La intervención occidental en las culturas indígenas
Este es uno de los temas centrales de la novela. Por un lado, la intervención occidental implica la alteración del medio en el que viven las tribus. Por otro lado, algunas formas de intervención intentan alterar las creencias y las costumbres de los nativos.
En la novela se muestran algunos de los factores que alteran el entorno en el que viven los machiguengas: la pesca con explosivos, los incendios premeditados que carbonizaban grandes extensiones de tierras, el exterminio de animales, en algunos casos, para comercializar sus cueros, como los de jaguares, lagartos, pumas y serpientes. El personaje Saúl Zuratas, quien defiende a los nativos, cree que lo que hacen los occidentales en la Amazonía es un “crimen” (p.9). Piensa que la mejor opción es no intervenir, que intentar “occidentalizarlos” solo sirve para explotarlos mejor, y que de esa forma terminarían convirtiéndose en “zombies, en las caricaturas de hombres que son los indígenas semi aculturados de las calles de Lima" (p.12).
Por su parte, el narrador evita tomar una posición sobre el asunto y deja planteados interrogantes acerca de cómo se debería actuar. Se pregunta si el resto del Perú debería desperdiciar las oportunidades agrícolas, ganaderas y comerciales de la Amazonía para que las tribus puedan seguir viviendo “en la Edad de Piedra”. Piensa que quizás haya que sacrificar esas formas de vida “primitivas” en pos del desarrollo y la industrialización.
El intento de alterar las creencias y costumbres machiguengas se muestra a través del trabajo de los misioneros y del Instituto Lingüistico de Verano. Los lingüistas pretenden traducir la Biblia al idioma machiguenga y lograr que los miembros de la tribu vivan asentados en aldeas, en vez de estar dispersos en la selva. Progresivamente están cumpliendo su objetivo. Muchos machiguengas viven en dos comunidades (Nueva Luz y Nuevo Mundo) en donde tienen escuelas bilingües y un cacique que pertenece a la Iglesia evangelista. Los que viven en estas aldeas conocen la idea de propiedad privada y el valor del dinero, se adaptan al comercio con otras partes de Perú y utilizan ropas occidentales.
El narrador se pregunta si estos cambios fueron beneficiosos para los machiguengas, como individuos y como pueblo, o si, como pensaba Saúl, “de «salvajes» libres y soberanos habían empezado a convertirse en «zombies», caricaturas de occidentales” (p.64).
La importancia de relatar historias
Este es uno de los temas centrales de la novela. Por un lado, su figura central, el hablador, es un contador de historias. Su rol es fundamental entre los miembros de una comunidad dispersa en la selva. Gracias a él, los machiguengas pueden recordar sus mitos y sus prohibiciones, pero también enterarse de nacimientos, muertes u otros sucesos de las familias que viven alejadas. Además, las historias del hablador mantienen viva la memoria del pueblo, para que no se repitan las desgracias del pasado, y les dan a los machiguengas un sentido de comunidad. A través de ellas, los miembros de la comunidad pueden ver que comparten tradiciones, creencias y ancestros comunes. Por lo tanto, relatar estas historias es fundamental para que los machiguengas mantengan su identidad y no desaparezcan como pueblo. Como afirma el narrador-escritor, los habladores “Son una prueba palpable de que contar historias puede ser algo más que una mera diversión (…). Algo primordial, algo de lo que depende la existencia misma de un pueblo” (p.37). Además, para los machiguengas la sabiduría se relaciona con escuchar y contar historias. Como dice el hablador: "Algunas cosas saben su historia y las historias de las demás; otras, sólo la suya. El que sabe todas las historias tendrá la sabiduría, sin duda" (p.52).
