Resumen
Escena I
Mercucio y Benvolio están en una calle de Verona debatiendo cuál de los dos es más propenso a las peleas. Entonces entra Teobaldo. Inmediatamente, Mercucio lo provoca y este responde, aumentando la tensión. Mientras Benvolio intenta calmar los ánimos, aparece Romeo, y Teobaldo dirige hacia él sus insultos, invitándolo a un duelo. Pero Romeo, considerándolo ahora parte de su familia, evade el conflicto. Interpretándolo esto como un acto de sumisión, Mercucio desenvaina su espada y pelea con Teobaldo. Aunque Romeo se interpone, intentando detener el duelo, Teobaldo hiere gravemente a Mercucio por debajo de los brazos de Romeo y luego se retira. Benvolio se lleva al herido, quien maldice repetidamente a ambas familias, y vuelve rápidamente para anunciar la muerte de su amigo. Cuando Teobaldo vuelve a aparecer, Romeo, furioso, lo reta a duelo, lo mata y escapa antes de que lleguen las autoridades, por consejo de Benvolio. Aparecen frente a la escena del crimen el Príncipe, Montesco, Capuleto y sus esposas. Benvolio les relata lo sucedido y, aunque Lady Capuleto pide que Romeo sea condenado a muerte por el asesinato de Teobaldo, el Príncipe decreta su exilio.
Escena II
Julieta espera ansiosamente la noche de bodas en su habitación cuando llega la nodriza, quien trae la escalera de cuerdas que Julieta debe colgar del balcón esa noche para que Romeo suba por ella desde el jardín de la casa a su cuarto. Pero también trae malas noticias: Teobaldo ha sido asesinado por Romeo, y Romeo ha sido desterrado. Julieta se lamenta largamente y finalmente la nodriza la consuela asegurándole que Romeo, escondido en la celda de Fray Lorenzo, vendrá esa noche.
Escena III
Romeo llega a la celda de Fray Lorenzo y este le comunica la sentencia del Príncipe. Aunque el fraile considera a Romeo dichoso por no recibir la pena de muerte, Romeo se desespera, equiparando el destierro con la muerte. En medio de sus lamentos llega la Nodriza, que les hace saber que Julieta también se lamenta profundamente. Ante la amenaza de Romeo de suicidarse, Fray Lorenzo destaca la dicha de haberse casado, de no haber sido asesinado por Teobaldo y de haber sido desterrado en vez de condenado a muerte. Además, es optimista respecto a la posibilidad de anunciar el casamiento y reconciliar así a las familias de los jóvenes.
La nodriza se retira, no sin antes entregarle a Romeo el anillo que Julieta le envió. Finalmente, Fray Lorenzo le ordena a Romeo que vaya oculto a la casa de los Capuleto para pasar la noche de bodas junto a Julieta, y que se vaya luego a Mantua. El fraile le asegura también que estará en contacto con el criado de Romeo para enviarle novedades periódicamente.
Escena IV
En la casa de los Capuleto, Capuleto se disculpa con Paris por la ausencia de Julieta, quien se encuentra en su cuarto, supone él, llorando la muerte de su primo Teobaldo. Sin embargo, da por sentado que ella aceptará la mano de Paris pues ese es el deseo de su padre. Así, Capuleto se compromete a casar a su hija con Paris en tres días.
Escena V
Romeo y Julieta están despidiéndose en el balcón de ella; Romeo debe partir a Mantua antes de que amanezca. Luego de la despedida, en la que Julieta manifiesta sus negros presagios, aparece Lady Capuleto, instando a Julieta a dejar de llorar la muerte de su primo y asegurándole que la misma será vengada. Julieta habla con su madre sobre Romeo, asesino de Teobaldo, con ambigüedad, asegurándose decir la verdad y, al mismo tiempo, que su madre piense que aborrece al asesino y que le desea la muerte.
A continuación, Lady Capuleto le anuncia a su hija su inminente unión con Paris que, por orden de Capuleto, tendrá lugar el jueves siguiente. Julieta le agradece pero rechaza la oferta. Enseguida entra Capuleto y, cuando su hija le comunica su decisión, él se enfurece con ella y le asegura que, si no se casa con Paris, la echará de la casa y la desheredará. Capuleto y su mujer se retiran y Julieta le pide consejo a la nodriza, quien le sugiere casarse con el conde Paris, ya que su marido está desterrado. Simulando aceptar el consejo, pero furiosa en verdad con ella, le comunica que irá a la celda de Fray Lorenzo. Su objetivo es buscar el consejo de este y, si todo llega a fallar, suicidarse.
Análisis
Ya la primera escena de este acto da inicio al clímax de la obra. A partir de este momento, la tensión dramática va a crecer, mientras las acciones que acercan a los protagonistas a su trágico final tienden a acelerarse. Las muertes de Mercucio primero y Teobaldo después desencadenan el primer giro argumental de la obra. Hasta el final del Acto II, con el casamiento consumado, todo parecía ordenarse en función del deseo de los amantes, pero la reyerta con Teobaldo que Romeo evita, dado que son ahora parientes, y la que Mercucio encara para defender el honor de su amigo, termina confirmando el curso de la tragedia. Se puede ver cómo el amor, propuesto por Romeo como herramienta para la reconciliación entre las familias, falla, y se impone la muerte.
