Pero él, que solo en sus sentimientos confía, / Sigue su propio consejo (que no diré que es bueno), / Y se mantiene tan secreto y callado, / Tan lejos de toda posibilidad de descubrimiento y sondeo, / Como el capullo del gusano envidioso / Antes de desplegar sus dulces pétalos en el aire / O al sol dedicar su belleza. (Montesco, Acto I, Escena I, pp.11-12; símil)
Así describe su padre a Romeo, sumido en la melancolía que su amor no correspondido le provoca, antes de que este aparezca en escena. La comparación con el capullo de un gusano coincide con la inmediata aparición del protagonista como un joven inmaduro y caprichoso, que da cuenta de un enamoramiento descrito con lugares comunes, al que parece entregado artificialmente.
"El amor es un humo que el hálito de los suspiros alimenta" (Romeo, Acto I, Escena I, p.13; metáfora)
Esta es una de las tantas metáforas trilladas y basadas en lugares comunes del amor romántico petrarquista con las que Romeo se refiere a Rosalina al principio de la obra y que sirven como contraste con el lenguaje, mucho más genuino y original, con el que se dirigirá a Julieta.
“Si al tocar este sagrado templo con mi indigna mano / Cometo un pecado, y lo profano (...) (Romeo, Acto I, Escena V, p.34; metáfora).
La intromisión del discurso religioso y la figura de la mano de Julieta como un templo sagrado introduce el tema de la Religión del Amor, y contrasta sin dudas con el tipo de figuras utilizadas poco antes por Romeo para referirse a Rosalina.
"Hay un noble en la ciudad, un tal Paris, que está dispuesto a abordar el barco a cuchillo limpio (...)" (Nodriza, Acto II, Escena IV, p.62; metáfora)
Esta es una de las múltiples alusiones sexuales en la obra. Estas suelen salir de la boca de personajes pertenecientes a la clase baja (criados, músicos), pero también son frecuentes en otros jóvenes, sobre todo en Mercucio. La asociación de la daga, el cuchillo o la espada con el miembro viril es tan frecuente en la obra que podría constituir un motivo en sí mismo.
“¡Ay, soy el juguete de la fortuna!” (Romeo, Acto III, Escena I, p.74; metáfora)
Esta famosa línea resume en gran medida la concepción que parece predominar en la obra, según la cual el destino de las personas está regido por fuerzas externas, ajenas totalmente a nuestra voluntad. En esta exclamación, Romeo lleva esta idea al extremo, reduciendo su propia entidad a un mero juguete de esas fuerzas.