Carrie

Carrie Resumen y Análisis Primera parte: Deporte sangriento (Parte 2)

Resumen

El relato de cómo llovieron, en el año 66, piedras sobre la casa de Mrs. White se repone en el texto mediante la introducción de un fragmento de otro libro, Carrie: el negro amanecer de la Telequinesia, de Jack Gaver. En él, se recoge el testimonio de la vecina de Carrie White y su madre, que era en aquel momento tan solo una jovencita. Stella Horan recuerda con turbación a la familia White. Dice que el padre de Carrie siempre llevaba con él una Biblia y una pistola calibre 38, y que le causaba mucho temor verlo por la calle.

“Hay momentos en que me pregunto si no habré sido yo la causante de todo” (p.35), dice Stella Horan, y cuenta cómo la ya viuda Mrs. White se quejaba siempre ante la madre de Stella por la ropa indecorosa que usaba la joven para tomar sol en el patio trasero. Esto derivó en una gran pelea entre vecinas. La madre de Stella, cansada de los planteos de la señora White, un día llevó a casa un bikini y le dijo a su hija que lo usara para tomar sol sin problemas. La adolescente sabía que eso era una provocación para su escandalizada vecina, pero así lo hizo. Cuenta que, al despertarse de una siesta al sol, vio a la pequeña Carrie junto a ella, que la miraba y señalaba sus senos, que se habían salido del bikini. “Bultoscochinos” llamó la niña a los pechos de Stella, y corrió a casa. Sin embargo, Margaret White ya estaba fuera, y les gritó con todas sus fuerzas a Carrie y a las vecinas, y comenzó a lastimarse a sí misma, rasgar su vestido y aullar al cielo. Luego, se llevó a la niña dentro de la casa y solo se escucharon parcialmente gritos y plegarias.

Stella cuenta en su testimonio que ella y su madre tomaron té con leche y un poco de whisky para tranquilizarse, hasta que escucharon la primera roca de hielo. Luego otra y otra, todas estrellándose sobre la casa de Carrie y su madre. El hielo comenzó rápidamente a derretirse, debido a que el cielo estaba completamente despejado y era un día de calor. Las piedras no dañaron nada que estuviera fuera de la propiedad de Margaret White. Stella termina su testimonio con énfasis en el hecho de que, hasta ahora, que sucedió lo que sucedió, que ha muerto mucha gente y que el daño va mucho más allá la propiedad de los White, nadie le había creído realmente.

Carrie llega de la escuela a casa. Entra y observa detenidamente la decoración, el olor a talco, la oscuridad que reina en el hogar materno. En donde se mire hay iconografía religiosa, sobre todo cuadros enormes con representaciones que amedrentan al observador. Como protagonista, un enorme crucifijo hiperrealista de 1,20 m.

Los dolores menstruales aquejan a Carrie, al igual que el recuerdo de las piedras de hielo en la infancia, que parece haber estado bloqueado desde entonces, pero ahora vuelve a su memoria con lujo de detalle. Al encontrar un paño para su menstruación, el recuerdo de la humillación se convierte “en furor” (p.48). Comienza a pensar en todo lo que podría hacer para verse mejor: dietas para controlar la cintura gruesa y los granos, coser vestidos para verse más linda y estar más cómoda. Se desnuda, acaricia sus pezones y se estremece: “malo, perverso, sí que lo era” (p.49), piensa. Se mira al espejo, se odia. El espejo repentinamente se rompe.

Mientras tanto, en otro lugar de la ciudad, la popular Sue Snell termina de hacer el amor con Tommy Ross. Piensa en su propia vida: tiene todo lo que quiere. A pesar de esto, de repente se da cuenta “con repentina repugnancia que en todas las escuelas blancas suburbanas de Estados Unidos había una pareja como ellos” (p.53). Luego de hacer el amor otra vez, Tommy la invita formalmente al baile de primavera.

