Resumen
Capítulo 4: Biología
Kendi afirma que no puede recordar el nombre de una profesora blanca y cree que puede ser un mecanismo para enfrentar la situación. Escribe, de todos modos, que las personas solemos “ver y recordar la raza y no al individuo” (64). Esto es una categorización racista de las personas y resulta muy problemático, ya que no permite construir antirracismo. Sin embargo, recuerda lo que esta profesora hizo y lo cuenta para iniciar este capítulo.
Su clase de tercer grado está compuesta, sobre todo, por niños negros, aunque hay algunos latinos, algunos asiáticos y tres chicos blancos. Sin embargo, la profesora da preferencia a los chicos blancos e ignora a los demás. Kendi no le daba demasiada importancia a la cuestión hasta que, un día, una niña negra pequeña y tímida levanta la mano para responder una pregunta, cosa que no solía hacer. En ese momento, la profesora la ignora y le da la palabra a un estudiante blanco. Kendi señala que este episodio puede interpretarse como una “microagresión” (66), concepto que utiliza Chester Pierce para describir los abusos verbales y no verbales que usan las personas blancas racistas de manera permanente. Kendi prefiere el término “abuso racista” (67) para no suavizar la violencia que describe.
Tras el incidente en el aula, la clase se dirige a la capilla de la escuela. Él está muy enojado y, cuando termina la misa, le grita a su maestra y se queda sentado aunque es momento de irse. Como adulto, observa que la maestra apenas lo reta y no le pregunta qué le sucede, como haría con los chicos blancos. Llaman a la directora, que conversa con Kendi. No lo castigan, pero hablan con su madre, quien le advierte que si quiere protestar debe hacerse cargo de las consecuencias. La profesora cambia de actitud después de este episodio y, más tarde, deja la escuela.
En tercer grado, Kendi ya tiene conciencia de que es negro y no blanco, y cree que los chicos blancos pertenecen a otra especie. Los adultos le han enseñado que las diferencias físicas “significaban diferentes formas de humanidad” (70), que es la definición misma del racismo biológico. Los racistas biológicos creen que las razas son diferentes en su constitución biológica, que existe una jerarquía y las razas inferiores deben ser segregadas. Estas creencias son ampliamente difundidas, y muchas personas no se dan cuenta de que las han internalizado. El autor trae a colación algunos estereotipos, como que las personas negras son más sexuales y atractivas, más fuertes o mejor dotadas físicamente. También menciona a historiadores y médicos que han afirmado que las personas negras saben improvisar mejor, que los hombres negros tienen penes más grandes, que las personas negras, en general, son menos inteligentes. En este punto, también comenta que en la Biblia, la maldición de Cam explica la existencia de distintas razas y que el episodio se utiliza en la primera modernidad para justificar la trata de esclavos.
En el siglo XX, tras el Holocausto, el racismo biológico se erradica del pensamiento académico, pero sus efectos continúan presentes en muchos sectores de la sociedad. Se presentan datos científicos: en este milenio se ha descubierto que todos los humanos son 99,9% iguales genéticamente. Sin embargo, siguen existiendo teorías que conectan la biología con el comportamiento. El autor afirma que la raza es un “espejismo genético” (76). Los segregacionistas sostienen que ese 0,1% de diferencia es racial y que se ha incrementado, mientras que los asimilacionistas ni siquiera quieren considerar la raza como categoría relevante. Para Kendi, terminar con las categorías raciales es, potencialmente, el paso final del antirracismo, pero no el inicial.
Capítulo 5: Etnia
En octavo año, Kendi y sus compañeros se ríen mucho de los cuerpos de los demás, todos se burlan y son burlados. Recuerda las burlas hacia Kwame, un chico apuesto, popular y atlético, nacido en Ghana; las burlas están directamente conectadas con la esclavitud. Aunque entonces no lo ve, el autor explica que al reírse de otras personas negras de la diáspora se reaviva el horror de la trata de esclavos. Esta memoria le permite explayarse sobre el racismo étnico, que comienza en África con la esclavización, donde ciertos africanos eran considerados mejores esclavos, y se los clasificaba según su origen. Luego, el autor describe el crecimiento de la inmigración en los años noventa y presenta la narrativa de Gil, su amigo y vecino.
