"El hombre de la arena me había puesto en la senda de lo maravilloso, de la aventura, que con tanta facilidad anida en el ánimo infantil. Nada me gustaba más que leer o escuchar repugnantes historias de duendes, brujas, enanos y demás; pero, por encima de todas, estaba siempre el hombre de la arena, al que yo dibujaba por doquier, con las formas más repelentes, en mesas, armarios y paredes".
Este pasaje describe los años de infancia de Nathanael, antes del terrible encuentro con Coppelius que desembocó en la trágica muerte de su padre. En este fragmento, la historia avanza desde la infancia más temprana de Nathanael hasta su adolescencia, un periodo en el que la presencia diabólica del hombre de la arena no solo lo acompaña, sino que parece acrecentarse. Dos cuestiones son importantes en este pasaje: en un principio, se anticipa cierta inclinación artística de Nathanael que luego veremos repetirse, por ejemplo, en el poema que le relata a Clara. Pero, además, es posible preguntarse si el interés del niño hacia el hombre de la arena es producto de una típica imaginación infantil inflamada, o si ya se encuentra dando indicios de una personalidad peligrosamente obsesiva.
“¡Hay algo que no cuadra! ¡Está bien como estaba...! ¡El viejo sabía lo que hacía!”
Esta cita pertenece a la escena en la que Coppelius retuerce las extremidades de Nathanael como si fuera un muñeco, e ilustra el disgusto de este siniestro personaje ante el hecho de que Dios pueda crear una criatura viviente mejor que él. La crítica ha señalado que Hoffmann posiblemente se haya inspirado en el Fausto del escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe, donde Mefistófeles, el diablo, refiere a Dios de la misma manera: el viejo. De este modo, la caracterización de Coppelius como un ser demoníaco se refuerza, más allá de su aspecto monstruoso y su cercanía al fuego, mediante las cosas que dice. La creación de la vida, parece sugerir la historia, debe dejarse en manos de Dios.
“Si existe un oscuro poder que, tan nocivo y traicionero, tienda en nuestro interior un hilo al que nos ate luego para arrastrarnos por un peligroso camino de perdición que, de lo contrario, no habríamos pisado jamás... si existe una fuerza tal, entonces tiene que formarse en nosotros, igual que nosotros mismos, sí, tiene que ser nuestro propio yo; pues sólo así creeremos en él y le dejaremos el sitio que precisa para llevar a cabo esa obra secreta. Si tenemos un ánimo firme, fortalecido por una vida alegre, suficiente para reconocer siempre como tal el influjo hostil y ajeno y recorrer con paso tranquilo el camino al que nos han empujado en nuestra vocación y nuestra profesión, de seguro que ese horrible poder perecerá en la vana lucha por la forma que debía mostrar nuestra imagen en el espejo”.
Este pasaje es retórica y conceptualmente complejo, lo que demuestra la capacidad y elocuencia de Clara para formular y comunicar pensamientos elaborados; algo que Nathanael no agradece debido a su condición de mujer. La cita gira en torno a la idea del mal como algo infundado en la interioridad del espíritu y la psiquis de las personas y, por lo tanto, como algo contra lo que sólo puede luchar uno mismo, fortaleciendo su voluntad y llevando una vida de rectitud y alegría. En este punto, las palabras de Clara dejan traslucir un rico y profundo sistema ético, que tiende hacia el fortalecimiento del propio comportamiento, el cuidado de la mente y del espíritu. En una vida virtuosa, transmiten sus palabras, el mal no encuentra dónde arraigar.
