciso que superen el miedo a la muerte, confiando en que han sido buenos y justos y que, si fallecen, serán recompensados por los dioses. La virilidad y la valentía definidas de este modo son usos ajustados de la ira y de la fuerza, que cada guerrero está obligado a activar o desactivar según las circunstancias; estos hombres deben estar gobernados por una armonía general.
Por último, el relato fenicio presenta de manera alegórica la necesidad de que la ciudad tenga una estabilidad social basada en una jerarquía de clases. Esta organización depende de las características individuales de los individuos, que se distinguen en hombres de oro, de plata o de hierro y bronce. El relato es presentado como mito fundamental de la polis, y se lo considera como una verdad práctica: es necesario privilegiar a una clase social para que ejerza el gobierno. El valor simbólico de los metales en esta narración es muy poderoso. Sería muy difícil y muy extenso definir la naturaleza del hombre mas elevado, la del hombre intermedio y la del hombre bajo (cuestión analizada en detalle más adelante), por lo que definirlas en relación a un metal resulta muy práctico: cualquiera identifica que el oro es más valioso que los demás; para cualquiera es evidente el orden jerárquico de estos materiales.