Adiós, hermano mío

Adiós, hermano mío Resumen y Análisis III

Resumen

El narrador sueña con Lawrence. En el sueño, Lawrence tiene un rostro sumamente feo. Al despertar, el narrador tiene náuseas y la sensación de que sufrió una pérdida espiritual mientras dormía. Decide evitar a su hermano con la esperanza de encontrar algo de descanso y disfrutar sus vacaciones.

La familia se prepara para asistir a un baile de disfraces en el club náutico. Helen decide disfrazarse de novia, utilizando el vestido que usó al casarse con el narrador. Él afirma que nunca ha visto tan hermosa a Helen como esa tarde cuando se vuelve a probar el vestido. La juventud ahora se mezcla en su esposa con la madurez. Él, por su parte, opta por disfrazarse de jugador de fútbol americano. Utiliza su viejo uniforme del colegio. Al ponérselo siente que todos sus problemas y preocupaciones de hombre adulto desaparecen. Es como si él y Helen hubieran regresado a la vida que tenían antes de casarse y antes de la guerra. La madre se disfraza de Jenny Lind.

Todos van a la fiesta excepto Lawrence y Ruth, al menos en teoría. Al llegar, el narrador descubre que muchas mujeres se disfrazaron de novias y muchos hombres, de jugadores de fútbol americano. Esta coincidencia les parece a todos muy divertida.

La fiesta transcurre de manera maravillosa. El salón está muy bien decorado, y el narrador y Helen se divierten con sus amigos de la adolescencia. De repente, el narrador ve a Ruth al lado de la pista de baile. Está vestida con un traje rojo de noche, totalmente fuera de lugar. El narrador baila con ella y luego le pregunta dónde está Lawrence. Ruth le indica que está en el muelle.

Efectivamente, el narrador encuentra a Lawrence allí. Como siempre, está taciturno. Contempla la fiesta con el mismo gesto sombrío con el que unos días antes contemplaba las viejas tablillas de la casa. El narrador especula que Lawrence considera que esos disfraces de novias y de jugadores de fútbol americano demuestran que todos allí se han quedado viviendo en el pasado. Eso lo enfurece. De todos modos, insta a Lawrence a que entre a la fiesta, pero este se rehúsa.

Al día siguiente, la madre, Odette y Helen se van a una exposición de flores. El narrador decide ir a dar un paseo a solas en la playa. Cuando está saliendo de la casa encuentra a Ruth lavando ropa. El narrador se pregunta por qué parece que Ruth tiene más trabajo que las otras mujeres. Siempre está lavando, planchando o zurciendo. Es como si estuviera cumpliendo algún tipo de penitencia. Sus hijos están con ella. El narrador se ofrece a llevarlos a la playa, pero no quieren.

Se encuentra a Lawrence sentado en la arena. Lo ignora y se mete en el mar. Al salir del agua le dice que va a hacer una caminata y Lawrence decide acompañarlo. Mientras caminan, el narrador especula que Lawrence debe hallar el paisaje desolador. Para él, es hermoso, y eso le genera bronca. Entonces agarra a su hermano del hombro y le pregunta qué le pasa. Lawrence le dice que el lugar no le gusta, que piensa venderle su parte de la casa a Chaddy y despedirse de todos. Solamente para eso hizo este viaje.

El narrador piensa entonces que la vida de su hermano ha sido una despedida constante, y enumera los diferentes lugares en los que ha vivido. De todos lados se ha ido de una manera más o menos intempestiva.

El narrador le dice a Lawrence que tiene que dejar toda esa tristeza de lado e intentar disfrutar. Todos necesitan descansar y, desde que llegó, él está arruinando cada uno de los momentos familiares. Lawrence se ofusca. Le dice que Diana y Odette son mujeres estúpidas y de vida ligera, que la madre es una alcohólica, que Chaddy no es honesto, que la casa se terminará hundiendo en el mar, y que el narrador es un estúpido.

Se insultan. El narrador agarra un trozo de raíz y golpea en la nuca a su hermano. Lawrence se desploma en la arena. La cabeza le sangra. El narrador desea con todas sus fuerzas que su hermano se muera. Incluso imagina con cierto placer su funeral. El agua alcanza a Lawrence. El narrador afirma que le hubiera gustado matarlo, pero que el samaritano enseguida aflora en él. Se acerca a su hermano y le hace un vendaje en la cabeza con su camisa. Después de asegurarse que Lawrence puede caminar, vuelve a su casa. Antes de llegar, para purificarse, toma un baño de mar.

Llega a la casa y va a descansar en la terraza. El resto de los familiares llegan al rato. Lawrence aparece un poco después. A los gritos, anuncia que quien lo atacó fue el narrador, y dice que ya mismo harán sus maletas, y él y su familia se irán para siempre.

A la mañana siguiente, Lawrence, Ruth y los niños se van en el barco de las seis y media de la mañana. La madre es la única que se levanta para despedirlos. El narrador reflexiona sobre la incapacidad de cambiar la forma de ser de Lawrence y su visión negativa del mundo. El cuento termina con el narrador observando a su esposa y a su hermana nadando desnudas en el mar. Las encuentra hermosas y llenas de gracia.

