Resumen
Ono habla sobre el Puente de las Vacilaciones, que conduce al antiguo barrio del placer. El nombre del mismo se debe a que muchos hombres se detenían al cruzarlo, dudando entre volver a sus hogares o pasar una larga noche de juerga. En ese mismo puente, Ono se para a inspeccionar la ciudad, sus nuevas construcciones y los edificios derruidos por las bombas.
La señora Kawakami recibe una propuesta de compra por su propiedad, y se debate entre aceptarla o no, puesto que, aunque dedicó su vida al bar, actualmente su único cliente es Ono. Su otro cliente era Shintaro, pero desde el invierno que no aparece. Ono explica el motivo de la desaparición de Shintaro, que está estrechamente relacionado con él: la historia se remonta a un día en que Shintaro, luego de conseguir empleo como profesor, visitó a Ono para pedirle que le escribiera al comité de contratación de la escuela en relación con un desacuerdo que ambos habían tenido en el pasado sobre la crisis de China. Como Ono no parecía recordarlo, Shintaro debió ser más explícito, y le pidió directamente que testificara que él se había opuesto a las decisiones de Ono respecto de dicho tema. Sin embargo, aunque momentos antes se había mostrado solícito, Ono se negó a brindarle su ayuda y le recomendó que reconociera y aceptara su pasado. Con la negación de este favor, maestro y alumno se separaron fríamente.
Para justificar el trato que le dio a Shintaro, Ono explica que el episodio tuvo lugar la semana siguiente al miai de Noriko, por lo que sus emociones quizás todavía estaban exacerbadas por dicha ceremonia. Llegado a este punto, Ono se enfoca en el miai, y explica que se trata de la reunión tradicional entre las familias de una pareja durante el proceso de compromiso. Si bien las negociaciones con la familia del novio marchaban bien, el hotel que los Saito habían escogido para el miai resultaba vulgar para Ono. Además, él y su hija estaban nerviosos porque sabían que la familia Saito los superaba en número. Por eso, ambos vivieron las semanas previas a la ceremonia en un estado de nerviosismo y tensión. Por otro lado, Ono tenía el trabajo de visitar a sus viejos colegas, entre los que destaca Kuroda, para asegurarse de que, de ser entrevistados por los Saito, hablarían a favor de Noriko y de la boda.
Ono narra su visita a la vivienda de Kuroda en el marco de las negociaciones por la boda de Noriko. Al llegar, lo atendió un joven llamado Enchi y le explicó que Kuroda aún no había regresado, pero que lo podía hacer pasar para que lo esperara. Mientras aguardaban su llegada, Ono charló con Enchi y descubrió que era un protegido de Kuroda, que por el momento no tenía dónde vivir. En un momento de la conversación, Enchi se dio cuenta de que su interlocutor no era un miembro de la Cordon Society, como él había creído, sino que se trataba del viejo maestro de Kuroda, y entonces le pidió fríamente a Ono que se retirara. Ono manifestó sus deseos de quedarse hasta la llegada de Kuroda y trató de justificarse, explicándole al joven que desconocía mucha información acerca de su vínculo con Kuroda. Sin embargo, Enchi había oído cosas terribles sobre él y lo culpaba por el sufrimiento físico y emocional que Kuroda soportó en prisión, por lo que se mantuvo firme en su postura. Ono debió retirarse y luego le escribió una carta pidiéndole a Kuroda que se reuniera con él, pero solo recibió una rotunda negativa.