El sinsentido de esta pelea (y de estas muertes) corona el sinsentido de la enemistad existente entre las familias, que empieza a ganar terreno sobre la flamante unión amorosa. Y una vez más, en esta primera escena Romeo reconoce el carácter ineludible de un destino más fuerte que su voluntad: “¡Soy el juguete de la fortuna!” (p.74), clama, luego de matar a Teobaldo en un arrebato de furia, tras el asesinato de su amigo Mercucio.
En la segunda escena, la nodriza, nuevamente como lazo comunicativo entre Romeo y Julieta, le informa a esta los trágicos sucesos. Retrasando otra vez esa entrega de la información (como hiciera en el Acto anterior, cuando las noticias eran buenas), la nodriza le hace pensar a Julieta que Romeo se suicidó. En sus desesperadas palabras pueden apreciarse elementos premonitorios respecto a la muerte por envenenamiento que Romeo sufrirá al final: Julieta menciona la posibilidad de su suicidio como un veneno para sus oídos. Inmediatamente, la nodriza aclara que el muerto es Teobaldo y Romeo el desterrado. A partir de allí, Julieta despliega nuevamente un magistral uso de los contrastes, como hiciera en escenas anteriores, en un discurso plagado de antítesis y oxímorones referido a Romeo:
¡Ay, corazón de serpiente, oculto tras un floreciente rostro!
¿Hubo jamás un dragón que tuviera una cueva más hermosa?
¡Bello tirano, angelical demonio!
¡Cuervo con plumas de torcaza, cordero con voracidad de lobo!
¡Despreciada realidad de divinísima apariencia! (p.80)
Sin embargo, luego de estas acusaciones iniciales, Julieta reinterpreta la acción de Romeo y lo justifica.
En la tercera escena de este acto vuelve a aparecer la premonición del suicidio y de la muerte: Romeo amenaza con suicidarse y Fray Lorenzo, tras quitarle la daga que sostiene, lo alecciona sobre la cobardía del suicida, comparándolo con una bestia y con una mujer. Se introduce así una perspectiva religiosa respecto al suicidio. En este discurso con el que el fraile se dirige a Romeo puede apreciarse nuevamente su optimismo: destaca del derrotero de Romeo aquellos elementos que pueden ser interpretados como buena fortuna, y tiene fe en resolver el asunto de la mejor manera, creyendo aún en la inminente reconciliación entre los Capuleto y los Montesco.
En la cuarta escena, aparentemente poco trascendente, se da otro importante paso hacia el trágico final. En el encuentro entre Paris y Capuleto, este último, antes interesado en respetar los deseos de su hija en relación a su potencial matrimonio con el primero, decide esta vez entregarle a Paris la mano de ella, dando por sentado que la muchacha acatará sus órdenes. En este acto vuelve a relucir el conflicto de una grieta generacional: el padre, representante de la ley, del deber, y también de la rivalidad con los Montesco, impone su voluntad sobre su hija, quien se encuentra del lado del deseo, de la pasión juvenil y del amor por un Montesco. Hay un detalle irónico hacia el final de esta escena: si bien Capuleto postula inicialmente que este matrimonio se celebrará el miércoles siguiente, luego se desdice, pensando que es demasiado pronto. Anticipa con este yerro lo que sucederá luego: sin ninguna razón excepto su entusiasmo, terminará adelantando la boda, lo que constituirá un elemento clave para sellar el infortunio de los amantes.
El final del Acto III, punto más álgido de la tensión dramática, encuentra a Julieta y a Romeo conversando luego de consumar su matrimonio, y antes de la partida de este último a Mantua. En este diálogo aparecen nuevamente oscuras premoniciones: al despedirse, cada uno ve al otro como dentro de una tumba.
Además de reforzar la antítesis luz / oscuridad que prevalece a lo largo de la obra, vemos aquí que el destino se posa como un horizonte inevitable. En ambos, a pesar de la alegría de volverse a ver, prevalecen las imágenes de oscuridad y los negros presagios. Luego sucederán dos rupturas importantes. La primera se origina con la visita de Lady Capuleto en la alcoba de su hija. En esta instancia, Julieta demostrará una gran maestría en el uso del doble sentido, dándole a entender a su madre exactamente lo opuesto a lo que cree, sin faltar sin embargo a la verdad. Cuando su madre, y luego su padre, le informan que su casamiento con Paris está confirmado, Julieta rechazará de cuajo ese destino, y la ruptura entre generaciones llegará a su clímax: el padre la amenaza con desconocerla y desheredarla, y hasta la golpea, llevando la tensión escénica a su máximo.
Luego de esto se dará una segunda y significativa ruptura: Julieta maldice a la nodriza luego de que esta le sugiera desconocer su casamiento con Romeo y casarse con Paris, y pierde así una importante aliada. Solo le queda el consejo de Fray Lorenzo, y a él va a dirigirse, anunciando premonitoriamente que, si nada funciona, le queda aún el suicidio. Antes de este momento, sin embargo, es interesante notar que ya en boca de Julieta aparece este motivo que se repetirá en el último Acto hasta el cansancio: la imagen de la Muerte como amante de Julieta. Es ella misma quien le suplica a su madre: "Demora este casamiento por un mes, o una semana, / Y si no es así, haz mi lecho nupcial / En el sombrío monumento donde yace Teobaldo" (p.99).