Por otra parte, el narrador-escritor también es un contador de historias; un novelista. Además, su necesidad de contar historias es uno de los motivos por los que decide trabajar en un programa de televisión. Su propósito es dar un contenido cultural al alcance de todos, sobre todo después de que, durante los doce años de dictadura militar previos, los programas habían sido vaciados de contenido, "habían tocado fondo en lo que concierne a estupidez y vulgaridad" (p.57). Finalmente, la televisión sirve como medio de diversión, pero también permite mantener viva la memoria de una sociedad. Para ambos, para el narrador-escritor y para el hablador, contar historias es una forma de transmitir conocimientos, y esto resulta vital para las sociedades a las que pertenecen.
La importancia de escuchar
En esta novela, la capacidad de escuchar se asocia con la sabiduría. Saber escuchar le permite al hablador aprender nuevas historias, y eso lo transformó en hablador: “Me volví hablador después de ser eso que son ustedes en este momento. Escuchadores. Eso era yo: escuchador” (p.82), dice. Además, la sabiduría de las personas puede medirse por su capacidad de escuchar y aprender historias: “Algunas cosas saben su historia y las historias de las demás; otras, sólo la suya. El que sabe todas las historias tendrá la sabiduría, sin duda” (p.52). El hablador aprende a escuchar más profundamente gracias al seripigari, el amigo de las luciérnagas. Él le enseña que todos los animales y las cosas hablan, y que para escucharlos es necesario tener paciencia y prestar atención. El hablador, siguiendo su ejemplo, pronto logra escuchar seres de la naturaleza y aumenta su sabiduría.
La discriminación
La discriminación es uno de los temas centrales en esta obra. Por un lado, vemos la discriminación hacia Saúl Zuratas. Muchas personas son insolentes y agresivas con él a causa de una particularidad física: un lunar que le cubre la mitad derecha de su rostro. Lo vemos, por ejemplo, en el incidente del billar, donde un borracho lo agrede verbalmente, tratándolo de animal y de monstruo: "¡Puta, qué monstruo! ¿De qué zoológico te escapaste, oye?" (p.6). En el mismo sentido, cuando el narrador describe a un niño con una deformidad en el rostro, se refiere a su defecto diciendo que "le daba un aire de fiera misteriosa" (p.4).
Pero, además, podemos ver otras formas de discriminación, como, por ejemplo, la de la comunidad judía hacia la mamá de Saúl: "la comunidad no la aceptaba no tanto por ser una goie como por ser una criollita de Talara, una mujer sencilla, sin educación, que apenas sabía leer" (p.5), así como la discriminación de muchos pueblos hacia el pueblo judío, que los obligaba a escaparse u ocultarse: "De todos los sitios donde acampaban venían a expulsarlos(...). De todas las maldades y desgracias los acusaban" (p.86).
Dentro de la cultura machiguenga también existe la discriminación, y se practica de una forma extrema y cruel: los niños y niñas nacidos con deformidades son asesinados. Sin embargo, la tribu es absolutamente tolerante con quienes tienen deformidades a causa de accidentes o enfermedades que sufren en etapas posteriores de la vida. A su vez, los machiguengas son discriminados en la sociedad peruana; generalmente no se respetan ni valoran sus formas de vida y, por diferentes medios, se los obliga a adoptar formas de vida ajenas.
La rabia vs. la serenidad
Este tema se presenta con frecuencia en los relatos machiguengas. En el inicio, Saúl Zuratas, ante el enojo del narrador con un hombre que se burla de él por su lunar, le regala un “hueso mágico” y le da una carta en la que explica que ese símbolo representa el orden que reina en el mundo: “El que se deja ganar por la rabia tuerce esas líneas y ellas, torcidas, ya no pueden sostener la tierra” (p.7). Saúl comenta que el enojo de alguien puede hacer que desborde un río; un asesinato puede provocar que un rayo queme una aldea. Tener rabia provoca catástrofes en la naturaleza. “Había que contener todo arrebato pasional pues hay una correspondencia fatídica entre el espíritu del hombre y los de la Naturaleza y cualquier trastorno violento en aquél acarrea alguna catástrofe en ésta” (p.7).
