Resumen
Ono recuerda su primer encuentro con el doctor Saito, muchos años antes de que sus hijos se conocieran e iniciaran las negociaciones matrimoniales. El cruce sucedió cuando Saito se mudó al barrio y, al pasar por la casa de Ono, lo vio trabajando en el patio y se presentó. Saito se mostró feliz de tener a un artista de prestigio como vecino y, de la misma forma, Ono elogió a Saito, a quien reconoció por ser crítico de arte. Desde ese momento, ambos se saludaban cada vez que se cruzaban por el barrio, y es por eso que Ono considera que Setsuko está equivocada cuando dice que Saito jamás escuchó el nombre de Ono hasta el momento de las negociaciones matrimoniales.
Durante una salida con su abuelo, Ichiro explica que quiere almorzar espinacas para hacerse más fuerte. Ono nota que el niño se parece a Kenji, su hijo fallecido. Estas similitudes lo llevan a pensar que también hay parecidos que exceden lo genético, y termina reflexionando sobre las actitudes que incorporó de Moriyama, su maestro. En su época de estudiante, Ono vivió en una villa junto a otros artistas jóvenes que se dedicaban a pintar y charlar sobre sus cuadros. El aprendiz apodado el Tortuga encontraba dificultad en respetar el estilo del maestro y debía destruir constantemente sus trabajos. Quien supervisaba esto era el estudiante Sasaki, quien rápidamente comprendía las enseñanzas del maestro y, por eso, se había convertido en su discípulo favorito. Sin embargo, su estatus duró poco, puesto que rápidamente se ganó el desprecio de todos. Un día, sus cuadros desaparecieron y, sin obtener ninguna respuesta sobre su paradero, debió abandonar la residencia. Sasaki obtuvo entonces el apodo de traidor, pero nunca se reveló qué hizo exactamente para volverse tan impopular, aunque está claro que sus nuevas pinturas iban en contra de los principios artísticos de Moriyama y superaban en calidad a su maestro.
Los valores de Moriyama a los que los discípulos debían adherir no se restringían a la técnica de pintura, sino que se extendía al estilo de vida. Este estilo de vida giraba en torno al “mundo flotante” de la ciudad, es decir, a la vida nocturna, el placer y la fiesta. Este mundo era el tema de la obra de Moriyama y de sus estudiantes. Para poder retratarlos, los aprendices frecuentaban este tipo de lugares en su cotidiano y, cuando debían quedarse en la villa, Moriyama garantizaba la visita de amigos y conocidos que entusiasmaban a los artistas. Durante esas noches, tanto los estudiantes como los invitados bebían mucho y se quedaban despiertos hasta tarde. Una vez, Ono sintió la necesidad de un poco de soledad y se encerró en el cuarto trastero de la villa para escapar del bullicio de la fiesta. Mientras se encontraba abstraído en sus pensamientos, Moriyama apareció y le pidió su opinión sobre el invitado del día, Gisaburo, porque había percibido que no le caía bien. Con cautela, Ono le respondió que no comprendía el motivo de tantas visitas a la villa ni cuál era el beneficio de pasar tiempo con ese tipo de gente. Moriyama le explicó que, a pesar de que Gisaburo siempre había sido infeliz, sabía encontrar consuelo genuino —aunque temporal— en la fiesta y la noche, es decir, que comprendía la importancia del “mundo flotante”. Para Moriyama, los hombres jóvenes se sentían culpables por el placer, y eso afectaba sus pinturas. A él mismo le había sucedido en su juventud, pero estaba orgulloso de haber dedicado su carrera a retratar la belleza transitoria de la vida nocturna.
Ono regresa al presente de la narración. Durante el almuerzo, su nieto imita a Popeye el marino, una caricatura estadounidense en boga. Ono cambia la conversación al sake y le asegura a Ichiro que ya es lo suficientemente grande como para beber, por lo que, durante la cena, le dará un pequeño vaso. Minutos después, Ichiro le pregunta si conoce a un hombre llamado Yukio Naguchi. Ono comprende que se debe a un comentario que realizó frente a sus hijas, comparándose con dicho hombre, y que ellas seguro volvieron a hablar de él frente al niño. Ono le explica a su nieto que solo se trata de una broma sin importancia. Naguchi es un compositor de canciones patrióticas populares, que se suicida después de la guerra como gesto de disculpa hacia quienes perdieron a sus seres queridos en el conflicto.
