Durante la Segunda Guerra Mundial, Japón se alía con las potencias del Eje, Alemania e Italia, en contra de los Aliados, entre los que se cuentan Inglaterra y Francia en una primera etapa y, luego, Estados Unidos. Mientras muchos habitantes del país apoyan plenamente el esfuerzo bélico, decenas de miles de japoneses protestan y se manifiestan en contra de la participación en el conflicto, especialmente a medida que los efectos de la guerra se vuelven más devastadores. Estos actos de protesta generalmente son mal vistos, e incluso considerados ilegales por el régimen del Emperador. Los países del Eje pierden la guerra en 1945 y Japón, en particular, sufre enormes daños. Más allá de los efectos típicos de la guerra, el pequeño país padece las consecuencias de las dos bombas nucleares lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, que causan, al mismo tiempo, un daño enorme a la infraestructura de las ciudades y un profundo trauma emocional a toda una generación de japoneses.
Tras la guerra, las potencias aliadas, y específicamente las fuerzas estadounidenses, ocupan Japón desde 1945 hasta 1952, bajo el mando del General Douglas MacArthur. Mientras tanto, muchos miembros del ejército japonés son juzgados por crímenes de guerra, y cientos se suicidan como acto de reparación hacia la sociedad por los males que pudieran haber causado. Los estadounidenses crean una nueva constitución japonesa, que incluye importantes cambios a nivel político: la posición del emperador pasa a ocupar un rol meramente ceremonial, se introduce el sufragio universal y la religión shinto se separa oficialmente del Estado. Además, al menos durante los primeros años de la ocupación estadounidense, los medios japoneses son rigurosamente censurados para esconder cualquier sentimiento antiamericano, y el ejército japonés se desarticula por completo.
Las potencias aliadas también promueven reformas económicas para convertir el sistema económico japonés al libre mercado capitalista de estilo occidental, que se impone en los países del llamado “Primer Mundo”. Hacia finales de la década de 1940, la economía japonesa no atraviesa un periodo pujante, por lo que la intervención estadounidense lanza un programa de revitalización económica que tiene como objetivo real evitar el crecimiento de un posible movimiento comunista en la isla nipona. Como solución al problema económico de Japón, los estadounidenses convierten al país en un depósito de suministros para la ONU durante la Guerra de Corea, que comienza en 1950. Ese mismo año, las tropas estadounidenses se retiran de Japón, y el país comienza a experimentar un acelerado crecimiento económico. En este sentido, la novela de Ishiguro se ubica contextualmente en los últimos momentos de la ocupación norteamericana.
Durante estos años de mediados del siglo XX, Estados Unidos no solo controla Japón, sino que también es uno de los países más influyentes en el escenario mundial. El ánimo expansionista de la primera potencia occidental no se limita a la intervención militar de diversas regiones en todo el mundo, sino que se fundamenta en un profundo plan de dominación cultural por medio de la exportación de todo tipo de productos de consumo masivo. Las películas y los programas de televisión son un claro ejemplo de ello. En la novela, el nieto de Ono, Ichiro, imita a los vaqueros del Lejano Oeste y pide espinacas para tener la fuerza de Popeye el Marino. La predilección que muestra el niño por los productos culturales norteamericanos ilustra el sentimiento de toda una nueva generación de japoneses que naturalizan desde pequeños la hegemonía estadounidense, en detrimento de los sentimientos nacionalistas y proteccionistas que llevaron a sus abuelos a la guerra.