Resumen
Capítulo 16: Fracaso
En este capítulo, Kendi explora las razones por las cuales fallan las estrategias antirracistas ya aplicadas. En las primeras páginas afirma que
Concepciones incorrectas de la raza como una construcción social (a diferencia de una construcción de poder), de la historia racial como una marcha singular del progreso racial (en contraposición a un duelo entre el progreso antirracista y el racista), del problema de la raza como algo arraigado en la ignorancia y en el odio (en contraposición a unos poderosos intereses propios), todo eso se une para producir soluciones abocadas al fracaso (261).
Es necesario cambiar las políticas, no se pueden repetir las tácticas que ya han fallado en el pasado.
Una de las estrategias fallidas más atractivas es la “persuasión edificante”, basada en la idea de que las personas negras deben tener un comportamiento excepcionalmente bueno para elevar a la raza en su conjunto. El autor recuerda una cita que tuvo con quien ahora es su esposa, Sadiqa. Estaban cenando en un restaurante y un hombre blanco borracho tuvo un comportamiento ridículo e irrespetuoso con ellos. Ambos sintieron vergüenza ajena, pero se quedaron tranquilos porque no era una persona negra quien estaba haciendo el ridículo. En ese momento se dieron cuenta de que habían sido criados con el principio de la persuasión edificante:
Ella también había sido criada en una casa negra de ingresos medios por padres de edad similar que se curtieron en el movimiento, que la educaron en el movimiento. También se le había enseñado que su ascenso por la escalera del éxito elevaba a la raza. Ella también trataba de representar bien a la raza (263).
Esta estrategia, que carga de presión a las personas negras en vez de destruir las políticas racistas, está presente en la cultura estadounidense desde la era abolicionista. Por ejemplo, William Lloyd Garrison creía que, si las personas blancas fueran interpeladas y se les dieran a conocer los horrores del racismo, cambiarían sus posicionamientos. De todas maneras, para Kendi las ideas racistas no son lógicas, no se las puede desmantelar de manera racional: está convencido de que las políticas racistas y el poder racista son creados y sostenidos por intereses individuales de orden económico, político y cultural, no por mera inmoralidad o ignorancia. A comienzos del siglo XX, W.E.B. Du Bois observa el fracaso de las tácticas de persuasión edificante y asegura que los estadounidenses conocen los hechos, pero se mantienen indiferentes al respecto. Por otra parte, Kendi agrega que muchos avances para las personas afroamericanas son, más que una victoria de la lucha antirracista, actos de conveniencia para el poder gobernante. Algunas legislaciones relacionadas con los derechos civiles de las personas negras o, incluso, la abolición de la esclavitud en sí misma -ya que Lincoln llegó a admitir que había prohibido la esclavitud para proteger a su propia agrupación, la Unión- son ejemplos de ello.
Kendi recuerda una reunión de la agrupación estudiantil Black Student Union, en la que presentó un plan para protestar y evitar el encarcelamiento de unos chicos negros que habían golpeado a un compañero blanco después de una larga serie de actos racistas impunes en su escuela. Se esperaba que los seis chicos recibieran penas muy rigurosas y extensas, lo cual daba continuidad al racismo. Kendi buscaba ser un activista pleno y creía que eso significa dejar su lado académico. Recuerda que se preocupaba porque las manifestaciones no tenían un impacto real en el cambio de políticas. En ese momento, presentó enardecido su detallado plan, pero la audiencia, compuesta por otros estudiantes universitarios negros, no lo acompañó. Kendi asumió que el rechazo a su proyecto era la culpa de sus compañeros por no ser lo suficientemente valientes o radicales. Enojado, no pudo ver que él era mismo quien había fallado: era más fácil acusar a los demás de cobardes o limitados que reconocer su propia ingenuidad. A veces, en vez de revisar nuestras estrategias y comportamiento, culpamos a las personas por su odio, su estupidez o su falta de compromiso. Como no nos miramos al espejo, tampoco logramos salir del racismo.