Carrie cose, en su casa, junto a su madre, un vestido color vino oscuro. “Eres una mujer” (p.61), le dijo su madre más temprano, al llegar del trabajo. Carrie le reclamó no haber sido informada sobre lo que sucedería con su cuerpo, pero la madre la golpeó en la mandíbula y comenzó a orar mientras la pateaba en el suelo. La arrastró hasta el pequeño altar donde oraban. “Ahora vete al armario” (p.64), le dijo, pero Carrie se rebeló. “¡PUTA! (...) ¡TE ACOSTASTE CON MI PADRE!” (p.65), gritó. La madre la encerró en el armario durante seis horas. Ahora, sosegada por fuera, pero hecha una furia por dentro, Carrie termina su vestido largo. Lo odia. Se le ocurre, por primera vez, y a pesar del castigo que acaba de sufrir en el armario más temprano, que su madre le teme.

El lunes, las muchachas se visten para la clase de gimnasia. Miss Desjardin entra repentinamente en el vestuario. Les comunica que el castigo por lo que hicieron con Carrie es una semana de arresto en el gimnasio. “Las voy a reventar” (p.72), las amenaza. Quien no asista tendrá terminantemente prohibido ir a la fiesta de primavera. Las quejas de las chicas son unánimes, pero Chris Hargensen se sobrepasa con la profesora, e intenta que las chicas se pongan en su contra. Sue Snell la hace callar. Nada de esto impide que, unos días después, el poderoso padre de Chris Hargensen asista a la escuela para hablar con Henry Grayle, el director. Intenta extorsionarlo con amenazas de juicios en contra de la escuela, Miss Desjardin y él mismo, pero Grayle se mantiene firme y responde que, en caso de ir a juicio, él se encargará personalmente de que Carrie White denuncie a su vez a sus compañeras por agresión verbal y física.

Análisis

Si bien la reflexión que Sue Snell hace, luego de hacer el amor con su novio, parece una banalidad con respecto a todo lo que se narra en esta parte del libro, cabe detenerse en ella, ya que contiene mucho de lo que Stephen King pretende incorporar en Carrie. En Danza macabra, el escritor se refiere a las películas de los años 50 y la representación que en ellas se hacía de la cultura estadounidense y, puntualmente, la vida de pueblo: “El escenario para la mayoría de estas películas [de los años 50] era algún pequeño pueblo de América: Nuestra Ciudad, un decorado con el que la audiencia se pudiera identificar bien… pero todas Nuestras Ciudades se parecían alarmantemente entre sí, como si un escuadrón eugenésico hubiera pasado por allí un día antes de que empezara el rodaje y se hubiera encargado de hacer desaparecer a todos aquellos que tuvieran un ceceo, alguna marca de nacimiento, cojera o barriga cervecera (…) ” (2006). La idea terrorífica de un escuadrón eugenésico que elimina lo monstruoso, lo diferente, en los pueblos estadounidenses materializa algo del horror que Sue Snell siente cuando comprende su propia ordinariez: se da cuenta “con repentina repugnancia que en todas las escuelas blancas suburbanas de Estados Unidos había una pareja como ellos” (p.53).

La adolescencia es uno de los temas primordiales de este texto. En él se aborda el momento en que estos jóvenes comienzan, como Sue Snell, a prefigurar un futuro posible, a la vez que cometen acciones infantiles y otras, desmedidas, sobre las cuales deberán responder como adultos (volveremos más adelante sobre esto último). Este futuro posible, en el caso de Sue, está signado por la sensación de homogeneización de la experiencia, fruto de las representaciones culturales de la juventud estadounidense. La popularidad de cada joven determina su lugar en la sociedad adulta. Para Sue, la idea de lo que iba a venir “hacía surgir desdichadas imágenes de cabellos con rizadores, de largas tardes ante la mesa de planchar mirando novelones televisados mientras el marido explotaba a otras infelices en una anónima oficina; de entrar en la Asociación de Padres y Profesores y más tarde, cuando sus ingresos tuviesen cinco cifras, en el Club de Campo” (p.53).

En lugar de representar solo esta realidad pasteurizada, King introduce en la realidad de la preparatoria el elemento monstruoso: Carrie White. La presencia de Carrie ha sacado lo peor de la popular y respetada Sue. Ella, finalmente, no es más que otra joven ordinaria, como Chris Hargensen, que se aprovecha de la debilidad de Carrie y le arroja compresas e insultos gratuitos solo por haber sangrado en las duchas. De aquí proviene el sentimiento de repulsión de Sue y, como veremos más adelante, la necesidad de reparar no solo el daño cometido contra la compañera sino su propia imagen ante el espejo.