Análisis
Esta parte de la novela está dedicada a las reflexiones de Ono en torno a su vida, y está salpicada de momentos en los que trata de reconfortarse y de contextualizar su situación por medio de comparaciones a otros personajes de su época. Así, en extensos monólogos y en diálogos con su familia, el narrador propone una serie de marcos psicológicos desde los que procesar los eventos de los últimos años, al mismo tiempo que explica sus razonamientos como si estuviera convenciéndose a sí mismo de que funcionan y tienen sentido.
Estructuralmente, hemos visto que la primera mitad de la novela plantea la necesidad de Ono de justificar y minimizar ante los demás lo que hizo en el pasado, para que las negociaciones matrimoniales de su hija lleguen a buen puerto. A partir de ahora, la novela presenta un cambio de orientación: Noriko ya está felizmente casada -la confesión de Ono dio un buen resultado-, y, aunque el narrador todavía tiene que lidiar con el resentimiento de sus dos hijas y con la pérdida de su esposa y de su hijo, ya no hay amenazas externas que lo conmocionen. En este sentido, el foco ahora está puesto en el interior del narrador: es él quien debe convencerse así mismo de que es un ciudadano digno y respetable.
En esta sección, el rol del lector es de nuevo una cuestión a tener en cuenta, ya que el narrador vuelve a enunciar sus reflexiones en segunda persona, como si estuviera dirigiéndose a un interlocutor en particular, que ahora se construye desde el uso del pronombre de segunda persona en plural, "ustedes". Por ejemplo, Ono expresa: "Convendrán ustedes conmigo en que el parque de Kawabe es el más agradable de la ciudad[,] (...) aunque si no conocen ustedes la ciudad ni la historia de este parque, lo mejor es que les explique por qué siempre he tenido tanto interés por el lugar (pp. 142-143). El hecho de buscar la complicidad del interlocutor, de dar por sentado que comparte un determinado conocimiento cultural y luego poner en duda ese mismo preconcepto, nos empuja a preguntarnos cuál es el rol de ese lector convertido en interlocutor. Al ser interpelados, los lectores debemos renegociar constantemente nuestra posición en relación con la historia que presenta Ono. Ese “ustedes” es una clara búsqueda de complicidad, de estrechar lazos con los lectores para que podamos comprender el drama humano del que el narrador nos quiere hacer partícipes.
Otra herramienta que el autor utiliza para que el lector deba reevaluar su relación con el narrador es volver a introducir en la historia algunos personajes ya presentados. Por ejemplo, al inicio de esta sección, Ono vuelve a presentar a Shintaro y a la señora Kawakami cuando recuerda el Migi-hidari. Poco después, describe a Akira Sugimura, y recupera la idea ya planteada de que este fue uno de los hombres más influyentes de la ciudad. Cuando Ono se detiene otra vez sobre personajes familiares y los presenta desde una nueva perspectiva, obliga a los lectores a hacer el mismo ejercicio, y volver a revisar el rol de dichos personajes en el drama del narrador.
Ono recupera la historia de Sugimura y el parque Kawabe con el objetivo de entender su propia situación: Sugimura diseña un complejo parque repleto de espacios destinados a instituciones culturales, como teatros y salones de exposición, pero jamás los llega a construir porque pierde su fortuna. Así, por todo el parque quedan grandes extensiones de terreno sin arbolar, como recordatorio de lo que no llegó a construirse. Como sabemos desde el inicio de la novela, Ono considera a la familia Sugimura como el epítome de la respetabilidad social, y como un ejemplo a seguir para cualquier ciudadano. Por eso, cuando explica la pérdida de dinero y de estatus de este personaje ejemplar, es difícil no trazar un paralelismo entre los dos hombres, Ono y Sugimura. Lo que es más, cuando Ono indica que todavía respeta a Sugimura, a pesar de todo, podemos entenderlo como una forma de justificar el respeto que Ono tiene por sí mismo. El narrador rescata la ambición de Sugimura a pesar de su fracaso, y llega a expresar que es por ello más digno de admiración que una persona que no fracasa porque su falta de ambición no la impulsa a realizar ninguna empresa digna de mención. Al igual que Sugimura, Ono fue muy ambicioso en su juventud y se ganó el respeto de toda una generación de japoneses. Desde el punto de vista que despliega en estas páginas, la ambición es una cualidad positiva, independientemente del éxito que pueda tener una persona al intentar concretar sus metas.