Análisis

El baile en el club exalta las diferencias entre los Pommeroy y el hermano menor de la familia. Para el narrador, el baile es un bonito e inofensivo viaje hacia el pasado. Tanto él como su esposa se visten con ropa que usaron años atrás, cuando eran jóvenes. La madre, por su parte, se disfraza de la cantante de ópera sueca Jenny Lind, que vivió entre 1820 y 1887. Por el contrario, Lawrence considerará este viaje al pasado como una muestra más de la nostalgia enfermiza que padece la familia, y que demuestra su incapacidad para afrontar las dificultades del presente. Lawrence ni siquiera se disfraza para ir al baile. Va a la fiesta, pero no entra. Tal como hace con las partidas de backgammon, se queda como observador y censor de la moral.

La que sí entra en la fiesta es su esposa, Ruth. Pero ella tampoco se disfrazó, sino que es la única mujer que lleva un vestido de noche. Su extraña aparición en el baile nos permite especular que Ruth, en su fuero íntimo, no comparte la moral de su esposo, sino que está sometida a él y que, si por ella fuera, disfrutaría de la vida licenciosa que disfrutan los Pommeroy. Se podría especular que Ruth, como si fuera una niña con su padre, tuvo que pugnar con Lawrence para que esa noche, al menos, la dejara ir al baile. El modo en el que va vestida demuestra su falta de experiencia. Sin dudas, Ruth no está acostumbrada a salir de noche y no sabe cómo debe vestirse en cada ocasión.

Tras la noche del baile llegamos a la última jornada que compartirá toda la familia en Laud’s Head. El narrador, harto de su hermano menor (y, tal vez, previendo algún tipo de conflicto), decide pasar el día solo. Pero no lo consigue. Lawrence no vive ni deja vivir. Decide acompañarlo en su caminata por la playa. Por supuesto, la oposición entre los hermanos aquí vuelve a salir a la luz. Mientras que el narrador disfruta del hermoso paisaje, Lawrence avanza a grandes zancadas, decidido, serio y disgustado.

—No es más que un día de verano, Tifty —le dije—. Tan solo un día de verano. ¿Qué sucede? ¿No te gusta este sitio?

—No me gusta —dijo con voz tranquila, sin levantar los ojos del suelo—. Voy a venderle a Chaddy mi parte de la casa. No esperaba pasarlo bien. La única razón de que haya vuelto ha sido para decir adiós” (32).

A lo largo de toda su vida, Lawrence se ha pasado diciendo “adiós” una y otra vez. Su severidad e intolerancia lo han forzado a alejarse de todo y de todos. Por última vez, el narrador intenta convencer a su hermano de que deje atrás todo ese pesimismo. Por supuesto, no lo consigue. Lawrence insulta a él y a toda la familia. Llegamos entonces al clímax del cuento. El narrador, como lo hizo veinticinco años atrás, agarra una rama y golpea violentamente a su hermano menor.

Siguiendo con las alusiones religiosas, a menudo la crítica ha encontrado un paralelismo entre “Adiós, hermano mío” y la historia bíblica de Abel y Caín, que aparece en el libro del Génesis. Abel y Caín le ofrecen fielmente sus sacrificios a Dios. Este, sin embargo, rechaza a Caín, pues considera que su fe no es genuina. Este, lleno de envidia, mata a su hermano Abel, convirtiéndose en el primer homicida de la historia. Como castigo, Dios maldice a Caín condenándolo a vagar por la tierra como un fugitivo. En el caso de “Adiós, hermano mío”, una parte de la ecuación se invierte, ya que quien perpetra el ataque es el hermano “bueno”. El castigo, sin embargo, tal como en La Biblia, recae sobre el hermano “malo”. Tras ser golpeado, Lawrence hace sus maletas y se va con su familia a seguir vagando por la tierra. Tal como dice el narrador, la vida de Lawrence ha consistido en una “carrera de adioses” (32).

Tras la partida de Lawrence llegamos al final del cuento. La última imagen de “Adiós, hermano mío” es particularmente célebre. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que el final de este cuento es uno de los mejores que ha escrito John Cheever. El conflictivo hermano menor se va de Laud’s Head, y la libertad y la fraternidad vuelven a reinar. El narrador termina el relato con la siguiente imagen: “Aquella mañana, el mar estaba tornasolado y oscuro. Mi mujer y mi hermana nadaban —Diana y Helen—, y vi sus cabezas descubiertas, ébano y oro en el agua oscura. Las vi dirigirse hacia la orilla, y vi que se hallaban desnudas, sin rubor alguno, hermosas, y llenas de gracia, y me quedé mirando a las mujeres desnudas, saliendo del mar” (36).

Finalmente, la entrega al goce corporal y la belleza natural triunfan por sobre la moral censora. Caín ha sido expulsado del paraíso y todo ha vuelto a la normalidad. Ningún dios restrictivo juzga la escena. Las mujeres, purificadas por el mar, son hermosas y están llenas de gracia. La desnudez no es impudicia, sino pureza, armonía y fraternidad.