Tras esta digresión, Ono regresa al tema del Miai. Durante la ceremonia, Ono estaba tan nervioso que bebió más de lo que debía, y le preocupaba que Taro Saito pudiera perder sus modales y su caballerosidad después del casamiento, al igual que le sucedió a Suichi. Aun así, Taro se mostraba encantador y educado, al igual que sus padres. El único que no parecía tener modales era el hermano menor, Mitsuo, pero Ono interpretó que se debía a su falta de habilidad para ocultar sus sentimientos, y tomó al joven como un indicador de lo que toda la familia opinaba. A pesar de advertirle a Noriko que los Saito eran descontracturados y preferían una mujer extrovertida y audaz, ella se mostró extremadamente tímida e incómoda durante toda la comida. El señor Saito, sin embargo, hizo caso omiso a la incomodidad y mantuvo la conversación como si nada pasara; en un momento, le pidió a Ono su opinión sobre unas manifestaciones que se estaban realizando en el pueblo. Ono, para no dar ninguna opinión demasiado arriesgada, puesto que se sentía escrutado por toda la familia, respondió débilmente que lamentaba que hubiera gente herida en estas protestas. El señor Saito continuó, demostrándose a favor de las protestas, puesto que eran a favor de la democracia. En contraposición de la opinión del señor Saito, su hijo y su esposa dudaban de la legitimidad y la bondad de las manifestaciones, mientras que Ono sentía que el desacuerdo de los Saito era una discusión armada para obtener su verdadera opinión sobre el tema.
En un momento, Saito mencionó que las familias tenían un conocido en común, Kuroda. Él no lo conocía bien, pero Mitsuo era estudiante en la universidad donde Kuroda era profesor, aunque nunca había tomado clases con él. La conversación parecía haber fracasado por un momento y, luego de un silencio, Taro intentó que Noriko hablara y se expresara, pero no obtuvo resultados. Entonces, Ono guió nuevamente el tema de conversación hacia Kuroda, y dijo que este tenía una mala opinión de él, puesto que consideraba que el legado de Ono había sido dañino para la sociedad. En ese momento, Ono confesó ser consciente de todo el dolor que había causado con la dimensión política de su arte, pero que en ese momento había obrado con el convencimiento de que estaba haciendo lo mejor para su país. El señor Saito intentó consolarlo, diciéndole que se juzgaba de forma muy severa, y bromeó con Noriko acerca de la dureza de Ono. Con esta broma, Noriko logró relajarse y se integró a la reunión. La cena, finalmente, se volvió cómoda y disfrutable para todos.
Al final de este capítulo, Ono piensa para sí mismo que, aunque sus dichos sobre Kuroda fueron por una jugada diplomática, siente alivio genuino al reconocer los propios errores. Shintaro, reflexiona Ono, no reconoce sus propios errores, y busca fingir que su pasado no sucedió.
Análisis
Dentro de la estructura de Un artista del mundo flotante, esta sección breve cumple un propósito importante y particular: en estas páginas, el lector puede observar al narrador interactuando con varios conocidos fuera de su familia: Shintaro, Kuroda, Enchi y los Saito. A través de estas interacciones, el autor de la novela pone en evidencia qué tan alienado está el protagonista en relación con su círculo social más amplio. En este sentido, la narración no profundiza en el pasado de Ono ni se concentra específicamente en aquellos eventos por los que el narrador ha perdido popularidad. Por el contrario, la acción narrada es reciente y se remonta tan solo a los meses anteriores a abril de 1949, es decir, el tiempo que transcurre entre la primera parte de la novela y esta segunda parte. En dichos meses, para que el matrimonio de Noriko llegue a buen término, Ono debe tomar una serie de decisiones sobre la posición social que ocupa, como disculparse por lo que hizo en el pasado, o defender su postura y aceptar que su presencia puede causar incomodidad, o enfrentarse a los que quieren distanciarse de él.
Todas las interacciones que Ono mantiene a lo largo de estas páginas presentan un lenguaje evasivo, cargado de eufemismos, que oscurece el tema de conversación más de lo que lo revela. Como ya lo hemos visto en charlas entre Ono y sus hijas, las personas rara vez dicen lo que quieren decir, y en general dan largos rodeos en torno a una idea en vez de plantearla francamente. Para un lector occidental, esta característica, anclada en la cultura japonesa, puede resultar chocante. Sin embargo, es uno de los principales rasgos que Ishiguro quiere transmitir en su obra: tradicionalmente, es visto como una falta de respeto expresar directamente lo que uno piensa si con ello puede incomodar de alguna manera a un interlocutor.