El capítulo concluye diferenciando las manifestaciones de las protestas. Las manifestaciones son más fáciles y las preferidas de los defensores de la persuasión edificante, pero, en general, el poder las ignora. Las más efectivas son aquellas que
proporcionan métodos para que las personas liberen su poder antirracista y puedan dedicar sus recursos humanos y financieros, organizando a los asistentes y canalizando sus fondos en organizaciones, protestas y campañas de aprovechamiento de ese poder (278).
Por su parte, las protestas efectivas son más directas, son golpes concretos y crean un ambiente propicio para cambiar las políticas. Un ejemplo de protesta es una huelga de docentes que exigen un aumento salarial.
Capítulo 17: Éxito
Kendi termina su doctorado y comienza a dar clases en la Universidad SUNY Oneonta. Se trata de una zona rural en el estado de Nueva York, donde está rodeado por la blanquitud. Tiene algunos colegas blancos con los que se lleva bien, pero se siente especialmente cercano a Caridad, una mujer afrolatinoamericana. Su marido ha fallecido de cáncer recientemente, y Kendi ha tomado el cargo vacante. El autor aprende mucho sobre cómo dar clases gracias a Caridad: ella conoce formas de conectarse de manera eficaz con los alumnos y los estimula para el ejercicio crítico y autocrítico. En una conferencia, Boyce Watkins compara el racismo con una enfermedad. Kendi propone otra analogía que le parece más adecuada: el racismo es como un órgano, vital para el funcionamiento de Estados Unidos y para la vida misma de Estados Unidos. Watkins pone ciertos reparos a la idea, pero el autor de Cómo ser antirracista no cambia de opinión. Más tarde, se percata de que los antirracistas también pueden estar cerrados a aceptar nuevas ideas, al igual que los racistas.
La perspectiva de Kendi sobre el racismo se funda en un libro que explica el racismo institucional, cómo se manifiesta en el nivel de los individuos y oculta en el nivel general de la comunidad blanca. Cree que los planteos son ciertos y válidos, pero todavía no puede ver que, tal vez, el racismo también daña a las personas blancas, e incluso que algunas personas negras prosperan dentro del sistema racista. En ese momento, cree que lo ha entendido todo, y que el racismo es “un sistema inanimado, invisible e inmortal, no como una enfermedad letal viviente, reconocible y mortal de las células cancerosas que podemos identificar, tratar y matar” (284-285). Luego propone más argumentos, como la idea de que racismo encubierto genera críticas contra un sistema abstracto, en vez de apuntar contra las políticas racistas en concreto. Además, para muchos el racismo institucional es invisible, pero en realidad se materializa a diario en las vidas de las personas racializadas. El autor vuelve a afirmar que es importante el uso de la terminología adecuada, por eso prefiere hablar de “políticas racistas” en vez de “racismo institucional”.
Kendi narra el relato del asesinato de Trayvon Martin en manos de George Zimmerman; la historia de Alicia Garza, fundadora del movimiento internacional Black Lives Matter, y la del propio autor, al escribir el libro Stamped from the Beginning, obra que lo lleva a sumergirse en un archivo de terribles y nauseabundos episodios racistas. Paradójicamente, esa basura lo ayuda a limpiar su mente en gran medida. Se esfuerza por revelar y criticar sus propias ideas racistas, mientras escribe sobre la historia de las ideas racistas y se compromete, consigo mismo, a llevar a cabo la misión de hacerse antirracista durante toda su vida. Los pasos de este doble trabajo de archivo y misión introspectiva son: dejar de afirmar que no es racista; aceptar la definición de racista; confesar su apoyo a políticas racistas y las ideas racistas que ha expresado; reconocer y aceptar las fuentes de su racismo; identificar la definición de antirracismo; luchar para crear poder y políticas antirracistas en los espacios a los que pertenece; mantenerse en la postura interseccional para luchar contra el racismo y otras intolerancias, y, finalmente, pensar con ideas antirracistas.
