El hombre de arena

El hombre de arena El hombre de la arena y la literatura fantástica

A mediados del siglo XX, el crítico estructuralista Tzvetan Todorov ofreció una de las definiciones más difundidas de lo fantástico como subgénero literario. Para él, lo fantástico alude a un subconjunto de obras clasificadas dentro de los géneros de la fantasía o el terror que fueron escritas mayoritariamente entre los siglos XIX y XX. Estas obras heredaron varios de los temas y procedimientos de géneros anteriores, como la literatura gótica inglesa de fines del siglo XVIII, los relatos populares y los cuentos de hadas medievales.

En las obras fantásticas, los elementos sobrenaturales se presentan de manera ambigua, de modo que el lector no pueda estar seguro de atribuirlos a sucesos verdaderamente sobrenaturales o mágicos -en cuyo caso, la historia se considera maravillosa- o a acontecimientos naturales, pero poco probables o inusuales -en cuyo caso la historia se mueve hacia lo extraño-. Lo fantástico se mantiene, de este modo, siempre y cuando el lector tenga elementos para que su comprensión de la historia oscile entre ambos extremos. Una historia fantástica, por lo tanto, es aquella que sostiene esta ambigüedad durante gran parte de su trama o, como en el caso que nos compete, hasta el final de la misma.

Hoffmann fue un gran pionero de la literatura fantástica, y “El hombre de la arena” se ha transformado en un ejemplo paradigmático del género debido a la ambivalencia de sentido que arrastra hasta en sus últimas líneas. La trama, entonces, se abre a dos explicaciones viables y ofrece distintas pruebas que permiten justificarlas.

Por un lado, podemos asumir que Nathanael es un hombre consumido por la locura y el miedo obsesivo, consecuencias de la tragedia que atravesó su familia cuando él era pequeño. Bajo esta lectura, las siniestras imágenes que lo perturban desde niño, como los rostros mutilados en el estudio de su padre o los ojos centelleantes que lo miran desde las gafas de Coppola no son más que alucinaciones de su psique atormentada.

Por otro lado, podemos aceptar la versión de Nathanael en la que el hombre de la arena, una demoníaca entidad, lo acecha desde que él era pequeño, cuando se introdujo en la casa de su familia bajo el disfraz del abogado Coppelius. Luego, en sus tiempos de universitario, vuelve a hacerlo encarnando a Coppola, el vendedor de barómetros. Este personaje maligno busca asesinarlo o robarle los ojos, para continuar con sus experimentos monstruosos, en los que intenta darle vida a diversos autómatas, como Olimpia. En esta línea de interpretación, el catalejo que Nathanael le compra puede considerarse un artefacto maligno, cuya función es arrastrarlo a la fatalidad.

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