Resumen
Nathanael a Lothar
Nathanael le escribe a Lothar para contarle en detalle un evento traumático que ha atravesado en su infancia y recuerda ahora debido a una interacción que tuvo con un vendedor de barómetros llamado Coppola. Él sabe que Lothar y Clara pueden llegar a considerarlo infantil o supersticioso, pero necesita contar su historia.
Nathanael tuvo una infancia feliz, pero, a veces, sucedía que en el clima familiar se volvía lúgubre: su padre se quedaba en silencio y su madre, melancólica, los mandaba a dormir con la excusa de que el hombre de la arena estaba por llegar a la casa. Un día, Nathanael le preguntó a una mujer que trabajaba en la casa a quién se refería su madre. Ella le explicó que se trataba de un ser diabólico que arrojaba arena a los ojos de los niños hasta sacárselos, para luego llevarlos a su casa, en la luna, para que los devoraran sus hijos.
La imagen de este ser maligno quedó durante años en la mente de Nathanael, quien comenzó a pasar las noches en vela, escuchando pasos en la casa y violentos portazos en el estudio de su padre. Una noche, advirtió el típico clima lúgubre que solía anticipar la llegada del hombre de la arena, por lo que decidió esconderse tras las cortinas del estudio de su padre para espiar. Eventualmente, su padre entró acompañado de Coppelius, el siniestro abogado de la familia. Coppelius tenía un aspecto diabólico y horrible, y era común que, en sus visitas, perturbara deliberadamente a él y a sus hermanos. Evidentemente, era el hombre de la arena.
Coppelius y su padre se cubrieron con batas y abrieron un armario empotrado que tenía un fogón en su interior. Luego, empezaron a hacer experimentos con extraños artefactos. Nathanael reparó en su padre y notó que sus bellas facciones habían adquirido un aspecto horrible, similar al de Coppelius. Mientras continuaban en sus ruidosas tareas, con tenazas al rojo vivo y un martillo, Nathanael creyó ver en el lugar “rostros humanos, pero sin ojos… con unas cavidades negras, espantosas y profundas en su lugar” (23). Eventualmente, Coppelius exigió un par de ojos y Nathanael, asustado, gritó de tal modo que lo descubrieron. Coppelius lo atrapó y amenazó con sacarle los ojos, pero su padre suplicó que no lo hiciera y Coppelius comenzó a retorcerle los brazos y piernas, casi al punto de dislocárselos, hasta que Nathanael, horrorizado, se desmayó.
Al despertar, Coppelius ya se había ido de la ciudad y todo parecía tranquilizarse. Sin embargo, un año después volvió a la casa. Le prometieron que sería la última visita, pero su padre murió en una explosión mientras realizaban experimentos en el estudio. Cuando Nathanael vio el cadáver, este tenía la cara carbonizada. Nadie volvió a saber nada de Coppelius.
Ahora, años después, Nathanael está seguro de que el vendedor Coppola es, en realidad, Coppelius, y está decidido a vengar a su padre. Le pide a Lothar, su amigo, que no le diga nada de esto a Clara, ya que no desea asustarla.
Clara a Nathanael
Clara le escribe a Nathanael para informarle que le dirigió la carta a ella, por error, en lugar de a su hermano, Lothar. Al leerla, pasó por un momento de gran preocupación, pero luego conversó con Lothar y él la terminó convenciendo de que no hay nada de qué preocuparse. Lothar cree que el padre de Nathanael y Coppelius se juntaban a practicar alquimia, lo cual explica las reuniones nocturnas y la explosión que causó la muerte de su padre. Esto también explica la insatisfacción que producían las visitas de Coppelius en su madre, ya que la alquimia es una actividad costosa. Clara anima a Nathanael a olvidar a Coppelius y a Coppola, con la certeza de que el mal solo tiene poder sobre nosotros si “creeremos en él y le dejaremos el sitio que precisa para llevar a cabo su obra secreta” (28) en nuestro interior.
Nathanael a Lothar
Nathanael vuelve a escribirle a Lothar para expresar su molestia por el hecho de que Clara haya leído su carta, aunque se culpa a sí mismo por ello. Luego le pide a su cuñado que deje de sermonearla con sus pensamientos filosóficos, ya que es obvio que Clara le escribió influenciada por él. Así y todo, reconoce que Coppola y Coppelius no son la misma persona: un profesor de la universidad, Spalanzani, le ha dicho que conoce a Coppola desde hace años y que es un mecánico piamontés, cuando Coppelius era alemán. Aunque no está del todo tranquilo aún, al menos Coppola ya se ha ido de la ciudad.
Nathanael termina su carta mencionando que en la casa de Spalanzani vio a una extraña mujer, que resulta ser la hija del profesor. Se llama Olimpia y el hombre “la tiene encerrada de forma siniestra y malvada, para que absolutamente nadie pueda acercarse a ella” (31). Es hermosa, pero parece desprovista de vida, como si estuviera dormida con los ojos abiertos. Quizá sea retrasada, se pregunta. Tras ello, le manda sus mejores deseos para Clara, a quien promete escribir más tarde.
Análisis
Suele afirmarse que Hoffmann es uno de los mayores exponentes del romanticismo alemán, y el que más ha incursionado en el género de la narrativa gótica. “El hombre de la arena” es uno de los cuentos que se utilizan para ilustrar esta afirmación.
El romanticismo es un movimiento cultural y de gran impronta literaria que surge en Europa a fines del siglo XVIII como reacción, de carácter vanguardista, a la Ilustración y el neoclasicismo, corrientes intelectuales y culturales que concibieron al conocimiento y la razón como las principales vías para el progreso y la evolución de la humanidad. El romanticismo se distancia del espíritu racional y universalista de estos movimientos y le confiere, por ende, una importancia central a los sentimientos y a la libertad expresiva del individuo.
