La casa de Ono
La novela inicia con Masuji Ono contándole al lector sobre su residencia: "Así pues, cuando lleguen a lo alto de la colina y se detengan a mirar los hermosos cedros que flanquean la entrada, el amplio espacio que albergan los muros del jardín y el tejado, de una gran elegancia, con su cumbrera bellamente esculpida dominando el paisaje..." (p. 11).
Ante el lujo del lugar, Ono plantea el interrogante sobre cómo una persona como él puede ser propietario de una casa así. Luego, explica las circunstancias que lo llevan a ser propietario y vuelve a remarcar el lujo y la belleza del lugar en el que vive: "Si por fuera resulta imponente, su interior está construido con maderas nobles, finísimas, seleccionadas por la belleza de sus fibras" (p. 15).
Sin embargo, la lujosa residencia sufre el impacto de una bomba durante la guerra, y algunas de sus habitaciones quedan destruidas, como queda evidenciado en varios pasajes: "La casa no había escapado a los daños de la guerra. Akira Sugimura le había añadido un ala por el lado este que comprendía tres amplias habitaciones comunicadas con el cuerpo principal de la casa por un largo corredor, que daba a uno de los lados del jardín" (p. 16); "El corredor era, en cualquier caso, una de las partes más atrayentes de la casa. Por las tardes el juego de luces y sombras se proyectaba en su interior y al pasar por él se tenía la impresión de estar caminando por un túnel de árboles. Esta parta había sido justamente la más afectada por la bomba..." (Ídem);
Si hoy los condujera a la parte trasera de la casa y corriera la pesada mampara para permitirles contemplar los restos del corredor ajardinado de Sugimura, podrían hacerse una idea de lo pintoresco que fue en otro tiempo pero, sin duda, también repararían en las telarañas y en las manchas de moho que no he podido quitar, así como en los boquetes del techo, que sólo unas telas enceradas resguardan de la intemperie. A veces, a primera hora de la mañana corro la mampara para contemplar la luz del sol que se filtra por las telas enceradas, formando columnas de variados colores, y que pone de manifiesto nubes de polvo suspendidas en el aire, como si el techo se hubiese acabado de derrumbar en aquel instante (p. 17).
El barrio de placer
El barrio de placer es una zona en la que hay muchos bares y establecimientos propios de la vida nocturna. En este lugar, Ono pasa gran parte de su tiempo cuando es artista; allí se junta con sus estudiantes, y allí mantienen largas conversaciones sobre arte mientras beben alcohol. El bar al que asiste de manera asidua se llama Migi-Hidari, y en la primera parte de la novela describe una noche allí de la siguiente forma:
Cuando intento rememorar aquella tarde advierto que mis recuerdos se funden con las imágenes y los sonidos de otras veladas, los farolillos colgados de las puertas, las risas de la gente apiñada afuera del Migi-Hidari, el olor de las fritadas, alguna camarera convenciendo a un cliente de que volviese con su esposa y, procedente de todas direcciones, el eco de las sandalias de madera al taconear sobre el cemento (p. 32)
Más adelante, en la novela, el narrador vuelve sobre este lugar:
Unos dos años y medio después de entrar en funcionamiento la nueva red de tranvías se inauguró el Migi-Hidari. Después de ser restaurado, el local era otro. Por la noche era imposible pasar por allí y no fijarse en la resplandeciente fachada iluminada con farolillos de todos los tamaños colgados a lo largo del tejado bajo los aleros, dispuestos en fila en los antepechos de las ventanas y sobre la entrada principal. Además, de la cumbrera colgaba una enorme bandera iluminada con la inscripción del nuevo nombre del bar sobre unas botas militares en posición de marcha que hacían de fondo (p. 73)
Resulta interesante apreciar cuan poético, detallista y ornamentado se vuelve el narrador en las descripciones de estos momentos del pasado. El contraste con el registro del resto de la novela es notable.