“Y tú tratarías de describir la imagen de tu interior con los colores, las sombras y las luces más ardientes, y te costaría encontrar palabras simplemente para empezar. Y sentirías como si tuvieras que condensar a la perfección, ya en la primera palabra, todo lo fantástico, maravilloso, terrible, divertido y espantoso que te ha sucedido, a fin de que lo contuviera todo como una descarga eléctrica. Pero cada palabra, todo lo que cabe en una conversación, te parecería incoloro, gélido y muerto. Buscas y buscas, y tartamudeas y balbuceas, y las sobrias preguntas de tus amigos te golpean como una ráfaga de viento en tus brasas interiores que quieren apagarse. ¡Pero, si tú, cual audaz pintor, hubieras esbozado antes el contorno de tu imagen interior con algunos osados trazos, te costaría poco aplicar los colores, cada vez más ardientes, y el vivo barullo de esas variadas figuras!”
Este pasaje pertenece al primer párrafo luego del intercambio de cartas con el que comienza la historia. Ahora, la palabra la toma un narrador anónimo, que comienza a extenderse acerca de la tarea de narrar una historia, antes de contarnos el trágico final de Nathanael. Pareciera, en este punto, como si el propio Hoffmann nos estuviera hablando, aquí, acerca de un tema por demás cercano a su tarea como escritor, ofreciendo un consejo útil para todo aquel que se embarque en el arte de la escritura. Para este narrador, en lugar de poner un énfasis en el detalle excesivo, desde el propio inicio de la historia, es mejor comenzar con un esbozo general del relato, a la manera del bosquejo de un pintor. De esta manera, luego puede uno completar el resto con su estilo y las imágenes ‘cada vez más ardientes’ que terminarán por atrapar al lector.
“En absoluto podría Clara pasar por hermosa; eso decían los que, por cuestión de su oficio, entienden de belleza. Nos obstante, los arquitectos elogiaban las puras proporciones de su talle, los pintores encontraban nuca, hombros y pechos formados casi con demasiada castidad, pero en cambio todos se enamoraban de sus maravillosos cabellos de Magdalena y deliraban en exceso sobre su colorido propio de Battoni".
Esta cita presupone que hay autoridades en asuntos de la belleza con la potestad de decidir objetivamente qué es bello y qué no, en virtud de un análisis pormenorizado de las distintas partes del cuerpo femenino. El pasaje refuerza una visión misógina de la mujer, entendida como un objeto dispuesto al análisis de la mirada masculina -y luego, por supuesto, al placer masculino-. La objetivación se vuelve evidente al mencionarse a los ‘profesionales’ que entienden de belleza; esos artistas y arquitectos que deshumanizan el cuerpo femenino al tomarlo como una obra de arte en lugar de una persona. Como vemos, Olimpia no es la única en ser tomada por un muñeco por los otros hombres de esta historia.
“—¡Queridos amigos! ¿Cómo suponéis que voy a tomar vuestras difuminadas sombras por figuras de verdad, con vida y movimiento?”
Este fragmento lo pronuncia el narrador mientras describe a Clara. Para él, la “viva mirada y aquella sonrisa delicada e irónica” (34) que posee la joven parece transmitir el comentario citado. Su descripción se orienta a caracterizarla como una mujer inteligente y excesivamente racional, al punto en que las personas fantasiosas o en exceso imaginativas la tienen difícil a la hora de enfrentarse en diálogo con ella. Sin decirlo, el pasaje nos permite entablar un contraste con la personalidad de Nathanael, quien se muestra excesivamente fantasioso desde pequeño. Más adelante, veremos que son estas características las que terminan dificultando el amor entre ellos.
“Al final se le ocurrió la idea de convertir en objeto de un poema aquella sombría premonición de que Coppelius iba a perturbar la dicha de su amor. Se representó a sí mismo y a Clara, unidos en un fiel amor, pero de vez en cuando era como si un puño negro entrara en su vida y les arrebatara la alegría. Finalmente, cuando se encuentra ya ante el altar, el horrible Coppelius aparece y toca los dulces ojos de Clara, que saltan sobre el pecho de Nathanael como chispas ensangrentadas, abrasando y ardiendo”.