Gil y su familia provienen de Haití. Sus hijos son cercanos y cariñosos, pero los padres mantenían una cierta distancia con respecto a Kendi. Eso le recuerda a Kendi los estereotipos que muchas personas migrantes reproducen sobre los afroamericanos: creen que son haraganes, poco educados, groseros y hasta peligrosos. Los propios afroamericanos, en contrapartida, también tienen ideas estereotipadas sobre diversos grupos migrantes. En Estados Unidos se han categorizado, a su vez, a cinco pueblos originarios, o nativos americanos, como las “tribus civilizadas” (los cherokee, choctaw, creek, chickasaw y seminole). Al observar a los grupos étnicos, las personas y el pensamiento racista los racializan, creando así jerarquías de valor.
A su vez, el racismo étnico se hace evidente cuando se les pregunta a las personas negras de dónde son. Esto se debe a que la persona que hace la pregunta no puede creer que un negro y sus antepasados sean estadounidenses. Ante esa pregunta, el autor responde, en primer lugar, que es de Queens, Nueva York, y luego que su familia paterna es de Nueva York, y su familia materna, de Georgia.
Capítulo 6: Cuerpo
En este capítulo, Kendi recuerda a Smurf, un chico negro que solía tener comportamientos violentos. Kendi se lamenta por no haber defendido a las víctimas de Smurf en su momento. No hacer nada al respecto es una forma de ser cómplices. Gracias a esta memoria, el autor recorre el estereotipo de las personas negras como violentas y los cuerpos negros como más grandes, fuertes y amenazantes. Kendi reconoce que, indirectamente, sus padres le han transmitido estas ideas con sus advertencias sobre los ladrones, asesinos y vendedores de drogas negros de su barrio. Así, paradójicamente, afirma que “Tenía tanto miedo del cuerpo negro como miedo me tenía a mí el cuerpo blanco” (100).
Aunque no lleven armas, las personas negras en Estados Unidos pueden ser detenidas y enjuiciadas como si estuvieran armadas. Además, la policía tiene una tendencia marcada a matar personas negras. En diferentes momentos de la historia del país, estas formas del racismo se formalizaron en leyes; en otros no, pero siguen funcionando socialmente. De ese modo, se crea la idea racista de que las personas negras son predadores que viven en barrios peligrosos y tienen impulsos violentos radicales. La noción de que los jóvenes negros roban, asaltan, violan, asesinan, venden y consumen drogas, y forman pandillas armadas sirve para ignorar a los verdaderos predadores del país, “a los esclavistas blancos, a los linchadores, a los encarceladores en masa, a los agentes de policía, a los funcionarios corporativos, a los capitalistas de riesgo, a los banqueros, a los conductores borrados y a los halcones de guerra” (103).
Los escritores negros suelen dar un lugar central a la violencia en sus textos. El autor comprende los motivos, pero, aunque es más fácil recordar la violencia que la no violencia, repetir este tema en lo que se refiere a la población negra refuerza estereotipos y lleva a que las personas negras se piensen a sí mismas como violentas. La vida cotidiana de las personas afroamericanas no se ve representada correctamente por ese estereotipo. Las estadísticas demuestran que los barrios con más violencia y delincuencia son aquellos donde las tasas de desempleo son mayores, no importa cuál sea la raza de los individuos.
Para enfrentar la problemática, existen tres tipos de políticas: la segregacionista implica aumentar las penas y la presencia policial, y encarcelar masivamente a los negros considerados superpredadores; la perspectiva asimilacionista propone leyes estrictas y guías “amorosas” para evitar la delincuencia; la perspectiva antirracista propone aumentar las oportunidades de acceso a trabajos bien pagos. La conclusión es que no existen grupos raciales peligrosos, sino individuos peligrosos que pueden pertenecer a cualquier grupo racial, como Smurf.