Como se ve, en la mitología machiguenga la rabia está asociada al desorden del mundo. Es el sentimiento del que han nacido los seres más malvados: “Kientibakori rabiaba. Tanta rabia tenía que los seres que iba soplando salían, como los daños y las alimañas, más impuros, más malvados” (p.84). Lo importante para los machiguengas es estar serenos y no impacientarse: “«(...) Si el hombre vive tranquilo, sin impacientarse, tiene tiempo de reflexionar y de recordar», diciendo. Así encontrará su destino, tal vez. Vivirá contento, quizás.” (p.75). Para no perder la serenidad hay que comer lo debido y respetar las tradiciones. De esta manera, las personas cumplen con su destino y su obligación. Así evitan la confusión en sus vidas y las dudas sobre qué hacer o a dónde ir: “Si se impacienta, adelantándose al tiempo, el mundo se enturbia, parece” (p.75).
El destino
El cumplimiento del destino aparece ligado en esta obra a conservar el orden del mundo, evitar las desgracias y llevar bienestar a las personas. El destino del pueblo machiguenga es andar para que el sol no se caiga. Esa es su obligación. Cuando no la cumplen ocurren las desgracias: “Y, recuérdense, el día que dejen de andar, se irán del todo. Trayéndose abajo al sol” (p.16). Andar es ayudar al sol a que siga calentando el mundo, y trae felicidad: “Vivimos, andamos. Eso es la felicidad, parece” (p.17).
Hay momentos en los que los machiguengas se olvidan de su responsabilidad. Por ejemplo, cuando un diablillo los convence de que deben ayudar a la luna en vez de al sol, los machiguengas comienzan a cambiar sus costumbres, haciendo de día lo que antes hacían de noche. Esto provoca una catástrofe: casi todos los hombres se convierten en animales. Para no desaparecer, los machiguengas retoman su forma de vida tradicional. Su costumbre de andar está asociada también a las ocupaciones de sus tierras por parte de los mashcos y viracochas y a las invasiones que sufrieron a lo largo de la historia. Los machiguengas creen que estas circunstancias son positivas, porque los obligan a cumplir su deber: “¿No somos los que andan? Habrá que agradecer a los mashcos y a los punarunas, entonces. También a los viracochas. ¿Invaden los sitios donde vivimos? Nos obligan a cumplir nuestra obligación. Sin ellos nos corromperíamos. El sol se caería, tal vez” (pp.54-55).
Cuando el hablador descubre su destino, lo considera como un segundo nacimiento y cree que es lo mejor que le sucedió en la vida. El hablador se preocupa por la impresión que puede causar su aspecto, pero los machiguengas le explican que lo importante son las acciones de las personas: “Si andan, cumpliendo con su destino, importa(…). Importa si son capaces de andar, para que el sol no se caiga. Para que el mundo esté en orden, pues” (p.82).
La muerte
A través de esta novela podemos ver que los machiguengas conciben la muerte de manera muy distinta a como se lo hace en occidente. Ellos creen que las almas de los que mueren vuelven y hacen más fuertes a otros integrantes de la tribu. De esta manera, la tribu se fortalece con cada muerte. “La muerte no era la muerte. Era irse y regresar. En lugar de debilitarlos, los robustecía, sumando a los que se quedaban la sabiduría y la fuerza de los idos” (p.16). Por otro lado, las muertes voluntarias son muy frecuentes entre los machiguengas. Ellos se quitan la vida por motivos, a nuestros ojos, fútiles, como fallar una flecha. Además, ante una mínima enfermedad, como el catarro, se dejan morir. Se niegan a tomar medicina o hacer cualquier intento por curarse: “Para qué, si de todas maneras hemos de irnos” (p.33). Por último, para los machiguengas, ciertas formas de morir implican irse y no volver. Por ejemplo, morir de un escopetazo. En esos casos, quien muere se queda flotando en el río Kamabiría para siempre.