A su vez, en esta segunda sección hay palabras y frases enteras que se repiten y adquieren una importancia desmesurada, que va más allá de su significado literal. Estas palabras y frases llegan incluso a convertirse en verdaderos leitmotivs que representan conceptos abstractos. El mejor ejemplo de ello es la idea de “el pasado”, que repiten muchos de los personajes para referirse a toda una serie de hechos alrededor de la guerra, el nacionalismo y las pérdidas personales que nadie menciona de forma explícita. Shintaro se presenta en la casa de Ono para pedirle que escriba una carta al comité que está a cargo de las postulaciones para un trabajo como profesor en una institución educativa; en dicha carta, Ono debe indicar que Shintaro no tuvo nada que ver en un trabajo proselitista que hicieron sobre la crisis en China. Al llegar a la casa y tener que explicar sus deseos, Shintaro le dice a Ono: “quizá deba serle sincero. Son detalles referentes al pasado” (p. 112). Cuando Ono le pregunta a qué se refiere, Shintaro se muestra evasivo y comienza a rodear el problema: “Como ya sabe, Sensei, siento hacia usted un gran respeto. He aprendido mucho, y siempre estaré orgulloso de haber sido su discípulo” (p. 112). Por supuesto, todo este preámbulo no deja de ser irónico si consideramos que lo que desea Shintaro es que no asocien su nombre al de Ono. Tanto los rodeos como los eufemismos al hablar del pasado son un claro intento de Shintaro de evitar un enfrentamiento directo con Ono. Al comprender finalmente el pedido de su antiguo discípulo, este último se pone a contemplar la nieve y deja de contestarle, por lo que el encuentro llega a su fin y Shintaro no logra su objetivo.
Por su parte, Ono parece obligar a sus interlocutores a que digan lo que desean decir explícitamente, sin rodeos ni vacilaciones. En el encuentro con Shintaro, Ono dice repetidas veces que no entiende a qué se refiere su interlocutor, y luego confiesa que no recuerda ninguno de los eventos que le menciona. Tal como está presentado el diálogo, al lector no le queda claro qué tan honesto es Ono en ese momento, y debe preguntarse entonces si finge no recordar para enfrentarse a su antiguo alumno, o si realmente no recuerda. Probablemente, la respuesta se encuentre a medio camino entre ambos extremos: si bien Ono no es tan obtuso como pretende, también es cierto que vive en un estado de incertidumbre emocional, y que puede estar desconcertado por todos los cambios que han tenido lugar en su vida. En este sentido, es muy probable que Ono no sepa qué decisiones de su pasado fueron acertadas y cuáles incorrectas; por eso, al tratar de forzar a los demás a hablar honestamente, él espera que alguien pueda ayudarlo a clarificar su propio debate interno.
En el episodio de Kuroda podemos observar que Ono preferiría una confrontación directa antes que ser evitado. Cuando se presenta en su departamento y lo atiende Enchi, el discípulo de Kuroda, Ono se niega a partir y quiere esperar a su antiguo colega, incluso cuando comprende que no es bienvenido en la casa y que solo puede esperar insultos y quejas de su interlocutor. En este pasaje, Ishiguro coloca a Enchi en lugar de Kuroda intencionalmente, para evitar la confrontación directa entre este y Ono, que funcionaría como uno de los clímax de la novela: si ambos personajes se encontraran, las verdades sobre el pasado saldrían a la luz y quedarían explícitas para el lector, algo que el autor de la novela no desea que suceda. Enchi, por su parte, puede ser completamente honesto con Ono, pero como es un desconocido, su honestidad no va más allá de manifestar el rechazo que siente por él. Queda claro que esta situación es decepcionante para Ono, quien preferiría tener una conversación con Kuroda, aunque ello implique la confrontación, para comprender completamente lo que ha hecho en el pasado. Este deseo está anclado tanto en un sentimiento de culpa como en el anhelo de comprensión, puesto que, después de todo, la mayoría de los conocidos de Ono murieron en la guerra o sufrieron terriblemente, como le sucedió a Kuroda. El fracaso de este encuentro deja a Ono en un limbo desagradable: por un lado, no puede vivir la vida plena que desea y, por el otro, tampoco es castigado de forma consecuente a los crímenes de los que lo acusan. Si lo que ha hecho es tan terrible, parece sentir Ono, entonces debería tener que sufrir por ello y tener la oportunidad de defenderse o disculparse.