Capítulo 7: Cultura
Kendi recuerda sus paseos por “the Ave” (117), la avenida principal de Southside Queens, durante la adolescencia. Se trata de un centro comercial que, en los noventa, expresaba toda la cultura negra joven: el hip hop, las vestimentas, los modos de hablar. Las personas blancas muchas veces ven las manifestaciones específicas de la cultura negra como amenazantes. Esto también ocurre con el ebonics, la lengua propia de los afroamericanos; los blancos la consideran un inglés roto, mal hablado. La cultura afroamericana, en general, se considera un desvío patológico de la cultura estándar; es decir, blanca. El antirracismo indica que no se deben jerarquizar las distintas culturas, que la diferencia cultural debe ser asumida sin crear estándares.
Un tiempo después, Kendi se muda con su familia a Manassas, Virgina. No logra entrar en el equipo de básquet y se preocupa porque no sabe cómo hacer amigos sin el deporte. Finalmente, expone sus propios conceptos de racismo cultural: como joven urbano criado en Nueva York, al principio desprecia la cultura de los jóvenes negros sureños. Ahora advierte que esas distinciones y jerarquizaciones son una forma de racismo cultural; lo mismo que hacen los europeos al juzgar a todo el mundo según los parámetros europeos. El antirracismo implica ver a todas las culturas en sus diferencias en el mismo nivel.
Análisis
En “Biología”, Kendi desmantela la creencia de que existen diferencias biológicas entre las razas. Curiosamente, aunque los datos científicos indiquen lo contrario, muchas personas siguen esforzándose por sostener que hay diferencias raciales genéticas y, por lo tanto, naturales. Este esfuerzo se entiende mejor cuando notamos que lo natural se presenta como inmutable. La jerarquía racial es conveniente para explicar por qué los blancos son más privilegiados y dueños de la mayor proporción de riquezas. En la misma línea, se construyen y sostienen los estereotipos sobre los grupos racializados. Por ejemplo, la idea de que las personas negras son menos intelectuales, racionales e inteligentes sirve para justificar que tengan peores rendimientos académicos y peores trabajos. Por el contrario, cuando advertimos que la raza es una construcción socio-cultural del poder vemos que las ideas y política raciales pueden ser transformadas.
En el capítulo siguiente, “Etnia”, Kendi presta especial atención a la diáspora africana; es decir, a las personas negras que viven afuera de África. Gracias a las memorias de Kwame, su compañero de la secundaria nacido en Ghana, expone y desarma el funcionamiento del racismo étnico, al que define como “Una poderosa colección de políticas racistas que conducen a la desigualdad entre los grupos étnicos racializados, y que están fundamentadas en ideas racistas sobre los grupos étnicos racializados“ (79). Muchas veces, los afroamericanos reproducen comportamientos y discursos del racismo étnico cuando creen que las sociedades africanas son menos desarrolladas, más pobres, más tribales. Lo mismo ocurre con respecto a las personas negras caribeñas.
En esta zona del ensayo, traza la historia de las clasificaciones étnicas de las distintas personas negras. Si, al iniciar la esclavización de personas africanas, los europeos crearon la idea de raza para homogeneizar a todas las personas negras, inmediatamente después, hicieron lo mismo con el racismo étnico al señalar las diferencias entre las personas de diferentes orígenes africanos. Usaron las diferencias étnicas para explicar que ciertos esclavos eran mejores que otros; por ejemplo, los congoleños eran preferidos por sus aptitudes físicas, y los angoleños eran despreciados como los peores esclavos (y los vendían por precios más bajos).
Al enfocarse en la corporalidad -cuestión que, en realidad, se extiende a lo largo de todo el libro-, en el capítulo 6 el autor destaca algunos estereotipos racistas sobre los cuerpos negros. Subraya las ideas racistas que sostienen que los cuerpos negros son más fuertes, más resistentes, más grandes, más violentos y peligrosos. Invadido por estas ideas, recuerda como, en la adolescencia, se sentía amenazado por sus compañeros negros; recuerda su miedo a que lo lastimen, su negativa a meterse en peleas, su sensación a ser distinto a esos otros chicos.