El relato incrustado de Stella Horan a través de la cita bibliográfica de otro libro, apócrifo, aclara finalmente al lector la secuencia completa de la lluvia de piedras en el año 66. A pesar de que el foco del horror en King está mayoritariamente siempre puesto en estos puntos de presión fóbica social que encuentra en las realidades cotidianas de la cultura estadounidense, el elemento sobrenatural no le es ajeno. En el caso de Carrie, ambos elementos se unen. Por un lado, el punto de presión terrenal es claro: violencia doméstica, represión y rechazo de su comunidad. Por el otro, la reacción es paranormal: Carrie tiene, efectivamente, condiciones telequinéticas evidentes desde muy temprana edad. Si bien para Horan es inexplicable la lluvia de piedras sobre la casa de su vecina, para la señora White, como veremos más adelante, es claro que se trata de una acción de su diabólica hija.

Como es esperable, uno de los temas de esta novela de horror es el miedo. Lógicamente, la señora White le teme a su hija; Carrie, a los tres años, hace que enormes piedras de hielo destruyan la casa de ambas. Pero, al abordar King la narración desde las situaciones de terror cotidianas, como la violencia doméstica o el hostigamiento escolar, encontramos otro abordaje del miedo. En cierta manera, a Carrie se la hostiga porque se le teme. Hay un juego perverso en el hecho de llevar a la joven a su límite, una especie de adrenalina que hace del estallido una realidad tan previsible como, a la vez, perturbadora. “Las jóvenes se detuvieron al darse cuenta de que finalmente se había llegado a la fisión y la explosión” (p.15), dice el narrador en la escena de las duchas; “la observaban con ojos brillantes y solemnes” (p.16).

Más claro es este recurso en el ámbito doméstico. La madre de Carrie ha logrado en todos estos años mantener la fuerza sobrenatural de su hija a raya. Esto será más evidente con el correr de las páginas. Pero en este punto, sabemos que contiene a Carrie mediante la violencia verbal y física y la represión a través de la religión. Carrie es hostigada en la escuela por tener su primera menstruación sin saber qué le está pasando a su cuerpo. Es abofetada por su profesora y, por último, en casa, es acusada por su madre de haberse convertido en mujer. La violencia llega a su punto culmine en el ámbito del hogar. Mrs. White patea a su hija, la obliga a arrodillarse y rezar, a pedir por su alma pecadora. El tema de la adolescencia se vincula, entonces, con las condiciones en las que una joven llega a este momento de su vida y con los efectos que puede tener el rechazo y la violencia, tanto en el ámbito social público como en el doméstico. La falta de contención, tanto en la escuela como en su casa, hacen de Carrie en el texto una bomba a punto de estallar. El narrador, una y otra vez, retrata los dolores de cabeza de Carrie y sus ataques de ira interna (que devienen en poderes telequinéticos) como sucesiones de episodios de ansiedad fruto de la represión de las emociones y el acoso del mundo exterior.

Carrie "se hace mujer" desde la óptica de Mrs. White o Miss Desjardin, pero también sigue siendo una niña que busca el amor de su madre. Sabe que lo que sucedió no es su culpa: “¡Deberías haberme dicho! (...) No me lo dijiste y ellas se rieron” (pp.63-64), le grita. No es absolutamente inocente con respecto a lo que le pasó en las duchas; sabe que debería haber sido contenida en casa, informada sobre los cambios que podía experimentar en su cuerpo. Sin embargo, su reproche no es escuchado por Mrs. White, que la patea en el piso y la fuerza a rezar y a meterse en el armario en penitencia. La rebeldía de Carrie le resulta al lector un desenlace evidente: “Voy a volver a hacer que caigan las piedras, mamá” (p.63), dice en un manotazo de ahogado, como último recurso. Si no puede conseguir la comprensión de su único familiar, apela a su único poder: generar temor.