La oportunidad de confrontación directa llega para Ono durante el miai de Noriko, hacia el final de esta sección. Las familias de los novios se reúnen a cenar y, lo que es más importante, a intercambiar impresiones que les sirvan para consolidar la unión o para retirarse antes de hacer la propuesta formal de matrimonio. El padre del novio, el doctor Saito, es un hombre liberal y respetado por la comunidad, que no lleva sobre su persona el estigma con el que carga Ono, y trata de presionar al narrador para que revele sus inclinaciones políticas. Para ello, Saito trae a colación las manifestaciones que están sucediendo en el centro de la ciudad, y cuenta algo que le ha sucedido, según dice, esa misma mañana:
—Al parecer, hoy ha habido más manifestaciones en el centro. Esta mañana ha subido al tranvía un hombre con un hematoma enorme en la frente. Como se sentó a mi lado, le pregunté si se encontraba bien y le aconsejé que fuese a un hospital. Pues bien, me respondió que justamente venía del médico y que a donde iba era a la manifestación para reunirse de nuevo con sus compañeros. ¿Qué le parece, señor Ono? (p. 130).
La discusión parece sospechosamente escenificada: cada miembro de la familia Saito expresa un punto de vista ligeramente diferente pero que encaja dentro de las posturas socialmente aceptables. Lo que parecen buscar, por medio del lenguaje velado y de esa puesta en escena, es provocar una declaración honesta de Ono. Como respuesta, Ono rechaza todo eufemismo y responde con franqueza en un monólogo que puede considerarse como uno de los clímax de la obra, en tanto y en cuanto revela, finalmente, el gran misterio que la narración venía rodeando sin abordar directamente:
—Señor Saito —dije en un tono quizá demasiado alto—, hay quienes piensan que mi carrera ha tenido una influencia nefasta. Una influencia que hoy en día más vale borrar y olvidar. Soy consciente de que es una opinión bastante generalizada, compartida también por el señor Kuroda (...). Hay quienes dicen que personas como yo son las responsables de los horrores que hubo de padecer esta nación. Yo, personalmente, reconozco que cometí muchos errores. Admito que hice muchas cosas que, a la larga, resultaron perjudiciales para nuestro país, y que tuve un papel importante en lo que finalmente supuso un infierno inenarrable para nuestro pueblo. Lo reconozco y, como pueden ver, lo reconozco sin ningún tipo de reservas (p. 134).
Esta franqueza contrasta violentamente con los modales japoneses, por lo que toma por sorpresa a todos los comensales. Ante tamaña confesión, Saito le pregunta si no se siente satisfecho de sus cuadros, y Ono completa su confesión: "—Ni de mis cuadros ni de mis enseñanzas. Ya ve, doctor Saito. No me cuesta reconocerlo. Solo puedo decir que por aquel entonces actué de buena fe. Realmente creía estar ayudando a mis compatriotas. Pero ahora, como ve, reconozco sin ninguna reserva que estaba equivocado" (p. 135).
Ono reconoce el sufrimiento que causaron sus acciones y declara que actuó de esa manera por buenas intenciones. Esto parece ser la respuesta "correcta", tanto para que Ono logre claridad emocional como para tranquilizar a los Saito y asegurarles que la familia de la novia es confiable. Esta era la confesión que todos estaban esperando, incluso Noriko, la hija de Ono, quien a partir de ese momento comienza a interactuar de forma amena y descontracturada con la familia de su futuro marido.
Sin embargo, queda una pregunta suspendida en el aire, con la que el lector debe lidiar: ¿Cree realmente Ono lo que dijo? Sabemos que esto es lo que los Saito quieren escuchar, y lo que el narrador debe decir para que su hija pueda casarse. Por eso, puede que Ono lo haga simplemente por necesidad. En las secciones siguientes la novela aborda este interrogante: Ono debe continuar buceando en su pasado para definir cuánto daño realmente ha causado, y para determinar si sus motivos fueron genuinos y justifican sus acciones.