Capítulo 18: Supervivencia
En este capítulo final se narra cómo el autor atraviesa cáncer de colon, y su madre y su esposa Sadiqa, cáncer de mama. A lo largo de la enfermedad, piensa mucho sobre las fuentes del racismo, el interés individual racista y dos estrategias que llama “persuasión educativa y moral” (296) -y que suponen la idea de que una educación y una moral de excelencia elevan a la raza negra-, a las que considera contraproducentes para el movimiento antirracista. También piensa sobre qué puede hacer para cambiar las políticas, algo que muchas personas le preguntan cuando habla sobre su libro. Aquí también recuerda su pasaje a un nuevo trabajo, en la American University, donde funda y dirige el Centro de Investigación y Políticas Antirracistas. Su equipo de trabajo investiga sobre políticas racistas, observa y monitorea esas políticas, y propone alternativas antirracistas.
El cáncer de colon que afecta al autor es de nivel cuatro y parece que va a morir. Apenas puede asimilar esta realidad, pero se compromete a dar pelea. Piensa en todo lo que le ha causado alegría y todo lo que puede generarle felicidad, si logra sobrevivir. Resiste la quimioterapia, sigue escribiendo, hace ejercicio, e intenta vivir atravesando el dolor. Ahora se da cuenta de que sentir dolor es esencial para sanar. Seis meses de tratamiento después, le extirpan el cáncer y sobrevive.
Para concluir, Kendi afirma que el país podrá sobrevivir, también, a sus metástasis de racismo. Reconoce que esta metáfora es pesada, pero cree que es un modo válido de encarar el racismo como enfermedad. El racismo debe ser tratado como el cáncer, saturándolo con antirracismo para matar las células racistas. El país debe ser alimentado con comidas saludables para el pensamiento, de manera tal que se puedan desarrollar y ejercitar ideas antirracistas. Además, debe ser observado con frecuencia y de cerca. En las páginas finales, leemos: “Pero antes de que podamos tratar, debemos creer. Creer que no todo está perdido para ti, para mí y para nuestra sociedad. Creer en la posibilidad de que podemos esforzarnos por ser antirracistas a partir de hoy” (305). Así, el libro se cierra con un llamado a la esperanza, porque sin ella la lucha no tiene sentido: “Si ignoramos la probabilidad y luchamos por crear un mundo antirracista, entonces le damos a la humanidad la oportunidad de sobrevivir algún día, una oportunidad de vivir en comunión, una oportunidad de ser libres para siempre” (306).
Análisis
Estos tres capítulos finales presentan las principales conclusiones de Cómo ser antirracista: primero contempla los motivos por los que fracasa el antirracismo y piensa cómo puede ser exitoso y efectivo; luego termina de presentar estas ideas mediante la comparación metafórica del racismo con el cáncer. Así, llega a postular que el poder racista no es de orden divino, las políticas racistas no son indestructibles, las desigualdades raciales no son inevitables y las ideas racistas no son naturales para la mente humana.
En cuanto a los fracasos, el autor aporta ejemplos históricos y contemporáneos. Desde el abolicionismo, muchas personas blancas con buenas intenciones han apoyado estrategias que suenan bien, pero no suelen ser exitosas. Entre ellas, se destacan las medidas de persuasión edificante, que pretenden exponer los horrores de la esclavitud y el segregacionismo con la esperanza de que, al tomar conciencia, las personas comenzarán a contribuir con cambios hacia la igualdad racial. Hoy sigue siendo una táctica subyacente en muchas medidas y en la mentalidad de buena parte de la población. Kendi afirma que el racismo hace que las personas piensen de manera ilógica y, por lo tanto, no alcanza con explicaciones racionales para crear antirracismo. Asegura que las políticas racistas y el poder racista no se sustentan en la ignorancia, sino en la defensa racista de intereses personales de unos pocos poderosos. Se pregunta entonces:
¿Y si los encargados de la formulación de políticas racistas no tienen ni moral ni consciencia y, mucho menos, conciencia moral, parafraseando a Malcolm X? ¿Y si ningún grupo en la historia ha ganado su libertad apelando a la conciencia moral de sus opresores, parafraseando a Assata Shakur? ¿Qué pasa si el interés económico, político o cultural impulsa a los legisladores racistas, no la inmoralidad odiosa, no la ignorancia? (266).
El autor está convencido de que primero hay que dictar políticas antirracistas, luego cambiarán las mentalidades; no a la inversa.
