La República probablemente sea la obra más influyente y célebre de Platón. El concepto de "república" no existe previamente, sino que se construye en estos diálogos conducidos por Sócrates, su protagonista y narrador, como figura ficcional en la obra. El título original de este libro es Politeia, término griego que no tiene una traducción directa en español, pero se relaciona con conceptos como Estado, ciudad, comunidad, constitución y legislación. El título que conocemos actualmente proviene de la traducción latina, Res publica, que quiere decir "la cosa pública", como esfera opuesta a lo privado.
Al comienzo del libro, Sócrates se encuentra con unos conocidos durante los festivales dedicados a la diosa Bendis en el Pireo, región cercana a Atenas, sobre el mar Egeo. El filósofo ya es reconocido por su fama de buen conversador, y otros hombres interesados en la filosofía se le acercan para conocer sus opiniones. La discusión rápidamente se desvía hacia el asunto de la justicia, tema vertebral de toda la obra, gracias al propio narrador, que desea tratar la cuestión. Los otros hombres, incluyendo a Trasímaco, Polemarco, Glaucón y Adimanto, aceptan con entusiasmo debatir sobre una materia tan valiosa. Todo el texto tiene la forma de un extenso diálogo, conducido y protagonizado por Sócrates.
Siguiendo el método dialéctico, que consiste en formular constantes preguntas y respuestas para llegar a verdades a través del discurso, Sócrates despliega y analiza varias definiciones de justicia proporcionadas por sus interlocutores. Así, consideran que la justicia puede ser beneficiar a los amigos y perjudicar a los enemigos; darle a cada quien lo que se merece; defender los intereses del más fuerte; o establecer acuerdos con los demás para no perjudicar ni ser perjudicado. Una por una, el filósofo las va desarticulando para demostrar que son incorrectas, imprecisas o insuficientes. Su objetivo es alcanzar una definición perfecta, total, absoluta de justicia, y a eso se dedican los primeros libros.
Esto se debe a que Sócrates quiere establecer cómo pueden vivir bien, es decir, ser felices, los hombres en comunidad. Y está convencido de que ese modo de vida debe estar regido por lo justo, pero necesita explayarse en el discurso para poder justificar su postura. En cierto punto concluye que la justicia es la excelencia del alma, pero reconoce que el planteo es todavía demasiado vago y debe ser más específico. Entonces también se pregunta si la vida justa es más placentera que la injusta, y mediante la evaluación detenida del asunto concluye que sí.
Aunque es cierto que la justicia se materializa en leyes que reflejan acuerdos entre los hombres para vivir en comunidad, Sócrates cree que lo justo también debe existir en estado puro, como concepto abstracto y perfecto; no puede ser solo una creación humana para evitar los comportamientos injustos. Entonces, sostiene que la única forma de alcanzar una definición aceptable de justicia es construir con palabras una ciudad perfectamente justa desde sus fundamentos. Son los propios participantes del diálogo quienes, guiados por el protagonista, determinan qué es la justicia perfecta en esa ciudad.
Así, van analizando los modos primarios de organización entre los hombres, comenzando por la división del trabajo más justa y eficaz. Cada uno debe dedicarse a los oficios que mejor realiza: los zapateros son quienes mejor hacen zapatos, los guerreros quienes mejor practican el arte de la guerra, y los gobernantes deberán ser quienes mejores aptitudes tengan para gobernar. De acuerdo con el texto, esta estructura social es necesaria y beneficiosa para la humanidad. Es importante señalar que, a su vez, esta polis se construye para el bien de todo el conjunto social, y no para la comodidad de unos pocos.
Durante largos pasajes, los interlocutores analizan y crean esta ciudad perfecta. Una vez que han concluido esa fabricación en el plano del discurso, se preguntan si es posible llevarla a cabo en la realidad, es decir, si es posible que esa ciudad enteramente justa exista. De modo general, Sócrates cree que no lo es -al menos en el estado de las cosas de su época- pero vislumbra un método posible para que las polis se conviertan en ciudades ideales: que sean los filósofos quienes reinen o que los reyes se dediquen a la filosofía.
Por el camino de esas reflexiones, Sócrates establece cuatro virtudes principales de la ciudad justa: la valentía, la sabiduría, la moderación y la virtud. Estos principios rigen los comportamientos justos, buenos y bellos, y caracterizan tanto a la polis como a sus mejores individuos, quienes a través de un largo y estricto proceso educativo llegarán a ser seleccionados como sus gobernantes. Estos son también llamados "guardianes de la ciudad" y, en última instancia, son los filósofos. Se trata de los ciudadanos más virtuosos intelectual y físicamente, y los mejor educados para la guerra, las ciencias, las artes y la dialéctica.
Algunas de las discusiones más relevantes de la República giran en torno a temas como los peligros de darles crédito a las falsas apariencias como si fueran verdades; la división del trabajo; la familia, la procreación y las relaciones entre varones y mujeres; la educación; las funciones y valores de la poesía y las artes; y la división del ser humano en cuerpo y alma. Esta última tiene tres partes: una racional, otra irascible y otra concupiscible. Es necesario que funcionen en armonía, gobernadas por la primera, la razón, para que un hombre sea perfectamente justo y, del mismo modo, para que pueda ser un verdadero filósofo. Esto se debe a que los filósofos son amantes del conocimiento de la verdad, que es lo más elevado de la existencia. Esta búsqueda es también la búsqueda del bien en sí. A su vez, las almas son inmortales, y cuando el cuerpo muere, los dioses deciden su destino según cómo han sido los comportamientos de la persona en su vida terrenal. Las almas tiranas son condenadas a mil años en el Hades, mientras que aquellas con tendencia al bien reencarnan y vuelven a ocupar un cuerpo en la Tierra.
Cada asunto discutido por los personajes es examinado con detenimiento y en profundidad. A medida que Sócrates expresa sus preguntas y desarrolla sus argumentaciones, se presentan algunas de las nociones más productivas de la filosofía occidental, como la Teoría de las Ideas, y ciertos relatos cruciales, como la alegoría de la caverna. La retórica del protagonista recurre a metáforas, alegorías, analogías, relatos, juegos de palabras (que suelen perderse en las traducciones a lenguas modernas) y hasta comentarios críticos de fragmentos literarios.