En el presente de la historia, Japón sufre las consecuencias de perder la Segunda Guerra Mundial, y el barrio de placer no es la excepción: "Por eso ahora en la calle no hay más que escombros. No cabe duda de que las autoridades locales tendrán sus proyectos, pero el caso es que aquello sigue igual desde hace tres años" (p. 33). Además de la destrucción de los edificios, muchos otros locales que permanecen indemnes están cerrados porque quebraron: "En la misma acera donde se alza el edificio de la señora Kawakami hay otros que siguen en pie, pero están vacíos"(p. 33). En el siguiente pasaje, Ono proporciona una imagen más extensa y detallada sobre la situación del barrio:
Si algún día también ustedes saliesen del bar de la señora Kawakami, quizá sintiesen el impulso de detenerse a contemplar la desolación del paisaje y, en la oscuridad, aún podrían distinguir los montones de maderas y ladrillos rotos, así como, desparramados aquí y allá, pedazos de tubería brotando del suelo como malas hierbas. Después, si siguieran andando entre los montones de escombros, verían brillas los charcos de agua reflejando a cada paso la luz de las farolas.
Y si al llegar al pie de la colina que sube hasta mi casa todavía no se ha puesto el sol, deténganse en el Puente de las Vacilaciones y vuelvan la mirada hacia los restos del barrio de la vida nocturna: verán los antiguos postes telegráficos, alineados y aun sin cables, perdiéndose en la oscuridad del camino andado. Si también distinguen en lo alto de los postes unas manchas negras, son pájaros que se apiñan y encaraman como pueden, esperando posarse en los cables que un día surcaron el cielo (pp. 33-34).
En el momento en que Ono relata su historia, en el barrio de placer solo queda en pie el bar de la señora Kawakami, pero no tiene clientes y es probable que su dueña lo venda. Al final de la novela, Ono cuenta qué sucede con aquellos dos locales del barrio de placer a los que asistió mucho en dos etapas distintas de su vida. Sobre el bar de la señora Kawakami, expresa:
... en el sitio donde estaba el bar de la señora Kawakami han levantado un bloque de oficinas de cuatro pisos con la fachada de cristal. Todos los edificios de la zona son más o menos de ese tipo y, durante el día, oficinistas, repartidores y mensajeros entran y salen constantemente. Para encontrar algún bar hay que ir hasta Furukawa. De antes apenas queda algún pedazo de cerca o algún árbol que solo constituyen una nota discordante, ajena al resto del lugar (p. 217).
Y un destino parecido padece el Migi-Hidari:
Donde estaba el Migi-Hidari hay ahora un patio adonde van unas cuantas oficinas situadas a espaldas de la carretera. Una parte del patio sirve de aparcamiento para ciertos empleados de categoría, pero el resto no es más que un gran espacio asfaltado con unos cuantos arbolitos dispersos. En la parte de delante, frente a la carretera, hay un banco como los que se ven en los parques (p. 217).
El barrio Nishizuru
La historia de Ono como artista se puede dividir en dos grandes etapas. El punto de inflexión entre una y otra se da en el momento en que adopta un compromiso social y decide poner sus obras al servicio de un bien común para la sociedad japonesa. Esta modificación en la perspectiva del artista se da cuando el colega Matsuda lo lleva a conocer un barrio muy pobre llamado Nishizuru. En un principio, los compañeros observan el barrio desde la distancia y la altura de un puente. Desde allí, Ono hace una descripción de lo que ve:
La vista era un amasijo de tejados, unos de amianto y todo tipo de chapas, y otros de uralita, encajados entre dos fábricas siniestras, una a la derecha y otra a la izquierda. La zona de Nishizuru todavía hoy sigue siendo un barrio pobre, pero en aquella época era aún peor. Cualquiera que al pasar por el puente hubiese echado un vistazo, habría pensado que se trataba de un barrio abandonado a medio derruir, de no ser por las numerosas y diminutas siluetas que, mirando con atención, se podían distinguir en movimiento de una casa a otras, como hormiguitas pululando entre las piedras (p. 177).
Luego, deciden introducirse en el barrio, y lo primero en lo que repara Ono es en los olores, el clima y los sonidos, es decir, en todo aquello que desde la distancia del puente no podía percibir:
Matsuda no se había confundido al pensar que el olor procedía de las alcantarillas del barrio. Una vez que estuvimos a los pies del puente y nos adentramos por las callejuelas, el hedor se fue haciendo más intenso, casi nauseabundo. No corría brisa alguna que pudiese combatir el calor. En el aire sólo se movían las moscas con un zumbido constante (p. 178).