Otro fracaso identificado, completamente contemporáneo, se relaciona con el movimiento disparado por el asesinato de George Floyd en manos de un policía blanco en 2020; es decir, el mismo año en que se publica Cómo ser antirracista. Las manifestaciones, aunque sean masivas, no tienen un impacto directo y eficaz sobre las políticas. Para Kendi, las personas participan de manifestaciones principalmente para sentirse bien, porque son eventos pacíficos y tranquilos que no generan disrupciones ni riesgos. En cambio, defiende la activación de protestas, que son golpes directos contra el poder para hacer posibles cambios políticos reales. El planteo no es totalmente claro, ya que no defiende explícitamente el uso de la agresión o la violencia como método político (que sí ha sido defendido por muchos teóricos antirracistas, anticapitalistas y feministas), pero sí subraya que, en su opinión, las manifestaciones son meramente simbólicas, no tienen gran impacto.
Entonces, Kendi se pregunta qué alternativas es posible crear para obtener éxito y propone una lista de pasos a realizar para construir el antirracismo, en principio de manera individual. Estos pasos incluyen grandes cuotas de honestidad, franqueza, autocrítica e introspección. Es necesario abandonar las actitudes defensivas como decir “no soy racista”, porque en realidad todos somos racistas por vivir en un mundo racista. Por eso debemos esforzarnos por reconocer nuestras propias ideas, comentarios y actitudes racistas; solo así podremos cambiarlas, erradicarlas y asumir nuevas posiciones antirracistas. Esto, por supuesto, también implica trabajar interseccionalmente, con otras formas de sometimiento y opresión como el sexismo: debemos “Igualar las distinciones raciales en etnias, cuerpos, culturas, colores, clases, espacios, géneros y sexualidades” (291). Luego, repite una de las líneas principales de su análisis: no hay nada naturalmente negativo en un grupo racial, las personas tienen actitudes negativas como individuos, no como miembros de una raza.
En estos capítulos finales, las memorias son muy recientes al momento de la escritura y, por eso, las emociones son más intensas. En esta dimensión afectiva, el autor escribe sobre su madre, su esposa y sobre él mismo, en su lucha contra el cáncer. Estos enfrentamientos con la enfermedad también le sirven para seguir pensando en el racismo, y termina por establecer una comparación metafórica: el racismo en Estados Unidos es como un cáncer. Por lo tanto, puede ser tratado y extirpado. Esta idea surge a partir de una reflexión anterior, cuando había considerado que el racismo era como un órgano de los Estados Unidos, el cual no se podía extraer sin afectar la vida del país. Sin embargo, esa visión implica que, en última instancia, el racismo no puede ser erradicado, y por eso cambia de opinión: ahora no se trata de un órgano, sino del cáncer, un elemento maligno, dañino y peligroso que se ha adentrado en este cuerpo, pero puede ser extirpado con el tratamiento adecuado. Es difícil, pero posible.
Kendi aprovecha la comparación metafórica con su propia enfermedad para desarrollar esta propuesta. Primero afirma que “En Estados Unidos, el cáncer metastásico se ha estado extendiendo, contrayendo y amenazando con matar al cuerpo estadounidense como casi lo hizo antes de su nacimiento, como casi lo hizo durante su Guerra Civil” (305). Finalmente, sugiere:
¿Y si tratamos el racismo en la forma en que tratamos el cáncer? (…) Saturar la política corporal con la quimioterapia o inmunoterapia de las políticas antirracistas que reducen los tumores de las desigualdades raciales, que matan las células cancerosas indetectables. Extirpar cualquier política racista restante, como los cirujanos extirpan tumores (305).
Con maestría y una profunda orientación pedagógica, Kendi esboza esta analogía que ubica eficazmente al racismo dentro de su lugar en la sociedad: el racismo es un mal letal que hace peligrar la vida entera de todo el cuerpo social. La lucha es dura, pero se requieren medidas y políticas antirracistas fuertes que, al igual que la dura quimioterapia a la que se sometió Kendi, consigan extirpar el racismo de la sociedad para iniciar un camino hacia la sanación.