Resumen
Esta breve sección final comienza con la revelación de que Matsuda ha muerto. Tras escuchar la noticia, Ono da un paseo por el Puente de las Vacilaciones y cuenta sobre la última visita que le hizo a Matsuda, dieciocho meses después de la anterior. En esa ocasión, la señorita Suzuki lo recibió emocionada, por lo que dedujo que a Matsuda no lo visitaban seguido. Durante el encuentro, hablaron sobre la familia de Ono: Noriko estaba embarazada y Setsuko estaba a punto de tener un segundo hijo. También hablaron de arte, y Matsuda le preguntó a Ono si estaba pintando. Cuando Ono respondió afirmativamente, Matsuda se alegró, al mismo tiempo que se mostró apenado por el tiempo que había estado sin pintar, y comprendió también que el origen de esa pausa se debió a su frustración por no dejar un legado en el mundo del arte. Ante esta aseveración, Ono contestó que Matsuda también había perseguido el mismo deseo que él, y juntos recordaron su campaña contra la crisis de China y sus debates sobre el papel del arte en la sociedad. Matsuda consideró que no deberían culparse por su pasado, ya que ambos eran hombres comunes y corrientes nacidos en un contexto muy particular.
Los viejos colegas salieron al parque a continuar su conversación, y en un momento apareció, trepado a un árbol, un niño que observaba el estanque del jardín. Matsuda lo saludó, pero el niño escapó sin devolver la seña. Entonces, el anciano explicó que se trataba de un joven que solía observarlo cuando alimentaba las carpas de su estanque, pero, como era tan tímido, nunca pudo entablar conversación con él. De pronto, Matsuda dijo que nadie se preocupaba por ellos dos y los errores que habían cometido en su pasado; solo ellos mismos se atormentaban con el recuerdo. Aunque viejo y enfermo, Matsuda estaba orgulloso de su vida y de su pequeño legado. Ambos habían actuado con convicción, y eso era lo importante para él.
Ahora Ono describe una escena final de su pasado. Después de ganar el prestigioso premio de la Fundación Shigeta, dice, fue a visitar a su antiguo maestro Moriyama. Ono explica que la carrera de Moriyama había ido cuesta abajo y que, en aquel momento, trabajaba ilustrando revistas, tal como una vez había dicho que Ono mismo iba a tener que hacer para sobrevivir. En el camino, Ono se preguntaba cómo sería recibido, y pensaba que él no se dirigiría a su antiguo maestro según las reglas de cortesía estipuladas. Sin embargo, antes de llegar a su destino, se detuvo en una ladera a comer naranjas y sintió tal satisfacción que dejó de considerar necesaria la visita. Ono cree que aquella satisfacción la consiguió solo gracias a una serie de decisiones audaces que tomó a lo largo de su carrera, basadas en sus propios principios. Luego agrega que una persona como el Tortuga jamás podrá conocer ese tipo de satisfacción, y destaca la importancia de emprender y de mantenerse fiel a sus propias convicciones.
En los párrafos finales, Ono describe la caminata hasta el antiguo distrito del placer que realiza después de enterarse de la muerte de Matsuda. Donde una vez estuvo el Migi-Hidari hay un edificio de oficinas, y en el patio del edificio hay un banco. Ono piensa que el banco está ubicado justo donde estaba su antigua mesa en el Migi-Hidari. Allí se sienta y observa a los jóvenes trabajadores charlar en la puerta del edificio. Nota que son menos ruidosos que los antiguos concurrentes del Migi-Hidari, pero que tienen la misma alegría y actitud amigable. Ono siente que a dichos jóvenes los espera un futuro brillante y les desea lo mejor.
Análisis
La última parte del libro, "Junio de 1950", es la más breve de la novela, y deja atrás la agitación y los conflictos de las secciones anteriores. Con mesura y serenidad, el narrador anuncia la muerte de Matsuda y luego recuerda su último encuentro con él, dieciocho meses atrás.
Como hemos visto a lo largo de todo el análisis, Ishiguro juega constantemente con la estructura narrativa: el relato va y viene entre el pasado y el presente, y se construye a través de un narrador en primera persona poco fiable. Sin embargo, la resolución es clara, sencilla y ordenada: Ono repone el diálogo que tuvo con Matsuda, que no es otra cosa que un feliz resumen de su vida: sus hijas están casadas, Noriko espera un hijo y las preocupaciones de los capítulos anteriores han quedado atrás. Ahora sí, Ono parece haberse conciliado con su pasado, y el desfasaje entre la percepción subjetiva del narrador y la realidad objetiva externa ya no se presenta ante el lector como un punto de conflicto. Ahora que Ono ha logrado contextualizar y procesar su pasado, la narración es más fluida y menos fragmentada.
Cuando el narrador anuncia la muerte de Matsuda al inicio del capítulo, el lector podría esperar que esto sea un nuevo punto de conflicto que suma a Ono nuevamente en el caos y en la revisión de su pasado; después de todo, Matsuda es la última persona viva vinculada con su juventud con quien todavía socializa. Sin embargo, el tono del capítulo es apacible y positivo: Ono se enfoca en el día soleado y en la rutina que sostiene a pesar de la triste noticia:
Ayer, a última hora de la mañana, cuando recibí la noticia de la muerte de Matsuda, me preparé una comida ligera y después salí a hacer un poco de ejercicio.
Era un día caluroso. Bajé la colina y, a llegar al río, subí al Puente de las Vacilaciones para mirar a mi alrededor. El cielo estaba azul claro y, río abajo, justo a la altura de la nueva urbanización, vi a dos niños al borde del agua, jugando con cañas de pescar (p. 209).
A la noticia del fallecimiento de un viejo amigo se le contraponen imágenes cargadas de vitalidad: el sol, el río y el juego de los niños. Todo ello sugiere que Ono está experimentando la muerte como una parte natural de la vida. A diferencia de Kenji o de su esposa, Matsuda muere de causas naturales a una edad avanzada. Esto implica una reconciliación con las potencias de la vida y con los ciclos que rigen toda existencia humana. A su vez, la aceptación alcanza también la lucha generacional que hemos mencionado anteriormente. Al final del libro, Ono se encuentra con un grupo de jóvenes oficinistas que bromean en la entrada de un edificio moderno y, en vez de sentirse amenazado por ellos, lo invade un sentimiento de placidez y se contagia con sus risas: “Mientras sentado en el banco observaba a aquellos empleados, también a mí me dio por reírme” (p. 218). La situación desencadena una última reflexión que contrasta con la pelea entre Ono y sus hijas en el capítulo anterior:
Es natural que a veces, cuando recuerdo las luces de los bares brillantemente iluminados y toda aquella gente que se apiñaba bajo las lámparas, riéndose, quizá un poco más escandalosamente que estos jóvenes que vi ayer, pero con la misma inocencia, sienta cierta nostalgia del pasado y añore nuestro antiguo barrio tal como era. Sin embargo, ver cómo se ha reconstruido nuestra ciudad y lo deprisa que se ha recuperado, me llena de satisfacción. Parece que, a pesar de los errores cometidos, nuestro país puede todavía enmendar su destino. A estos jóvenes, por lo tanto, no nos queda más que desearles lo mejor (p. 218).
Al conciliarse con su pasado, Ono puede mirar el futuro con esperanza. Ya no se siente amenazado por las generaciones más jóvenes ni las observa con condescendencia, sino que su deseo es genuino: quiere lo mejor para ellas, incluso si no comparte sus formas de pensar y de comprender la realidad.