Sin embargo, cuando se adentran en el barrio, el narrador vuelve a enfocarse mayormente en imágenes visuales, que evidencian el estado del lugar y las actividades de sus habitantes:
A nuestro lado se sucedían extrañas construcciones como los puestos de un mercado que hubiese cerrado aquel día, pero en realidad eran casas de una sola habitación, algunas separadas de la calle solo por una cortina. De vez en cuando había viejos sentados a la puerta, que nos miraban curiosos pero no de un modo hostil. Había niños por todas partes, moviéndose en todas las direcciones; los gatos se diría que nos salían de los pies a toda velocidad. Sin dejar de andar, íbamos esquivando las sábanas y la ropa que colgaba de simples pedazos de cuerda. Se oía llorar a los niños, ladrar a los perros y las voces de los vecinos que conversaban entre sí desde sus respectivas casas sin correr la cortina, Al cabo de un rato, mi atención se centró sobre todo en las acequias del alcantarillado que transcurrían paralelas al camino por donde íbamos andando. Solo las moscas las cubrían y, al tiempo que seguía a Matsuda, me fue invadiendo la sensación de que las acequias se estrechaban cada vez más hasta convertirse en un tronco caído sobre el que nos aventurábamos (p. 178).
Los cuadros de Ono
De toda la producción de Ono, solo existen dos obras que se presentan a través de imágenes visuales. La primera se titula Complacencia, y surge luego de su visita al barrio Nishizuru. Esta obra es de gran importancia, porque su contenido político y su estilo distan de los ideales de su maestro Moriyama, por lo que le vale la reprobación de su maestro y la de su compañero el Tortuga:
... la imagen de los tres niños que nos miraban con gesto amenazante, levantando los palos entre aquella miseria, acudió a mí con toda precisión de detalles, y la utilicé como tema central de Complacencia. Sin embargo, debo decir que la imagen que aquella mañana el Tortuga captó furtivamente de mi cuadro, todavía incabado, era infiel en un par de cosas a laimagen real de los tres niños. Vestían los mismos harapos y el fondo, la mísera cabaña, era también el mismo. Sólo el gesto había cambiado, ya no era la mirada amenazante de tres criminales de corta edad sorprendidos en plena faena, era el gesto viril de tres samurais listos para la lucha. Y no es ninguna coincidencia que los plasmara sujetando los palos en las posturas clásicas del kendo.
Encima de la cabeza de los tresa muchachos, el Tortuga también tuvo que atisbar una segunda imagen. Tres hombres gruesos, bien vestidos, cómodamente sentados en un café. Aparecían riéndose, con unos rostros algo decadentes, como si estuviesen gastando bromas sobre sus amantes o algo por el estilo. Las dos imágenes quedaban encerradas en un mismo marco, los contornos del achipielago nipón. En el margen derecho, en letras rojas, se leía «Complacencia» y en el izquierdo, en letras más pequeñas, «Pero los jóvenes están dispuestos a defender su dignidad» (pp. 179-180).
La segunda obra se titula Mirada hacia el horizonte y es una reelaboración de la anterior, con algunos elementos distintos y la técnica de Ono evolucionada. Según explica el propio narrador, aunque luego su palabra se ponga en duda, este es su cuadro más famoso, el que finalmente lo convierte en un artista reconocido:
... esta última obra también presentaba el contraste de dos imágenes superpuestas unidas por el contorno de Japón. La imagen superior seguía siendo la de los tres hombres bien vestidos conversando entre ellos, esta vez con expresión nerviosa, mirándose unos a otros para ver quién toma la iniciativa. Sus caras, ya lo saben ustedes, eran parecidas a las de tres importantes políticos. En cuanto a la imagen inferior, la dominante, los tres pordioseros habían sido sustituidos por tres soldados de rostro severo: dos con bayonetas, flanqueando al oficial del centro, que empuña su espada señalando en dirección al oeste, hacia Asia. Detrás ya no aparecía un fondo de miseria sino la bandera militar del sol naciente. La palabra «Complacencia» del margen derecho había sido reemplazada por «Mirada hacia el horizonte». El mensaje de la izquierda era: «basta de palabras cobardes, Japón debe seguir adelante» (p. 180).