En la literatura, el romanticismo se opone al interés ilustrado por lo verdadero, lo bello y las formas perfectas, con la idea de que otros conceptos, como el miedo, la locura y el mal también eran dignos de valor estético. Por eso, el romanticismo explora a fondo la narrativa gótica, género relacionado al terror que tiene a Hoffmann como una de sus figuras predominantes. De este modo, cabe mencionar que elementos centrales en “El hombre de la arena”, como las pasiones violentas, la figura del artista atormentado, el doble fantasmagórico, así como el intercambio epistolar como materia narrativa, entre otros, no son elementos específicos de este cuento, sino algo común en la narrativa gótica en particular y romántica en general.
“El hombre de la arena”, entonces, nos sumerge inmediatamente en una historia contada por sus propios protagonistas a través de cartas, sin la mediación de un narrador externo capaz de desambiguar ciertos sentidos del texto. Los lectores nos enteramos de los acontecimientos a partir de las interacciones entre Nathanael, Clara y Lothar, y rápidamente nos vemos obligados a tomar postura respecto a la historia contada por el protagonista: o creemos que, efectivamente, una suerte de monstruo o demonio acosa a Nathanael desde pequeño o, por el contrario, tomamos una postura más cercana a la de Clara y asumimos que la única oscuridad que lo acecha es la que él mismo engendra en su interior; posiblemente, la locura.
El hombre de la arena es un personaje muy difundido en las leyendas y cuentos populares de muchos pueblos de Europa. En algunas de estas historias, este ser mítico se presenta para tirarles arena en los ojos a los niños que no quieren dormir. En otras, lo que hace es tirarle arena mágica a las personas dormidas con el objetivo de hacerlas soñar. Pero en pocos relatos el hombre de la arena posee rasgos negativos; por el contrario, generalmente es considerado un ser bondadoso y amable. Algunos críticos sostienen que Hoffmann asoció oportunamente la figura del hombre de la arena con otro más siniestro y conocido, el coco, que suele representarse como un hombre comeniños, completamente vestido de negro y malvado.
El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, toma de referencia este cuento para el desarrollo del concepto de lo siniestro u ominoso en su ensayo “Lo siniestro”. Al realizar un análisis etimológico de ‘lo siniestro’ (en alemán, la lengua del autor, unheimlich), Freud descubre que, en su origen, el significado de este concepto encierra cierta ambigüedad, ya que alude tanto a aquello extraño, que no es familiar, como a aquello que, estando dentro de casa, nunca debería haber salido a la luz. En palabras del autor, “lo siniestro sería aquella suerte de espantoso que afecta las cosas conocidas y familiares”. Tras definirlo, se propone la tarea de ver “cómo ello es posible y bajo qué condiciones las cosas familiares pueden tornarse siniestras, espantosas” (2012: 5).
Para Freud, esta noción de lo siniestro se presenta, en “El hombre de la arena”, íntimamente ligada a la infancia del protagonista. Lo siniestro aparece en el temor que infunde el hombre de la arena en Nathanael a través de una historia que le llega por boca de su madre y la mujer que trabaja en la casa. Luego, este temor se encarna en el siniestro Coppelius, el abogado de la familia que amenaza con sacarle los ojos cuando lo encuentra espiando y luego parece estar involucrado en la muerte de su padre. El ámbito familiar, como vemos, se vuelve siniestro, espantoso.
Como veremos en las próximas secciones, el trauma de los primeros años -provocado por la presencia siniestra de Coppelius y la inexplicable muerte del padre- se actualiza en la adultez de Nathanael. El miedo a la pérdida de los ojos, los propios o los de la persona amada; el terror ante el fuego, ese que carbonizó el rostro de su padre; y el amor infantil hacia Olimpia, esa “marionetita linda” (50), como grita Nathanael cuando enloquece, son los modos en los que el miedo infantil se proyecta hasta la edad madura. Sin embargo, ni Clara ni Lothar verán en estos temores más que un delirio fantasioso e infantil. Esta doble mirada, la racional y adulta, y la irracional e infantil, se mantendrá en tensión a lo largo de todo el relato.
En el apartado “El hombre de la arena y la literatura fantástica”, desarrollamos la definición del género fantástico que propone el Tzvetan Todorov. El cuento fantástico, según el crítico estructuralista, se caracteriza por una constante vacilación entre una explicación natural y otra sobrenatural de los acontecimientos: mientras que lo natural se vincula con lo cotidiano y es verificable a través de la razón, lo sobrenatural se relaciona con lo maravilloso, lo mágico e inexistente. Con la definición de Todorov en mente, las miradas antagónicas que encarnan Nathanael y Clara no hacen más que alimentar esa ambigüedad de sentido que hace de “El hombre de la arena” un ejemplo paradigmático del género.
Otro elemento común de la tradición fantástica, que podemos encontrar en esta primera parte, es la presencia del doble, un tropo cuya aparición se remonta tanto a los antiguos relatos populares y maravillosos como a las leyendas medievales europeas, y que fue de gran popularidad con la desarrollo del romanticismo en la literatura. Aquí, esta figura se manifiesta en la presencia de Coppelius y Coppola, siniestras encarnaciones del legendario hombre de la arena y, a su vez, dobles antagonistas del bondadoso padre de Nathanael, quien comienza a verse afectado por la presencia de Coppelius: “Cuando mi anciano padre se inclinó sobre el fuego, su aspecto cambió por completo. Un dolor cruel y compulsivo parecía haber convertido sus rasgos dulces y nobles en una fea y repugnante imagen diabólica. Se parecía a Coppelius” (23).