En ese momento confundía el comportamiento individual de algunos chicos negros con una característica propia de la negritud, cuestión que retoma y reafirma en el capítulo “Comportamiento”. Así, paradójicamente, sus ideas racistas se volvieron contra él mismo. Al mismo tiempo, recuerda que ese temor le impidió actuar para defender a víctimas de la violencia de chicos como Smurf y se arrepiente de ello. También reflexiona sobre el tema de la violencia como elemento recurrente en los textos de escritores negros y afirma que es necesario revertir esta tendencia: ver la violencia desde otros puntos de vista y también atender a los momentos no violentos de la vida cotidiana (que, en su caso, son la mayoría) para evitar reforzar los estereotipos racistas.
En los años noventa, la retórica racista en torno a los jóvenes negros los convitió en superpredadores, reforzando su supuesta tendencia natural a la violencia, la delincuencia y el crimen. Para el autor esto es tan incorrecto en términos fácticos como absurdo y racista en términos ideológicos, sobre todo considerando las violencias que históricamente han perpetrado las personas blancas en Estados Unidos.
Para dar sustento a sus afirmaciones, Kendi vuelve a aprovechar los recursos utilizados en los primeros capítulos de Cómo ser antirracista: menciona citas de autoridad, datos estadísticos, estudios gubernamentales y académicos, procesos y hechos históricos. La escritora Lonnae O'Neal ha escrito un artículo sobre Kendi y comenta que él demuestra que las tasas altas de crímenes violentos están directamente relacionadas con el desempleo y la pobreza, y que esto es cierto en todos los grupos raciales. Así, los crímenes violentos ejecutados por personas blancas en Estados Unidos tienen lugar en zonas rurales pobres, y los cometidos por personas negras suelen tener lugar en grandes concentraciones urbanas de bajos recursos. Si las comunidades blancas pobres tuvieran más integrantes, tendrían proporcionalmente más crímenes violentos (O'Neal, 2020).
En una entrevista, el propio autor afirma que alcanzó la mayoría de edad en los noventa y que en aquella década Estados Unidos había considerado a la juventud negra como problema. Los jóvenes negros fueron denigrados y envilecidos, convencidos de que eran demasiado violentos, de que no se merecían recibir una buena educación, de que tenían demasiados hijos de manera demasiado y por fuera del matrimonio. Así se les enseña a los negros desde jóvenes que, como grupo, son deficientes (2020). Los jóvenes negros no son solo víctimas de este discurso racista, sino que también lo consumen y reproducen, y eso es todavía más peligroso. El autor reconoce que son esas las ideas que ha sostenido en el discurso mencionado en la introducción, por lo tanto lo considera un discurso anti negro.
En "Cultura" Kendi sigue su propio principio y evita concentrarse únicamente en los aspectos negativos y los estereotipos difundidos sobre las personas negras. Así, se explaya en aspectos de la cultura negra urbana que ama y recuerda con cariño como componente central de su juventud. También observa los esfuerzos blancos por denigrar esas manifestaciones culturales, considerándolas menos valiosas o incluso patológicas. Resulta interesante observar cómo, al final del capítulo, el autor vuelve a adoptar una fuerte actitud introspectiva y autocrítica. Esto ocurre cuando relata que, al mudarse a Virginia, comenzó a pensar que las manifestaciones culturales de los jóvenes negros sureños eran inferiores:
Como negro norteño y urbano, menospreciaba las culturas de las personas negrasno urbanas, sobre todo las sureñas, de quienes ahora estaba rodeado. Medía su querida música go-go -que entonces era muy popular en D.C. y Virginia- en función de lo que to consideraba el estándar de referencia de la música negra, el hip-hop de Queens (...) Los chicos de Virginia no sabían cómo vestir. Odiaba su ebonics (121).
Al identificar estas actitudes, Kendi desarma su propio racismo cultural.