Las voces de los animales
El relato de cómo Tasirunchi, el amigo de las luciérnagas, comienza a escuchar las voces de estos animales se vuelve particularmente audible: "Una cascada de voces bajitas. Remolinos de voces, voces que se atropellan y se cruzan, voces que apenas se pueden oír. Escucha, escucha, hablador. Siempre es así, al principio. Como una confusión de voces. Después, ya se entiende" (p.50). Este pasaje muestra cómo Tasirunchi agudizó su oído y logró escuchar a las luciérnagas. Pero también las hace audibles para el lector. Las voces de los animales son especialmente significativas para los machiguengas, sobre todo porque, como dice el hablador posteriormente, todos los seres de la naturaleza "hablan", "Todos tienen algo que contar" (p.52). Luego, el hablador, gracias a la enseñanza de Tasurinchi, aprende a escuchar a los loros.
Los sonidos del bosque
Los sonidos del bosque son muy importantes, especialmente, como en este caso, para un cazador. El relato de su caza furtiva se vuelve particularmente audible. Los sonidos se hacen ostensibles gracias a las onomatopeyas, es decir, la imitación de los sonidos en vocablos. Por ejemplo, “troc” representa el sonido del venado abriendo las ramas y moviendo hojas. Este sonido además se compara con el de un tambor, lo que lo vuelve más audible: "Al poco rato, su fino oído troc troc de gran cazador percibió, a lo lejos, el tambor de las patas del venado en el bosque: troc troc troc" (p.76); "Troc, troc. Troc, troc. Los venados seguían llegando. Más y más, tantos, tantísimos. En los oídos de Tasurinchi, los tambores de sus pezuñas resonaban siempre. Troc troc" (p.77). La onomatopeya “shh”, por su parte, representa el chasqueo de la lengua del venado en el agua: "En vez de huir, se dispuso a beber. Alargando el pescuezo desde la orilla de la cocha, metiendo y sacando su hocico del agua, chasqueando su lengua, bebía shh shh. Shh, shh, contento (...). Contentos parecían los dos, tomando agua. Shh shh shh" (p.76).
Luz y oscuridad
El nombre de la aldea “Nueva luz” remite a una imagen positiva y prometedora. Está asociada a la idea de progreso en la que creen los Schneil y los otros miembros del Instituto Lingüístico de Verano. Sin embargo, en el relato, las sombras que rondan la aldea y la débil luz que la ilumina sugieren que los supuestos beneficios de estos establecimientos son inciertos. Las luces y las sombras funcionan como una metáfora de las perspectivas positivas y negativas que se ciernen sobre el futuro de la tribu machiguenga: "El cielo era un bosque de estrellas y una mancha de nubes ocultaba la luna, a la que sólo se presentía por un difuminado resplandor. En Nueva Luz habían encendido una fogata en una de las extremidades de la aldea, y, en su contorno, se insinuaban de pronto fugitivas siluetas" (p.68).
Los mosquitos y jejenes
Los mosquitos (o zancudos, o "zanzare" en italiano), y los jejenes aparecen insistentemente en esta novela cuando el narrador-escritor está exaltado con pensamientos acerca del hablador, ya sea en la selva peruana o, en el caso de los mosquitos, en la ciudad de Florencia. En algunos casos se trata de una imagen auditiva y, en otras, de una imagen táctil, como cuando el narrador siente las picaduras de estos insectos. Estas imágenes se asocian a las ideas que invaden y "agujerean" sus pensamientos.
Por ejemplo, en la selva amazónica, justo antes de que él inicie la charla sobre el hablador con los Schneil, comienza a sentir las picaduras de estos insectos: "Pese a las botas, había comenzado a sentir, en los tobillos y empeines, las picaduras de los jejenes" (p.68). Enseguida, cuando se refiere explícitamente a los habladores, el sonido de los jejenes se vuelve ensordecedor: "Hubo una larga pausa, en la que el chirriar de los invisibles insectos nocturnos pareció volverse ensordecedor" (p.68). También en medio de la conversación, la presencia de los insectos es perturbadora: "Además de los jejenes había muchos zancudos y teníamos que manotear todo el tiempo para alejarlos de nuestras caras" (p.69).
Cuando finalmente Edwin Schneil revela las características físicas del último hablador al que ha escuchado, el narrador-escritor está tan exaltado que apenas puede articular las palabras. La descripción de las picaduras de jejenes en este momento dejan en suspenso el tema de la conversación y aumentan de esa forma la tensión del relato: "En mis tobillos, los jejenes estaban haciendo estragos. Sentía sus lancetas y me parecía verlas, hundiéndose en la piel, que, ahora, se hincharía en pequeños abscesos de intolerable escozor: era el precio que tenía que pagar cada vez que venía a la selva. La Amazonía no había dejado de cobrármelo nunca" (p.72).
La misma situación se repite cuando Scheil aporta más información sobre el hablador. El narrador está anonadado por la similitud que encuentra entre este y su amigo Saúl y tiene dificultades para hablar. En los momentos del diálogo en los que le resulta difícil hablar, la narración se colma de detalles sobre las picaduras que siente. "Sentí, también, las picaduras de los zancudos en todas las partes descubiertas del cuerpo: la cara, el cuello, los brazos, las manos" (p.72).
Más adelante, una vez más, las picaduras de jejenes se asocian a los pensamientos que lo perturban y entorpecen su capacidad de hablar: "Todavía, como en sueños, creyendo estar muy atento a las lancetas de los jejenes y de los zancudos y al deseo de fumar, debo haber preguntado a Edwin Schneil, con un extraño dolor en las mandíbulas y en la lengua, como si las tuviera extenuadas de tanto usarlas, cuánto tiempo hacía que ocurrió aquello" (pp.72-73).
En Florencia, cuando el narrador-escritor abandona la escritura sobre el hablador, describe su habitación atestada de mosquitos. En este caso, la presencia de los insectos no está asocia a una dificultad para hablar, sino a la interrupción de la escritura: "Presiento que en cualquier momento se me acabará la tinta (las tiendas de la ciudad donde podría encontrar repuesto para mi lapicero están también en chiusura estivale, por supuesto). El calor es intolerable y el cuarto de la Pensión Alejandra hierve de mosquitos que zumban y revolotean alrededor de mi cabeza" (p.96). En ambos casos, cuando el narrador abandona la escritura o deja de hablar, las ideas sobre el hablador siguen perturbando sus pensamientos. En esos momentos la presencia de los insectos se hace más notoria.