El narrador describe un poema que Nathanael le redacta y lee a Clara. Este poema está plagado de imágenes oscuras, oníricas, que tanto sugieren la paranoia que atraviesa Nathanael, como el deseo sincero y el amor que siente por su amada: Nathanael está atormentado por la idea de que Coppelius destruya, al igual que lo hizo con su familia hace años, su relación con Clara y, tal como vimos en citas anteriores, siente el intenso deseo de encontrar el modo idóneo de comunicar sus emociones. Los acontecimientos del poema terminan por cumplirse, aunque de un modo distinto: Coppelius, bajo la investidura de Coppola, destruye la relación de Nathanael, e incluso a Nathanael mismo, al ayudar en la construcción de Olimpia.
“Nos resulta, ¡no lo tomes a mal, hermano!, extrañamente rígida y sin alma. Su talle es regular, igual que su rostro, ¡es cierto...! Podría pasar por hermosa si su mirada no careciera de un rayo de vida, quiero decir, de vista. Su paso es extrañamente comedido, cada movimiento parece debido al movimiento de un mecanismo de engranaje”.
Nuevamente, con esta cita nos encontramos ante una mirada masculina que toma el cuerpo de una mujer como objeto de análisis y valoración. Este pasaje se produce mientras Siegmund aconseja a Nathanael acerca de lo inconveniente de su relación con Olimpia, a quien el resto de las personas de sociedad considera bella, pero carente de humanidad. Este fragmento resulta enormemente significativo respecto al modo en que se resuelve la situación con Olimpia, quien es, de hecho, un autómata, por lo que sus movimientos efectivamente se deben a ‘un mecanismo de engranaje’. El hecho de que todos se hayan dado cuenta de esto menos Nathanael, quien se considera más inteligente que el resto, resulta particularmente irónico.
“Tampoco había tenido nunca una oyente tan maravillosa. No bordaba ni hacía calceta, no miraba por la ventana, no daba de comer a ningún pájaro, no jugaba con ningún perrito faldero ni con su gato favorito, no retorcía con la mano ningún pedacito de papel ni ninguna otra cosa, no necesitaba contener ningún bostezo con una leve tos forzada... en resumidas cuentas: se pasaba las horas inmóvil mirando fijamente a los ojos de su marido, sin moverse ni agitarse, y su mirada se volvía cada vez más ardiente, más viva”.
Aquí, el narrador describe la relación entre Nathanael y Olimpia, a quien su amante considera particularmente inteligente y profunda. En páginas anteriores, Nathanael ya se había quejado de los hábitos de Clara, quien buscaba cosas con las que entretenerse mientras escuchaba sus tediosos cuentos y poemas. Además, Clara nunca lo oía en silencio, pasivamente, sino que siempre ofrecía su punto de vista, aunque este no coincidiera con el de Nathanael. En cambio, Olimpia es un autómata capaz de escucharlo durante horas, sin distracciones. Resulta evidente que Nathanael no busca en una mujer más que un accesorio útil para validar la imagen que él proyecta de sí mismo. Es ello, en última instancia, lo que lo lleva a la ruina.
“Se dice que algunos años después vieron a Clara en una lejana comarca, sentada a la puerta de una hermosa casa de campo de la mano de un hombre amable (...). Habría que deducir de ello que Clara pudo hallar aún la tranquila felicidad del hogar que le convenía a su espíritu alegre y vital, y que Nathanael, desgarrado en su interior, jamás le habría podido proporcionar".
Este pasaje pertenece al último párrafo de la historia, y resulta significativo el cambio abrupto que produce en la narración: primero, lo que se cuenta aparece como algo sabido de oídas, como un chisme del cual el narrador no está del todo seguro: “Se dice”. También implica una elipsis abrupta de tiempo, varios años después de la muerte de Nathanael. Finalmente, cambia el enfoque dado a la historia, que pasa a centrarse en Clara, el personaje secundario más importante del relato. Aquí, el narrador parece regañar a Nathanael, al ubicarlo como el único responsable de los acontecimientos; como aquel que, en su locura, nunca le pudo dar a Clara lo que ella necesitaba.