Otro momento en el que Ono se pierde en sus pensamientos como buscando consuelo ocurre pocas páginas más tarde, mientras almuerza con su nieto. En un momento, nota el parecido de Ichiro con su propio hijo, Kenji: "Lo que más me impresionó fue ver la semejanza de Ichiro con mi propio hijo. Confieso que siento una extraña satisfacción al comprobar que los niños heredan rasgos de otros miembros de la familia aparte de sus padres, y lo que espero es que mi nieto conserve ese parecido cuando sea adulto" (pp. 146-147). Si bien el narrador no se muestra orgulloso por el parecido entre su nieto y su hijo muerto, el hecho de que a Kenji se lo mencione tan raramente pone en evidencia que esta referencia es de vital importancia, y que el recuerdo de Kenji está siempre presente en Ono, aunque no lo traiga a colación con frecuencia. Poco después se refuerza esta idea, cuando Ono insiste, durante una cena familiar, en que le dejen probar sake al pequeño, aduciendo que Kenji lo probó a esa misma edad. Claramente, Ono desea que Ichiro sea como Kenji.
Por otra parte, la idea de que los niños heredan rasgos de otros miembros de la familia, además de los de sus padres, es un consuelo para Ono, porque le permite sentir que Kenji no se ha desvanecido totalmente del mundo, sino que una parte de él perdura en su entorno familiar. Ono desarrolla aún más esta premisa cuando habla de sus discípulos y se muestra orgulloso de que algunos de ellos, entre los que destaca a Kuroda, hayan adoptado sus rasgos y su estilo.
Finalmente, el narrador traza otro paralelo entre él y un personaje del pasado de Japón cuando su nieto le pregunta por Yukio Naguchi:
—¿El señor Naguchi se parecía a usted, Oji?
—¿Que si se parecía a mí? Bueno, para tu madre al menos, no. Lo dirás por una cosa que le dije una vez a tu tío Taro, pero no fue nada importante. Al parecer tu madre se lo tomó muy en serio. Ahora ya ni me acuerdo de lo que le dije a tu tío Taro en aquel entonces, sólo le dije de pasada que yo tenía algunas cosas en común con el señor Naguchi. Pero dime, Ichiro, ¿de qué estuvieron hablando anoche los mayores? (pp. 165-166).
Como puede observarse en este pasaje, Ono evita hablar directamente de Naguchi y dice no recordar aquello que habló con su yerno. Sin embargo, es evidente que recuerda muy bien el episodio, y lo que le explica luego a su nieto lo pone en evidencia:
—Oji, ¿por qué se mató el señor Naguchi?
—No sabría decírtelo con seguridad, Ichiro, No le conocí personalmente.
—Pero, ¿era un hombre malo?
—No, no lo era. Sólo fue un hombre que trabajó mucho por lo que él consideraba bueno. Pero al acabar la guerra, todo cambió. Las canciones que había compuesto el señor Naguchi se habían hecho muy populares en todo Japón, no solo en esta ciudad. Las ponían en la radio y en los bares, y la gente como tu tío Kenji las cantaba en el ejército cuando desfilaba o antes de una batalla. Después de la guerra el señor Naguchi pensó que… bueno, que había cometido un error componiendo esas canciones. Pensó en toda la gente que había muerto, en todos los muchachos de tu edad que ya no tenían padres, pensó en cosas así y, en fin, pensó que se había equivocado con esas canciones y sintió que tenía que pedir perdón a los que habían sobrevivido[,] (...) quiso manifestar su pesar a esa gente y creo que por eso se mató. El señor Naguchi no fue una mala persona ni mucho menos. Tuvo el valor de reconcoer los errores que había cometido. Fue muy valiente y digno de admiración (p. 166).
Este planteo es interesante, puesto que Ono no muestra el momento en que se compara con Naguchi frente a su hija y su yerno, sino que muestra el momento en que habla sobre dicha comparación con su nieto. Con ello, es imposible conocer el nivel de seriedad de la comparación, o saber si Ono estaba pensando en suicidarse cuando habló de Naguchi. Lo que sí se hace evidente, una vez más, es que Ono está revisando su pasado para determinar el alcance de sus acciones y decidir qué grado de culpa le corresponde a él. A partir de este momento, está claro que el protagonista ha contemplado la posibilidad de suicidarse y ha elegido seguir viviendo.